El contexto extraviado: el sectarismo del Estado Islámico no es casual

Ramzy Baroud
Middle East Eye [x]

Para poder destruir las identidades sectarias que prevalecen en Oriente Medio y encontrar nuevos horizontes políticos, un entorno seguro y la reanimación de las identidades nacionales es necesario satisfacer las prioridades comunes de los pueblos árabes.


Examinen la cómica escena descrita por Peter Van Buren, un ex diplomático estadounidense que estuvo en Iraq en una misión de doce meses de duración en 2009-2010. Van Buren estuvo al frente de dos equipos del Departamento de Estado que tenían asignada la abstracta misión de “reconstruir” Iraq, un país destrozado por las guerras y las sanciones impulsadas por EEUU. Nos describe la reconstrucción de Iraq del siguiente modo:

“En la práctica, significaba pagar por colegios que nunca iban a terminarse, instalar confiterías en calles sin agua ni electricidad y organizar interminables actividades de propaganda sobre los temas de la semana generados en Washington (‘empresas pequeñas’, ‘empoderamiento de las mujeres’, ‘construcción de la democracia’)”.

Respecto al aspecto cómico: “Incluso organizamos desmañados partidos de fútbol, donde el dinero de los contribuyentes estadounidenses se utilizaba para obligar a los reacios equipos sunníes a enfrentarse contra vacilantes equipos chiíes con la esperanza de que, de algún modo, el caos creado por la invasión estadounidense pudiera mejorarse en el terreno de juego”.

Por supuesto que no había nada divertido teniendo en cuenta el contexto. Todo el experimento estadounidense de construir una nación era en realidad un fraude político envuelto en muchos episodios espeluznantes, empezando por la disolución del ejército del país, de todas las instituciones oficiales y la construcción de una clase política alternativa de base esencialmente sectaria.

Vean como ejemplo el Consejo de Gobierno de Iraq (CGI), fundado en julio de 2003. En aquel momento gobernaba el país la Autoridad Provisional de la Coalición (APC), encabezada primero por el General Jay Garner y después por Paul Bremer, que era quien mandaba realmente en Iraq. Los figurones del CGI eran en su mayoría un conglomerado de personajes iraquíes al servicio de EEUU con un siniestro pasado sectario.

Esto es especialmente importante, porque cuando Bremer empezó a mutilar la sociedad iraquí al socaire de los dictados de Washington, el CGI fue el primer indicador real de la visión estadounidense de Iraq con una identidad sectaria. El Consejo estaba compuesto por 13 chiíes, cinco sunníes, cinco kurdos, un turcomano y un asirio.

Uno no debiera haberse preocupado por la formación sectaria del Iraq gobernado por EEUU si ese vulgar sectarismo hubiera estado enraizado en la psique colectiva de la sociedad iraquí. Pero, quizá sorprendentemente, no era ese el caso.

Fanar Haddad, autor de “Sectarianism in Iraq: Antagonistic Visions of Unity”, al igual que otros perspicaces historiadores, no compran la línea del “antiguo odio” entre sunníes y chiíes. “Las raíces del conflicto sectario no tienen raíces profundas en Iraq”, dijo en una reciente entrevista.

Desde el establecimiento del Estado moderno de Iraq en 1921 y durante más de ochenta años, “el valor predeterminado (en Iraq) era la coexistencia”. Haddad sostiene que “las políticas de identidad en el Iraq post-2004 han sido la norma más que la anomalía porque son parte del sistema por designio”.

Ese “designio” no se estableció de forma arbitraria. El sentido común convencional decía que era mejor que se considerara al ejército estadounidense como “liberador” que como invasor, como alguien que estaba supuestamente liberando a la comunidad chíi de una opresora minoría sunní. Al hacerlo así, a la “liberada” mayoría chií se la armaba y potenciaba para combatir a la “insurgencia sunní” por todo el país. El discurso “sunní”, cargado de terminología tal como “el triángulo sunní” y los “insurgentes sunníes”, etc., fue un componente distintivo en los medios de comunicación estadounidenses y en la percepción del gobierno de la guerra. En realidad, no había insurgencia per se sino una resistencia orgánica iraquí ante la invasión dirigida por EEUU.

El designio había servido realmente a sus objetivos pero no por mucho tiempo. Los iraquíes se volvieron unos contra otros mientras las tropas estadounidenses contemplaban el caótico escenario desde detrás de la bien fortificada Zona Verde. Cuando resultó obvio que el pueblo estadounidense seguía pensando que el precio de la ocupación era demasiado costoso de soportar, EEUU se largó de Iraq, dejando atrás una sociedad deshecha. En aquellos momentos ya no se organizaban desmañados partidos de fútbol de chiíes contra sunníes, sino un atroz conflicto que llevaba demasiadas vidas inocentes hasta para poder contarlas.

Es verdad, los estadounidenses no crearon el sectarismo iraquí. Este siempre estaba latiendo bajo la superficie. Sin embargo, el sectarismo y otras manifestaciones de políticas de identidad en Iraq estuvieron siempre dominados por un sentido sobresaliente de nacionalismo iraquí, que fue violentamente destruido y desgarrado por la potencia armamentística estadounidense a partir de marzo de 2003. Pero lo que los estadounidenses realmente fundaron en Iraq fue la militancia sunní, un concepto que hasta hace poco era ajeno al Oriente Medio.

A pesar de constituir una mayoría entre las sociedades musulmanas, los sunníes raramente se identificaban como tales. Por lo general, las minorías tienden a atribuir su pertenencia a varios grupos como forma de autopreservación. Las mayorías no sienten esa necesidad. Al-Qaida, por ejemplo, raramente hace referencia a que es un grupo sunní, y sus ataques contra los chiíes y otros grupos no formaban parte de su misión original. Sus violentas referencias ante otros grupos se hacían en contextos políticos específicos: se referían a los “Cruzados” cuando mencionaban la presencia militar estadounidense en la región, y a los judíos en referencia a Israel. El grupo utilizaba el terror para conseguir lo que eran esencialmente objetivos políticos.

Pero puede que incluso la identidad de Al-Qaida empezara a cambiar tras la invasión estadounidense de Iraq. Podría argumentarse que el vínculo entre la Al-Qaida original y el grupo actual conocido como el Estado Islámico es Abu Musab Al-Zarqawi. El militante de origen jordano fue el fundador del grupo al-Tawhid wa al-Yihad, y no se unió oficialmente a Al-Qaida hasta 2004, fusión que dio lugar a la creación de Al-Qaida en Iraq (AQI).

Aunque el traslado de Zarqawi a Iraq estuvo motivado por el ataque a la ocupación estadounidense, la naturaleza de su misión quedó velozmente redefinida a causa de la naturaleza sectaria extremadamente violenta del conflicto. En 2005 declaró la “guerra” contra los chiíes y pocos meses después era asesinado en el momento álgido de la guerra civil.

Zarqawi era tan violento en su guerra sectaria que hasta los líderes de Al-Qaida estaban al parecer irritados con él. El núcleo del liderazgo de Al-Qaida, que se imponía a sí mismo como los guardianes de la Ummah (nación) musulmana, pudo haber sido consciente de que una guerra sectaria iba a cambiar el conflicto de forma fundamental en una dirección presuntamente peligrosa.

Si estas dialécticas existieron en algún momento, ya no son importantes en estos momentos. La guerra civil siria fue el paisaje perfecto para que actuaran los movimientos sectarios y se desarrollaran de hecho. Para entonces, AQI se había unido al Consejo de los Muyahaidines de la Shura convirtiéndose en el Estado Islámico de Iraq (EII), después en el Estado Islámico de Iraq y el Levante (EIIL), declarando finalmente un califato de orientación sunní en el territorio que ocupaban en Siria y, más recientemente, en Iraq. Ahora se autodenominan simplemente Estado Islámico (EI).

La militancia sunní (grupos que actúan a partir de la premisa principal de ser sunníes) es un concepto especialmente único en la historia. Lo que convierte al EI en un fenómeno esencialmente sectario, de consecuencias extremadamente violentas, es que ha nacido en un entorno excepcionalmente sectario y sólo puede actuar dentro de las normas existentes.

Para destruir las identidades sectarias prevalentes actualmente en la región de Oriente Medio, habría que volver a diseñar las normas, no a través de personajes del estilo de Paul Bremer, sino creando nuevos horizontes políticos, donde se permita que las incipientes democracias actúen en entornos seguros y donde se reanimen las identidades nacionales a fin de satisfacer las prioridades comunes de los pueblos árabes.

Aunque la coalición liderada por EEUU puede en efecto infligirle mucho daño al EI y declarar finalmente algún tipo de victoria, no harán sino exasperar al cabo una tensión sectaria que se desbordará sobre otras naciones de Oriente Medio.

*Ramzy Baroud es Doctor en Historia de los Pueblos por la Universidad de Exeter. Es editor jefe de Middle East Eye, columnista de análisis internacional, consultor de medios, autor y fundador de PalestineChronicle.com. Su último libro es “My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story” (Pluto Press, Londres).