Receta para agrandar la economía

León Bendesky
La Jornada [x]

A algunas economías les falta crecimiento, y mucho; otras están de plano en recesión; unos gobiernos imponen la austeridad como método de hacer política; muchos países no hayan la manera de elevar la productividad, o bien, a pesar de la apertura comercial, la expansión de las exportaciones llega a un límite; las privatizaciones van por lo que aún queda por venderse (como las islas griegas); en casi todas las sociedades hay demasiada gente desempleada y subempleada; la informalidad se extiende sin límites; los recursos productivos se asignan mal, y los beneficios se concentran cada vez más.

Estos rasgos son debatidos a diario en el mundo. A fuerza de repetirse se vuelven costumbre, son materia de elocuentes discursos políticos, ocupan la atención de los expertos (cada vez más adustos), llenan páginas de los periódicos, en ellos se entretienen los técnicos de los gobiernos y de los organismos internacionales; también los profesores universitarios.

No hay mucha luz intelectual para orientarse. Cada décima de punto de cambio en los indicadores económicos y financieros se vuelve moneda de cambio para sacar ventaja política y motivo de noticia; eso sí, bastante efímera.

Pero hay una manera de agrandar las economías. Esta fórmula no tiene que ver con la organización de la sociedad, tampoco con el avance de la tecnología o de la innovación. No se engarza con la eficiencia del gasto público, el efecto de las reformas estructurales o las condiciones de las corrientes del financiamiento, ni se asienta en algún modo de crear más empleo e ingresos. No tiene relación con el crecimiento. Agrandar la economía tiene que ver, en cambio, con la medición del producto. Es el nirvana de los estadísticos, la obsesión con las medidas.

El Sistema Europeo de Cuentas, que sigue los estándares contables internacionales, promueve que los países miembros de la Unión Europea reporten como parte del producto generado las actividades ilegales, como el tráfico de drogas, la prostitución y el contrabando de alcohol y tabaco. No debe creerse que esto es poca cosa. Según recuerda la revista The Economist, cuando en 1987 se incorporó en Italia una medición de la economía informal el producto se agrandó 18 por ciento.

En Francia estiman que esa medida añadiría al PIB 3.2 por ciento, que equivale a un par de años de crecimiento a las tasas actuales. Aunque en este caso se incluyen los gastos en investigación y desarrollo como si fueran parte de la inversión, lo que no es un criterio irrelevante y habría que tomarlo en cuenta. En Reino Unido la norma haría 5 por ciento más grande el producto en un tris.


Para cualquiera que se haya sentado en un curso de macroeconomía será claro que medir el producto es casi un acto de fe, entre otras cosas, por la naturaleza de la información, la calidad de las encuestas, las dificultades para sumar mediante complejos índices los muy distintos componentes de la actividad económica y luego para aplicar una medida también endeble de la inflación para quitar su efecto y poder estimar el crecimiento real.

A partir de esto es en verdad llamativo que se no se ubique mejor ese indicador que se ha convertido en un fin en sí mismo y que, como hemos visto en semanas recientes en México, puede provocar incluso acaloradas reacciones políticas.

Como dice Harford en el Financial Times, el PIB es inefable, un intento por sintetizar para efectos prácticos algo que resiste una descripción. No se trata de una forma de asignar valor al contenido de los actos económicos, sino de medir las transacciones. Debe suponerse que no se registra la mayor parte de los intercambios sexuales asociados con la prostitución o la compra y venta de drogas.

Un asunto que amerita una reflexión seria tiene que ver con el supuesto de que los políticos intentan maximizar el PIB y no otras cosas.

Pero medir todo y como se pueda es uno de los elementos que sostiene la aspiración de la economía de tener un estatus científico y, como se sabe, ya entrados en gastos, los organismos internacionales miden hasta la felicidad y comparan así la situación de distintas sociedades.

En 2006 el gobierno griego añadió a su estimación del producto el trabajo sexual y las actividades ilegales de las drogas. Con ello el nivel de la actividad económica se agrandó 25 por ciento y se redujo así la medida del déficit fiscal. Todo muy conveniente, pero desde entonces la crisis de la economía griega y las consecuencias de la mala gestión política son asuntos de referencia obligada no sólo en Europa.

El bienestar es un asunto más amplio y serio que el agrandamiento estadístico de la economía, como el que hacen las agencias encargadas de medir su tamaño. Incluso va más allá de las estimaciones relativas al crecimiento del producto material que se hacen trimestre tras trimestre. Sobre todo, es más que el discurso desgastado y distractor que se reproduce en torno a esas mediciones.