La debacle
Uri Avnery
zope.gush-shalom.org[x]
El mayor peligro que corre Israel no es la putativa bomba nuclear iraní. El mayor peligro es la estupidez de nuestros dirigentes.
No se trata de un fenómeno exclusivamente israelí. Una gran parte de los líderes del mundo son completamente estúpidos y siempre lo han sido. Basta con echar un vistazo a lo que pasó en Europa en julio de 1914, cuando una increíble acumulación de políticos estúpidos y de generales incompetentes arrastró a la humanidad a la Primera Guerra Mundial.
Pero últimamente Benjamín Netanyahu y casi toda la clase política israelí han alcanzado un nuevo récord de insensatez.
Comencemos por el final.
Irán es el gran vencedor. Ha sido calurosamente acogido de nuevo en la familia de las naciones civilizadas. Su moneda, el rial, se está revalorizando. Su prestigio e influencia en la región se han convertido en algo fundamental. Sus enemigos en el mundo musulmán, Arabia Saudí y sus satélites del Golfo, han sido humillados. Un ataque militar contra Irán por parte de nadie –ni siquiera Israel– se ha convertido en algo impensable.
La imagen de Irán como un país de ayatolas dementes alimentada por Netanyahu y Ahmadinejad se ha desvanecido. Ahora se ve a Irán como un país responsable dirigido por líderes sobrios y astutos.
Israel es el gran perdedor. Sus propias maniobras lo han conducido a una posición de completo aislamiento. Sus demandas han sido ignoradas, sus tradicionales amigos se han distanciado. Pero, por encima de todo, sus relaciones con EEUU se han visto seriamente dañadas.
Lo que Netanyahu y compañía están haciendo es casi increíble. Sentados sobre una rama muy alta, la están aserrando con mucho esmero.
Mucho se ha dicho acerca de la total dependencia de Israel con respecto a EEUU en casi todos los campos. Pero para comprender la inmensidad de la locura cabe mencionar un aspecto en particular. Israel controla, de hecho, el acceso a los centros de poder de Estados Unidos.
Todos los países, especialmente los más pequeños y pobres, saben que si desean entrar en las salas del sultán de América para obtener ayuda y apoyo deben sobornar al portero. El soborno puede ser político (privilegios concedidos por su gobernante), económico (materias primas), diplomático (votos en la ONU), militar (una base o "cooperación" de inteligencia), o lo que sea. Si el soborno es lo suficientemente grande, el AIPAC le ayudará a obtener el apoyo del Congreso.
Este activo sin precedentes se basa exclusivamente en la percepción de la posición única de Israel en EEUU. La derrota sin paliativos de Netanyahu sobre las relaciones de Estados Unidos con Irán ha dañado gravemente, si no destruido, esta percepción. La pérdida es incalculable.
Los políticos israelíes, igual que la mayoría de sus colegas en otros lugares, no están muy versados en la historia del mundo. Son halcones de partido que se pasan la vida inmersos en intrigas políticas. Si hubieran estudiado la historia no se habrían construido la trampa en la que han caído.
Estoy tentado de presumir de que hace más de dos años escribí sobre la imposibilidad de un ataque militar contra Irán, ya sea por parte de Israel o de EEUU, pero aquello no fue ninguna profecía inspirada por una deidad desconocida. Ni tan siquiera fue una observación excesivamente inteligente. Fue simplemente el resultado de echar un vistazo al mapa. El Estrecho de Ormuz.
Cualquier acción militar contra Irán estaba condenada a desencadenar una guerra de gran magnitud, algo de la categoría de [la guerra de] Vietnam, amén del colapso de los suministros mundiales de crudo. Incluso si el público de EEUU no hubiera estado tan cansado de la guerra, para embarcarse en semejante aventura uno no sólo tendría que ser estúpido sino prácticamente loco.
No es que la opción militar esté "fuera de la mesa", es que jamás estuvo "sobre la mesa". Era una pistola descargada, y los iraníes lo sabían perfectamente.
El arma cargada fue el régimen de sanciones. Hizo daño a la gente. Persuadió al líder supremo, Ali Husseini Jamenei, para cambiar por completo el régimen e instalar a un nuevo y muy diferente presidente.
Los estadounidenses se percataron de ello y actuaron en consecuencia. Netanyahu, obsesionado con la bomba, no lo hizo. Peor aún, sigue sin hacerlo.
Si uno de los síntomas de la locura es seguir intentando algo que ha fracasado una y otra vez, entonces habría que empezar a preocuparse por "el rey Bibi".
Para salvarse de la imagen de un completo fracaso el AIPAC ha comenzado a ordenar a sus senadores y congresistas que comiencen a elaborar nuevas sanciones para ser implementadas en un futuro indefinido.
El nuevo mantra de la maquinaria de propaganda israelí es que Irán engaña. Los iraníes no saben hacer otra cosa. El engaño forma parte de su naturaleza.
Esta estrategia podría ser eficaz ya que se basa en un racismo profundamente arraigado. ‘Bazar’ es una palabra persa que la mente europea asocia con las ideas de regateo y engaño.
Sin embargo, la convicción israelí de que los iraníes están haciendo trampa descansa sobre un fundamento más sólido: nuestra propia conducta. Cuando en la década de 1950 Israel comenzó a construir su propio programa nuclear con la ayuda de Francia, tuvo que engañar a todo el mundo y lo hizo con una eficacia impresionante.
Por pura coincidencia -o quizás no-, el lunes pasado (¡dos días después de la firma del acuerdo de Ginebra [entre Irán y EEUU]!) el Canal 2 de la televisión israelí difundió una historia muy reveladora sobre este asunto. Su programa más prestigioso, Fact, entrevistó al productor israelí de Hollywood Arnón Milchan, un multimillonario y patriota israelí.
En el programa, Milchan se jactó de su trabajo para Lakam, la agencia de inteligencia israelí que se encargaba de Jonathan Pollard (posteriormente desmantelada). Lakam estaba especializada en el espionaje científico y Milchan prestó inestimables servicios en la adquisición secreta y fraudulenta de los materiales necesarios para el programa nuclear que permitió la fabricación de las bombas israelíes.
Milchan hizo notar su admiración por el régimen de apartheid de Sudáfrica y aludió a la cooperación nuclear de Israel con aquel país. En aquellos días una posible explosión nuclear en el Océano Índico cerca de Sudáfrica desconcertó a los científicos estadounidenses y corrieron historias (repetidas sólo en susurros) sobre de un artefacto nuclear israelo-sudafricano.
El tercer actor fue el Sha de Irán, que también tenía ambiciones nucleares. Es una ironía de la historia que Israel ayudara a Irán a dar sus primeros pasos atómicos.
Los líderes y científicos israelíes hicieron extraordinarios esfuerzos para ocultar sus actividades nucleares. El edificio del reactor nuclear de Dimona se camufló como si fuera una fábrica textil. A los extranjeros a los que se llevaba a visitar Dimona se los engañaba con falsas paredes, pisos ocultos y artificios similares.
Por lo tanto, cuando nuestros líderes hablan de engaño, trampas y mistificaciones, saben muy bien de lo que están hablando. Respetan la capacidad persa para hacer lo mismo y están absolutamente convencidos de que es eso lo que va a ocurrir. Y también lo están prácticamente todos los israelíes, especialmente los comentaristas de los medios.
Uno de los aspectos más extraños de la crisis estadounidense-israelí es la protesta israelí por el hecho de que EEUU haya mantenido abierta una vía diplomática secreta con Irán "a nuestras espaldas".
Si hubiera un premio internacional a la desvergüenza, esa queja se llevaría la palma.
La "única superpotencia del mundo" mantenía conversaciones secretas con un país importante y sólo informó tardíamente de ellas a Israel. ¡Habráse visto! ¿Cómo se atreven?!
Según parece, el verdadero acuerdo no se forjó en las numerosas horas de negociación en Ginebra sino durante esos contactos secretos.
Nuestro gobierno, por cierto, no omitió jactarse de conocer la existencia de esos diálogos secretos desde su inicio merced a sus propias fuentes de inteligencia. Insinuó que dichas fuentes eran saudíes, pero yo sospecho que la fuente fue uno de nuestros numerosos informantes dentro de la administración de EEUU.
Sea como fuere, el supuesto que subyace al reproche israelí es que EEUU tiene la obligación de informar a Israel con antelación sobre cada paso que dé en Oriente Medio. Interesante.
El presidente Obama ha decidido, obviamente, que las sanciones y las amenazas militares sólo pueden llegar hasta cierto punto. Creo que tiene razón.
Un país orgulloso no se doblega ante amenazas directas. Confrontado a un desafío así, un país tiende a aglutinarse en una exaltación de fervor patriótico y a apoyar a sus líderes, por muy impopulares que estos sean. Nosotros, los israelíes, lo haríamos así. Y también lo haría cualquier otro país del mundo.
Obama apuesta por el cambio de régimen iraní que ya ha comenzado. Una nueva generación que ve a través de los medios de comunicación social lo que está sucediendo en todo el mundo aspira a participar en la buena vida. El fervor revolucionario y la ortodoxia ideológica se desvanecen con el tiempo, como sabemos de primera mano los israelíes. Sucedió en nuestros kibutzim, sucedió en la Unión Soviética, sucede en China y Cuba. Ahora también está sucediendo en Irán.
Entonces, ¿qué deberíamos hacer? Mi consejo sería simplemente: si no puedes vencerlos, únete a ellos.
Poner fin a la obsesión Netanyahu. Abrazar el acuerdo de Ginebra (porque es bueno para Israel). Sacar del Capitolio a los sabuesos del AIPAC. Apoyar a Obama. Componer las relaciones con la administración estadounidense. Y, lo más importante, enviar emisarios a Irán para ir modificando, muy lentamente, nuestras relaciones mutuas.
La historia demuestra que los amigos de ayer pueden ser los enemigos de hoy y los enemigos de hoy pueden ser los aliados de mañana. Ya sucedió una vez entre Irán y nosotros. Salvo la ideología, no existe un verdadero conflicto de intereses entre nuestros dos países.
Necesitamos un cambio de liderazgo como el que ha iniciado Irán. Por desgracia, todos los políticos israelíes, tanto de izquierda como de derecha, se han apuntado a la marcha de los locos. Ni una sola voz del establishment se ha alzado en su contra. El nuevo líder del Partido Laborista, Yitzhak Herzog, es parte de él tanto como Yair Lapid y Tzipi Livni.
Como dicen en yiddish: los locos habrían sido divertidos si no hubieran sido nuestros locos.
Pero últimamente Benjamín Netanyahu y casi toda la clase política israelí han alcanzado un nuevo récord de insensatez.
Comencemos por el final.
Irán es el gran vencedor. Ha sido calurosamente acogido de nuevo en la familia de las naciones civilizadas. Su moneda, el rial, se está revalorizando. Su prestigio e influencia en la región se han convertido en algo fundamental. Sus enemigos en el mundo musulmán, Arabia Saudí y sus satélites del Golfo, han sido humillados. Un ataque militar contra Irán por parte de nadie –ni siquiera Israel– se ha convertido en algo impensable.
La imagen de Irán como un país de ayatolas dementes alimentada por Netanyahu y Ahmadinejad se ha desvanecido. Ahora se ve a Irán como un país responsable dirigido por líderes sobrios y astutos.
Israel es el gran perdedor. Sus propias maniobras lo han conducido a una posición de completo aislamiento. Sus demandas han sido ignoradas, sus tradicionales amigos se han distanciado. Pero, por encima de todo, sus relaciones con EEUU se han visto seriamente dañadas.
Lo que Netanyahu y compañía están haciendo es casi increíble. Sentados sobre una rama muy alta, la están aserrando con mucho esmero.
Mucho se ha dicho acerca de la total dependencia de Israel con respecto a EEUU en casi todos los campos. Pero para comprender la inmensidad de la locura cabe mencionar un aspecto en particular. Israel controla, de hecho, el acceso a los centros de poder de Estados Unidos.
Todos los países, especialmente los más pequeños y pobres, saben que si desean entrar en las salas del sultán de América para obtener ayuda y apoyo deben sobornar al portero. El soborno puede ser político (privilegios concedidos por su gobernante), económico (materias primas), diplomático (votos en la ONU), militar (una base o "cooperación" de inteligencia), o lo que sea. Si el soborno es lo suficientemente grande, el AIPAC le ayudará a obtener el apoyo del Congreso.
Este activo sin precedentes se basa exclusivamente en la percepción de la posición única de Israel en EEUU. La derrota sin paliativos de Netanyahu sobre las relaciones de Estados Unidos con Irán ha dañado gravemente, si no destruido, esta percepción. La pérdida es incalculable.
Los políticos israelíes, igual que la mayoría de sus colegas en otros lugares, no están muy versados en la historia del mundo. Son halcones de partido que se pasan la vida inmersos en intrigas políticas. Si hubieran estudiado la historia no se habrían construido la trampa en la que han caído.
Estoy tentado de presumir de que hace más de dos años escribí sobre la imposibilidad de un ataque militar contra Irán, ya sea por parte de Israel o de EEUU, pero aquello no fue ninguna profecía inspirada por una deidad desconocida. Ni tan siquiera fue una observación excesivamente inteligente. Fue simplemente el resultado de echar un vistazo al mapa. El Estrecho de Ormuz.
Cualquier acción militar contra Irán estaba condenada a desencadenar una guerra de gran magnitud, algo de la categoría de [la guerra de] Vietnam, amén del colapso de los suministros mundiales de crudo. Incluso si el público de EEUU no hubiera estado tan cansado de la guerra, para embarcarse en semejante aventura uno no sólo tendría que ser estúpido sino prácticamente loco.
No es que la opción militar esté "fuera de la mesa", es que jamás estuvo "sobre la mesa". Era una pistola descargada, y los iraníes lo sabían perfectamente.
El arma cargada fue el régimen de sanciones. Hizo daño a la gente. Persuadió al líder supremo, Ali Husseini Jamenei, para cambiar por completo el régimen e instalar a un nuevo y muy diferente presidente.
Los estadounidenses se percataron de ello y actuaron en consecuencia. Netanyahu, obsesionado con la bomba, no lo hizo. Peor aún, sigue sin hacerlo.
Si uno de los síntomas de la locura es seguir intentando algo que ha fracasado una y otra vez, entonces habría que empezar a preocuparse por "el rey Bibi".
Para salvarse de la imagen de un completo fracaso el AIPAC ha comenzado a ordenar a sus senadores y congresistas que comiencen a elaborar nuevas sanciones para ser implementadas en un futuro indefinido.
El nuevo mantra de la maquinaria de propaganda israelí es que Irán engaña. Los iraníes no saben hacer otra cosa. El engaño forma parte de su naturaleza.
Esta estrategia podría ser eficaz ya que se basa en un racismo profundamente arraigado. ‘Bazar’ es una palabra persa que la mente europea asocia con las ideas de regateo y engaño.
Sin embargo, la convicción israelí de que los iraníes están haciendo trampa descansa sobre un fundamento más sólido: nuestra propia conducta. Cuando en la década de 1950 Israel comenzó a construir su propio programa nuclear con la ayuda de Francia, tuvo que engañar a todo el mundo y lo hizo con una eficacia impresionante.
Por pura coincidencia -o quizás no-, el lunes pasado (¡dos días después de la firma del acuerdo de Ginebra [entre Irán y EEUU]!) el Canal 2 de la televisión israelí difundió una historia muy reveladora sobre este asunto. Su programa más prestigioso, Fact, entrevistó al productor israelí de Hollywood Arnón Milchan, un multimillonario y patriota israelí.
En el programa, Milchan se jactó de su trabajo para Lakam, la agencia de inteligencia israelí que se encargaba de Jonathan Pollard (posteriormente desmantelada). Lakam estaba especializada en el espionaje científico y Milchan prestó inestimables servicios en la adquisición secreta y fraudulenta de los materiales necesarios para el programa nuclear que permitió la fabricación de las bombas israelíes.
Milchan hizo notar su admiración por el régimen de apartheid de Sudáfrica y aludió a la cooperación nuclear de Israel con aquel país. En aquellos días una posible explosión nuclear en el Océano Índico cerca de Sudáfrica desconcertó a los científicos estadounidenses y corrieron historias (repetidas sólo en susurros) sobre de un artefacto nuclear israelo-sudafricano.
El tercer actor fue el Sha de Irán, que también tenía ambiciones nucleares. Es una ironía de la historia que Israel ayudara a Irán a dar sus primeros pasos atómicos.
Los líderes y científicos israelíes hicieron extraordinarios esfuerzos para ocultar sus actividades nucleares. El edificio del reactor nuclear de Dimona se camufló como si fuera una fábrica textil. A los extranjeros a los que se llevaba a visitar Dimona se los engañaba con falsas paredes, pisos ocultos y artificios similares.
Por lo tanto, cuando nuestros líderes hablan de engaño, trampas y mistificaciones, saben muy bien de lo que están hablando. Respetan la capacidad persa para hacer lo mismo y están absolutamente convencidos de que es eso lo que va a ocurrir. Y también lo están prácticamente todos los israelíes, especialmente los comentaristas de los medios.
Uno de los aspectos más extraños de la crisis estadounidense-israelí es la protesta israelí por el hecho de que EEUU haya mantenido abierta una vía diplomática secreta con Irán "a nuestras espaldas".
Si hubiera un premio internacional a la desvergüenza, esa queja se llevaría la palma.
La "única superpotencia del mundo" mantenía conversaciones secretas con un país importante y sólo informó tardíamente de ellas a Israel. ¡Habráse visto! ¿Cómo se atreven?!
Según parece, el verdadero acuerdo no se forjó en las numerosas horas de negociación en Ginebra sino durante esos contactos secretos.
Nuestro gobierno, por cierto, no omitió jactarse de conocer la existencia de esos diálogos secretos desde su inicio merced a sus propias fuentes de inteligencia. Insinuó que dichas fuentes eran saudíes, pero yo sospecho que la fuente fue uno de nuestros numerosos informantes dentro de la administración de EEUU.
Sea como fuere, el supuesto que subyace al reproche israelí es que EEUU tiene la obligación de informar a Israel con antelación sobre cada paso que dé en Oriente Medio. Interesante.
El presidente Obama ha decidido, obviamente, que las sanciones y las amenazas militares sólo pueden llegar hasta cierto punto. Creo que tiene razón.
Un país orgulloso no se doblega ante amenazas directas. Confrontado a un desafío así, un país tiende a aglutinarse en una exaltación de fervor patriótico y a apoyar a sus líderes, por muy impopulares que estos sean. Nosotros, los israelíes, lo haríamos así. Y también lo haría cualquier otro país del mundo.
Obama apuesta por el cambio de régimen iraní que ya ha comenzado. Una nueva generación que ve a través de los medios de comunicación social lo que está sucediendo en todo el mundo aspira a participar en la buena vida. El fervor revolucionario y la ortodoxia ideológica se desvanecen con el tiempo, como sabemos de primera mano los israelíes. Sucedió en nuestros kibutzim, sucedió en la Unión Soviética, sucede en China y Cuba. Ahora también está sucediendo en Irán.
Entonces, ¿qué deberíamos hacer? Mi consejo sería simplemente: si no puedes vencerlos, únete a ellos.
Poner fin a la obsesión Netanyahu. Abrazar el acuerdo de Ginebra (porque es bueno para Israel). Sacar del Capitolio a los sabuesos del AIPAC. Apoyar a Obama. Componer las relaciones con la administración estadounidense. Y, lo más importante, enviar emisarios a Irán para ir modificando, muy lentamente, nuestras relaciones mutuas.
La historia demuestra que los amigos de ayer pueden ser los enemigos de hoy y los enemigos de hoy pueden ser los aliados de mañana. Ya sucedió una vez entre Irán y nosotros. Salvo la ideología, no existe un verdadero conflicto de intereses entre nuestros dos países.
Necesitamos un cambio de liderazgo como el que ha iniciado Irán. Por desgracia, todos los políticos israelíes, tanto de izquierda como de derecha, se han apuntado a la marcha de los locos. Ni una sola voz del establishment se ha alzado en su contra. El nuevo líder del Partido Laborista, Yitzhak Herzog, es parte de él tanto como Yair Lapid y Tzipi Livni.
Como dicen en yiddish: los locos habrían sido divertidos si no hubieran sido nuestros locos.