Cuba: Una nueva imaginación emancipadora

Mario Antonio Santucho

Hace pocos años, el alejamiento de Fidel Castro del poder generaba angustia y desconcierto. Hoy, con su hermano menor Raúl en el gobierno, Cuba vive cambios profundos –como la reforma de la ley migratoria y la emergencia del cuentapropismo– en su estructura social y económica. Nuevas aspiraciones palpitan al calor del nuevo siglo.
 Una aparente quietud mece a la isla que alguna vez excitó la imaginación rebelde de buena parte de la humanidad. Y sin embargo se mueve. Tres dispositivos clave del socialismo cubano fueron modificados en los últimos años, pese a predicciones autóctonas y foráneas. Mutaciones que, consideradas en sí mismas, no poseen especial relevancia; pero en Cuba ciertas contingencias adoptaron el estatuto de lo inamovible, incluso de lo innombrable. Las famosas “cuestiones de Estado”.
La primera sacudida fue el alejamiento de Fidel Castro del comando político del proceso. Siete años pasaron de aquella transición que sumió a todos en la incertidumbre. Las más recientes apariciones públicas de Fidel resultaron impactantes para los cubanos de a pie: el líder histórico, el invencible estadista, aquella inagotable fuente de legitimidad, hoy sobrevive en el cuerpo de un viejito que apenas susurra, mientras su luz se apaga lentamente. El Comandante en Jefe pronto morirá en paz con su obra y consigo mismo, aun si sus más caros anhelos no llegaron a convertirse en realidad. Y la población le dirá adiós como a un ser entrañable, sin la angustia que suponía afrontar el tan temido vacío de poder.
La segunda variación que puso patas para arriba a este socialismo obsesivamente estatal fue la emergencia de una nueva y vigorosa economía popular. Miles y miles de cuentapropistas y pequeños emprendedores volvieron a experimentar la adrenalina de su propio negocito y a entusiasmarse con un horizonte de ingresos más abultados. Hubo que esperar años para que el Estado se desprendiera del monopolio en aquellos rubros que peor funcionaban. Por ejemplo, la gastronomía minorista. O el transporte urbano de pasajeros. La venta de materiales para la construcción. Y la pequeña producción agropecuaria.
La tercera, la más añorada, fue también la más reciente: el fin de la prohibición de viajar al exterior sin autorización expresa del Estado, que supone también la venia a quienes se fueron y no han podido regresar. La nueva legislación migratoria abre la posibilidad de dar vuelta una página particularmente dolorosa para la revolución cubana. El socialismo real, en todas sus expresiones, nunca pudo explicar su tendencia al autoencierro, porque nunca existió razón suficiente para ello.
Todavía es imposible medir la orientación definitiva de estas y otras medidas impulsadas por Raúl Castro con aires de irreversibilidad. Semejante giro reformista sorprendió a la opinión mayoritaria, que antes de asumir consideraba al hermano menor como un duro defensor del statu quo. La ebullición social y cultural que se vive resulta saludable y bienvenida, aunque varios esquemas se rompan y la conducción unívoca del proceso se complique.
Un gigante dormido, invertebrado y ambivalente ha comenzado a desperezarse. Habrá que ver si las reservas ideológicas forjadas durante medio siglo de revolución en el poder, que alcanzaron para aguantar los trapos tras la crisis de los noventa, serán capaces de traducir esta vibrante mescolanza en los términos de una nueva imaginación emancipadora.
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Los sabores de la infancia son inextinguibles porque determinan el gusto de una persona. Del mismo modo que las primeras vivencias de un niño con su madre influyen en la afectividad del adulto. No es que las experiencias posteriores signifiquen poco en el devenir de los individuos, pero las marcas de origen persisten como referencia y parámetro hacia las que remitimos una y otra vez toda novedad.
A nivel colectivo, la cocina es la infraestructura material donde se asienta la cultura de los pueblos. La comida no sólo provee las energías necesarias para que los cuerpos hagan su trabajo; también constituye una fuente de inspiración, prescribe humores, fundamenta estilos. En el caso cubano, la cuestión culinaria ha llegado a ser objeto de algunas de las mejores páginas de la literatura nacional, desde las eruditas disquisiciones de Carpentier hasta las lascivas cenas de Mario Conde y sus amigos en las novelas negras de Padura.
El surgimiento de “las paladares”, la reaparición de los agro-mercados barriales y la generalización de una miríada de pequeñas cafeterías significaron un cambio de etapa en la isla. Atrás quedaba la racionalización del acceso a los alimentos, que garantizó una dieta digna pero homogénea a toda la población. Atrás quedaba también la traumática escasez del “Período Especial” (eufemismo utilizado por el gobierno cubano para referirse a la furiosa crisis económica de los noventa). De golpe, los antiguos manjares hicieron su reaparición y una multiplicidad de aromas inundó pueblos y ciudades. La calle volvió a ser escenario de permanentes degustaciones, capaces de alegrarle el día al más atribulado de los transeúntes. “Ponme un café y un masarreal”. “Vaya tu maní tostado con sal”. “Dame pan con timba y jugo de tamarindo, mi socio”. “Coquitooooo”. “¿Hay guarapo?”.
Cientos de sabores se enseñorean, inabarcables. Los ojos de quienes creían haber olvidado brillan de ilusión glotona. Batido de gofio, chibirico, tortica, pan con lechón, puré de malanga, fufú de plátano, mermelada de guayaba, panetela borracha, champola, ropa vieja, potaje de chícharo, tostones, cangrejito de jamón.
Pero hay otra sensación que también vuelve, inevitable. La llaman dolor de bolsillo.
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La minería y el turismo son dos de los principales rubros de la economía cubana. En ambos el Estado se asoció con empresas transnacionales para explotar las riquezas de la isla. Los inversores extranjeros aportan financiamiento y tecnologías; las empresas estatales proveen los recursos naturales y la mano de obra barata. Estos negocios generan importantes rentas extraordinarias y constituyen la pata neoliberal del modelo postsocialista en construcción.
Las condiciones de trabajo en los complejos turísticos son muy duras, especialmente en aquellos enclaves reservados para el visitante estándar. Diariamente ingresan miles de laburantes a cayos o penínsulas repletos de hoteles all-inclusive; se ponen a las órdenes de infames gerentes europeos, experimentan una asimetría alevosa en la relación con clientes que siempre tienen la razón (y varios caprichos más), perciben salarios bajísimos y no cuentan con una cobertura sindical efectiva. Aun así, son empleos apetecidos por el común de los cubanos, por su contacto con la moneda fuerte y la promesa de escalar en una industria pujante. La pregunta obvia es cuándo y cómo resurgirá la vieja lucha de clases. El interrogante aún permanece ausente, en un país donde el marxismo-leninismo es la ideología oficial que se mama desde chico en las escuelas.
Sin embargo, desde que los cubanos pueden reconvertir sus casas en hosterías para alojar legalmente a los turistas (hoy el 20% de los extranjeros que vacacionan en el país se hospedan en viviendas particulares), o establecer restaurantes hogareños de los más diversos estilos, recauchutar sus viejas máquinas de la década del cincuenta en taxis híper-rentables, hay una disputa sorda por la captura de las divisas que ingresan al territorio nacional. Por un lado, las grandes cadenas hoteleras y gastronómicas; por el otro, ese vasto tejido variopinto que constituye la economía popular. Por un lado, grandes y sonantes inversiones; por el otro, el “invento” y el ingenio de la población. Por un lado, las mejores locaciones, por su ubicación céntrica o con vista al mar; por el otro, un laberinto inacabable de interiores donde prima la calidez humana y asoma un nuevo vínculo entre el adentro y el afuera.
La marea turística no ha parado de crecer desde que el campo socialista se desmoronó. Ya son cerca de tres millones los que aterrizan anualmente en tierras cubanas. Pero la gran tajada del negocio todavía está por venir. Dicen que en las altas esferas ya se preparan para recibir las hordas yanquis que “bajarán” cuando se libere la prohibición de gastar sus dólares en el caimán caribeño. Tal cimbronazo se sentirá en todos los niveles, desde las más básicas cuestiones de infraestructura hasta en el inmaterial plano de la ideología.
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El flaco Sandor tiene cuarenta años y cada día que pasa crece su nostalgia por la banda de compinches del pre-universitario José Martí con quienes vivió a pleno el despertar de los noventa. De aquel inolvidable grupo de amigos sólo él sigue residiendo en el país. “Después, nunca más tuve un broer de verdad”, dice melancólico. Con el nuevo siglo se graduó de economista y hoy convive con su novia y su suegra en uno de los barrios más populares de Guanabacoa, municipio capitalino famoso por la alta densidad de negros y por la fuerza con que se palpitan allí las religiones afrocubanas.
Desde que trabaja en el cabaret Tropicoco, Sandor ya no es tan flaco. Cuando lo nombraron administrador del Café Samia, imaginó que nada ni nadie podría malograr su meteórica carrera de funcionario gastronómico. Era un cuadro joven y con energía en ascenso, en un momento del país donde la innovación volvía a valorarse, luego de años de inercia.
No fue tan difícil cumplir con el primer objetivo de conformar un equipo de trabajo unido, en base a su habitual simpatía y a un criterio elemental de justicia redistributiva. Pero a poco de andar apareció lo inesperado. La competencia. A metros del afamado centro nocturno floreció “una paladar” que prosperó raudamente, multiplicando las mesas y la oferta. Sus dueños la bautizaron “Waca waca” y colgaron en la puerta un cartel lumínico que dice “Open” y nunca se apaga.
Sandor quiso entonces mover algunas fichas: propuso bajar la cerveza a un peso, en lugar de uno con veinte, comprar dos plasmas para exhibir videoclips e introducir algunas novedades en la carta. Nada de eso fue posible. Los precios y el menú se determinan de manera férreamente centralizada. Los televisores fueron solicitados a la instancia correspondiente, pero dos años después todavía no habían sido otorgados.
Por otra parte, el Flaco empezó a sufrir las típicas presiones del apetecible cargo. Administrar un restaurante estatal en Cuba constituye un sitial estratégico para desviar productos hacia la actividad negra, donde la rentabilidad se multiplica. Aquel funcionario que no se avenga al trapicheo ilegal generalizado suele ganarse el desprecio de sus subalternos habituados al imprescindible complemento salarial. Y es que sin ese plus los sueldos resultan francamente intolerables. El jefe que sí se adapta al funcionamiento lógico de las cosas corre el riesgo de ser acusado por malversación de fondos y siempre hay algún advenedizo que aspira a ocupar el lugar de privilegio. La carrera empresarial al interior del Estado cubano es un campo minado y los únicos que han podido transitarla con cierto éxito han sido los militares.
Así fue como el prometedor ascenso de Sandor devino una trampa. Sin alternativas, prefirió renunciar. Y ahora administra el humilde comedor obrero del cabaret, mientras piensa cómo volcar su ímpetu emprendedor hacia el incipiente sector privado, cada vez más pujante. “Al Estado no le trabajo más”, concluye.
El principal escollo para prosperar en el ámbito mercantil, que por primera vez lo seduce, es el financiamiento. Sandor se ilusiona con reunir a los viejos socios del Martí en torno a una inversión común en el centro de La Habana.
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Un panel de lujo discutió la situación de la industria editorial cubana, en el marco de la Feria Internacional del Libro. El público, sorpresivamente escaso, escuchó primero la intervención del escritor Pedro Juan Gutiérrez, provocador serial, considerado por la prensa cultural como una suerte de Bukowski caribeño. Pedro Juan vive la mitad del año en Madrid y el resto de los meses en una casa que compró en Santa María, la mejor playa de la capital cubana. El autor de El rey de La Habana cuestionó la imposibilidad de importar libros editados en el extranjero durante los últimos cincuenta años y consideró a esa falencia como la principal razón del encapsulamiento literario que se respira en la isla. Muchos de los autores contemporáneos más importantes no han sido ni serán leídos en Cuba. Se trata de un daño cultural irreversible, consideró. Si bien podría rastrearse en los inicios del proceso revolucionario una prohibición de corte ideológico, el verdadero motivo del aislamiento tiene que ver con la incapacidad financiera del país para comprar libros en el exterior que tendrían que venderse en un improbable mercado interno en divisas. Aun si la industria local creciera exponencialmente, el problema de fondo no sería resuelto.
A continuación, Leonardo Padura. Escritor insignia de la literatura cubana actual, vecino del barrio Mantilla en la periferia capitalina, apasionado teórico del béisbol. Padura recibió el Premio Nacional de Literatura 2012, lo cual fue interpretado como un guiño de la dirección política hacia ciertas trayectorias insistentemente críticas. Pero sus libros no se consiguen en las librerías del país. Las escasas ediciones de su obra se agotaron en cuestión de minutos. Y largas colas de lectores se anotan para acceder a los pocos ejemplares que circulan de El hombre que amaba a los perros. “La industria editorial cubana nunca va a salir a flote si el único fundamento de su existencia es el subsidio estatal. Tiene razón Pedro Juan cuando dice que sin un mercado literario propio, el atraso en este rubro seguirá siendo crónico”. Acto seguido, Padura explica el modelo Tusquets, una empresa de la que participa y en la que cree. “La casa editorial catalana en la que publico no está entre las más grandes, que son transnacionales; pero tampoco es chica, como tantas que se insertan en ciertos nichos para sobrevivir. Ese tamaño mediano es interesante, porque les permite sostener un proyecto cultural propio, y a la vez delinear un esquema económico sustentable. Tusquets posee cuatro o cinco escritores que venden muchísimos ejemplares, entre los cuales me encuentro yo. Luego hay autores menos exitosos desde el punto de vista comercial, que engrosan el catálogo. Y cada año se publican algunos libros con ánimos experimentales, incluso poesía, que son financiados por los ‘tanques’ más vendedores.”
El cierre quedó a cargo de Zuleiºca Romay, presidenta del Instituto Cubano del Libro, estilo de dirigente que sólo una revolución como la cubana puede engendrar. Intensamente prieta, dueña de un habla a la vez culta y silvestre, de una gestualidad refinada e irreverente, Zuleica entrelaza fragmentos de frescura caribeña y pensamiento conceptual. Su libro Elogio de la altea o las paradojas de la racialidad ganó el Premio Extraordinario otorgado por la Casa de las Américas al mejor estudio sobre la presencia negra en la América contemporánea. A pesar de su admiración por quienes la antecedieron en la palabra, la funcionaria asumió la polémica y defendió el carácter subsidiado de la industria nacional del libro. “Lo principal es defender la singularidad e independencia de criterio de nuestros autores y lectores, incluso si eso supone ciertoʽaislamientoʼʽatrasoʼ. Cuando el mercado orienta la producción cultural, aun si se trata de empresarios de buen gusto e ideologías progresistas, los criterios pedagógicos o políticos pasan a un segundo plano y tarde o temprano quedan en el olvido”.
Zuleica reconoció la incapacidad de la industria de poner en circulación la literatura contemporánea cubana, especialmente aquellos best sellers agotados o nunca publicados en la isla. Pero también ofreció datos frescos sobre los títulos más vendidos en la última Feria: “La literatura infantil, como siempre; todo lo relativo a la religión afro que aparece, vuela; y, ¿quién adivina cuál fue el género que más creció en las ventas este año? ¡Los manuales de autoayuda! Pa que tú sepa”.
La sorpresa desfiguró los rostros presentes, seguida por un suspiro de fatalismo generalizado.
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Yoandry Urgellés Cobas es uno de los mejores peloteros surgidos de los equipos capitalinos en tiempos recientes. Debutó en la última temporada del siglo XX y fue elegido novato del año. Desde entonces juega en Industriales, la formación más popular y ganadora del béisbol cubano. Urgellés es zurdo y tiene grandes condiciones para el bateo, aunque también se destaca en la defensiva. Además, es rápido, picante, entrador. Integró la selección nacional que participó en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 y en Beijing 2008, viajó a la Copa Mundial de Rotterdam 2005 y la de Taiwán 2007, estuvo en los Panamericanos de Río de Janeiro 2007 y en otras competencias internacionales. Pero hace dos años sufrió una lesión que lo alejó de los estadios. Y aunque está de vuelta, todavía no ha logrado recuperar su excepcional performance de antaño.
En una de sus contadas apariciones durante la pasada serie nacional, Yoandry conectó un importante jonrón. Al finalizar el inning fue a saludar al público plateísta y un chico de diez años le dijo: “¡Urgellé, tremendo batazo!”. Mitad en serio mitad en broma, el ídolo le respondió: “Coño chama, ¿vengo a saludarte y me dices payaso?”. El niño quedó petrificado, a medio camino entre la risa y el llanto.
En los entrenamientos industrialistas que se realizan en el estadio Changa Mederos de la Ciudad Deportiva, Yoandry siempre tiene un chiste entre dientes. Mientras precalientan, ironiza sobre las pobrísimas condiciones del deporte de alto rendimiento en la isla. Cualquiera de ellos podría ganar millones en las Grandes Ligas de Estados Unidos. Sin embargo la mayoría se queda. Y todo les cuesta un triunfo.
El principal problema a medida que pasa el tiempo es la motivación. Quince años en la misma escuadra, luego de haberlo ganado todo, ¿para qué seguir esforzándose? Wilber de Armas, uno de los coachs del equipo habanero, percibe el desánimo de Urgellés y lo increpa delante de sus compañeros: “Tú mismo estás decretando el fin de tu carrera. Cada vez entrenas menos y, ¡mira como vienes vestido! ¿Te parece que se puede venir en short al entrenamiento?”. Yoandry responde como puede, improvisa y contesta algo revelador: “¿Cómo tú quieres que venga vestido si hace cinco años que no viajo?”.
Salir al extranjero fue el gran trauma de todo cubano nacido a partir de 1959. Quienes conseguían el permiso de viaje debían formularse una pregunta muy íntima: quedarse afuera o regresar. Según el régimen migratorio socialista, que prohibía el libre movimiento a sus ciudadanos, la alternativa se planteaba en términos de una “infame deserción” o una “reafirmación revolucionaria”. En el caso de los deportistas de alto nivel, participar de las competencias internacionales era la oportunidad para conseguir indumentaria y equipamientos que en la isla escasean. Es común que a estos atletas les lluevan jugosas ofertas y quienes aceptaban asumían el riesgo de no regresar nunca más a su tierra. Hasta que el 14 de enero de este año comenzó a regir la nueva ley migratoria, que elimina el “permiso de salida” otorgado discrecionalmente por el Estado cubano.
Desde entonces se especula con la inminente habilitación de los peloteros locales para que jueguen en las ligas del exterior. Y se multiplican los viajes de fogueo, como premio al buen desempeño. Tal vez Urgellés encuentre ahora un nuevo estímulo.
Para el béisbol cubano abrirse al mundo implicará una saludable actualización, seguramente un crecimiento. Mientras tanto, el gran desafío será impedir que la popular liga local se deshilache diezmada por la fuga de talentos, como sucedió en República Dominicana, Venezuela, Puerto Rico, México y en el resto de los países latinos que nutren con sus estrellas a los equipos yanquis.
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Los grandes logros históricos de la revolución cubana se han ido devaluando. La educación pública atravesó una crisis profunda de la que aún no logra recuperarse; el sistema médico mantiene su importante cobertura en atención primaria, pero no logra garantizar la totalidad de los medicamentos; las organizaciones de masas que en su origen encarnaron la emergencia de un auténtico poder popular, como las Asambleas o los Comités de Defensa de la Revolución, hoy constituyen instancias burocráticas sin aptitud cuestionadora ni capacidad de movilización y, en lo referido a la igualdad entre distintos estratos de la sociedad, el retroceso ha sido manifiesto. Pero lo que más preocupa a ciertas áreas de la intelectualidad y la militancia crítica es el deterioro del horizonte emancipador (luego de la ruina del socialismo del siglo XX) y el consecuente agotamiento de la imaginación política e ideológica. A pesar de todo, Cuba sigue siendo fuente de inspiración en varios sentidos. Por pura tozudez.
Una de las últimas obsesiones de Fidel en el gobierno fue la apuesta continuada por insertarse en el mercado mundial en base a criterios de cooperación. El longevo estadista intuyó que los términos del intercambio establecidos con el campo socialista no habían sido apenas una protuberancia de la fría geopolítica bipolar, y podían ser recreados atendiendo a las nuevas condiciones globales. Rápido de reflejos, “el Fifo” (como alguna vez le dijeron con cariño en la isla) aprovechó la aparición de gobiernos dispuestos a experimentar relaciones internacionales más justas en América Latina y se lanzó a experimentar nuevas modalidades de comercio con Venezuela, Brasil, Ecuador, Bolivia y hasta cierto punto Argentina. Así surgió la idea (brillante) de exportar profesionales médicos y deportivos, es decir conocimiento y atención, a cambio de combustible y crédito. De este modo se sostiene nada menos que la ecuación energética del país.
El hermano Raúl también tiene credenciales para mostrar. En ocasión de asumir la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), Raúl Castro dijo: “Ayer se habló aquí de que había drogas y narcotráfico en todos los países del continente, y quiero solamente aclarar que en Cuba no hay drogas. Intentaron. Existen más de 250 detenidos de diferentes países extranjeros por introducir drogas. Hoy sólo se encuentra un poquito de marihuana que se cosecha en cualquier maceta de cualquier ciudad, pero drogas no hay ni habrá. Sólo quiero expresar en relación a este tema, que se pueden tomar medidas”. Seguramente, si uno le pone empeño, podrá hallar variedad de sustancias en La Habana. Pero lo cierto es que el narcotráfico fue combatido y totalmente neutralizado en la isla. Y eso es algo que se siente. Se respira. Se disfruta.
El 22 de diciembre de 1961 el gobierno revolucionario declaró a Cuba “territorio libre de analfabetismo”. Cincuenta años después, el mismo gobierno asegura contar con un “territorio libre de narcotráfico”. Cuestiones laterales, que hacen la diferencia.
* Integra el Colectivo Situaciones y es editor de la Revista Crisis.