Lula: “Yo era un indeseable que llegué a una fiesta a la que nadie me había invitado”

 Emir Sader y Pablo Gentili
Pagina12

Luiz Inácio Lula da Silva, la cabeza visible del actual proceso de cambio en Brasil, repasa los diez años de gobierno del Partido de los Trabajadores en diálogo con el actual secretario del Centro Latinoamericano de Ciencias Sociales, Pablo Gentili, y su antecesor, Emir Sader, que lo entrevistaron como parte de un libro sobre esa experiencia.
Emir Sader y Pablo Gentili durante la entrevista con Lula da Silva.
Imagen: Ricardo Stuckert/Instituto Lula.

Luiz Inácio Lula da Silva es un ser práctico, intuitivo, que busca la resolución concreta de los problemas. Fue en buena medida por eso que se desarrolló en Brasil un complejo proceso de articulación política que tornó posible la prioridad de lo social y la promoción de políticas igualitarias, la soberanía externa y la recuperación del papel activo del Estado en la construcción de los derechos ciudadanos.

–¿Cuál es su balance de los diez años de gobierno del Partido de los Trabajadores?
–Creo que estos últimos diez años forman parte del mejor período que vivió Brasil en muchas décadas. Si analizamos las carencias que todavía existen, podemos reconocer que aún queda mucho por hacer para garantizarle a nuestro pueblo la conquista plena de ciudadanía. Pero si analizamos lo que hicimos, observaremos que otros países no consiguieron, en treinta años, hacer lo que nosotros conseguimos hacer en una década. Quebramos tabúes y prejuicios establecidos. Y algunas verdades se esfumaron. Primero probamos que era plenamente posible crecer distribuyendo riqueza, que no era necesario esperar el crecimiento para distribuir. Segundo, que era posible aumentar los salarios sin inflación. Durante los últimos diez años, los trabajadores tuvieron un aumento real en sus ingresos, el salario mínimo creció casi 74 por ciento y la inflación estuvo controlada. Tercero, durante esa década aumentamos nuestro comercio exterior y aumentamos nuestro mercado interno sin que eso entrase en conflicto. Antes decían que no era posible que crecieran al mismo tiempo el mercado externo y el mercado interno. Esos fueron algunos tabúes que rompimos. Y, al mismo tiempo, hicimos una cosa que yo considero extremadamente importante: probamos que poco dinero en mano de muchos es distribución de la riqueza y que mucho dinero en mano de pocos es la puerta para todo tipo de injusticias.
–¿La ruptura de esos tabúes fue percibida por la sociedad?
–Creo que mucha gente de clase media y rica terminó entendiéndolo. Quienes ironizaban sobre el Programa Beca Familia, el aumento del crédito para la agricultura familiar, el programa Luz para Todos y otras políticas sociales que desarrollamos, aquellos que los despreciaban diciendo que eran limosna, que eran mero asistencialismo, percibieron que fueron esos millones de personas, cada quien con un poquito de dinero en la mano, los que comenzaron a dar estabilidad a la economía brasileña. Hicieron que creciese, que generase empleo y más riqueza. Es una lógica que todo el mundo debería conocer. ¿Qué país del mundo va a crecer si su pueblo no tiene poder de compra? Desde el punto de vista económico, creo que nosotros marcamos una nueva trayectoria en la vida brasileña.
–¿Cuál es el gran legado de estos diez años de gobierno?
–Recuperamos el orgullo personal, el orgullo propio, la autoestima. Conquistamos cosas que antes parecían imposibles. Pasamos a ser más respetados en el mundo: la gente mira hoy a Brasil y no ve sólo chicos de la calle, Pelé o el Carnaval. Sabe que Brasil tiene gobierno, que este país tiene política, que este país pasó a ser tratado como referencia para muchas cosas que fueron decisivas en el mundo. Llegaremos al 2016 como la quinta economía del mundo. Pero lo más importante es tener en claro que el mayor objetivo de Brasil no es ser la quinta o la cuarta economía mundial. Es importante mejorar día a día la calidad de vida del pueblo brasileño, desde el punto de vista del salario, de la vivienda, del saneamiento básico o de la educación. Ya no nos tratan más como ciudadanos de segunda clase. Recuperamos el placer y el gusto de ser brasileños. El gusto de amar a nuestro país.
–¿Qué es lo que le produce más orgullo de todo lo que hizo en su gobierno?
–Siento mucho orgullo, en este caso es un orgullo muy personal, hasta un poco de vanidad, por pasar a la historia como el único presidente que no tuvo diploma universitario, pero creó más universidades en este país. Creamos 14 universidades nacionales nuevas, 126 nuevos campus universitarios y 214 escuelas técnicas superiores. Esto entre 2003 y 2010. Ayer recibí la carta de un señor que agradece la formación de su hijo, en Biomedicina. Es un chofer de ómnibus y también él está estudiando Derecho. Los dos pudieron cursar estudios universitarios gracias al Programa Universidad para Todos (Prouni). Pienso que esas cosas pasaron porque, en su sabiduría, el pueblo consiguió después de tanto tiempo, de tantos prejuicos, probar que uno del pueblo podía gobernar este país. Pudimos concretar aquellas tres promesas de mi discurso de asunción: “Primero voy a hacer lo necesario, después voy a hacer lo posible y, cuando menos lo imagine, estaré haciendo lo imposible”. Lo sagrado es no tener miedo de conversar con el pueblo. Cuando tenés un 92 por ciento de aprobación en las encuestas de opinión pública, quizá no necesitás conversar con el pueblo. Necesitás conversar con el pueblo cuando las papas queman, cuando estás siendo acusado, acorralado. Lo necesitás porque cuando conversás con el pueblo y lo hacés mirando a cada uno a los ojos, ellos saben distinguir qué es mentira y qué es verdad. Y quién está de qué lado en toda esta historia.
–¿La reacción de la oposición y de ciertos sectores de la prensa a los gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) son desproporcionadas frente a esos resultados?
–En 1979, cuando surgió la bandera de la lucha por la libertad de organización política, posiblemente yo era la única referencia nacional unánime del movimiento sindical. Recuerdo que por primera vez hablé de la necesidad de creación del Partido de los Trabajadores en un encuentro en Sao Bernardo do Campo. Cuando finalmente lo fundamos, dijeron que no sería posible tener un partido con las características del PT, creado y dirigido por trabajadores. Después dijeron que no pasaríamos de una cosa pequeñita, linda y radical. Y nosotros no nacimos para ser bonitos ni radicales. Nacimos para tomar el poder.
–Pero también el PT nació para ser radical...
–El PT era muy rígido, y fue esa rigidez la que le permitió llegar donde llegó. Sólo que, cuando un partido crece mucho, entra gente de todas las especies. O sea: cuando uno define que va a crear un partido democrático de masas, al partido puede ingresar un cordero y puede ingresar un jaguar. Pero el partido llega al poder. Nuestra llegada al poder no fue vista por la actual oposición como una alternancia beneficiosa para la democracia. Ellos no lo vieron así. Yo era un indeseable que llegué a una fiesta a la que nadie me había invitado. Lo cierto es que entramos a la fiesta. Y lo peor para ellos: gobernamos bien. Así fue que intentaron usar el episodio del mensalao para acabar con el PT y, obviamente, terminar con mi gobierno. En esa época, había gente que decía: “El PT murió, el PT se terminó”. Pasaron seis años y quienes se acabaron fueron muchos de los partidos de oposición. El DEM ni sé si existe más. Creo que no. El Partido de la Socialdemocaracia Brasileña está intentando resucitar al “joven” Fernando Henrique Cardoso porque no creó liderazgos y no promovió nuevos cuadros. Estas cosas supongo que aumentan el resentimiento contra nosotros. Sin embargo, las elites nunca ganaron tanto dinero como durante mi gobierno. Ni las emisoras de televisión, que estaban casi todas quebradas. Ni los periódicos, que también estaban casi todos quebrados cuando asumí. Las empresas y los bancos nunca ganaron tanto. Pero los trabajadores también ganaron. El trabajador sólo puede ganar si a la empresa le va bien. No conozco, en la historia de la humanidad, un momento en que a una empresa le vaya mal y sus trabajadores consigan conquistar alguna otra cosa que no sea el desempleo.
–¿Por qué esto no se traduce en un análisis favorable de los gobiernos de Lula y Dilma por parte de la prensa brasileña?
–Este país está andando bien, pero es verdad que eso no se ve en la prensa. Es increíble. Una vez el ex presidente de Portugal Mário Soares vino a Brasil a hacerme una entrevista. Cuando llegó traía Le Monde, Der Spiegel, el Financial Times y muchas otras revistas y periódicos internacionales. Me dijo: “Lula, estoy enloquecido. Vengo de un continente en que todos sólo hablan bien de Brasil. Pero cuando llego aquí leo la prensa brasileña y dice que en este país nada anda bien”. Una parte de la prensa nacional parece querer sustituir a los partidos políticos. O sea, el debate que debería hacerse en el Parlamento, entre los partidos y por la sociedad, está siendo monopolizado por la prensa. Es realizado solamente por algunas redacciones y, dentro de ellas, por algunos pocos columnistas que intentan fingir que no son políticos, que son imparciales. Creo que eso es malo, muy malo. Intentar negar la política es un desastre. Es un error que puede ser cometido tanto por la derecha como por la izquierda. No sirvió en ningún lugar del mundo porque lo que vino después fue peor. Feliz la nación que tiene como interlocutores instituciones fuertes, sean ellas partidos, sindicatos, iglesias o movimientos sociales. Cuanto más fuertes sean las instituciones y los movimientos sociales, más fuerte será la democracia y más garantías tendrá. Y es esto lo que los sectores conservadores no comprenden.
–Lula, Brasil cambió en estos diez años y cambió para mejor. Y usted, ¿en qué cambió?
–Una de las cosas buenas de la vejez es sacar provecho de lo que te enseña la vida. La vida me enseñó mucho. Fundar un partido en las condiciones en las que lo hicimos fue muy difícil. Ahora que es un partido grande, todo es más fácil, pero yo viajaba de Norte a Sur de Brasil para hacer asambleas con tres o cuatro personas. Salía de San Pablo para Acre, en el extremo Norte, para hacer una reunión con diez personas o para convencer a Chico Mendes de que entrara en el PT. Era muy difícil hacer caravanas, viajar para el Nordeste, tomar un ómnibus, estar una semana caminando, haciendo reuniones al mediodía, con un sol terrible, explicando lo que era el PT para que la gente se afiliara. Yo cambié. Cambié porque aprendí mucho, pero continúo con los mismos ideales. Creo que sólo tiene sentido gobernar si uno consigue hacer que las personas más pobres tengan más oportunidades. Las personas necesitan solamente de oportunidades. Teniendo oportunidad, todo el mundo puede ser igual. La gente sólo necesita una chance. Creo que empezamos a hacer esto en mi gobierno. Pero la tarea no está terminada. Uno no cambia generaciones de equívocos en pocos años. Necesita tiempo para poder hacerlo. Creo que el camino que elegimos es el correcto.
–Y el PT, ¿cambió?
–Existen dos partidos de los Trabajadores. Uno es el PT del Congreso, de los parlamentarios, el PT de los dirigentes. Otra cosa es el PT de la base. Yo diría que el 90 por ciento de la base del PT continúa igual a lo que era en 1980. Sigue queriendo un partido que no haga alianzas políticas, pero al mismo tiempo sabe que, para ganar, tiene que hacer acuerdos. Es una base muy exigente, muy solidaria y todavía desconocida por parte de la elite brasileña que conoce el PT sólo superficialmente. El PT es muy fuerte en los movimientos sociales y en el interior del país. Esa fortaleza no siempre se expresa en la cantidad de votos. Pero también está el PT de las elecciones. En Brasil, o hacemos una reforma política o la política va a tornarse más perversa de lo que ya fue en cualquier otro momento. Es necesario que las personas entiendan que no solamente deberíamos tener financiamiento público de la campaña, como también debería ser un delito el uso de dinero privado. Que es necesario hacer el voto por lista, para que la pelea se dé internamente en los partidos. Podríamos tener un modelo mixto (un voto puede ser para la lista, el otro para el candidato). Lo que no se puede es continuar como está actualmente. El PT necesita reaccionar e intentar poner la reforma política en la agenda pública. Algunas veces tengo la impresión de que los partidos políticos son un negocio, cuando, en rigor, deberían ser una institución extraordinariamente importante para la sociedad. La sociedad tendría que creer en los partidos y participar en ellos.
–¿Entonces el PT no necesariamente cambió para mejor?
–Cambió porque aprendió la convivencia democrática en la diversidad. Pero también creo que, en muchos momentos, el PT cometió las mismas desviaciones que criticaba en los otros partidos políticos. Ese es el juego electoral que está en danza: si el político no tiene dinero, no puede ser candidato y no tiene cómo ser elegido. Si no tiene dinero para pagar la televisión, no hace campaña. El PT tiene que aprender que, cuanto más fuerte sea, debe tornarse más serio y riguroso. El PT necesita volver a creer en los valores en que creíamos y que fueron banalizados por la disputa electoral. Yo, sinceramente, creo que éste es el tipo de legado que tenemos que dejarles a nuestros hijos y a nuestros nietos. Probar que es posible hacer política con seriedad. Uno puede jugar el juego político, puede hacer alianzas, puede hacer coaliciones, pero para hacer política no necesita establecer una relación promiscua con nadie. El PT necesita volver urgentemente a tener esto como un horizonte propio, como un ejercicio práctico de la democracia.
–¿Qué lamenta de esta última década?
–Si hay un ciudadano que no puede quejarse por estos últimos diez años, soy yo.