El escenario mundial y la banca de desarrollo en América latina

Aldo Ferrer
Diario BAE


En la reciente reunión de la Asociación Latinoamericana de Instituciones Financieras para el Desarrollo (ALIDE, Mendoza, abril 24/25), traté el tema de las responsabilidades de la banca de desarrollo en nuestros países, dado el actual escenario internacional. Comenzando por esto último, señalé que vivimos en un tiempo paradojal. Por una parte, un extraordinario potencial de crecimiento de la economía mundial. Por la otra, particularmente en las antiguas economías avanzadas del Atlántico Norte, bajo aumento, cuando no estancamiento, del producto y el comercio internacionales, altos niveles de desempleo y mayor desigualdad en la distribución del ingreso.

Respecto de la primera cuestión, se observan tres factores expansivos principales de la economía mundial. Primero, la incorporación de centenares de millones de personas al mercado, como oferentes de manufacturas y demandantes de alimentos e insumos industriales. Este proceso, que tiene lugar principalmente en China y otras naciones emergentes de Asia, amplía el mercado mundial y redistribuye la actividad económica, constituyendo un nuevo centro dinámico de la economía global. Segundo, el avance incesante del conocimiento científico y de las nuevas tecnologías (que incluyen la biotecnología, comunicación e información, nanotecnología, robótica y automatización), provoca el aumento de la productividad, la aparición de nuevos bienes y servicios y la multiplicación de los medios para el desarrollo sustentable, el bienestar social y la protección del medio ambiente. Por último, existe una inmensa demanda insatisfecha de bienes y servicios necesarios para la elevación de los niveles de vida de los sectores sociales postergados y las inversiones necesarias para erradicar las amenazas al ecosistema.
El despliegue del potencial de desarrollo de la economía mundial permitiría resolver las desigualdades abismales entre países y entre los sectores sociales de cada uno de ellos. También, los desequilibrios macroeconómicos del sistema global y proteger el medio ambiente. Asimismo, en ese escenario potencial y expansivo, seguramente se facilitaría la resolución de los conflictos políticos que constituyen una amenaza a la paz y la seguridad internacionales.
Sin embargo, la realidad actual es muy distinta. Los países avanzados del Atlántico Norte siguen debatiéndose en una crisis no resuelta. Las economías vulnerables de la Unión Europea soportan ajustes de un inmenso costo económico y social. No existen, en ese espacio ni en Japón (atrapado en un prolongado proceso deflacionario), perspectivas de recuperación en plazos previsibles. Las economías emergentes, China en primer lugar, mantienen ritmos considerables de desarrollo, pero registran el contagio de los problemas de los antiguos países industriales, destino importante de sus exportaciones.
La redistribución de la actividad económica mundial ha provocado el desplazamiento del principal instrumento de la gobernanza del sistema global, del G-7, constituido por las antiguas potencias industriales, al G-20, que incorpora a China y otros nuevos protagonistas de la economía mundial, incluyendo la Argentina, Brasil y México. Pero el sistema global sigue atrapado en la imposibilidad de enfrentar sus desequilibrios fundamentales y, por lo tanto, desplegar el formidable potencial expansivo existente, antes señalado. Ésta es la gran paradoja del orden global contemporáneo.
¿Por qué sucede? La respuesta no radica en problemas inherentes a la globalización. Ésta es una consecuencia inevitable del avance tecnológico y de las relaciones, cada vez más estrechas, entre los seres humanos, los países, las culturas. La globalización es, en sí misma, el escenario en el cual podría tener lugar el despliegue de las fuerzas expansivas de la economía mundial, la inclusión de nuevos actores y la resolución de los problemas fundamentales. Sucede, en cambio, que la globalización es la correa de transmisión del contagio de los problemas de unos países a otros, la multiplicación de las desigualdades y de los desequilibrios del desorden global.
La explicación de la paradoja es otra. A saber, la incapacidad de la visión y la estrategia neoliberal, imperantes en las antiguas potencias industriales del Atlántico Norte, de contribuir a la gobernanza del sistema y desplegar su potencial de desarrollo. Los intereses transnacionales, principalmente los vinculados a la especulación financiera, han impuesto la idea de que vivimos en un mundo sin fronteras, cuyo funcionamiento responde a un orden natural ingobernable. Éste sería el mejor de los mundos posibles, porque el libre juego de las fuerzas del mercado, contribuye al equilibrio y crecimiento de la economía mundial y al derrame de sus frutos. En consecuencia, cualquier interferencia de las políticas públicas, contrarias al orden natural de los mercados, es perjudicial y está destinada al fracaso. De allí, que las políticas prevalecientes en las economías avanzadas del Atlántico Norte, particularmente en la Unión Europea, consisten en recuperar la confianza de los mercados a través de políticas de ajuste, el desmantelamiento de los instrumentos de acción pública y la desregulación incesante de la actividad económica. Es decir, la insistencia en las mismas políticas que desencadenaron la crisis.
El hecho de que China y otras naciones emergentes no se han sometido al canon neoliberal les ha permitido desplegar su potencial, industrializarse, incorporar la ciencia y la tecnología en su tejido económico y social y establecer relaciones simétricas, no subordinadas, con el antiguo centro hegemónico de las potencias industriales del Atlántico Norte.
En resumen, la actual crisis del orden mundial no es la de globalización. Obedece al fracaso de la visión y la estrategia neoliberal y, consecuentemente, a la imposibilidad de gobernar el orden global, asumir las asimetrías existentes, reconocer la necesidad de coexistencia de políticas nacionales adecuadas a las realidades de cada país y de establecer, sobre estas bases un orden mundial equitativo, capaz de desplegar el potencial disponible y resolver los problemas pendientes.
En los plazos previsibles, es improbable una reforma del régimen económico mundial que resuelva la paradoja entre las fuerzas potenciales expansivas del sistema y la actual crisis internacional. América latina no puede esperar que sus problemas se resuelvan desde afuera, en una relación subordinada, periférica, con los centros de poder económico. Estas tendencias transmiten mensajes muy claros para la estrategia de desarrollo necesaria y, en este contexto, para las responsabilidades de la banca de desarrollo. Volveré sobre estos temas en notas posteriores.