Operación ‘Desierto floreciente’

      >Por Nima Shirazi*
      “Entonces podríamos amar ese tractor igual que amamos esta tierra cuando era nuestra. Pero el tractor hace dos cosas: remueve la tierra y nos expulsa de ella. Apenas hay diferencia entre el tractor y un tanque. Los dos empujan a la gente, la intimidan y la hieren. Hemos de pensar en esto.” (John Steinbeck, Las uvas de la ira (1939), Capítulo 14).
      “Si los olivos conocieran las manos que los plantaron, su aceite se habría vuelto lágrimas...” (Mahmoud Darwish)
    Mientras la nueva Flotilla de Gaza se preparaba para zarpar, a pesar de numerosos actos de sabotaje y un interminable bombardeo de propaganda del gobierno israelí, Ethan Bronner del New York Times (Con la ayuda de su leal compañero de trabajo Fares Akram) hizo lo posible por distraer la atención del sufrimiento en Gaza publicando artículos para mostrar cuán maravillosa y lujosa es la vida en una prisión sitiada al aire libre.
    El 28 de junio, Bronner publicó un artículo titulado: “Un cosecha abundante, establecida en el suelo de un antiguo asentamiento”. El titular en línea de The Times decía: “Gaza establece independencia alimentaria en antiguos asentamientos israelíes”. Más allá de la obvia intención inherente en esas líneas, el artículo mismo trafica con antiguas figuras retóricas sionistas de revisionismo histórico, recuperación de tierras y desiertos florecientes.
    Bronner comienza por decir:
    Cientos de hectáreas de sandías, retoños de naranjos y vides se extienden en hileras ordenadas hasta el horizonte. Tubos de irrigación yacen en la arena, goteando silenciosamente. Los manzanos comienzan a florecer cerca. Los aguacates y mangos están en camino.
    Gaza, aislada por Israel y Egipto durante los últimos cuatro años y muy dependiente de la ayuda alimentaria, está expandiendo una enorme granja dirigida por el Estado con el fin de lograr una independencia alimentaria parcial. Lo más impresionante es el que el proyecto se encuentra al centro de una franja costera en los sitios de antiguos asentamientos israelíes cuyos invernaderos saqueados y campos arruinados se convirtieron en un símbolo de todo lo que había ido mal en la retirada israelí hace seis años.
    Lo que no menciona Bronner es la dimensión de la dependencia de la ayuda y de la crisis humanitaria en Gaza. Antes, esta semana, Chris Gunness, director senior de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA), lo dijo de esta manera:
    Consideremos los hechos humanitarios básicos sobre el terreno. El 95% del agua no es potable en Gaza. El 40% de las enfermedades se transmiten por el agua de mala calidad. El 45,2% de la fuerza laboral no tiene trabajo. El 80% depende de la ayuda. La pobreza extrema se ha triplicado desde el bloqueo. Obviamente existe una crisis en todos los aspectos de la vida en Gaza.
    Un informe reciente del Programa Mundial de Alimentos reveló que solo un 20% de la población de Gaza goza de “seguridad alimentaria”, mientras “el predominio de la inseguridad en la alimentación familiar sigue siendo muy elevada a un 54% con otro 12% de los hogares vulnerables a la inseguridad alimentaria”. El informe también estableció que un 38% de los residentes en Gaza vive bajo la línea de pobreza, y señala que “sin ayuda social y humanitaria, casi la mitad de la población de Gaza estaría bajo la línea de pobreza (48,2%).”
    Bronner escribe sobre la remoción por parte de Israel de “9.000 colonos y de todos sus soldados de Gaza en 2005”, en cuya ocasión “los invernaderos de alta tecnología de los colonos, que se compraron para los palestinos con 14 millones de dólares en donaciones, se dejaron sin protección y en unos días los despojaron del equipo de computación, tubos de irrigación, bombas de agua y planchas de plástico”. Omite el hecho de que Gaza sigue siendo territorio ocupado, controlado por todos los lados desde fuera –tierra, mar y aire– y constantemente sometido al ataque de los militares israelíes. Bronner describe frívolamente el asedio económico y el castigo colectivo de una población civil como “procedimientos de seguridad en camiones salientes” impuestos por Israel después de “un ataque en la frontera”.
    En realidad, el resultado fue una prohibición casi total de exportación que ha devastado Gaza e imposibilitado cualquier tipo de recuperación económica. El cuadro siguiente, tomado de un informe de 2010 del Centro de Comercio Palestino, muestra las tendencias anuales de exportación de junio de 2006 a julio de 2010.
    Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen.
    Éstas son las tendencias de importación y exportación de Gaza durante la última década:

    Es posible que tu navegador no permita visualizar esta imagen. 
    Entre noviembre de 2010 y mayo de 2011, solo se permitió que 290 camiones cargados con exportaciones partieran de Gaza, a pesar del supuesto “relajamiento” del sitio en junio de 2010. Estos totales representan “solo un 5% del volumen de exportaciones anteriores al bloqueo”, cuando más de 960 camiones salían de Gaza cada mes. La organización de derechos humanos israelí Gisha informó recientemente de que: “Entre noviembre de 2010 y abril de 2011, Israel permitió excepcionalmente la exportación de una cantidad mínima de fresas, flores, pimientos y tomates de Gaza a mercados europeos”. Gisha también reveló que la “tasa promedio de exportación durante ese tiempo fue de dos camiones diarios” y que “desde el 12 de mayo de 2011, ningún camión cargado con bienes para la exportación ha salido de la Franja”.
    Bronner alardea de un aumento de productividad, del renacimiento de áreas de asentamiento, de granjas que se están “expandiendo cada año” y del suministro de “puestos de trabajo a 500 personas, así como frutas y vegetales para grandes sectores de los 1,6 millones de habitantes de Gaza”, y “100 toneladas de uvas y 23.000 toneladas de sandías” producidas y vendidas localmente. Describe reuniones realizadas con “café con especies… tartas de manzanas crujientes y pepinos”.
    Sin embargo, aún más alarmante que el rechazo de Bronner de la responsabilidad israelí del bienestar de los habitantes de Gaza como potencia ocupante (al declarar que “en el último par de años” Gaza ha “batallado con su aislamiento y decadencia económica”, como si no fueran unas políticas israelíes deliberadas y una clara contravención del derecho internacional) es su inversión de la victimización y la falsa equivalencia:
    Para los antiguos colonos judíos, que llegaron al lugar en los años setenta, la pérdida de su sustento y de sus casas cuando el ejército israelí los removió sigue siendo una fuente de trauma. La congoja que sufren cuando recuerdan su pérdida tiene a veces un impresionante parecido con la forma en que los refugiados palestinos lamentan la suya.
    En un pequeño museo a la entrada a Jerusalén con el nombre del antiguo bloque de asentamientos, Gush Katif, exhiben esa pérdida: las llaves de una antigua sinagoga cuelgan en la pared, cerca hay una copa de cristales rotos de sus ventanas y fotos en color de agricultores sonrientes en sus invernaderos cultivando pimientos amarillos y geranios.
    La agricultura fue el centro de la vida de los colonos. Suministraban un 10% de la producción agrícola de Israel y un 65% de sus vegetales orgánicos de invernadero; exportaban vegetales por 25 millones de dólares por año. Muchos de estos colonos todavía están en viviendas provisionales en Israel y en asentamientos en Cisjordana. El hecho de que el gobierno israelí no los haya reubicado adecuadamente ha sido uno de los argumentos que más se han esgrimido en Israel contra las retiradas de colonos para permitir un Estado palestino.
    El ex funcionario de la CIA y actual profesor de Georgetown Paul Pillar, como reacción a las ofuscaciones de Bronner, responde elocuentemente en su último artículo en The National Interest:
    No existe una equivalencia moral o legal entre la suerte de unos refugiados obligados por un ejército conquistador a abandonar las casas que sus familias habían ocupado durante generaciones, y la condición de colonos instalados por un régimen conquistador que después los retira. A pesar de todo, es irónico que el gobierno israelí parezca estar empleando la misma técnica –utilizar a personas desplazadas para apoyar un argumento en una disputa internacional– de cuyo uso los israelíes han acusado desde hace tiempo a los regímenes árabes.
    Como si fuera poco para los pobres colonos desarraigados, Bronner también revela que en “lo que fue el asentamiento de Gan Or, parte de los campos se han rebautizado como Mavi Marmara” (describe la ejecución de nueve activistas por la paz, el año pasado, como resultado de “altercaciones a bordo”) e informa afligidamente de que la sinagoga del asentamiento ilegal de Gadid en Gaza, una “estructura hexagonal cara a los corazones de muchos antiguos colonos”, ha sufrido una suerte aún más incalificable: “Actualmente es una mezquita”.
    Bronner cita al ex agricultor colonial Shlomo Wasserteil, fundador y encargado del Museo Gush Katif de Jerusalén, quien se hace eco de la línea sionista del florecimiento del desierto cuando recuerda su llegada a Gaza hace todos esos años. “No había nada aparte de arena, ni siquiera un pájaro, como en el Sahara”, dice Wasserteil. “Produjimos los mejores tomates del mundo. Revolucionamos el cultivo en arena y enseñamos a nuestros vecinos de Jordania cómo hacerlo.”
    La idea de la redención de la tierra y del desarrollo estaba encarnada en la propia Proclamación de Independencia unilateral de Israel que declaró: “Pioneros… y defensores, hicimos florecer los desiertos, resucitamos el lenguaje hebreo, construimos aldeas y ciudades, y creamos una comunidad próspera, que controla su propia economía y cultura, amando la paz pero sabiendo cómo defenderse, llevando las bendiciones del progreso a todos los habitantes del país, y aspirando a la condición de Estado independiente.” (Énfasis agregado).
    Ese sentimiento fue reiterado en mayo pasado durante una celebración del Día de la Independencia por el presidente israelí Shimon Peres, quien elogió los logros sionistas como sigue: “Demostramos que podemos crear un jardín floreciente en un suelo hostil”.
    Y solo la semana pasada el primer ministro Benjamin Netanyahu, dirigiéndose a la Organización Sionista Mundial en Jerusalén, relacionó la redención sionista de la tierra con la actual colonización ilegal de Cisjordania. “Nos estamos asentando y desarrollando la tierra, y es posible ver ciudades en Ariel, Ma’ale Adumim y Gush Etzion," dijo. “Pero también estamos obligados a desarrollar todas las partes del país, Galilea y el Néguev”.
    El periodista e historiador israelí Meron Benvenisti ha explicado que declaraciones semejantes son la esencia de la mitología clásica sionista, reforzando “la imagen de todos los árabes como hijos del desierto” y contraponiendo “el bárbaro desierto al progreso y el desarrollo”.
    El propio padre de Netanyahu, Ben Zion Milikovsky, reveló la profundidad de esa ideología en una entrevista al periódico israelí Maariv en 2009. Cuando le preguntaron sobre sus sentimientos hacia los árabes, Netanyahu padre replicó:
    La biblia no encuentra una imagen peor que ésta del hombre del desierto. ¿Y por qué? Porque no respeta ninguna ley. Porque en el desierto puede hacer lo que le da la gana. La tendencia hacia el conflicto está en la esencia del árabe. Y es un enemigo por esencia. Su personalidad no le permite ningún compromiso o acuerdo. No importa qué tipo de resistencia enfrente, qué precio pagará. Su existencia es una guerra perpetua.
    En su libro fundamental de 2001, Sacred Landscape: The Buried History of the Holy Land since 1948, Benvenisti explica el propósito y la consecuencia de una narrativa semejante:
    El árabe era “no solo el hijo del desierto sino también el padre del desierto”, en las famosas palabras del mayor C.S.Jarvis –gobernador británico del Sinaí– que fueron adoptadas por los sionistas. Y por lo tanto los fallahin [palestinos sedentarios] -labradores de la tierra durante generaciones– podían convertirse fácilmente en “salvajes del desierto sedientos de sangre”, quienes no solo querían aniquilar a la comunidad judía, sino que además eran culpables de convertir a Eretz Israel –bendecido con leche y miel– en un desierto desolado. En los libros de texto, por cierto, sobre “Conocer el país”, se presenta a los árabes como responsables de la ruina ecológica de todo el país: destruyeron las antiguas terrazas agrícolas, causando así la erosión del suelo y sacando a la luz rocas montañosas desnudas; por su culpa se bloquearon las corrientes y el valle costero se convirtió en una tierra de pantanos malsanos; sus cabras devastaron los antiguos bosques que habían cubierto la Tierra; con sus violentos feudos y su asesina hostilidad hacia todos los agentes del progreso, convirtieron la Tierra en un perpetuo campo de batalla.
    Por ello, los sionistas no solo robaron su tierra a los habitantes del país; también la redimieron de la desolación.
    Pero la verdad es que el suelo palestino no necesitaba realmente el experto conocimiento agrícola judío para producir frutas, vegetales y una miríada de otros cultivos autóctonos. Palestina, antes de Israel, no era exactamente la zona desértica estéril de la fantasía sionista, lo contrario es la verdad.
    En diciembre de 1945 y enero de 1946 un exhaustivo Estudio de Palestina fue realizado y publicado por autoridades del Mandato Británico por cuenta del Comité Especial sobre Palestina de las Naciones Unidas. El estudio reveló que la tierra era bastante próspera tanto para los agricultores palestinos como judíos.
    Durante la temporada de siembra de 1944-1945, se cultivaron casi 210.000 toneladas de granos en Palestina, de las cuales 193.376 toneladas (un 92%) eran cultivos árabes, en comparación con 16.579 toneladas de cultivos judíos. Cerca de 80.000 toneladas de aceitunas se cultivaron ese año, más de 78.000 toneladas (un 98%) por los árabes palestinos. De las más de 244.800 toneladas de vegetales producidas en Palestina en esa estación, los agricultores árabes fueron responsables de más de 189.000 toneladas (un 77%); de las 94.700 toneladas de frutas, los huertos árabes produjeron 73.000 toneladas (un 77%). Casi todas las huertas de cítricos de la región eran de propiedad de palestinos y cultivadas por ellos. Casi 143.000 toneladas de melones se cultivaron, más de 135.600 toneladas (un 95%) cultivados por árabes, mientras que casi todas las más de 1.680 toneladas de tabaco producidas salieron de explotaciones árabes, así como 20.000 toneladas de higos y 3.000 toneladas de almendras. Un ochenta por ciento de entre 40.000 y 50.000 toneladas de uvas y entre 4 y 5 millones de litros de vino se produjeron en los viñedos árabes. El estudio establecía que en Jericó, Tiberíade y en la llanura costera central, “cerca de un 60% del área (aproximadamente 8.000 dunam [1 dunam palestino= 1.000 m2) plantados de plátanos eran de propiedad árabe.” El valor general de la producción agrícola palestina de esa temporada fue de más de 21.800.000 libras. El cultivo judío fue responsable de cerca de 4.711.000 libras en comparación con la producción palestina árabe que fue de más de 17.100.000 libras, o sea casi un 80% del valor total.
    Menos de dos años después, en noviembre de 1947, las Naciones Unidas recomendaron que la mayoría árabe indígena de Palestina (que consistía entonces en casi un 70% de la población) estableciera un Estado propio sobre un 44% de su patria histórica, mientras que la minoría judía de un 30% (sobre todo recientes inmigrantes de Europa) obtendría un 56% de Palestina, a pesar de que esa minoría poseía menos de un 8% de la tierra en ese momento. Cuando esa sugerencia fue comprensiblemente rechazada por los representantes palestinos, una declaración unilateral estableció un Estado Judío de Israel en Palestina y, en la guerra que sobrevino, Israel se apoderó de un 22% adicional de Palestina.
    En 1948, durante lo que los israelíes llaman orgullosamente su “Guerra de Independencia”, más de 450 poblaciones palestinas fueron arrasadas, abandonadas y destruidas, incluidas aldeas que habían firmado pactos de no agresión con sus vecinos judíos; más de 750.000 palestinos fueron expulsados de sus propias casas. La limpieza étnica y el robo de tierras crearon el fundamento del nuevo Estado. El reasentamiento sionista comenzó de inmediato.
    Benveniste nos dice: “Incluso aldeas que no habían sido capturadas por Israel, y cuyos sectores residenciales estaban situados en Cisjordania (controlada por Jordania), no escaparon a la confiscación de tierras. Más de sesenta aldeas ubicadas en el lado jordano de las líneas de armisticio perdieron grandes partes de sus propiedades que estaban de el lado israelí.”
    “De hecho”, escribe, “la apropiación de tierras comenzó poco después de su ocupación militar. En abril de 1948, los agricultores judíos ya habían comenzado a cosechar los cultivos que habían crecido en los campos abandonados y a recolectar los cítricos en las huertas árabes.” Israel se apoderó de tanta tierra laborable palestina mediante medios extra-legales y leyes de ausencia retroactivas que “a mediados de 1949 dos tercios de toda la tierra sembrada con grano en Israel era tierra árabe abandonada”.
    A pesar de ser un Estado colonial de asentamientos que se esfuerza tanto por reiterar su conexión histórica con la tierra que ahora controla, y su amor por ella, Israel ha dado pasos cada vez mayores para destruir la tierra misma que afirma que quiere tanto. Poco después de la Nakba, las famosas plantaciones de cítricos de Palestina sufrieron un “abandono evidente” ya que no “se regaron tras la partida de sus propietarios. Las bombas de agua y las tuberías se desmantelaron y robaron y nadie se interesó por cuidar los árboles.” Como explica Benveniste: “Los productores judíos de cítricos apenas fueron capaces de cuidar sus propias huertas una vez que la mano de obra árabe barata de la que dependían se marchó”.
    Trágicamente, “la abrumadora mayoría de los 150.000 dunam de árboles de cítricos –el cultivo agrícola más valioso dejado por los árabes– no se ciudaron” y “como resultado, áreas enteras de árboles cítricos productivos, especialmente en el área de Tel Aviv-Jaffa, se destinaron a la construcción de urbanizaciones habitacionales”. Lo mismo sucedió con olivares y huertos de granadas palestinos abandonados, que se eran considerados una “molestia” por los conquistadores israelíes.
    “Las granadas de los árboles antiguos no sirven para el comercio”, escribe Shmuel Dayan, uno de los fundadores del Moshav Nahalal, líder del Movimiento Moshav, y padre de Moshe Dayan. “Tendremos que gastar decenas de miles de libras [la antigua moneda israelí] en arrancarlos. Los residentes esperan que los árboles se arranquen y después utilizarán la tierra para cultivar forraje”. Para Dayan el único método probado y genuino de agricultura era el del moshav clásico, y los gloriosos granados interferían con la producción de forraje. Pronto quedó claro que la planificación agrícola basada enteramente en vacas lecheras y pollos era un derroche. Se produjeron grandes excedentes de productos (huevos, leche y productos lácteos, ciertas frutas y vegetales); los asentamientos agrícolas tuvieron que ser fuertemente subvencionados, y cuando se detuvieron los subsidios, los inmigrantes moshavim entraron en un estado de crisis. Pero los olivares y los granados de la “primitiva” aldea árabe ya no existían.
    Decenas de miles de dunam de olivares se arrancaron y se reemplazaron por cultivos de campo europeos, que eran preferidos por los colonos judíos, ya que su cultivo requería menos mano de obra y menos irrigación. La destrucción deliberada de tierra fértil y de abundantes huertas y arboledas fue también parte integral de la empresa sionista, que se basó en negar a los palestinos el derecho al retorno a su propia tierra. En consecuencia, escribe Benveniste, “mientras mayor era la presión internacional por el retorno de los refugiados (durante todo 1949 y 1950), mayores eran los esfuerzos por destruir la infraestructura agrícola que habría posibilitado la absorción de los refugiados que regresaban”.
    Sigue diciendo:
    La destrucción de cientos de miles de dunam de árboles frutales no se ajusta a la imagen de Israel como una sociedad que sabe “cómo hacer que florezca el desierto”. Y la afirmación de que el verde paisaje árabe había sido destruido por la necesidad de adaptar los cultivos a las prácticas de los judíos solo subraya la conclusión de que no fue la guerra la que causó esa devastación, sino más bien la desaparición de la comunidad humana específica que había conformado el paisaje de acuerdo con sus necesidades y preferencias. La destrucción de vastas áreas de huertos no atrajo el mismo grado de interés que la demolición de las aldeas árabes, a pesar del hecho de que tal vez haya tenido un efecto más devastador en el paisaje.
    Y a pesar de todo, en mayo de este año, un informe de Ha'aretz informó con orgullo que desde la fundación de Israel “las exportaciones han aumentado vertiginosamente un 13.400%, de 6 millones de dólares a 80.500 millones de dólares.” Ami Erel, presidente del Instituto de Exportación y Cooperación Internacional de Israel, se jactó de que: “De exportador de naranjas en los primeros años, Israel se ha convertido en un país desarrollado”. Ha'aretz señaló que “la agricultura [israelí] representó solo cerca de un 2% de las exportaciones del país en 2010”.
    La ecología natural de Palestina ha sido aún más alterada por la obsesión israelí de plantar bosques artificiales de pinos. Max Blumenthal ha escrito que “los propios pinos fueron instrumentos de encubrimiento, plantados estratégicamente por el Fondo Nacional Judío (JNF, por sus siglas en inglés) en los terrenos de cientos de aldeas palestinas que las milicias sionistas evacuaron y destruyeron en 1948… Las prácticas que David Ben Gurion y otros destacados sionistas describieron como ‘redención de la tierra’ fueron en realidad el máximo intento de colocar un disfraz verde al daño ecológico.” Sin embargo, esas especies no autóctonas no son adecuadas para el entorno palestino. Según Blumenthal: “La mayoría de los arbolitos que el JNF planta en un sitio cerca de Jerusalén simplemente no sobreviven y hay que volverlos a plantar frecuentemente. En otros sitios las agujas de los pinos han matado a especies nativas de plantas y han causado estragos en el ecosistema. Y como vimos en el incendio del Monte Carmel, los árboles del JNF se queman como yesca con el calor seco.”
    La devastación continúa. Israel y sus puestos avanzados coloniales en Cisjordania destruyen consecuentemente lo que queda de los olivares y de los campos de trigo palestinos.
    Por más que lo intente, los esfuerzos de Ethan Bronner de reescribir la historia de Palestina son infructuosos. La verdad está sembrada en la tierra.
    ACTUALIZACIÓN:
    5 de julio de 2011 – Para saber más sobre el desdén de Netanyahu por la tierra y el entorno de Palestina en su interminable cruzada por colonizar y judaizar hasta el último centímetro cuadrado, hay que leer un nuevo artículo en Ha’aretz titulado: “Para Netanyahu, salvar los desiertos de Israel solo tiene que ver con asentamientos”, escrito por Zafrir Rinat, quien dice que el primer ministro israelí es “sólido como una roca, no solo respecto al derecho del pueblo judío de asentarse en su país, sino en su insistencia en ver a la naturaleza y al paisaje solo como un obstáculo para la realización de su visión de asentamiento”.

    *Nima Shirazi es escritor y músico. Es columnista colaborador de Foreign Policy Journal y Palestine Think Tank. Sus análisis de política de EE.UU. y temas de Medio Oriente, en particular sobre los actuales eventos en Palestina e Irán, se encuentran en numerosas publicaciones en línea e impresas, como Palestine Chronicle, Monthly Review, ColdType, Information Clearing House, OpEdNews, VoltaireNet, World Can’t Wait, CASMII, Ramallah Online, Kenya Imagine, InfoWars, y Woodstock International. Vive actualmente en Brooklyn, NY.