La crisis europea: una visión alternativa

>Por Manuel Agosin - Agosto 2010*

Mucho se ha escrito sobre la crisis europea, una buena parte de lo cual es bastante convencional y, desafortunadamente, peligroso. La historia que se cuenta es como sigue: Grecia es el gran pecador (la gente se jubila a los 53 años, el sector público es corrupto, los funcionarios son flojos, los ricos evaden impuestos, etc.); España y Portugal vienen detracito. Quizás Irlanda también, país que se ha convertido sin transición de tigre celta en un ratón. Si la enfermedad es la falta de disciplina fiscal (al buen estilo teutónico), la cura es bastante sencilla: ajustarse el cinturón, vale decir bajar gastos y subir impuestos.       
El problema con esta “solución” ya lo identificó el economista más influyente del siglo XX, John Maynard Keynes: ante una situación recesiva, la contracción fiscal sólo puede llevar a una caída más aguda de la producción y el empleo, y a mayores déficits fiscales. Argentina a comienzos de este siglo es el ejemplo clásico: su ajuste fiscal sólo aceleró la caída al abismo y al caos social. Además, si una buena parte de los países de una región tan estrechamente interdependiente como es Europa están haciendo lo mismo (vale decir, recortando gasto público y subiendo impuestos), el resultado no puede dejar de ser una contracción económica aún mayor. Grecia y España no son los únicos que están llevando adelante estas políticas sino también Alemania e Inglaterra, esta última bajo el nuevo régimen de David Cameron…
Ya estamos viendo los resultados. Los agentes financieros se han dado cuenta de que la “solución” europea no es tal y que ella sólo puede comprometer la recuperación. Las bolsas mundiales han vuelto a caer y las primas de riesgo a nivel internacional para todo tipo de créditos han aumentado.
Considérese que no sólo los países de la periferia europea están experimentando mayores déficits fiscales. También los muy virtuosos alemanes, los franceses y, por supuesto los ingleses. Entonces, la aparente indisciplina de los sureños buenos para la juerga no parece ser el problema central. Resulta que los déficits fiscales son el producto del hecho de que se pinchó la burbuja inmobiliaria en países que habían experimentado altas tasas de inversión privada, que colapsó con la locura inmobiliaria que infectó no sólo a Estados Unidos sino también a muchos países europeos. Por otra parte, los virtuosos alemanes compartían el boom con sus menos disciplinados conciudadanos sureños a través de su auge exportador hacia estos últimos. Ahora que se terminó la fiesta y que quebraron los bancos que la financiaron, todos están pagando los platos rotos, aún los teutones, que también registran un déficit fiscal (a pesar de su disciplina) de un cinco por ciento del PIB.
Todo andaba regio mientras continuaba la fiesta. Nadie se quejaba de déficits fiscales en 2006. España tuvo un superávit fiscal ese año de unos 2 puntos porcentuales del producto. Pero al desaparecer la inversión inmobiliaria, también lo han hecho el producto y el empleo. Y eso ha convertido superávits fiscales o déficits razonables en déficits enormes, que en algunos países llegan a más del 10 por ciento del PIB. Esto es así en todos los países europeos, justos y pecadores. Además, los gobiernos han tenido que hacerse cargo del colapso de los bancos que participaron con tanto entusiasmo en financiar la manía especulativa. La consecuencia ha sido que el endeudamiento de los bancos quebrados se ha convertido en una enorme deuda pública. El Reino Unido es el principal ejemplo.
Cuando un país experimenta una crisis financiera, la solución es que el Banco Central salga al paso como prestamista de última instancia. Lo hizo Chile luego de la crisis de 1982-83. En forma mucho más dramática, lo hizo Estados Unidos después de la agudización de la crisis financiera en septiembre de 2008. Asimismo, el Congreso de Estados Unidos aprobó en cuestión de semanas un gran paquete de gasto fiscal para apoyar la demanda agregada y el empleo.
Los líderes europeos se demoraron seis meses en tomar una decisión, desde que Grecia comenzó a tener problemas en noviembre de 2009 hasta mayo de 2010, cuando ya la situación no daba para más y parecía que sobrevendría una segunda crisis financiera. La voz más fuerte en todo este período fue la de la Canciller alemana, Ángela Merkel, que no se cansó de retar a los griegos por su indisciplina e incluso de amenazarlos con echarlos del euro (lo que sería un desastre para su propio país). Cuando los líderes europeos se pusieron de acuerdo, antes de la apertura de los mercados financieros el lunes 10 de mayo, los mercados les creyeron a medias. Y a medida que han pasado las semanas, les creen menos y menos.
Por otra parte, el Banco Central Europeo se ha resistido a hacer compras de los bonos públicos de los países con problemas para conseguir refinanciamiento. Si bien esta postura es la apropiada en períodos de calma, no lo es durante períodos de crisis. El Banco Central Europeo se ha unido al coro de las autoridades pidiendo austeridad a los gobiernos en problemas. Si bien durante la primera fase de la crisis después de la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 salió a inyectar liquidez recibiendo a cambio (en forma de préstamos) una variedad de papeles de calidad sospechosa, en esta oportunidad era indispensable que entrara a ser el comprador de última instancia de los bonos soberanos que no podían refinanciarse o podían hacerlo sólo a tasas muy onerosas.
Los graves problemas fiscales de la mayoría de los países europeos son, en términos generales, el legado de la crisis financiera. El problema de Europa no es fiscal. Uno de los peligros de la situación actual es que su liderazgo llegue a creerse ese cuento. Si así fuera, las grandes conquistas sociales y la propia democracia europea estarían en juego.
La unificación europea, la democracia y el estado del bienestar son grandes conquistas de la humanidad, ganadas a costas de ríos de sangre luego de una historia tormentosa de dos milenios. Tanto el euro como la propia unificación económica europea son aún experimentos inconclusos. El barco salió del puerto y está en alta mar. La tormenta actual es un llamado a buscar soluciones duraderas: una mayor unificación fiscal, que le permita a la UE salir en defensa de aquellos miembros que están experimentando problemas transitorios y reversibles. Y una mayor integración monetaria que transforme a su banco central en un banco central de verdad: un prestamista de última instancia, con todo lo que ello implica. Si se agudiza la crisis, y todo parece indicar que sí lo hará, el propio euro podría ser una víctima, con consecuencias impredecibles para Europa, el sueño que representa y para la economía mundial.

*Economista, Decano de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad de Chile