Hernández y los hijos del pais

 Por Fermín Chávez

En declaraciones hechas a la prensa de Córdoba, el 12 de julio (1968), Jorge Luís Borges volvió a las andadas con respecto al Martín Fierro y a José Hernández al retomar su vieja tesis de que el protagonista del poema gaucho es un mero cuchillero de 1870. "Desgraciadamente —dijo— el Martín Fierro es un elemento fundamental en la literatura Argentina. No creo que su influjo haya sido bueno ni que convenga a la historia de este país un gaucho malo. El libro canónico debiera ser, por ejemplo El Facundo. Eso no quiere decir que Martín Fierro no deba valorarse estéticamente, pero debemos verlo simplemente como a un personaje de ficción". Borges no puede ignorar lo que Hernández explicita en su poema: que Martín Fierro "pasa por gaucho malo"; que a Martín Fierro "la gente lo tiene por un bandido". Lo que a Borges le molesta es el contenido popular, la contienda social planteada por Hernández,  la defensa de los hijos del país que el poema formula.

Entre Hernández y Ascasubi,  Borges   se  queda  con  el  segundo.  Es lógico, "Córdoba   —añadió— por intermedio de Hilario Ascasubi, a dicho la mismas cosas que Hernández y mucho mejor". Es una flagrante inexactitud de Borges. Jamás el unitario Ascasubi dijo ni hizo las mismas cosas que Hernández. Por el contrario su enfrentamiento político social es notorio. Mientras Hernández salió a defender a los hijos del país, Ascasubi andaba por Europa en procura de "gringos enganchaos" por mandato de Mitre, para el ejército liberal. No es tampoco por pura casualidad que el batallón de los hermanos José y Rafael Hernández tomara prisionero en Cepeda a Américo Ascasubi, alistado en las fuerzas mitristas. Las diferencias eran sustanciales, como vemos.

Dos ideas sociales contrapuestas dominan todo el proceso cultural y político de la Argentina, en el siglo pasado, a partir de la irrupción rivadaviana. Una, apenas  intuida y ya firmemente aceptada por el pueblo, se define por su identificación con la tierra y con el hombre americano;  la otra, influida por el racionalismo y el iluminismo, se vierte sobre el país como un ánfora espuria de cultura, desbordante de maniqueísmo. La primera se alimenta del genio nativo, de lo facúndico que imprime sello peculiar a nuestra fisonomía, como dice bien Saúl Taborda. La segunda se proyecta, bajo consigna de verdadero genocidio, levantando banderas de civilización e invirtiendo el viejo concepto griego de barbarie.

Dos hombre simbolizan, a mediados del siglo, esas dos ideas contrapuestas del país: José Hernández y Domingo Faustino Sarmiento.

A la consigna sarmientina genocida de "no hay que economizar sangre de gaucho", Hernández opondrá, siempre, la que condensó en esos versos memorables que dicen: "Que no tiene patriotismo / Quien no cuida al compatriota". Y si Sarmiento califica a los gauchos de "chusma de haraganes" y a su sangre, de "un abono que es preciso hacer útil al país", Hernández se convierte en el primer abogado de su raza y en el más tremendo acusador de quienes, sin digerir lecturas europeas, terminan siendo aliado de las metrópolis antinacionales.

En plena euforia de la inmigración, el poeta gaucho se acordaría de los hijos del país, hasta el punto de que las páginas  de su principal periódico —El Río de la Plata— se convertirían en fervientes alegatos contra el menosprecio oficial del criollo. Aun más: construiría, con el Martín Fierro, un monumento literario en el que reflejó las rebeliones del argentino, obligado a convertirse en gaucho matrero por los nuevos dueños de la tierra y de la economía nacional. Conjuntamente con su hermano Rafael y con su cuñado Andrés González del Solar, rebatirán  los dogmas europeístas en vías de ser oficializado y se identificarán, de palabra y de hecho, con la causa de quienes marginados por las leyes del capitalismo, buscaban refugio en las tolderías del salvaje, ya que, infierno por infierno, preferían el de la indiada.

José Hernández tituló uno de los capítulos finales de su libro Instrucción del Estanciero, con estas palabras que son toda un definición: Formación de colonias con hijos del país. Y este texto, escrito en 1881, atestigua con claridad meridiana la continuidad de sus puntos de vista, ya formulados en sus artículos periodísticos de 1869, bajo títulos tan decidores como "La división de tierra", "Hijos y entenados" y "Los inmigrantes y los hijos del país".

En este capítulo de su estanciero práctico, el abogado de los gauchos matreros se pregunta: "¿Que hace el hijo de la campaña que no tiene campo, que no tiene dónde hacer su rancho, que no tiene trabajo durante muchos meses al año y que se ve frente a frente con una familia sumida en la miseria?". El mismo dará la respuesta, poco más adelante: "Es necesario, como único, como mejor y más eficaz remedio a todos los males, fundar colonias agrícolas con hijos del país".

Después de declarar bienvenidos a los colonos extranjeros, Hernández expresa, con coraje civil y sin rodeos, su pensamiento en materia de colonización. He aquí sus palabras: 

Pero, si el país necesita la introducción del elemento europeo, necesita también y con urgencia, la fundación de colonias agrícolas, con elementos nacionales.

                La provincia posee tierras excelentes para este objeto; y si no las tiene en parajes adecuados debe adquirirlas, para lo cual tiene la facultad y los medios de hacerlo.

               Cuatro o seis colonias de hijos del país, harían más beneficios, producirían mejores resultados que el mejor régimen policial, y que las más severas disposiciones contra lo que sea ha dado en clasificar de vagancia.

              Tenemos el ejemplo con lo que ha pasado en "San Carlos", partido de Bolívar.

              En 1877 se dio la ley, con el objeto de donar chacras en aquel paraje, puramente  a los hijos del país, y en 1878 se fundó el pueblo por el agrimensor Hernández.

              A pesar de los sucesos políticos, que han interrumpido la marcha de la administración, "San Carlos" fundado todo con hijos del país, tiene actualmente más de cien casas; más de doscientas chacras pobladas y cultivadas con grandes cementeras de maíz, trigo y otros cereales; más de cuarenta mil árboles  de todas clases; mucha hacienda de toda especie, y una población activa y laboriosa de cerca tres mil argentinos.

              Eso es, lo que indispensablemente debe reproducirse en otros puntos de la provincia. 1

Contra la filosofía importada de menosprecio al nativo, que no haría otra cosa que   mutilar a la nación, física y espiritualmente, Hernández, desconfiando de "una doctrina cuyos prestigios derivan de su perfección racional"2,  proponía su propia fórmula que era la del país,  sin concesiones a las poderosas fuerzas espurias. Y decía:

         Muchos, muchísimos hijos del país, que carecen hasta de los más indispensables para su subsistencia y la de sus hijos, aceptarían con la mejor voluntad la provechosa oferta; porque el vicio, la holgazanería, no son dominante en el país, ni constituyen el carácter de los hijos de la tierra; son accidentales, son impuestos por circunstancias que no está en su mano remediar pero existe en todos el amor al trabajo, el deseo del bienestar, el anhelo por la comodidad de la familia. 

        Estamos ciertos que las colonias de hijos del país darían resultados    espléndidos, produciendo tan grande beneficios, y a tanto número de personas, que es difícil calcularlo de antemano 3.

¡Que lejos están estas ideas de los conocidos anatemas que la escuela de estirpe sarmientina arroja sobre la raza de los gauchos! Y que lejos de la "guerra de policía" ideada por el mitrismo.

Digamos ya que José Hernández no estuvo solo en esa posición de combate por los valores del genio nativo. Porque tuvo notables compañías en la lid con los civilizadores del rémington y del cepo colombiano. Hemos nombrado a su hermano Rafael y su cuñado Andrés González del Solar, y de ellos vamos a ocuparnos en seguida.

Andrés González del Solar, hombre del partido Federal Reformista y colaborador de El Argentino, de Paraná (1863) había nacido en Buenos Aires, en 1838, y falleció en 1893. Después de 1853, debió emigrar a Entre Ríos, igual que sus hermanos y en Paraná escribió en el periódico La Luz, fundado por Fermín de Irigoyen —hermano de don Bernardo—. Posteriormente colaboró en La Soberanía del Pueblo, de Monguillot; El Litoral, de Carriego, y el Paraná, del cordobés Ocampo. Años más tarde, se radicó en la ciudad de Rosario, donde actuaron también sus hermanos.

Semanas antes de la aparición de El gaucho Martín Fierro, el cuñado de Hernández pronunció, en la Biblioteca Popular de Rosario, una notable conferencia sobre "El gaucho. Consideraciones sobre su condición actual. Medios de perfeccionamiento de nuestro gaucho". González del Solar decía: "Si me dice que la indolencia habitual del gaucho dé un estorbo para llevar al terreno práctico la teorías que los norteamericanos convierten en bellas obras, yo contestaré que esa indolencia es precisamente la manifestación de la ignorancia, no la expresión ingénita de su índole, y que por consecuencia desaparecerá con la dignificación del individuo" 5

Después de afirmar que los colonos de América del Norte no eran más aptos que nuestros gauchos, el conferencista reiteraba la necesidad de esa dignificación del criollo, expresando: "Lo que necesitamos es predicar, influir en el ánimo del gaucho, alentarlo incesantemente, en el campo, en las ciudades, en la familia, en la prensa y decirle: reuníos, promoved suscripciones, os ayudaremos: instruíos, por fin, que es el único camino para llegar a ser respetados, felices y ricos". González del Solar terminaba diciendo: "Otros vendrán a fecundizar esta semilla, y es necesario que vengan, sean o no doctores, sean o no literatos; basta que sean hombres libres, y completarán la obra que yo inicio con fe, para perfeccionar la condición de este tipo inteligente y de valor homérico que nuestras glorias  y en nuestros infortunios ha sido estereotipado con los vicios y virtudes de su vida y condiciones denominándosele siempre el gaucho".

También Andrés González del Solar, a la filosofía de exterminio oponía una filosofía de dignificación y de perfeccionamiento. 

Y en esta misma empresa de defensa del criollaje perseguido, marginado y menospreciado, encontramos al agrimensor y guerrillero Rafael Hernández (1840-1903), el hermano menor de José.

Fue Rafael un hombre de empresas nacionales sin parangón entre sus contemporáneos y, sin lugar a dudas, representa, para nosotros los argentinos, el arquetipo del civilizador que no reniega de su pueblo ni de su raza. Y porque compartía las desgracias y las venturas de su pueblo, no tuvo empacho en proclamarse gaucho "por asimilación".

Después de la campaña militar de 1868, que hizo en los ejércitos de Nicanor Cáceres y de López Jordán —en lucha con los revolucionarios mitristas de Corrientes—, quedó estrechamente  vinculado con el norte entrerriano. Y así, a principios de 1870, lo encontramos empeñado en llevar adelante una singular empresa de progreso, como era la canalización del río Feliciano, en el departamento entrerriano de La Paz.

El diario La Prensa, de Buenos Aires, en su edición del 23 de febrero de 1870, nos ofrece, con el título de importante empresa,  la siguiente noticia:

      La prensa de esta ciudad se ha ocupado ya, aunque ligeramente, de la empresa proyectada en la Provincia de Entre Ríos por el coronel D. Antonio E. Berón e hijos y el comandante D. Rafael Hernández, quienes tenían el proyecto de hacer navegable el arroyo "Feliciano", que partiendo del Río Paraná se interna en la Provincia dividiendo el rico Departamento de La Paz.

     El comandante Hernández ha bajado a Buenos Aires con el fin de presentar al gobierno las bases bajo las cuales se compromete a hacer dicha navegación y persona respetable que las ha visto, nos asegura que no puede menos de ser aceptadas de plano, pues no hay para el gobierno gravamen de ningún género, mientras que se compromete realizar un gran pensamiento de grandeza y progreso para la rica provincia de Entre Ríos.

    Protéjase el comercio, la industria y las empresas de este género, y lograremos concluir con el caudillaje y las guerras de partidos, más rápida y seguramente empleando ejércitos y derramando a torrentes los tesoros y la sangre del pueblo6. 

     La revolución entrerriana que sobrevino impidió la materialización de este proyecto, pero el mismo representa un importante antecedente en esa vida llena de iniciativas cual fue la del hermano menor de Martín Fierro.

En la primera quincena de junio de 1876, siendo ya diputado autonomista en la provincia de Buenos Aires, tuvo parte preponderante en un proyecto de colonización de las fronteras bonaerenses que firmó junto con Adolfo Saldías y otros legisladores, según nos informa el diario El Nacional, en su edición del 9 de junio de dicho año. Dos años después, fundaría San Carlos de Bolívar y en 1888 la colonia Nueva Plata, a tres leguas de Pehuajó. En Misiones, enviado por Roca en el año 1883 mensuraría las chacras de Santa Ana y Candelaria, y escribiría sus jugosas y valiosas Cartas Misioneras.

Por supuesto que para Rafael los hijos del país nada tenían que envidiar, como colonos y agricultores, a los extranjeros, en un momento en que la inmigración se realizaba sin método y sin orden, hasta el punto de traer al país gentes que jamás habían practicado la  agricultura. En justicia criminal, ese Martín Fierro en prosa de Rafael, el ex-guerrillero de Arroyo Garay  expone la capacidad y las aptitudes agrícolas de nuestros criollos; y hablando de un paisano Palavecino expresa lo que sigue: "Como agricultor pertenece al tipo de aquella falange de paisanos que fundaron Chivilcoy  y San Carlos de Bolívar. Con gran sorpresa de los que creían que sólo el europeo era apto para labrar la tierra y prosperar"7  

El pensamiento de los hermanos Hernández no conoce rendijas ni averías; es único e indivisible, como su admiración por el gaucho, carne de injusticias y de prejuicios turbios. "Soy gaucho y entiendanló", diría el mayor de los Hernández, al dirigirse a los "letraos", casi al comienzo del Poema: "Esa colectividad oscura que, acaudillada por mi noble ascendiente Pueyrredón, nació a la vida nacional acuchillando los batallones británicos en los campos de Perdriel, me atrae, me seduce, electriza y me encadena como si fuese sangre de mi sangre y alma de mi patria", proclamaría el hermano menor, en horas de indeseable cerrazón, cuando los hijos del país andaban como perros con tramojo, para usar una metáfora genuinamente hernandiana. 

1.-  José Hernández, Instrucción del Estanciero, Peña del Giudice, Buenos Aires, 1953.

2.-  Saúl Taborda, Investigaciones Pedagógicas, Vol. II, Ateneo Filósofico de Córdoba, Córdoba, 1951.

3.-  José Hernández, op. cit.

4.-  La Política, Buenos Aires, 13 de noviembre de 1872.

5.-  Idem, ibidem.

6.- La Prensa, Buenos Aires, 23 de febrero de 1870.

7.- Reproducido por Osvaldo Guglielmino, en Rafael Hernández, el hermano menor de Martín Fierro, Buenos Aires.