Argentina. Odisea...de los giles
Por Carlos Leyba
para El Economista
publicado el 21 de octubre de 2020
Hay consenso en que estamos estancados desde hace medio siglo. Odisea desde 1974.
En 2022 no quedan rastros del Imperio que no fue. |
Ha sido señalado por economistas -de diferentes corrientes, generación y formación académica- como punto de quiebre.
No puedo olvidarme de Raúl Cuello -respetado y querido por los más destacados de la profesión- cuando incluyó, en su último libro, un gráfico que señalaba la paridad, entre 1944 y 1974, del crecimiento del PIB per capita de nuestro país con EE.UU. Y a partir de allí la caída de la tasa de crecimiento del PIB por cabeza.
En aquellos 30 años -coincidieron con los “gloriosos treinta del Estado de Bienestar”- no logramos la convergencia con el PIB p.h. del país “patrón del desarrollo económico”. ¿Por qué?
Guido Di Tella apuntó que no la logramos porque pagamos el costo de una convergencia social que hizo, de la Argentina, el único país en América Latina con 4% de pobreza, una mayoritaria clase media y el más alto PIB ph de América del Sur (1972).
Por eso, a mitad de ese camino, André Malraux (1964), vio en Buenos Aires “la capital de un Imperio que no fue”. No lo fuimos ni pretendimos serlo.
Pero, además del progreso económico evidente a los ojos de quien observaba al país que entonces tenía a la industria automotriz más integrada y vigorosa de América del Sur -“la industria” por excelencia de la posguerra-, por ejemplo, cabe recordar, que Abelardo Castillo editaba “El Escarabajo de Oro” o tenía en la UBA como Rector a Julio H.G. Olivera y Luis Leloir trabajaba apuntando a ser nuestro segundo Premio Nobel de Ciencias.
Ese país, con Jorge Sábato proyectaba aquel trípode “ciencia, Estado, empresa” y se entusiasmaba con el comienzo de vigorosas exportaciones industriales.
No crecimos todo lo deseado (la convergencia). Pero no perdimos terreno. No hubo “divergencia”: desde la salida de la SGM, conservamos, lo que no es poco, la distancia económica con EE.UU., pero sí logramos descontar (y mucho) la distancia social.
En 1974 nuestro PIB p.h. era el doble del de España o de Chile. O cuatro veces el de Corea del Sur.
Pero a partir de 1975 la debacle social (desempleo, pobreza) fue acompañada por una divergencia extraordinaria entre la expansión económica de EE.UU. y Argentina.
El costo social no se expresó en beneficio económico. Una lección que no se debería olvidar.
Federico Sturzeneger, último libro, señala que entre 1900 y 1975 nuestro PIB p.h. siempre representó 75% del de Australia. Pero a partir de entonces nos hemos distanciado negativa y dramáticamente.
Esa “divergencia de desarrollo”, post-1975, con quien era el país patrón (EE.UU.), se hizo patente con la expansión de muchos otros países que, en base a un proceso de industrialización forzada habilitado, entre otras, por entendibles razones geopolíticas, lograron superar nuestro PIB p.h. como es el caso de Corea del Sur que en 1974 tenía un PIB p.h. que era sólo 28% del nuestro y ahora nos dobla. O España, Mercado Común por medio, que tenía 60% de nuestro PIB p.h. en 1974 y ahora nos duplica.
En 2022 no quedan rastros del Imperio que no fue.
Miguel Angel Broda publicó, en sus mensuales “Ciclo Económico Financiero y Político”, que partiendo de 1974 se puede señalar el estancamiento de medio siglo que, observado con mirada de largo plazo, sufrimos hasta el presente. De no quebrar esa tendencia, señala Broda, el rumbo demencial de nuestra indiscutible decadencia sería impredecible por no decir catastrófico.
¿Cómo quebramos la tendencia actual y cómo recuperamos aquella tendencia que abandonamos?
Hace pocos días Dante Sica, que perfila como la cabeza del equipo económico de los halcones PRO, en el seminario de Clarín en el Malba, retomó similares cálculos para señalar que sería necesaria una larga centuria para que, a la velocidad que llevamos desde 1975, podamos duplicar el PIB p.h. ¿Por qué mantener este ritmo reptante iniciado en 1975?
Todos coinciden con el libro “Nueva Historia”, de R. Cortés Conde y G. Della Paolera, cuando señala, de la economía argentina, “su notable pésimo comportamiento luego de 1975” (pág. 25).
Para terminar, más joven que los nombrados, M. Rapetti estimó que, en 2020, el PIB per capita habría sido igual al de 1974. Tremendo. ¿Cero aumento de la productividad en medio siglo?
El Gobierno reconoce “cierta moderación” del pulso industrial
Podemos afirmar que más allá de “correcciones ideológicas” hay reconocimiento unánime en que, en el largo plazo, digamos cincuenta años de 1974 a la fecha, la Argentina declinó. Decadencia porque hubo progreso antes.
Sin embargo, dentro de ese período de regresión, hay “libertarios”, a la J. Milei o “liberales”, a la M. Tetaz, quien ha desplazado mediáticamente a M. Lousteau, y “peronistas PRO” (M. A. Pichetto, R. Frigerio, D. Santilli, o Patricia Bullrich, que además de montonera fue menemista) que consideran que, dentro de la decadencia de los últimos años, hay un período luminoso que fue, para ellos, el de la convertibilidad.
Datos. Sin embargo, y a pesar de la estabilización de precios desde 1991a 2001, el PBI p.h. promedio anual de ese período fue menor al de 1974. Y el salario real industrial del promedio de esos años fue 57% del salario de 1974.
El retraso social, que reflejaron el desempleo y la pobreza creciente de la época, contrariamente a lo que se pretendía, no significó crecimiento económico.
Esa estabilidad de la convertibilidad, atraso cambiario y apertura (hay otras estabilidades posibles) no solo no generó crecimiento sino que empeoró las condiciones sociales.
Del otro lado J. I. de Mendiguren -la única voz optimista del Frente de Todos- sostiene que no sólo con Néstor y Cristina, sino con Alberto, estamos fenómeno, pero con inflación.
Así como los libertarios, liberales, menemistas peronistas PRO, se aferran a la estabilidad “carísima” de la convertibilidad aunque haya terminado en la explosión de 2001 conducida por sus propios dueños, Mendiguren (y Alberto) reivindican, dentro del derrumbe de los últimos 48 años el período K más el propio, acerca del cual lo mejor no es hacer pronóstico.
Veamos. Mientras la tasa de desempleo promedio anual de 1964/74 fue 5,6%, la de los Kirchner -en promedio- fue 12,3% y con masas colosales de empleo público y un método de contabilización harto discutible sobre la desocupación. ¿De qué se ufanan?
No pongamos las cifras de pobreza K que son de escándalo. El presente. ¿Y el futuro? ¿En qué deriva la cuestión social?
Ni corrijamos por empleo público porque los datos son de terror. El presente. ¿Y el futuro? ¿En qué deriva la super abundancia de empleo público?
En otras palabras, ¿con qué se paga la abundancia de pobreza? ¿O con qué se paga la juerga de empleo público?
Lo cierto es que Alberto ha logrado acrecentar el papel del “nuevo sistema capitalista” argentino: el de los pagos de transferencia que es lo mismo que decir “los pagos sin agregación de valor”. Está claro que si no se agrega valor retrocedemos aunque paguemos. Es más pagamos para retroceder.
Lo concreto es que en este sistema, lo que sin duda baja es la productividad.
Lo que quiere decir que somos más pobres, a pesar del entusiasmo gráfico de Mendiguren.
Llegados a este punto “celebramos” la aparición de dos propuestas, por cierto antagónicas, encarnadas en liderazgos concretos.
Ambos liderazgos son firmes opositores a la actual gestión.
La primera propuesta se lanzó el 17 de Octubre en Plaza de Mayo. Los leales a Cristina y a Hugo Moyano, en la voz de Máximo, propusieron resolver los problemas del país, poniéndose en marcha para lograr una “Nueva Constitución Nacional”. Para ello previamente proponen controlar, con más y nuevos Institutos, todo lo que no controla la actual administración, pasando por la deglución de los “medios y de la Corte”.
Ni una sola y mínima idea de qué hacer con los problemas reales. Vergonzoso. Una “revolución institucional” a lo salvaje.
Pero Mauricio, en TN con Diego Sehickman, no se quedó atrás y también se lanzó, sin duda, como candidato presidencial en la misma línea aunque de sentido contrario.
Me explico. Mauricio también se propone crear, reformar o derogar, instituciones. Las reformas mágicas el primer día. Así cree se abrirán las puertas a las enormes fuerzas del mercado.
Ni una idea de materialidad que no sea la letanía de litio, Vaca Muerta, aire, sol, energía, turismo. Todas posibilidades que, si no hacemos nada, nos llevan directo a la enfermedad holandesa como los ingresos por deuda externa para no invertir.
Cuando el periodista le preguntó por el escandaloso régimen de Tierra del Fuego, un costo económico y social monstruoso, que debería ser resuelto de inmediato, allí donde instaló su empresa “Mirgor” con el amigo del alma, le nació la calma y la moderación: “Hay que estudiarlo muy bien” dijo, como quien avisa no traiciona...es decir, no lo vamos a hacer.
La única cuestión “material” pelota afuera.
En síntesis, las dos propuestas de los personajes, hasta aquí de mayor envergadura, navegan en las “nubes de Ubeda”.
Nada que tenga que ver con resolver la pobreza del 60% de los niños, nada que tenga que ver con aumentar el empleo con productividad mayor a la media, nada que tenga que ver con resolver la restricción externa que nos impide crecer.
Nada que ver con la realidad. Nada que tenga que ver con copiar el éxito como la generación Meiji.
Es que no quieren reconocer que esta Argentina creció y mejoró cuando hizo lo mismo que hacían los países a los que les iba y les fue bien, porque siguieron haciéndolo.
Por ejemplo que, en 2020, en Alabama (EE.UU.), Mercedes Benz recibió un subsidio de US$ 220.000 por puesto de trabajo creado y en Georgia (EE.UU.) Hyundai, en 2021, US$ 200.000 (M. Cuervo de Oxford U.).
Digamos “política industrial” en la primer potencia mundial. ¿O no?
La política industrial, que nadie abandonó, en Argentina, todos los economistas post-1974, decidieron liquidarla en nombre “de lo que hacen los países que saben”.
Insólito, estudiaron en esos países, y nunca se preguntaron por qué esos países crecían.
¿Les dijeron “haz lo que yo digo, no lo que yo hago”? Entonces, ¿mejores alumnos o giles de la clase? Nuestra odisea de los giles.