El disgusto de Manuelita Rosas con María Josefa Ezcurra

Por Ricardo Geraci

Uno de los tantos sin sabores que la hija del Restaurador de las Leyes tuvo en su larga y anecdótica vida, fue una situación de índole familiar,  al fallecer María Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación Ezcurra (madre de Manuelita Rosas) en 1856.  



Para marcar un poco el contexto es necesario decir que María Josefa casada con un primo peninsular, se arrojó a los brazos de Belgrano cuando lo sigue hasta la campaña del norte. Desde la Revolución de 1810 que se decía que la cuñada de Rosas era una casada con la libertad de una viuda, en teoría por el abandono de su esposo en el marco de lo que generó Mayo. Lo cierto es que doña Josefa se enamoró del general y en ese affaire nacía en Santa Fe, Pedro Pablo. 

La sociedad aristocrática criolla de principios del siglo XIX jamás aceptaría un hijo o una relación que consideraban amoral por el matrimonio de Maria Josefa Ezcurra y Juan Esteban Ezcurra. Por ello se decidió darle el bebe a quienes podrían criarlo y nadie mejor que el joven matrimonio de J.M de Rosas y Encarnación Ezcurra. En esa responsabilidad que derivó en una íntegra educación  que le dieron los Rosas, Pedro Pablo fue un hombre extraordinario con una capacidad nata y una moral brillante. Supo reconocer a su padre biológico incorporando a su apellido adoptativo el de don Manuel. Doña Josefa además de ser muy bella, carismática y revolucionaria, rompiendo moldes de época, fue una de las tantas mujeres que trabajaron para el régimen rosista con total efusividad. En su casa de la calle Alsina pasó gran parte de la política rosista. Hacia el final del último gobierno de Rosas (1852) la hermana de Encarnación, se empezó a desentender y prefirió el ostracismo. 

Al morir en su testamento dejaba a hermanas y sobrinos algunas de sus propiedades y fortuna. Fue todo repartido entre muchísimos sobrinos, con el dato curioso que en ningún lado figuraban Juan Bautista y Manuelita. Hijos de su hermana y cuñado. Aquellos que en su momento más pavoroso, le tendieron una mano de una sensibilidad extraordinaria. En el detalle del testamento figuraban una estancia en Navarro y propiedades todas de la provincia de Buenos Aires, sus herederos y esta omisión peculiar, podría darnos más dudas que certezas. 

La reacción de dolido mostrada por Rosas se efectúa en cartas a sus cuñadas. No es tanto el dinero que bien le hubiera venido en un exilio económicamente inestable habitando un país caro. A Rosas el reconocimiento ignorado por aquello que alguna vez los unió, era lo que más le dolía. El no reconocimiento si se quiere. 

Manuelita no quiso ser hipócrita y también demostró un disgusto sentido y así se lo hizo saber a sus tías. A continuación un pasaje de esa carta dirigida a doña Margarita, Petronita, Juanita y Mariquita: 

[..." Muchos y muy grandes son los desengaños que hemos tenido en la época de nuestro infortunio y uno de los que más nos ha afectado a Tatita y a mí ha sido ver que mi querida tía Ma. Josefa, que tanto debía a mi querido Tatita, como Vds. lo saben bien, no se ha acordado de él ni de los hijos de su hermana Encarnación, todos en la desgracia, ni aún para dejarles el más pequeño recuerdo, mientras que de todos los hermanos se acordó sean ricos o pobres" ...].

Hay que aclarar que Manuelita Rosas ha sido siempre -cuando gozó del poder que administraba su padre y en un exilio donde los amigos eran contados con los dedos de una sola mano- una persona con un nivel de empatía para poder ponerse en el lugar de cada persona que era beneficiada con su afecto. Era una gran oyente y le gustaba que la oigan, pero siempre fue muy atenta con todos. Lo curioso que esta mujer no dejó de ser atenta en su exilio, donde ni el poder ni la fama la tenían en primer plano. Aun así, fue muy benévola con hasta quienes habían traicionado al padre o por oportuna conveniencia prefirieron plegarse a Urquiza y seguir manteniendo relativamente su status quo. Por ello es que Manuelita se disgustó y esto por supuesto- no enjuicia (desde el punto de vista histórico) para nada a María Josefa. 

Sólo aquello de lo que no se tiene certeza puede ser juzgado. Estos documentos nos acercan a la persona y nos alejan de la parsimonia solemne de los próceres intocables. El historiador y mucho menos los allegados a la materia debemos juzgar. La idea es, tratar de comprender. 

Fuente de la misiva: El Exilio del Restaurador. Celina Doallo pag 101, 102, 103.