Juan Manuel de Rosas. Exilio forzado y el mito de la prisión disimulada

 Por Ricardo Geraci

En la tarea compleja de tratar de comprender lo que a veces para los aficionados a las Ciencias Sociales nos resulta incomprensible, se suelen transitar por caminos en los que obligados estamos de ir despojándonos de cierta lógica mal concebida, acerca de hechos o situaciones que no se explican como una mera ecuación matemática. 

Si nos detenemos en la Guerra del Paraná, podremos formar una opinión en función de Rosas como defensor indómito e irrenunciable de los derechos argentinos sobre nuestra soberanía territorial. Nadie puede negar, la firmeza con que el "tirano" supo llevar adelante en negociaciones diplomáticas o en el campo de batalla su lucha contra anglo-franceses. 

Para ciertos acomodadores de ideas, con esta lógica de hechos, don Juan Manuel fue anti-británico o anti-francés, o ambos. Claramente si en algo fue contrario Rosas, no se detuvo a que sus odios o destratos se establescan por razones de nacionalidad, de etnia o religión. Rosas era contrario y sentía una repulsión sentida y elocuente, por la falta de orden y un desprecio por la ilegalidad y las causas tumultuosas que ponían en jaque el sistema establecido por la existencia y funcionamiento de las Instituciones. También despreciaba a quienes socorrían al extranjero invasor por causas de índole egoístas, donde las mayorías y los puebleríos de "indecentes" no eran tenidos en cuenta como elemento constituído de la nacionalidad. 

¿Fue el Restaurador un preso disímulado?

No hay documento alguno que permita establecer esta pregunta sin saber demasiado pronto la respuesta. Nunca existió tal cosa.

El talibanismo historiográfico como respuesta a los contenidos universitarios de tinte "halperindonguista" tampoco aportan nada a la ya tan bastardeada verdad histórica. 

Se sacó de contexto  una reflexión que tiene un antes y un después gramatical, de José María Rosa, el gran Pepe. Para Pepe Rosa es una reflexión y conjetura más bien constituída en una metáfora que en una verdad histórica. Algunos la han tomado literal. 

Mi propia conjetura del porqué a Inglaterra, en calidad de qué y quien o quienes fueron los responsables de "dejarlo huir" se basa en diferentes autores que abordan este tema explicado más desde las conjeturas, que desde los hechos. Pero desde la documentación, basta tan solo con indagar a fondo en los testimonios de quienes fueron testigos de aquellas horas posteriores a la batalla y lo que fue sucediendo conforme el tiempo iba progresando. 

Lo cierto es que elegí como guía conceptual y relato fidedigno el del Encargado de Negocios Británicos ante La Confederación Argentina Mr Robert Gore. Fue quien don Juan Manuel elegió para refugiarse hasta tanto fuera llevado a un barco y fue éste quien le ayudo a embarcarse ( a Rosas y familia ) y tomando la responsabilidad que el  derrocado caudillo había puesto en el gringo, envió las misivas correspondientes a su jefe Palmerston sobre la decisión de Rosas de dirigirse en calidad de exiliado y pidiendo el asilo político a las autoridades correspondientes. 

En mi interpretación de lo que vengo consultando acerca del forzozo exilio del Restaurador, me obligan las circunstancias que encadenan cada una de las situaciones desde la nota de Rosas a la Legislatura hacia su llegada a Plymouth a confiar en mi propia conjetura que refiere a dos cuestiones fundamentales:

1) Rosas agotado por dos décadas de estar bajo un personalismo ciego, al mando del desarrollo y conformación de una patria en constante guerra civil y amenazada por buitres de bandera europeas y el inexpresivo y poco solidario Norte americano de EEUU, sucumbió en una batalla pérdida desde la derrota de Oribe y la Pronunciación de Urquiza y Alianza con el Imperio del Brasil y sin más remedio que el de retirarse vencido como castigo suficiente a un hombre de mucho apego al terruño , a una patria lejana y desconocida, eligió Inglaterra porque allí no se le molestaría y conocía en parte a los ingleses. Estaría lejos y olvidado en un país que se sabía respetaba a quien decida vivir en el por la causa que fuere protegido bajo sus leyes. Rosas había respetado pactos de comercio con los ingleses y estos lo sabían. Había tenido buenos tratos con los comerciantes gringos de Buenos Aires y les favorecía en detalles relevantes. La famosa Interpelación en la Cámara de los Lores a las manifestaciones por las salvas de cañones el 16 de abril de 1852 en Queenstown pone en relieve el conocimiento y los sentimientos encontrados entre los mismos ingleses sobre el Restaurador. 

 2) Así como elegió la Gran Bretaña, también Rosas supuso que sus bienes no iban a ser confiscados. La Causa Criminal en su contra escrita y pergeñada por antiguos adversarios y antiguos federales que le rendían honores y hoy jugaban en el bando vencedor, mencionaba la condena por hurto y mal desempeño de los fondos públicos con el fin de enriquecer a su familia. Cuestión muy difamante y mentirosa si se estudia la politica rosista en relación a los dineros públicos y su escrupulosa tarea administrativa. Sus vencedores no ahorraron mecanismos y mañas para vengarse de lo que ellos llamaban tiranía. Cierto es que su intención de vivir sus ultimos años ( viviría finalmente 25 años en el exilio ) en paz, retirado, viviendo de la venta de sus bienes de los que tanto trabajo tuvo que hacer y merecida fortuna no pudo disfrutar, los hechos fueron absolutamente distintos y pasó por lo menos 23 de los últimos 25 años de vida entre el hambre y la pobreza y que llegando a octogenario, debía sobrevivir de las labores rurales pequeñas, pero necesarias para comer y pagar a la peonada. Peonada que cobraba mejor que la peonada media inglesa.

Las teorías y tergiversaciones no hacen al personaje. Sino la veracidad y crudeza de los actos más allá de las contradicciones. 

A continuación las palabras acerca de los sucesos previos, cartas y reflexiones de un protagonista de aquel momento histórico, Robert Gore (*)

Sacaran uds sus conclusiones. 

Las misivas son de Robert Gore a Palmerston.

“Milord,
Como consecuencia de los incidentes ocurridos recientemente en este país y por la activa participación que me vi obligado a tomar (bajo las más extrañas circunstancias) para salvar la vida del general Rosas, que buscó refugio en mi hogar durante mi ausencia de la casa en la tarde del 3 de febrero después de la batalla, considero que sería sumamente beneficioso al Servicio Público si Su Señoría me otorgara una licencia de seis meses o un año para viajar a Inglaterra, hasta que haya calmado el actual sentimiento de enojo que existe contra mi a raíz de la asistencia que di para salvar la vida de aquel general. 

No es a raíz de un temor por mi vida que hago este pedido de licencia, pero sí porque temo que nuestras relaciones con el nuevo gobierno pueden ser en el presente más cómodas y amistosas de esa forma que si las conduzco yo, habiendo conocido con gran intimidad tanto a la familia del general Rosas como a él mismo. 

No dejaré nada sin hacer que pueda lograr con dignidad y honor para disipar el sentimiento que actualmente existe contra mí, y si el gobierno es razonable, no tengo duda que tendré éxito". 

Nota mia: Son dos misivas dirigidas a Palmerston donde Mr Gore le explica los pormenores del hecho que desencadenó convertirse en el "salvador" de Rosas. Una de las cartas iba en el vapor Prince como "Confidencia" y la otra circuló por el Ministerio de Auntos Extranjero, que llevaba un escueto relato sobre los hechos y a la de Palmerston el nutrido relato, veráz y enriquecedor desde lo genuino. 

“Mi querido Lord,

No podía pensar, cuando zarpó el paquete en la tarde del 2 del presente, que al día siguiente terminaría el gobierno del general Rosas y su existencia política en este país. Por todas las circunstancias que he podido colegir, desde entonces, tanto él como su familia fueron mantenidos en la más completa ignorancia del poder, fuerza y recursos del ejército bajo el mando de Urquiza, pues ellos fueron animados por informes falsos, como para que creyesen que en el caso de una batalla, el general Rosas seguramente triunfaría. 

En la tarde del 2 de febrero -el día anterior a la así denominada batalla - yo fuí positivamente asegurado en la casa del gobernador que el general Benavídez, gobernador de la Provincia de San Juan, estaba en la retaguardia del ejército de Urquiza con 4000 hombres y 8000 caballos; y que Pedro Rosas se hallaba tras el ala derecha con 2000 indios, de tal modo que, según esta cuenta, el ejército de Urquiza tenia 24.000 hombres, de los cuales 3.500 eran brasileros, 2.500 orientales, y los restantes correntinos, entrerrianos y bonaerenses y de las demás provincias, muy bien equipados y con excelente disciplina. 

En la mañana del 3 de febrero, el ejército de Rosas consistía de 18.000 hombres, habiéndose reducido a este número por la dispersión de 7000 hombres, el 31 de enero. Este ejército, salvados 5000, eran principalmente reclutas forzados al servicio. En realidad no hubo batalla, pues las tropas de Rosas arrojaron sus armas y huyeron, y -exceptuando la división Palermo - no fue más que una pequeña lucha, demostrada por el resultado, pues cayeron muertos tan sólo 190 a 200 hombres, y hubo 43.000 hombres en el campo de batalla. La artillería de Rosas fue emplazada en una trinchera, y los cañones apuntaban al aire, de tal manera que los tiros sobrepasaban sin causar ningún daño. Casi todos los jefes en quienes Rosas confió se encuentran ahora al servicio de Urquiza. Son las mismas personas a quienes a menudo escuché jurar devoción a la causa y persona del general Rosas. Nunca hubo hombre tan traicionado. El secretario confidencial que copiaba sus notas y despachos, nunca falló en enviar copias a Urquiza de todo lo que era interesante o le interesaba conocer a éste. Los jefes que mandaban la vanguardia de Rosas, se hallan ahora al frente de distritos. Nunca fue tan amplia la traición. 

Relataré ahora a V. Señoría la fuga de Rosas y su familia. El día 3 de febrero estuve durante todo el tiempo completamente ocupado, concertando con mis colegas los medios para proteger las vidas y propiedades de nuestros respectivos connacionanales. Al regresar a mi casa, a las 4 y media de la tarde, mi sirviente me informó que había admitido a una persona con uniforme de soldado común, pero que sospechaba ser el general Rosas, y que se hallaba reposando en mi lecho, muy exhausto por la fatiga y una herida que tenía en la mano, habiendo pedido que le dejasen recostar. 

Entré inmediatamente y hallé a Rosas en mi cama, cubierto con el humo y polvo de la batalla y sufriendo fatiga y hambre; mas, por otra parte, calmo y dueño de sí mismo. 

Dijome sonriendo: “Es un hecho curioso que el caballo que doné a Mr: Southern para la reina Victoria salvó mi vida esta mañana, ahora me encuentro bajo la protección de la bandera inglesa". Inmediatamente me di cuenta que era necesario sacarle de mi casa y pasarlo a un buque de guerra, antes que se supiese o sospechase donde estaba. Tenía poco tiempo disponible y debía emplear la mayor discreción posible, pues estaba por reunirme con los demás representantes, a las 6 pm., para ir al campo de Urquiza, a pedido del general Mansilla, jefe de la plaza, para ofrecer nuestros buenos oficios, a fin de convenir con aquel general la constitución de un gobierno para la ciudad, y yo no poseía medio alguno para hacer nada hasta mi regreso. Me vi, pues, obligado a dejar al general Rosas, habiendo ordenado su cena y baño, y que por ningún motivo se permitiese a ninguna persona entrar o salir de mi casa, hasta mi regreso. 

Al llegar los agentes extranjeros a Palermo encontramos la vanguardia del ejército de Urquiza, entrando y adoptando sus medidas para pasar la noche, bajo el mando del general Galán, a quien hicimos conocer nuestra misión. Fuimos muy bien recibidos, y envió inmediatamente su edecán al campo de batalla donde suponía que Urquiza pasaría la noche para informarle del asunto que teníamos entre manos. Habiendo esperado hasta las 10 pm. sin recibir nuestra respuesta, pensé que era prudente excusarme con el coronel Galán, y regresar a Buenos Aires, pues no me quedaban mas de cuatro horas para concebir y ejecutar un plan para embarcar al general Rosas y su familia. Llegué a la residencia del almirante Henderson a las 11 y media, quien inmediatamente aceptó mi proposición, de embarcar al general Rosas y familia a bordo del Locust que se encontraba en el puerto, y despacharlo, al romper el día, a Montevideo, a alcanzar el paquete; y transferir a Rosas y familia al Centaur, no bien el Locust navegase por la rada exterior. 

Pasé enseguida a mi casa, acompañado por su hija Manuelita, a quien confié mi plan e hicimos las preparaciones necesarias para el embarque, después de discutir un poco con el general Rosas, que deseaba permanecer en mi casa por 2 0 3 días, a fin de arreglar sus asuntos, antes de dejar para siempre su país. Después de revestir al General Rosas con un gran capote y gorro de marino, a su hija como si fuese un joven, y a su hijo con mis ropas, y hallándose listo un bote en cierto lugar perteneciente a un bajel mercante, nos dirigimos hacia él. Tuvimos que pasar por dos garitas de centinelas, en ambas nos examinaron, pero se nos permitió pasar al darme a conocer. Al llegar al río las aguas se hallaban muy bajas, y el grupo tuvo que caminar unas 400 yardas antes de llegar al bote. A las 3 am. todos estaban a salvo, a bordo del Locust. 

A las 4.30 am. yo andaba camino a Palermo, nuevamente, acompañando una comisión de la ciudad, para entregarla al general conquistador. Aseguro a Vd mi Lord, que experimenté un profundo alivio al ver al Locust salir del puerto, mientras yo cabalgaba hacia Palermo. 

No he de molestar más a V.S. con este asunto, que Usted conocerá por mis despachos, y que pertenece ahora a la historia. 

Fuí presentado al general Urquiza, quien hablome acerca del general Rosas y dijo que éste había peleado bravamente, y que creía que había marchado hacia el Sud; composición de lugar que no me sentí inclinado a contradecir de ninguna manera. 

Lamento decir que la excitación contra los agentes británicos, especialmente en contra mío, a causa de la fuga del general Rosas, fue principalmente manifestada por súbditos ingleses y franceses, que hicieron lo mas para que mi posición se tornase tan difícil e incompatible como era posible. A Dios gracias, siento que no he hecho mas que cumplir con mi deber como Agente Británico, y como un gentilhombre inglés. 

No hice más que lo que era dictado por la humanidad y principios honorables. Los he tratado con la mayor indiferencia, a pesar de las amenazas de que me arrojarían a la calle, y 10 que en cierta ocasión se envió a un sujeto a medianoche para que, golpeando mi puerta, me notificase que debía visitar al Gobernador en la Fortaleza por un asunto urgente, rehusándose mi sirviente a permitirle la entrada en la casa, amenazó balearme si me encontraba afuera. Me he mostrado en todas artes a todas horas, como de costumbre, sin más que un pequeño bastón como único compañero; y confío que cuando mis compatriotas se encuentren mas calmos, verán el error en que han estado. 

Los dichos acerca mío, aunque increíbles, fueron y son admitidos por algunos. 

Así por ejemplo, mi casamiento con Manuelita Rosas, traspasándome por el general la casa habitación de Rosas en la ciudad y Palermo, siendo reclamados por mí como propiedad británica. El recibo de 60.000 patacones, es decir alrededor de &12.000,que el general Rosas me habría donado por haber salvado su vida. Tales fueron los informes, libremente repartidos, principalmente por súbditos británicos; personas estas que no tenían porque quejarse de la conducta del general Rosas, pero ignorantes del sentimiento del honor que gobierna la mente de un gentilhombre. 

El Centaur zarpó esta mañana a las 4 am., para encontrarse con el Conflict, vapor al que será trasladado el general Rosas y su familia, y que navegará con su más rápido andar posible, a fin de dar con el paquete en Pernambuco. Si fallase en esto, tiene orden de proceder con ellos hasta Inglaterra, lugar que el General Rosas ha fijado para su actual residencia. 

El general Rosas me aseguró que no poseía un centavo fuera del país, pero que llevaba consigo, -una insignificancia - , alrededor de 720 onzas o & 2.300 de nuestra moneda, y que si sus propiedades en este país, que son muy considerables, fuesen confiscadas, él y su familia se arruinarían. 

Antes de la salida del paquete escribiré a V.S. otras particularidades. 
Créame,etc.

(firmado)Robert Gore

P.S. Con referencia a mi despacho N° 15 del 9 de febrero, pidiendo licencia, se entiende que es condicional, si acaso el Gobierno de Buenos Aires se sintiese ofendido con respecto a la protección dispensada a la persona del general Rosas, y que mi presencia fuese dañosa a los intereses británicos. No tengo deseos, por ahora, de dejar el país, pero me alegraría que se me diese la opción, si fuese necesaria”. 

(*) Llegado a Buenos Aires en 1848 siendo secretario de Henry Southern luego de años de relaciones diplomáticas congeladas, cuando los anglofranceses buscaban una manera de irse decorosamente de la región del Plata, quedó como Encargado de Negocios ante la Confederación Argentina en los gobiernos del Gaucho de Los Cerrillos al frente de la Jefatura de las Relaciones Exteriores. Fue Marino y Encargado de los Negocios Británicos en Montevideo. 

Fuente consultada: 
Beatriz Celina Doallo
El Exilio del Restaurador 
Ediciones Fabro. 
Pag 10, 11, 12, 13.
Primera Parte