Cría cuervos, ... Una historia poco conocida de las vidas de Mitre y Rosas
Por Cesar Grass
Del libro “Rosas y Urquiza – Sus relaciones después de Caseros. Bs.As. 1948
Allí continuaron la plática, paseándose a lo largo de la habitación, que se encuentra amueblada tal como entonces.
En cierto momento, el huésped advirtió una preciosa miniatura con el retrato de Rosas, colocado sobre un mueble en sitio preferente y muy cerca de la mesa de trabajo del general (la miniatura se encuentra actualmente en el mismo sitio).
—¿Y esta miniatura? —exclamó Fariní, sorprendido, acercándose a ella. ¡Don Juan Manuel! —explicó Mitre que se había detenido y agregó sonriendo, halagado por la curiosidad del visitante—: ¿Le extraña?
—No es para menos. ¡Un retrato de Rosas en su casa! —replicó Fariní, sin salir de su estupor.
—¿No sabe V. que yo debo la vida a don Juan Manuel? —añadió entonces Mitre, con amable ironía.
—Chiquilín, ¿qué vas a hacer?
—Voy a pasar el río, señor...
—Por ahí no, criatura; te vas a ahogar —y agregó imperativo, dando espuelas a su caballo—: ¡Sígueme!
—Yo le obedecí y anduvimos silenciosamente varias cuadras, costeando el río hasta que, deteniéndose en determinado paraje, me dijo:
—Este es el vado más seguro. Agárrate bien de las crines de tu caballo y anda tranquilo, pero fíjate bien para no errarle en el regreso.
—Gracias, señor —le respondí.
—¿Y cómo te llamas? —me preguntó entonces el providencial personaje.
—Bartolomé Mitre, señor —repliqué.
—¿De dónde eres?
—De lo de don Gervasio Rozas, señor.
—Ah, ja. Decile a Gervasio que dice su hermano Juan Manuel que no sea bárbaro, que no se envía a una criatura como vos a cruzar el Salado crecido sin mandarlo a la muerte. ¡Y dale recuerdos míos!
—Con este antecedente, imagínese, mi querido Fariní —terminó Mitre—, que tengo razón para tener la efigie de Rosas en mi escritorio, debiendo advertirle que esa ha sido la única vez que he visto personalmente al terrible don Juan Manuel, contra quien debí escribir tanto después.