El Plan Marshall

 Por Juan Perón

Fragmento de Los Vendepatria, Caracas, 1957

 No deseo ofender a nadie, sino explicar algunas cuestiones económicas de dominio común, que, como en el caso del conejo que sale de la galera, son interesantes sólo hasta que nos explican el truco. 

Si, de acuerdo con el aforismo disraélico, la amistad entre los países debe venir por la unión de los intereses permanentes, la cooperación entre los Estados que componen el Continente no puede seguir otro camino. La única manera de asegurar esa amistad permanente es la mutua conveniencia. Cuando las ventajas y beneficios sean unilaterales, no pueden tener larga vida. Cuando una de las partes, mediante la habilidad o el engaño, consigue sacar ventajas, logrará un beneficio inmediato pero no una amistad y menos una cooperación permanente. 

El error es confiar la solución de tan importante asunto a los intereses privados, muchas veces en manos de negociantes inescrupulosos, no puede acarrear sino graves inconvenientes para una real y efectiva cooperación continental. 

Cuando se trata de ayuda técnica o de cooperación económica, el Estado no puede estar ausente para asegurar la ecuanimidad y con ello proteger la permanencia. Si el interés de los privados está en los beneficios financieros, el objetivo del Estado es el progreso del país y la solidaridad continental. Ambos tienen intereses irrenunciables. 

Proceder de otra manera, es entregar a los intereses especulativos ocasionales la solución de un problema permanente que debe interesarnos a todos si, en realidad, estamos decididos de buena fe a una unión efectiva y duradera. No hablamos del pésimo efecto que produce cuando un Gobierno o una embajada aparecen detrás de esos intereses, a menudo espurios, o cuando se produce una protesta "formal" o "informal" contra las medidas legales que se toman para evitar perjuicios indignantes e injustos. 

Mucho más conveniente resulta aún cuando se insiste en defender la explotación indebida por medio de medidas inadecuadas, como resultan las campañas publicitarias, la difamación y la calumnia contra los hombres que no se prestan a ella. 

Contra todos estos procedimientos, que se critican en este capitulo, debemos reaccionar todos los que de buena fe anhelamos soluciones y no problemas. En la economía, como en la política de nuestros tiempos, el engaño tiene piernas cortas. 

Cooperación Económica y Aporte de Capitales 

Uno de los problemas que más parece afligir a la América Latina es su desarrollo demográfico demasiado lento y la infracapitalización de las economías respectivas. Problema que ha sido también la preocupación de los grandes centros financieros mundiales en las actuales circunstancias. Aunque, en esto sucede como en las oligarquías, que primero se hacen los pobres, para inventar después la beneficencia. 

Las guerras y las crisis ideológicas que el mundo vive, han sido motivo de grandes destrucciones de valores económicos y, cuando estos fenómenos ocurren, todos pagamos algo de las consecuencias. Un sistema de "vasos comunicantes" reparte los perjuicios, aunque ese mismo sistema no existe para repartir beneficios. Este es uno de los primeros "trucos" del sistema de prestidigitación económica de uso corriente.

 Mediante este hecho, la descapitalización se ha acentuado en muchos países, agravando el problema. Los países centro y sud americanos han acusado en mayor medida este impacto como consecuencia de la ayuda económica, casi unilateral, que desde la terminación de la guerra, ha sido dirigida a Europa y la falta de una cooperación efectiva en el Continente, en un plan orgánico de explotación e industrialización de sus recursos. El "Plan Marshall" fue un verdadero azote para la economía latinoamericana. Cerró toda posibilidad de colocación de sus excedentes, ante un verdadero "dumping" estadounidense que constituyó, para países como la Argentina, con extensión o sin ella, una verdadera agresión a su economía que provocó grandes dificultades en 1948. 

Pero esto, aun puede ser considerado como una cuestión que, aunque inamistosa, es corriente en el comercio inescrupuloso y los perjuicios pueden cargarse a "ganancias y pérdidas". Sin embargo, hay casos de perjuicios que se originan en falta de seriedad y aun de honradez comercial, muchos de los cuales han traído quebrantos irreparables para nuestras pobres economías. En 1945, cuando terminó la guerra, Estados Unidos debía a la Argentina aproximadamente dos mil millones de dólares y Gran Bretaña unos tres mil quinientos millones en concepto de abastecimiento de productos no compensados. Esos créditos fueron "bloqueados" al terminar la guerra. En otras palabras, los deudores se negaban a pagar, no cubrían interés alguno y entre tanto, elevaban los precios de las manufacturas con que debían pagar, en forma que ese crédito argentino bloqueado se "evaporaba" a menos de la mitad. Este fue otro "truco" que nos costó más de dos mil quinientos millones de dólares. 

Pero, aún extremando nuestra complacencia, ante estos inauditos casos de descapitalización evidente, por tratarse de actos fortuitos aunque frecuentes, no podemos decir lo mismo sobre la sistemática descapitalización que se realiza, precisamente, con el pretexto de la capitalización. En el aporte de capitales sucede lo mismo que en el humano: la emigración es un fenómeno de los países superpoblados, impuesto por el desequilibrio demográfico y que les acarrea una disminución de su potencial humano. Para evitarlo, como recurso de buena fe, los países emigratorios sostienen la tesis de la nacionalidad de origen, sujeta a la legislación de los países de inmigración.

 Hasta aquí estamos en lo lícito y de buena fe. Sin embargo, hay también movimientos migratorios destinados a realizar una invasión pacífica o reivindicar minorías con fines encubiertos de secesión, de corte agresivo o imperialista. Este recurso es ilícito y de mala fe. Lo propio ocurre con la emigración de capitales, que siendo un fenómeno natural de países supercapitalizados, constituyen un debilitamiento de su potencial financiero. Lo lícito y de buena fe sería sostener la nacionalidad de origen, sujeta a la legislación de los países en que el capital actúa. 

Es ilícito y de mala fe desarticular, explotar, subordinar o descapitalizar a una economía para colonizar económicamente a las naciones que lo albergan. Así como la inmigración resulta un medio conveniente para el adelanto de los países infrapoblados, el aporte de capitales resulta un factor beneficioso para las naciones insuficientemente evolucionadas, a condición de que ambas cosas sean de buena te. 

Porque así como la penetración humana de grupos inadaptables o minorías invasoras es un peligro y una rémora para los países, la incorporación de capitales de explotación y especulación constituye un azote para la economía de los países en formación. 

La liberalidad en lo económico-financiero no puede exceder las conveniencias nacionales porque, de lo contrario, se traducen en perjuicios y no en beneficios. La insistencia en mantener los métodos, que se ha demostrado que son perniciosos, no puede tener otro fin que la especulación inconveniente. La América Latina, no se encuentra descapitalizada porque sus poblaciones no hayan sabido ahorrar y capitalizar, desde que el capital es trabajo acumulado y aquí se ha trabajado mucho, sino porque los vendepatria han actuado en forma de permitir nuestra descapitalización o la ignorancia de muchos ha sido en beneficio de otros. 

Pero hoy el problema es suficientemente conocido y los remedios comienzan a aparecer. Citaré sólo dos ejemplos que pertenecen, uno, al Presidente Vargas del Brasil y otro al Presidente Perón de la Argentina, ambos, naturalmente, considerados como "totalitarios". En 1952, el Presidente Vargas firmó un decreto por el que se restringía el registro de capitales extranjeros en el Brasil a aquellos traídos realmente desde el exterior y que limita las remesas de utilidades al ocho por ciento anual de dichos capitales. El decreto dice concretamente que el capital extranjero con derecho a retornar es solamente aquel que proviene del exterior y ha sido registrado como tal en el Banco del Brasil. Autoriza también al mencionado Banco a revisar todos los capitales registrados y todas las remisiones hechas en el pasado y dice que todas las remisiones que excedan del ocho por ciento anual del capital extranjero registrado serán consideradas como retorno del capital original y deducidas de las inversiones de capital extranjero. 

Aseguró Vargas el 1 de enero de 1952 que, el Banco del Brasil había autorizado remisiones de más del ocho por ciento anual y que había permitido a las compañías capitalizar su exceso de utilidades como capital extranjero. A consecuencia de ello se registraron catorce mil millones de cruceiros indebidamente y eso ha dado como resultado un escandaloso e ilegal aumento de las inversiones a más del doscientos por ciento, o sea de 432 millones de dólares a 1.253 millones, aumento que está desangrando al país, por la excesiva demanda de di-visas extranjeras para cubrir los envíos financieros para pagar el ocho por ciento de las utilidades, que aumentan como una bola de nieve. La República Argentina, como el Brasil, ha sido sometida durante un siglo a este tormento financiero y, sin embargo, los "famosos economistas" que nos gobernaron, pretenden aún seguir siendo famosos.