Los socialistas y la Revolución Libertadora. La Vanguardia y los fusilamientos de junio de 1956

Claudio Panella
Anuario del Instituto de Historia Argentina

El presente trabajo tiene por objeto el estudio del comportamiento que adoptó el Partido Socialista de la República Argentina frente a la Revolución Libertadora a través de un hecho puntual acaecido durante el gobierno surgido de la misma, a saber, el fusilamiento de militares y civiles que participaron en la sublevación de junio de 1956. Dicho abordaje se realizará analizando el posicionamiento que del mencionado suceso tuvo el periódico La Vanguardia, órgano oficial del Partido Socialista.

El acontecimiento histórico elegido lo ha sido por dos motivos principales. Primero, por resultar emblemático de aquel gobierno de facto, en consonancia plena con los objetivos que se propuso; segundo, porque puso a prueba los acompañamientos políticos de que gozaba, entre ellos el de los socialistas.
Los socialistas, La Vanguardia y el peronismo

Desde la aparición misma de Juan Domingo Perón en la escena política nacional, el Partido Socialista se convirtió en uno de sus principales contradictores. Seguramente debido a la cada vez más concreta influencia de aquel sobre los trabajadores y sus organizaciones representativas -a quienes los socialistas siempre dijeron expresar y defender-, la crítica fue siempre furibunda. Lo más notable en este sentido fue la caracterización del nuevo movimiento político como “régimen fascista”, donde eran permanentes las referencias -directas e indirectas- a Hitler, Mussolini, Franco y, como antecedente vernáculo, a Juan Manuel de Rosas. Este sentimiento recorría todo el discurso socialista, y venía a demostrar no solo la centralidad de la línea “antitotalitaria” del partido, que La Vanguardia amplificaba con creces, sino también, y fundamental por las consecuencias que les trajo a los socialistas, la incomprensión del fenómeno peronista.

En esta línea, uno de los ejes de la impugnación socialista era -no podía dejar de serlo- la política laboral de Perón. En realidad, el Partido Socialista encaró este desafío de la peor manera: ignorando el progreso social que les produjo a los obreros la legislación social peronista, denostando a su impulsor y, lo que es más grave, negándole a los trabajadores que apoyaban al nuevo líder su carácter de tales. Así, trataron de contrarrestar la política concreta peronista con apelaciones que partían del concepto de que solo en “democracia y libertad” era posible la “justicia social”. Emblemático de lo expresado fue la reacción que los socialistas tuvieron frente a una medida gubernamental de claro beneficio por parte de los trabajadores: la que establecía, en diciembre de 1945, el aguinaldo. Aquellos, a través de La Vanguardia, criticaron la medida a la que calificaron como una “cruda demagogia electoral”, un “anzuelo” destinado a “someter y domesticar los sindicatos libres1.

Respecto de los trabajadores que adherían al peronismo, por cierto que no eran auténticos obreros sino lúmpenes, “agitadores sin conciencia”, descamisados que se asemejaban a los sans-culotte de la Revolución Francesa, quienes “creían en las promesas del demagogo sin comprender que son juguete de su ambición personal2. Resulta curiosa esta subestimación y este desprecio que destilaban los socialistas respecto de aquellos a los cuales, al menos en teoría, decían defender3.

A partir de lo dicho, era lógico que la clase trabajadora se iría alejando -más temprano que tarde- del socialismo, que quedó reducido a un pequeño partido de clase media urbana, cuyo aislamiento de los sectores populares se fue acentuando a medida que fructificaba la obra del gobierno peronista. Vale señalar al respecto el resultado de las elecciones de 1946 que consagraron presidente a Perón, en las cuales el socialismo no solo experimentó la derrota de la Unión Democrática sino que no pudo obtener representación parlamentaria alguna. La contienda electoral preanunció el ocaso de la influencia del Partido Socialista en la clase obrera argentina y también de la política nacional. La ausencia de autocrítica ante el resultado electoral y la falta de comprensión del papel que en aquel habían tenido los trabajadores serían cuestiones decisivas a la hora de posicionar a los socialistas frente al gobierno peronista.

En este contexto de ausencia de espacios institucionales para ejercer la práctica política y su oposición al gobierno, La Vanguardia adquirió para la dirigencia y los militantes una importancia mayor de la que ya tenía. En efecto, este órgano de prensa se convirtió en vehículo para la continuación de la lucha política de los socialistas. A través de sus páginas ejercieron su acción proselitista, debatieron sobre cuestiones internas, acentuaron su ligazón con los lectores, todo ello en el marco de una acérrima oposición al gobierno.

Fue así que la crítica a la gestión de gobierno peronista fue permanente y furiosa: sus temas de impugnación fueron la libertad de prensa, la naturaleza y accionar del movimiento obrero organizado en torno a la Confederación General del Trabajo, la política educativa en el ámbito universitario -también a nivel primario y secundario- y la política económica. Igualmente, la publicación le otorgó relevancia a dos cuestiones coyunturales: el juicio político a la Corte Suprema de Justicia de la Nación y el viaje de Eva Perón a Europa4.

En este contexto, el socialismo decidió no participar de la elección de convencionales constituyentes en diciembre de 1948, actitud que se repetiría con las de vicepresidente de la Nación en 1954. Es que el masivo apoyo electoral a Perón, que lejos de disminuir aumentaba, llevó a los socialistas al convencimiento de que sólo mediante el uso de la fuerza se podía terminar con el peronismo, justificando tal argumento por su carácter “fascista”5. De allí que no extrañó la participación de uno de sus principales dirigentes, Américo Ghioldi, en el frustrado golpe del general Menéndez de septiembre de 1951.

Debe consignarse asimismo que el gobierno peronista no ahorró acciones en contra de los socialistas: a la clausura de La Vanguardia en agosto de 1947 debe sumársele la destrucción de la Casa del Pueblo -su sede partidaria- motivada por un incendio llevado a cabo por adherentes al peronismo en 1953, luego de un atentado perpetrado en un acto gubernativo en la Plaza de Mayo que costó la vida a varias personas6.

El Partido Socialista y la Revolución Libertadora

El golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955, que derrocó al segundo gobierno constitucional del Gral. Perón, autodenominado Revolución Libertadora, dio como resultado un gobierno de facto que ejerció el poder por más de dos años y medio. Encabezada por los generales Eduardo Lonardi primero (septiembre-noviembre de 1955) y Pedro E. Aramburu después (noviembre de 1955-abril de 1958), esta dictadura militar tuvo como objetivo primordial -sobre todo en su segundo turno- “desperonizar” el país7.

El nuevo gobierno contó con el apoyo, más o menos decidido a medida que pasaba el tiempo, de todo el arco político antiperonista. Apenas unos días después del golpe, el Partido Socialista emitió una declaración en donde expresaba que “los socialistas argentinos saludan emocionados el gran esfuerzo de liberación de la tiranía que acaba de realizar el pueblo argentino con la ayuda principal y decisiva de la aviación, de la escuadra y del ejército, y confía en que la magna tarea de reordenamiento que espera al gobierno militar, será conducida hasta el fin con la misma decisión, cordura y patriotismo con que ha sido llevada hasta aquí”8. Este entusiasmo fue acompañado por la colaboración efectiva de varios de sus más destacados dirigentes con el gobierno. Tal fue el caso de Alfredo Palacios, designado embajador en la República Oriental del Uruguay, de Américo Ghioldi, Alicia Moreau de Justo, Nicolás Repetto y Ramón Muñiz, integrantes de la Junta Consultiva Nacional -un organismo político asesor integrado por representantes de las fuerzas políticas antiperonistas presidido por el vicepresidente de la Nación, Alte. Isaac F. Rojas-, y de José L. Romero, nombrado interventor de la Universidad de Buenos Aires9.

Pero sin lugar a dudas, el apoyo más duradero y consecuente lo brindó el partido a través de las páginas de La Vanguardia, que reapareció 20 de octubre de 1955 bajo la dirección de Américo Ghioldi10. En el editorial de ese número se legitimaba la ruptura institucional, entendido como una empresa donde nadie debía ser excluido -con excepción de Perón y la dirigencia política y gremial peronista claro está-, y que había sido concebido para beneficiar al pueblo en su conjunto: “Nos encontramos ante una revolución limpia (SIC), sin intervenciones que pudieran herir la sensibilidad nacional, sin espúreos contactos con formas del empresismo internacional, sin posibilidad de que nadie, así sea de la misma índole del tirano que huyó, pueda aplicar los desgastados moldes de “vendidos al oro extranjero”, “agentes del imperialismo”, tan usados por el terrorismo totalitario de uno y otro color para infundir pavor a los democráticos. La revolución fue argentina por su largo aliento, por la conciencia que la preparó, por los corazones que la ejecutaron, y por el sentido democrático de su proclama”(…) “Su profundo significado histórico reside en que es una revolución libertadora que separó la cabeza enferma del cuerpo sano de la nación, y abre cauces a las múltiples energías creadoras de los hombres, de los partidos, de las iglesias, de las escuelas, para que en concurrencia cooperativa de esfuerzos salven a la Argentina de la miseria, aumenten la riqueza, distribuyan mejor la renta nacional, fortalezcan la democracia, den sentido y contenido social a la libertad del hombre, fuente de eterno rejuvenecimiento11. “Limpia”, “argentina”, “libertadora”, el golpe de Estado que había derrocado al peronismo era también apreciado como una bisagra en la historia nacional: “La revolución es, por de pronto, un hecho histórico de enorme trascendencia. El gobierno que surgió de ella se desenvuelve dentro del orden común propio de hombres que no buscan oprimir, engañar o asaltar (SIC) (…) La nueva era es un frente de separación. Debemos desterrar el pasado tiránico y al mismo tiempo construir la democracia futura. El deber es, pues, doble, enterrar y plantar. Todos debemos enterrar el pasado. La revolución tiene que llegar a todos los sectores, organismos, instituciones, leyes y reglamentaciones. Todos debemos plantar. Deberá crecer la democracia. Hay que preparar el terreno, seleccionar la semilla y regar”12.

En este marco se hacía necesario para los socialistas el saneamiento de la administración estatal peronista, para lo cual instaban al gobierno a emprender dicha tarea sin dilaciones:”Correspondiendo al anhelo unánime del pueblo argentino, el gobierno de la revolución debe, pues, fortalecer su designio de castigar con severidad extrema, implacable, a los delincuentes de toda laya del régimen depuesto, acogidos o no al derecho de asilo. Debe hacerlo no sólo por indeclinable imperativo de justicia, sino también con una finalidad aleccionadora nunca más oportuna y necesaria que en las presentes circunstancias de la vida del país”13.

Pero obra “reparadora” de la Revolución debía llegar también al movimiento obrero: “Los sindicatos deben volver a manos de sus legítimos representantes”14 exigían los socialistas, en la equivocada idea de creer que la obra peronista no había cuajado en los trabajadores. Sin embargo, aquí advirtieron aquellos tempranamente que en materia gremial el gobierno de Lonardi no sólo no iba a fondo sino que no tenía en sus planes inmediatos desmantelar las estructuras gremiales existentes desde 1945, tal como quedó demostrado con la designación de un socialcristiano -ex peronista- y asesor de la Unión Obrera Metalúrgica, Luis Cerrutti Costa, como Ministro de Trabajo. Los socialistas se quejaban amargamente de que en esta materia “parecería haberse paralizado el impulso liberador que alentó el espíritu de la resistencia”, pues no se notaba en este campo “una delimitación muy patente entre lo que va de ayer a hoy. Por momentos la línea divisoria desaparece y al contrario de separar, uniforma el presente con el pasado”15. De allí que pequeñas agrupaciones sindicales comandadas por los socialistas -“trabajadores que lucharon por el sindicalismo libre y que apoyaron la revolución libertadora”- pidieron al Presidente de la Nación la renuncia del Ministro de Trabajo16.

En realidad, los socialistas estaban planteando -a su manera- el tema de fondo, como era el del rumbo mismo que debía seguir la Revolución Libertadora. Esto es si era el que estaba llevando a cabo el Gral. Lonardi -de orientación nacionalista católica-, que intentaba terminar con lo negativo del peronismo -empezando por el propio Perón- pero sin lesionar las legítimas conquistas sociales del pueblo; o era el que pretendían imprimirle otros, como el Alte. Isaac Rojas o el Gral. Pedro Aramburu -al frente de tradicionales fuerzas liberales y conservadoras-, que entendían que la Revolución adquiriría su verdadera identidad si lograba terminar con el legado peronista por completo. Los socialistas, por supuesto, ya se habían definido por esta segunda opción: “Los gestores del neoperonismo nada tienen que hacer con la revolución, y nadie, ni ebrio ni dormido, debe tener inspiraciones de pactar con ellos (…) La revolución es libertadora y democrática. O sea. No liberó de la tiranía para recoger herencias obreras o políticas, para volver al 4 de junio o para favorecer resurgimiento de “neos” nefandos”17.

Una vez desplazado el Gral. Lonardi y reemplazado por el Gral. Aramburu, se pudo apreciar la “verdadera” Revolución Libertadora, es decir la que, como expresión genuina del antiperonismo, venía a terminar con la Argentina forjada por Juan Perón y el movimiento político por él creado. Los socialistas, como era de esperar, celebraron el acontecimiento a través de las páginas de La Vanguardia: “los argentinos demócratas podemos decir que hemos asistido a una revolución dentro de la revolución. La afirmación es legítima, pues tiende a poner de manifiesto que la revolución ha recuperado el rumbo que nunca debió perder y que de ella cabía esperar (…) Es que la revolución estaba frenada y venía actuando como tal, exhibiendo rengueras y el espectáculo poco reconfortante de contradicciones, producto sin duda de una política de cálculo e interés que no estaba por cierto en los planes de quienes gestaron y desataron la revolución libertadora (…) El freno ha sido eliminado y ahora la revolución corre”18.

En efecto, la Revolución “corría”: en poco tiempo se disolvieron el Partido Peronista, el Partido Peronista Femenino y la Confederación General Económica, se intervino la Confederación General del Trabajo, se restituyó el diario La Prensa -expropiado por ley del Congreso Nacional en 1951 y entregado posteriormente a la CGT- a sus dueños originarios, y se liquidaron la Fundación Eva Perón y el Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio, entre las medidas más importantes.

Ante esta realidad, los socialistas se mostraron exultantes19, pero pidieron más. Concretamente, hicieron especial referencia a la necesidad de anular la Constitución sancionada en 1949. Al respecto, sentenciaba La Vanguardia: “El país no puede conservar ningún instrumento de la tiranía; cuanto más fundamental ha sido el instrumento para articular la opresión, más urgente e ineludible es su anulación20.

No se les escapaba a los socialistas el significado que la Carta Magna representaba, como verdadera traducción jurídica del Estado justicialista21. De allí que aquellos no ahorraron críticas hacia ella, tanto en el procedimiento de su sanción como en su contenido. Con relación al primer aspecto, señalaron: “La Constitución de 1949 fue hecha a espaldas del pueblo (SIC) y el proceso de su elaboración está viciado de nulidad (…) La convocatoria de la Convención no se hizo cumpliendo las exigencias constitucionales, pues la ley no obtuvo el voto de las dos terceras partes de los miembros de cada Cámara, la provincia de Corrientes no estaba representada en el Senado, y las mujeres no votaron a pesar de habérseles otorgado el derecho electoral”22.

Pero más ilustrativo aún del pensamiento socialista y del resentimiento de sus dirigentes y militantes respecto no sólo del peronismo sino también de los trabajadores peronistas, fue la impugnación que hicieron del contenido de la Carta Magna: “La Constitución del 49 incluyó dos grupos de declaraciones (…) Unas declaraciones se refieren a los decálogos del trabajador y de la ancianidad, dos enunciados de zonceras (SIC), sin valor jurídico y que no comprometen nada (…). El segundo grupo de declaraciones confusionistas se refiere a la propiedad y a la explotación nacional de los yacimientos minerales, al valor social de la propiedad y a la prestación de los servicios públicos. No es indispensable que figuren en la Constitución para que aquellos principios rijan la política gubernamental”23. Por ello, “no puede haber dudas. La Constitución de 1949 es hija putativa de una constituyente servil, atenta a la voz del amo. Aquella constitución bastarda debe ser derogada y el país retomar el rumbo siempre creado, de Mayo y Caseros24.

El gobierno no tardó mucho en satisfacer el reclamo socialista: el 1 de mayo de 1956 Aramburu decretó “declarar vigente la Constitución Nacional sancionada en 1853, con las reformas de 1860, 1866, 1898 y exclusión de la de 1949”.

Lo relatado sin embargo, no fue el único anhelo socialista que la dictadura setembrina hizo realidad. En diciembre de 1955 La Vanguardia exigía: “Faltaría ahora un decreto que sancione la apología del peronismo, tal como se hizo en Italia respecto del mussolinismo”25. Pues dicho decreto llevó el Nº 4161, fue firmado el 9 de marzo de 1956 y sancionaba con prisión de 30 días a 6 años -y multas de $ 500 a $ 1.000.000 además de inhabilitación absoluta por el doble de tiempo de la condena para desempeñar cargos públicos, políticos y gremiales- a toda persona que utilizase o difundiese “con fines de afirmación ideológica peronista”, los símbolos partidarios del gobierno constitucional depuesto (marchas, imágenes, banderas, escudos, etc.), como así también los nombres propios del presidente derrocado y de su esposa.

El levantamiento del general Valle

Al poco tiempo del derrocamiento de Perón, y luego de vivir momentos de confusión, pesadumbre y temor, aquellos que siempre le habían sido leales y que fueron los principales beneficiados por su política social y económica, es decir los trabajadores, comenzaron a oponerse al gobierno dictatorial. Con el líder exiliado, el Partido Peronista proscripto y la CGT intervenida, desde las bases obreras surgirá, en un principio en forma inorgánica y clandestina, la denominada Resistencia peronista. Esta consistió en acciones violentas (bombas, atentados, sabotajes, incendios) y no violentas (huelgas, piquetes, manifestaciones), que tenían por fin ofrecer una valla al proceso represivo y antiobrero, acompañado por la convicción de formar parte de una estrategia que traería de regreso a Perón. Ahora bien ¿quiénes eran los resistentes? Principalmente jóvenes obreros con un alto grado de espontaneidad -al menos al comienzo-, que realizaron acciones individuales o en pequeños grupos sin un comando centralizado26.

Pero además de las formas citadas que adquirió la Resistencia, se dio otra en el campo estrictamente militar, la cual se materializó en un levantamiento antigubernativo encabezado por los generales Juan J. Valle y Raúl Tanco y que llevaba el nombre de Movimiento de Recuperación Nacional. Su proclama expresaba: "Las horas dolorosas que vive la República, y el clamor angustioso de su Pueblo, sometida a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra Patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes. Como responsables de este Movimiento de Recuperación Nacional, integrado por las Fuerzas Armadas y por la inmensa mayoría del Pueblo - del que provienen y al que sirven -, declaramos solemnemente que no nos guía otro propósito que el de restablecer la soberanía popular, esencia de nuestras instituciones democráticas, y arrancar a la Nación del caos y la anarquía a que ha sido llevada por una minoría despótica encaramada y sostenida por el terror y la violencia en el poder"27.

Luego de mencionar lo negativo que era para el país la gestión del gobierno en todos los órdenes y dar a conocer los objetivos fundamentales de su acción, concluía señalando que "sin odios ni rencores, sin deseos de venganza ni discriminaciones entre hermanos, llamamos a la lucha a todos los argentinos que con limpieza de conducta y pureza de intenciones, por encima de las diferencias circunstanciales de grupos o partidos, quieren y defienden lo que no pueden dejar de querer y defender un argentino: la felicidad del Pueblo y a grandeza de la Patria, en una Nación socialmente justa, económicamente libre y políticamente soberana"28.

La Revolución estalló el 9 de junio de 1956 y tuvo como epicentros a la Capital Federal, Santa Rosa y La Plata. El gobierno nacional, que estaba al tanto de los planes de la sublevación dejó que la misma continuara. Una vez iniciada fue rápidamente sofocada y castigados sus promotores -a modo de escarmiento- con extrema dureza: fueron fusilados sin juicio previo 18 militares, a quienes se les aplicó la ley marcial con retroactividad, incluido el general Valle, jefe del levantamiento. A ellos se les sumaron 9 civiles asesinados en Lanús y José León Suárez (partido de San Martín), provincia de Buenos Aires29.

El gobierno justificó la represión aduciendo que los sublevados llevarían a cabo un plan subversivo con ramificaciones en todo el país que tenía por objeto la imposición de un régimen de terror. Este concepto, no exento de falsedad y cinismo, fue explicitado por el gobierno a través de comunicados y declaraciones, y generosamente reproducido y ampliado mediante de la prensa adicta30.

La Vanguardia y los fusilamientos de junio de 1956

Apenas producido el levantamiento los socialistas se apresuraron a condenarlo y a brindar su apoyo al gobierno. En un comunicado emitido el día 10 firmado por su Secretario General interino, Jacinto Oddone, decían: “El Comité Ejecutivo Nacional del Partido Socialista, reunido en sesión extraordinaria en ocasión de los gravísimos sucesos determinados por la descabellada aventura de los aliados de la tiranía que aplastó al país durante doce años, se dirige a los trabajadores y a la ciudadanía expresándoles: Que los jerarcas del régimen nefasto han provocado un nuevo día de duelo nacional, un nuevo derramamiento de sangre argentina; Que, desde el exterior, el culpable directo y los partícipes de la responsabilidad en la luctuosa jornada del sábado y del domingo últimos, han preparado y subvencionado la abortada revuelta; Y que, con el inmenso dolor producido por los sangrientos sucesos, hace un llamado al pueblo argentino para rodear al Gobierno Provisional de la revolución que asegura el camino de libertad y para que con alto espíritu de solidaridad y de unidad cívica, todos cooperen a afianzar la paz, la seguridad interior y la democracia”31.

Como no podía ser de otra manera, en la misma línea se pronunciaba La Vanguardia cuatro días después. Un título a toda página expresaba: “Jamás volverá a ensombrecer la vida argentina la cruel tiranía totalitaria”. Y en la bajada, los tristemente célebres conceptos expuestos por el director de la publicación, Américo Ghioldi, avalando los fusilamientos ordenados por el gobierno: “En pocas horas se ha derramado mucha sangre de argentinos. El ex dictador, en su criminal intento para que otros le abran la puerta definitivamente cerrada con su fuga, ha llevado a la muerte a muchos de sus corifeos y ha provocado episodios de lucha civil. Los que pretendieron de tomar de sorpresa al gobierno para maniatar otra vez al país carecían de fuerza física para cumplir su cometido y, además, no tenían razón para luchar contra la revolución democrática, ni defendían propósitos e ideales de validez moral.

Pensando en los muertos y en los vivos, en los sacrificados y en los que ahora lloran, el país recobra su tranquilidad al comprobar que se ha producido el reencuentro de los hombres de la Revolución y el reencuentro del pueblo con el rumbo cierto del proceso libertador.

Los hechos de la noche del sábado 9 y domingo 10, dentro de su inmensa tragedia, definen circunstancias y posiciones sobre las cuáles parece necesario detenerse a pensar hondamente. En primer lugar, es dato fundamental de los hechos acaecidos, la absoluta y total determinación del gobierno de reprimir con energía todo intento de volver al pasado. Se acabó la leche de la clemencia. Ahora todos saben que nadie intentará sin riesgo de vida alterar el orden porque es impedir la vuelta a la democracia. Parece que en materia política los argentinos necesitan aprender que la letra con sangre entra”32.

Como bien se ha señalado recientemente, el citado editorial “es un documento emblemático para constatar -una vez más- cuántos crímenes pueden cometerse en nombre de la libertad”33. En efecto, la explicación de Ghioldi, amparada en una supuesta defensa de la democracia, se parecía muchísimo a una justificación de los asesinatos.

Al respecto, cabe plantear algunos interrogantes: ¿reflejaba la toma de posición de La Vanguardia a todos los socialistas -o al menos una parte importante de ellos? ¿qué impacto tuvo, más allá de las filas partidarias, el citado editorial? ¿a quienes iba dirigido?.

Con relación a la primera cuestión, el propio Ghioldi, unos días después, cuando brindó su informe como director de la publicación, expresó: “La Vanguardia, que no es un apartado del Partido sino su órgano sensible, no tuvo otra orientación que la marcada por los Congresos, los Consejos y el Comité Ejecutivo”34. No caben dudas entonces que, al menos públicamente, lo expresado por el periódico reflejaba el pensamiento de la dirigencia socialista. Sin embargo, puede suponerse que no todos defendían una postura tan extrema, sobre todo si se tiene en cuenta que lo acontecido en la vida partidaria a partir de allí demuestra la ruptura del consenso antiperonista de los socialistas: en diciembre de ese año Ghioldi es reemplazado en la dirección de La Vanguardia por Alicia Moreau de Justo -con quien estaba enfrentada internamente- en tanto que a fines del años siguiente el partido se divide en un ala liberal y derechista, que luego se denominaría Partido Socialista Democrático, y otra más izquierdista, que derivaría en el Partido Socialista Argentino35.

Del segundo interrogante debe señalarse que los conceptos de Ghioldi no hicieron más que echar leña al fuego de la antinomia peronismo-antiperonismo, acompañando in extremis la estrategia de desperonización más cuestionable del gobierno.

Por último, y si bien lo que publicaba el periódico estaba dirigido genéricamente a “el pueblo”, no caben dudas que apuntaba a reforzar el posicionamiento del partido -dirigentes, afiliados, simpatizantes- respecto del gobierno, además de enviar una clarísima señal a “los trabajadores peronistas” de que una vuelta atrás era imposible.

Lo cierto fue que el periódico brindó detallada información sobre lo acaecido, coincidiendo con la versión gubernativa de los hechos y aprobando su accionar represivo. Decía el relato que “la sangre de los caídos en la lucha así como la severidad de la represión desalentarán por muchos años a los que piensen en golpes de audacia como fácil forma de acceso al poder. El gansterismo político -no otra cosa significa el plan terrorista de los representantes del ex dictador- sufrió un golpe rudo”36. Luego de afirmar la “ausencia total de pueblo y de clase obrera en el intento sedicioso”, expresaba que aquel “confió en la información veraz que el gobierno iba dando de los acontecimientos que se producían”, por lo que “los partidos políticos, el movimiento obrero libre, los centros estudiantiles rodearon al gobierno”37.

Respecto del levantamiento en sí, decía que “pocos hombres ejercitaron mucha audacia” una técnica que, según la publicación, “el dictador fugado empleó siempre”, esto es “el procedimientos de sembrar confusión y actuar por golpes de mano”38.

La información brindada por el periódico socialista era evidentemente la emanada del gobierno, la cual era amplificada sin ningún tipo de prurito. Efectivamente, luego de señalar que en los primeros días del levantamiento las autoridades habían encontrado -en “una valija”- documentación del (supuesto) plan terrorista, se explayaba sobre el contenido de este; afirmaba que el mismo consistía “en la exterminación en frío (SIC) de una generación de conocidos militantes de la libertad, y de adversarios, incluidos sus familiares, para asegurar la tranquilidad del poder durante algunos años”39. Era, en definitiva, “el viejo plan criminal del déspota”, quién, según La Vanguardia, “siempre amenazó con incendiar y destruir el Barrio Norte (SIC), eliminar a los dirigentes de la oposición, para lo cuál llegó a marcar con cruces sus domicilios para identificarlos”40.

De allí que para los socialistas la sublevación había sido planeada y dirigida por Perón desde el exilio: “la organización, pues, del movimiento subversivo, tal como lo venimos diciendo desde hace meses, respondía a un plan elaborado en el exterior para ser cumplido descabelladamente en nuestro país. Las sumas de dinero manejadas (SIC) son muchas veces millonarias41. Obsérvese que el periódico admite tener noticias previas del levantamiento, información obviamente que sólo podía ser suministrada por las autoridades: “para el país los sucesos constituyeron una sorpresa, no así para el gobierno, que desde hace meses tenía indicios y noticias parciales de lo que se tramaba, que desde hacía quince días estaba informado que antes del 16 de junio se intentaría poner en práctica el criminal programa, y que desde la mañana del sábado tuvo la convicción de que acaso en el día se producirían algunos hechos”42.

La crónica concluía con la opinión de los socialistas acerca del sentido que había tenido la acción gubernativa. En otros términos, que el “escarmiento” propinado por las autoridades de facto implicaba un “no retorno” a los días de Lonardi, pero también, y sobre todo, la decisión de ahogar en sangre todo intento volver a los días de la Argentina peronista: “La Revolución Libertadora se inició con un malentendido creado por equivocados consejeros que en una hora en que era necesaria cierta energía, lanzaron la bella frase: “Ni vencedores ni vencidos”. Urquiza la había dicho antes: aunque es necesario recordar con las bellas palabras los rudos hechos de aquellos días. (…) La frase poco puede significar cuando los presuntos vencidos taconean fuerte y se lanzan al asalto. Las jornadas del sábado y el domingo pusieron fin al equívoco. No hay vencidos ni hay vencedores en el sentido personal. Pero la Revolución y la Libertad han triunfado y exigen que los amigos de la dictadura, como agentes de la dictadura, se dobleguen. (…) Ningún argentino puede estar satisfecho después del derramamiento de sangre provocado por el alegre dictador en Panamá. Son muchos los caídos de uno y otro lado (SIC). ¡Que la sangre no se haya derramado en vano y que la revolución cumpla y realice sus ideales!” 43.

Llama la atención -aunque a esta altura del relato no debiera suceder- la utilización de la mentira como recurso argumentativo. En efecto, ¿cómo se puede hablar de los caídos de “uno y otro lado”?¿quiénes fueron los caídos del “otro lado”, atento a que los hubo solo de uno de los lados, el peronista? El derramamiento de sangre lo fue por acción del gobierno de facto que ejercía el poder y no como producto de un enfrentamiento entre dos partes.

Esta virulencia antiperonista mostrada por los socialistas y su periódico partidario no pasó desapercibida -no podía serlo- para los adherentes al movimiento político derrocado en 1955. Durante los años de la Resistencia, los periódicos de orientación peronista no perdieron oportunidad de recordar la toma de posición militante de La Vanguardia frente a los fusilamientos. Uno de ellos, Retorno, expresaba en 1964: “¿Acaso desde la Junta Consultiva Américo Ghioldi no participaba asimismo del festín de la oligarquía y del imperialismo y hasta llegó, desde la cloaca de “La Vanguardia”, a pedir todavía más fusilamientos con aquellos titulares miserables: “Se acabó la leche de la clemencia. La letra con sangre entra?”44. Para el periódico peronista, el director de aquella era “una de las figuras más siniestras de la política argentina (quien) pedía desde la Junta Consultiva más fusilamientos de patriotas. Sólo Del Carril, incitando a Lavalle al fusilamiento de Dorrego, fue capaz de tanta infamia”45.

Si lo expuesto hasta aquí no resultara ilustrativo del partido tomado por los socialistas en la coyuntura fusiladora, baste con consignar que la última página de la edición citada de La Vanguardia estuvo dedicada, “a modo de homenaje”, a los sucesos del 16 de junio de 1955, cuando una acción contraria al gobierno peronista, que tenía como primer objetivo matar al propio Perón, derivó en el bombardeo de la Plaza de Mayo con el luctuoso saldo de más de 300 muertos y casi el doble de heridos46. En esa contratapa se reproducía facsimilarmente la aparecida en Montevideo el 22 de junio de 1955, donde el mismo Américo Ghioldi exaltaba la intentona frustrada47.

En las ediciones siguientes, La Vanguardia no dejó de referirse a la sublevación juniana aunque prestando especial atención al incidente ocurrido en la residencia del embajador de Haití en nuestro país, Jean F. Brierre. Sucedió que luego del fracaso de la sublevación varios de los involucrados, entre ellos el Gral. Raúl Tanco, lograron asilarse en la vivienda del mencionado diplomático, sita en el partido bonaerense de Vicente López48. El día 14 de junio, un comando gubernamental a cargo del Gral. Domingo Quaranta -a la sazón Jefe del Servicio de Inteligencia del Estado- ingresó a la casa y se llevó por la fuerza a los asilados, en una flagrante violación de las normas de derecho internacional. Ello, pese a la oposición de la esposa del embajador haitiano, que en ese momento no se encontraba en el lugar.

Frente al hecho, La Vanguardia dio su opinión. En primer término, elogió -con una importante cuota de cinismo- a las autoridades por haber devuelto a los asilados a la sede diplomática, “pues no obstante la explicable pasión suscitada por las jornadas trágicas que hemos vivido, el gobierno resolvió respetar los principios internacionales que para los argentinos son norma y tradición históricas”49. Luego, pasaba a justificar el procedimiento empleado por las fuerzas gubernamentales con el pueril argumento de que éstas desconocían el lugar donde actuaban, es decir “sin saber que el edificio era la residencia particular del embajador de Haití”50. Más adelante, sumaba otros justificativos, todos ellos poco menos que infantiles, a saber: 1) que la residencia del embajador “no tenía signo exterior que lo identificara como una sede que goza de los derechos de extraterritorialidad”; 2) que a dicha residencia el embajador “se había mudado hacía pocos días”; 3) que los servicios de seguridad que irrumpieron en la casa “ignoraban quiénes vivían en el local”; y 4) que pese a todo ello, el gobierno hizo entrega de los detenidos al diplomático haitiano, incluyendo el Gral. Tanco, “a quien seguramente le correspondía la aplicación de la pena de muerte”(SIC)51.

Días después de aparecida esta nota, el embajador del país centroamericano envió una carta a La Vanguardia -que esta publicó-, en donde calificaba al artículo de “absolutamente tendencioso”, atento a sus inexactitudes, que refutaba. Concretamente señalaba: 1) que ocupaba la casa desde el primer día del año, con conocimiento de la Cancillería argentina; 2) que desde ese momento se colocó el escudo de su país en la entrada de la misma, lo que podía ser observado fácilmente por cualquier transeúnte; y 3) que también flameaba la bandera de Haití en cada reunión de festividades patrias de países con los cuáles mantenía esta nación relaciones diplomáticas -“en 16 oportunidades desde el 26 de enero al 10 de junio inclusive”52-; fue por ello “imposible que los asaltantes que invadieron mi casa fuertemente armados para cumplir su vandálico acto pudiesen ignorarlo”53.

El periódico socialista no se dio por vencido pues contestó a estas declaraciones sugiriendo la complicidad del diplomático con los sublevados: “Una casa de 100 metros de fachada y de numerosas habitaciones alquilada a principios de este año, no habría podido ser mejor elegida para servir impensadamente de refugio de los conspiradores peronistas. De haberse tenido que preparar también la retirada, evidentemente la casa particular del embajador de Haití era tal como se podía necesitar”54.

En realidad, lo que verdaderamente indignaba a La Vanguardia era la simpatía que el diplomático centroamericano le prodigaba al presidente argentino depuesto el año anterior: “el secreto está en que el señor Jean Brierre, embajador de Haití, es un conspicuo admirador de Juan Domingo Perón y de Eva Perón”55. Y como si esto fuera poco, la publicación denunciaba que el propietario de la casa arrendada por el diplomático era Alberto P. Brouard, “peronista prófugo en la actualidad, hombre que ha andado en negocios con los primates (SIC) del peronismo”56.

Atento a lo ocurrido, era de esperar que las horas del embajador centroamericano en nuestro país estaban contadas: hacia mediados del mes de julio de 1956 ya estaba tramitando el regreso a su patria, lo que provocó el beneplácito de La Vanguardia, que lo hizo público con sarcasmo: “La señora del señor embajador de Haití en la Argentina viajará pronto al exterior por no adaptarse completamente al clima. Al hijo del señor embajador no le sienta bien la ciudad ni está cómodo en la casa con fachada de cien metros. Podemos agregar que a los argentinos libres no les sienta bien la presencia del embajador Brierre, cuyas actividades y juicios peronistas hemos puntualizado en un comentario reciente. De modo pues que todos saldremos ganando con el viaje del embajador”57.

La actitud de La Vanguardia frente al incidente diplomático ilustra hasta qué punto estaban presentes en los socialistas argentinos los sentimientos de odio, venganza y desprecio respecto del peronismo. Por lo expresado, se comprende que cumplido el primer aniversario de la dictadura militar aquellos se complacieran de haber contribuido “a promoverla, a realizarla y a defenderla”58.

A modo de conclusión

Desde la aparición misma de Juan Perón en la escena política nacional, durante su ascenso político y, por supuesto, durante su gobierno, el Partido Socialista fue uno de sus principales contradictores. En este sentido, jugó un papel preponderante su órgano de prensa oficial, el periódico La Vanguardia, que se convirtió en el canal por excelencia de esta prédica opositora. Una voz de barricada implacable, tendenciosa, agria, que no se cansó de fustigar al peronismo en su conjunto, con un estilo provocador y ruidoso, no exento de falsedades, que influyó sin dudas en la decisión del gobierno de clausurarla en 1947.

Derrocado Perón en septiembre de 1955, La Vanguardia reapareció apenas un mes después con un discurso más agresivo y antiperonista aún que el sostenido años atrás. Dirigida por Américo Ghioldi, un dirigente partidario emblemático en su lucha contra el gobierno depuesto, se convirtió en uno de los medios que con más énfasis apoyó a la dictadura militar que se instaló en el país. Así, la publicación socialista acompañó con fervor militante el desmantelamiento del Estado justicialista que emprendieron las autoridades de facto, con el Gral. Pedro E. Aramburu y el Alte. Isaac F. Rojas a la cabeza.

Puede entenderse que su furioso antiperonismo influyera en ello. Sin embargo, su adhesión casi incondicional a la Revolución Libertadora - lo cual, dicho sea de paso, no parecía representar para La Vanguardia una contradicción con su proclamada defensa del sistema democrático- llegó al extremo de alentar públicamente un “escarmiento” para los sublevados en junio de 1956. Es verdad que los demás diarios de la época respaldaron al gobierno militar -también los partidos políticos- pero ninguno de ellos llegó a ser tan explícito en su reclamo de “justicia ejemplar”. Máxime si se tiene en cuenta los ideales que decían expresar los socialistas -y en parte expresaron hasta la aparición del peronismo-. En otros términos, podía esperarse un acompañamiento consecuente a la represión por parte de medios de prensa tradicionales y conservadores, como La Prensa y La Nación por caso, pero no tal vez de un medio como La Vanguardia. Frases como “se acabó la leche de la clemencia” o “la letra con sangre entra”, marcarían por años a los socialistas, a La Vanguardia y a su director. Es que la postura del mencionado medio ante los fusilamientos junianos fueron un claro ejemplo de revanchismo y espíritu vengativo que no hizo más que ahondar la brecha entre peronistas y antiperonistas.
__________

Notas:

La Vanguardia (en adelante L.V.), 08-01-1946, p. 1.
L.V., 18-12-1945, p. 4.
3 Al respecto puede consultarse Panella, Claudio. “La Vanguardia y el 17 de octubre de 1945”, en: Tram(p)as de la comunicación y la cultura, marzo de 2005, nº 33.
4 Cfr. Panella, Claudio. “La prensa socialista y el peronismo, 1943-1949”, en: Panella, Claudio y Fonticelli, Marcelo L. La prensa de izquierda y el peronismo (1943-1949). Socialista y comunistas frente a Perón, La Plata, Editorial de la Universidad Nacional de La Plata, 2007.
5 Esta caracterización se mantuvo incólume durante la década peronista pese a algún cuestionamiento fácilmente rebatido durante el Congreso partidario celebrado en 1950 (Cfr. Herrera, Carlos M. “El Partido Socialista ante el peronismo, 1950. El debate González-Ghioldi”, en: Taller. Revista de sociedad, cultura y política, noviembre de 2004, nº 21).
6 Para ampliar el tema del comportamiento del socialismo frente al gobierno peronista véase Herrera, Carlos M. “¿La hipótesis de Ghioldi? El socialismo y la caracterización del peronismo (1943-1956)”, en: Camarero, Hernán y Herrera, Carlos M. (editores), El Partido Socialista en Argentina, Buenos Aires, Prometeo, 2005; García Sebastiani, Marcela. Los antiperonistas en la Argentina peronista, Buenos Aires, Prometeo, 2005, Capítulo Tercero: “El Partido Socialista en la Argentina peronista”; y Vazeilles, José. Los socialistas, Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1967.
7 Sobre la Revolución Libertadora pueden consultarse, entre otros, los siguientes trabajos: Rodríguez Lamas, Daniel. La Revolución Libertadora, 1955-1958, Buenos Aires, CEAL, 1985; Saenz Quesada, María. La Libertadora, Buenos Aires, Sudamericana, 2007; Spinelli, María E. Los vencedores vencidos. El antiperonismo y la “revolución libertadora”, Buenos Aires, Biblios, 2006.
L.V., 20-10-1955, p. 2.
9 Otros socialistas que acompañaron al gobierno fueron Rómulo Bogliolo (integrante del Directorio del Banco Central), Teodoro Bronzini y Eduardo Schaposnik (integrantes de la Junta Consultiva de la Provincia de Buenos Aires), Leopoldo Portnoy (Director Nacional de Política Económica y Financiera), Arturo L. Ravina (Secretario de Economía y Finanzas de la Municipalidad de Buenos Aires), Andrés Justo (Administrador de Transportes de Buenos Aires), Andrés López Acotto (Director de Vigilancia de Precios de la Provincia de Buenos Aires), Carlos Sánchez Viamonte (miembro de la Comisión de Estudios Constitucionales designada por el gobierno para la reforma de la Constitución).
10 Con una tirada inicial que según sus editores alcanzó los 300.000 ejemplares, La Vanguardia aparecía semanalmente los días jueves con un total de 4 páginas (a veces 6 u 8).
11 L.V., 20-10-1955, p. 1. “La Revolución no es de nadie en particular y de todos en general”. Sobre el comportamiento de los socialistas durante la Revolución Libertadora, pueden verse los trabajos de María Spinelli y Jose Vazeilles ya citados y los de Blanco, Cecilia. “El socialismo argentino de la euforia a la crisis de identidad, 1955-1958. Un análisis de la ideología política del PS desde el periódico La Vanguardia”, en II Jornadas de Historia de las izquierdas, Buenos Aires, Cedinci, 2002 (CD-Rom); y “La erosión de la unidad partidaria en el Partido Socialista, 1955-1958”, en Camarero, Hernán y Herrera, Carlos M. (editores), El Partido Socialista…, op. cit.
12 L.V., 27-10-1955, p. 1. “Enterrar y plantar”.
13 L.V., 20-10-1955, p. 1. “Lo que todo el pueblo espera de sus directivas y conclusiones”.
14 L.V., 20-10-55, p. 4.
15 Ibídem. “Los sindicatos deben volver a manos de sus legítimos representantes”.
16 Ibídem. Asimismo, abogaron para que se investigue a todos los ex Secretarios Generales de la Confederación General del Trabajo:”En pocas palabras, desde (Luis) Gay a (José) Di Pietro, todos los ex secretarios de la central obrera deben ser investigados por la revolución, en el terreno de las responsabilidades que les puede alcanzar como copartícipes de un régimen de persecución y de terror” (L.V., 03-11-1955, p. 4).
17 L.V., 03-11-1955, p. 1. “Ni ebrios no dormidos”.
18 L.V., 08-12-1955, p. 3.
19 “El socialismo afirma su fe revolucionaria” tituló a toda página La Vanguardia su edición del 29-12-1955.
20 L.V., 01-12-1955, p. 1. “La Constitución bastarda”.
21 Al respecto pueden consultarse: Galletti, Alfredo. Historia Constitucional Argentina, La Plata, Editora Platense, 1972, vol. II; Ramella, Pablo A. Derecho Constitucional, Buenos Aires, Depalma, 1982; Sampay, Arturo. La reforma constitucional, La Plata, Laboremus, 1949; Terroba, Luis A. La Constitución Nacional de 1949. Una causa nacional, Buenos Aires, Del Pilar, 2003.
22 L.V., 01-12-1955, op. cit.
23 Ibídem.
24 Ibídem.
25 L.V., 08-12-1955, p. 3.
26 Al respecto pueden consultarse, entre otros, a James, Daniel. Resistencia e integración. El peronismo y la clase obrera, 1946-1976, Buenos Aires, Sudamericana, 1990 y Amaral, Samuel. “El avión negro: retórica y práctica de la violencia”, en: Amaral, Samuel y Plotkin, Mariano B. Perón, del exilio al poder, Buenos Aires, Cántaro, 1993.
27 Cfr. Ferla, Salvador. Mártires y verdugos, Buenos Aires, Revelación, 1972. Apéndice, s/p.
28 Ibídem.
29 Para más información sobre el tema, véase, además del citado Salvador Ferla, a Arrosagaray, Enrique. La Resistencia y el General Valle, Buenos Aires, 1996; Brion, Daniel. El Presidente duerme. Fusilados en junio de 1956. La generación de una causa, Buenos Aires, Dunken, 2001; y Walsh, Rodolfo. Operación Masacre, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1984.
30 Cfr. La PrensaLa Nación Clarín de los días siguientes al levantamiento, entre otros periódicos. Llama la atención que medio siglo después se defienda esta tesis en una biografía laudatoria de quien en ese momento conducía la dictadura y principal responsable, además, de los fusilamientos de sus camaradas (Cfr. Fraga, Rosendo y Pandolfi, Rodolfo. Aramburu. La biografía, Buenos Aires, Vergara, 2005).
31 L.V., 14-06-1956, p. 1. “El Partido Socialista apoya la Revolución Libertadora”.
32 Ibídem. Según Arturo Jauretche -que llamaba a Ghioldi “Norteamérico” en vez de Américo-, la expresión “Se acabó la leche de la clemencia” parece estar inspirada en una obra clásica de William Shakespeare: “En algunas traducciones de Macbeth, Lady Macbeth impreca a su marido por sus vacilaciones ante asesinar a su rey y amigo y lo acusa de `haber sido amamantado con la leche de la clemencia'” (Cfr. Jauretche, Arturo. Los profetas del odio y la yapa (La colonización pedagógica), Buenos Aires, Corregidor, 1997, p. 72, cita 1).
33 Jozami, Eduardo. Rodolfo Walsh. La palabra y la acción, Buenos Aires, Norma, 2006, p. 94.
34 L. V., 21-06-1956, p. 2. “Informe del director de la Vanguardia”.
35 El PSD se integró con Américo Ghioldi, Nicolás Repetto, Juan A. Solari, Teodoro Bronzini y Jacinto Oddone entre otros dirigentes. El PSA con Alicia Moreau de Justo, Alfredo Palacios, Carlos Sánchez Viamonte, José L. Romero, Ramón Muñiz y David Tiffenberg entre los principales.
36 L.V., 14-06-1956, p. 1.
37 Ibídem.
38 Ibídem.
39 Ibídem.
40 Ibídem.
41 Ibídem.
42 Ibídem. “Los dirigentes socialistas tienen tal acceso a las esferas oficiales que anticipan la revolución del general Valle” (Cfr. Vazeilles, José. Los socialistas…, op. cit., p. 169).
43 Ibídem, p. 2.
44 Retorno, Buenos Aires, 09-07-1964, p. 11. “El gato socialista”.
45 Ibídem. Otro dirigente socialista denostado fue Alfredo Palacios, “a sueldo en dólares de la tiranía militar en la Embajada en Montevideo”, quien “le diría en telegrama a Aramburu: `Felicito al gobierno victorioso y pido piedad para los delincuentes'” (Ibídem).
46 Cfr. al respecto Carbone, Alberto. El día que bombardearon Plaza de Mayo, Buenos Aires, Vinciguerra, 1994; Chavez, Gonzalo. La masacre de Plaza de Mayo, La Plata, La Campana, 2003; Cichero, Daniel. Bombas sobre Buenos Aires, Buenos Aires, Vergara, 2005; y Ruiz Moreno, Isidoro. La Revolución del 55, Buenos Aires, Emecé, 1994I. Dictadura y conspiración.
47 “Leamos pues esta página de La Vanguardia, que testimonia acerca de cómo vieron los socialistas exiliados la revolución del 16 de junio y el destino, ya definitivamente comprometido, de la dictadura peronista” (L.V., 14-06-1956, p. 4. “Nuestro Homenaje”).
48 Además del mencionado Tanco, se asilaron el Cnel. Agustín A. Digier, el Tte. Cnel. Alfredo B. Salinas, el Cap. Néstor Bruno, el suboficial Andrés López, Efraín H. García y Ricardo González.
49 L.V., 21-06-1956, p. 1. “En la casa del embajador haitiano”.
50 Ibídem.
51 Ibídem.
52 L.V., 05-07-1956, p. 5. Art. “El peronismo y La Vanguardia”.
53 Ibídem.
54 Ibídem.
55 Ibídem.
56 Ibídem, p. 5.
57 L.V., 19-07-1956, p. 1. “Viajará el embajador”
58 L.V., 13-09-1956, p. 1. “Anhelamos la culminación revolucionaria”.