Carlos María de Alvear. Cartas a Strangford y Castlereagh, datadas el 25 de enero de 1815, en las que solicita el protectorado británico sobre las Provincias Unidas

A los 15 días del puesto de Director Supremo Alvear envió a Río de Janeiro a Manuel José García. Este debía entregar al embajador británico en Brasil, Lord Strangford, una documentación a través de la cual ofrecía a  Robert Stewart, vizconde de Castlereagh ministro inglés de Relaciones Exteriores el dominio del Río de la Plata. 

«Exmo. Señor
Muy Señor mío:


D. Manuel José García, consejero de Estado, instruirá a V. E. de mis últimos designios con respecto a la pacificación y futura suerte de estas provincias. 

Cinco años de repetidas experiencias han hecho ver de un modo indudable a los hombres de juicio y opinión, que este país no está en edad ni en estado de gobernarse por sí mismo, y que necesita una mano exterior que lo dirija y contenga en la esfera del orden, antes de que se precipite en los horrores de la anarquía. Pero también ha hecho conocer el tiempo la imposibilidad de que vuelva a la antigua dominación, porque el odio a los Españoles, que ha excitado su orgullo y opresión desde el tiempo de la conquista, ha subido de punto con los sucesos y desengaños de su fiereza durante la revolución. 

Ha sido necesaria toda la prudencia política y ascendiente del Gobierno actual para apagar la irritación que ha causado en la masa de estos habitantes, el envío de Diputados al Rey. 

La sola idea de composición con los Españoles los exalta hasta al fanatismo, y todos juran en público y en secreto morir antes que sujetarse a la- Metrópoli. En estas circunstancias solamente la generosa Nación Británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos a estas Provincias, que obedecerán su Gobierno, y recibirán sus leyes con el mayor placer, porque conocen que es el único remedio de evitar la destrucción del país, a que están dispuestos antes que volver a la antigua servidumbre, y esperan de la sabiduría de esa nación una existencia pacífica y dichosa. Yo no dudo asegurar a V. E. sobre mi palabra de honor, que éste es el voto y el objeto de las esperanzas de todos los hombres sensatos, que son los que forman la opinión real de los Pueblos y si alguna idea puede lisonjearme en el mando que obtengo, no es otra que la de poder concurrir con la autoridad y el poder, a la realización de esta medida, toda vez que se acepte por la Gran Bretaña. Sin entrar en los arcanos de la política del Gabinete inglés, yo he llegado a persuadirme que el proyecto no ofrece grandes embarazos en la ejecución.

La disposición de estas provincias es la más favorable y su opinión está apoyada en la necesidad y en !a conveniencia, que son los estímulos más fuertes del corazón. Por lo tocante a la Nación inglesa. no creo que- pueda presentarse otro inconveniente que aquel que ofrece la delicadeza del decoro nacional por las consideraciones debidas a la alianza y relaciones con el Rey de España. Pero yo no veo que este sentimiento de pundonor haya de preferirse al grande interés que puede prometer la Inglaterra de la posesión exclusiva de este Continente y a la gloria de evitar la destrucción de una parte tan considerable del Nuevo Mundo, especialmente si se reflexiona que la resistencia a nuestras solicitudes, tan lejos de asegurar a los españoles , la reconquista de estos países, no haría más que autorizar una guerra civil interminable, que lo haría inútil para la Metrópoli en perjuicio de todas las Naciones Europeas.

La Inglaterra, que ha protegido la libertad de los negros en la costa de África, impidiendo con la fuerza al comercio de la esclavatura a sus más íntimos aliados, no puede abandonar a su suerte a los habitantes del Río de la Plata en el acto mismo en que se arrojan en sus brazos generosos.

Crea V. E. que yo tendría el mayor sentimiento si una repulsa pusiese a estos pueblos en los bordes de la desesperación, porque veo hasta qué punto llegarían sus desgracias y la dificultad de contenerlas, cuando el desorden haya hecho ineficaz todo remedio: pero yo estoy muy distante de imaginarlo. Porque conozco que la posesión de estos países no es estorbo a la Inglaterra para expresar sus sentimientos de afección a España, en mejor oportunidad, y cuando el estado de los negocios no presente los resultados funestos que tratan de evitarse. Yo deseo que V. E. se digne escuchar a mi enviado Dr. Manuel José García, acordar con él, lo que V. E. juzgue conducente y manifestarme sus sentimientos, en la inteligencia que estoy dispuesto a dar todas las pruebas de sinceridad de esta comunicación y tomar de consuno las medidas que sean necesarias para realizar el proyecto, si en el concepto de V. E., puede encontrar una acogida feliz en el ánimo del Rey y la Nación. Dios Guarde a V. E. Ms. As. 

Buenos Aires, enero 25 de 1815. Carlos de Alvear. Al Exmo. Vizconde Strangfor». Embajador de S. M. B. en la Corte del Brasil».

El sentido de estas cartas muestra la intención de Alvear de solicitar un protectorado británico para las Provincias del Río de la Plata, aunque algunos historiadores han puesto en duda las verdaderas intenciones de Alvear.​ Excepto los abundantes panegiristas de Alvear, estas cartas pueden ser consideradas como un gesto de traición a la patria, si a ella se la entiende como una nación independiente de toda dominación extranjera y no solamente de la corona española.

García se reunió en secreto con Strangford a principios de 1815; no le entregó ninguna de estas dos cartas, pero le permitió leerlas. Strangford le aconsejó cambiar el texto de las cartas por otro más acorde con la nueva situación de alianza de Inglaterra con Fernando VII. Las cartas dirigidas por el Director Alvear a Lord Strangford no llegaron nunca a destino, dado que, Manuel García fue interceptado por Belgrano y Rivadavia, que retornaban de Europa y le hicieron desistir de cumplir con su misión.



*Fuente:   Carlos A. Pueyrredón en “Gestiones diplomáticas en América”. En “Historia de la Nación Argentina”. Tomo VI, 1ª parte. Páginas 449- 450. Editorial El Ateneo.  1947.