La épica del retorno de Perón

Redacción de Tiempo Argentino 
publicado el 17 de enero de  2012


En junio de 2005 viajé a Asunción, Paraguay, con motivo de una invitación que en mi carácter de presidente de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina y el Caribe (copppal) me hiciera el Partido Colorado. Aproveché la ocasión para realizar una visita que hacía tiempo deseaba hacer. Me dirigí al puerto y pregunté si era posible ingresar a la cañonera Paraguay, que fue el primer destino que tuvo Perón cuando fue derrocado, casi cincuenta años antes. Luego de algunas gestiones, tuve la oportunidad de recorrer la embarcación y conversar con algunos marineros.Les pregunté si recordaban qué se decía sobre la vida del General en esos días inmediatos a su derrocamiento. Me respondieron que escribía continuamente. Esperaba esa respuesta. Afirmo que ése fue uno de sus tiempos más duros: los de la proscripción de nuestro Movimiento y su exilio prolongado por más de diecisiete años. Uno de los marineros dijo que le preguntaron a Perón qué escribía y él contestó: «Los planes para retornar a mi patria».



El primer intento: diciembre de 1964



La idea del retorno de Perón era alimentada en los círculos peronistas de diversas maneras, desde el momento mismo en que inició su exilio. Comenzó a difundirse que Perón retornaría pronto, viajando en un «avión negro» que lo traería de vuelta a la Argentina. Nosotros, prisioneros de la dictadura militar instalada en 1955, en los pasillos de la cárcel, como no podíamos cantar la Marcha Peronista, tarareábamos la letra del tango Fumando espero al hombre que yo quiero. En aquel momento el retorno era prácticamente una utopía, dada la relación de fuerzas existentes entre el gobierno militar de Pedro E. Aramburu y la escasa fuerza de los peronistas, totalmente desorganizados, apresados o exiliados
.

Por otra parte, no eran pocos los que sostenían que Perón no tenía la intención de volver y que la amenaza de su regreso no era nada más que una estratagema en la lucha contra la dictadura militar.


Años después inesperadamente Perón anunció, desde Madrid, en agosto de 1964, que vivo o muerto quería regresar a la Argentina y nos convocó a una reunión cumbre en Madrid, a la cual asistí como secretario político del Consejo Nacional del Partido Justicialista. Fuimos convocados Delia Degliuomini de Parodi, Gerónimo Izzeta, Adolfo Cavalli, Luis Ratti, Armando Cabo, Alberto Iturbe y yo. En esa reunión se acordó formar una Comisión que tendría por misión ocuparse de las actividades en el exterior del país para llevar adelante la «Operación Retorno» y otra Comisión encargada de las «operaciones en el interior», nombre con el que identificamos todas las acciones que íbamos a realizar en la Argentina. En estas tareas participábamos César Faerman, Miguel Unamuno y el secretario adjunto de la Unión Obrera Metalúrgica, Rosendo García, entre otros.



Recepción a De Gaulle.


Las operaciones con vistas al retorno de Perón tuvieron tres puntos o momentos culminantes. El primero fue la recepción al general Charles de Gaulle, presidente de Francia, que visitaría nuestro país en octubre de 1964. Perón nos había impartido expresas directivas en el sentido de que el peronismo debía recibirlo calurosamente. «Reciban a De Gaulle como si fuera yo», dijo. Realizamos una movilización considerable en Plaza Francia, donde De Gaulle pronunció un mensaje a los argentinos.


Presidí la comisión del acto, preparé instrucciones, organicé la propaganda, hicimos reuniones en Avellaneda y otros sitios del conurbano que sirvieron para imprimir definida tónica peronista a todos los actos a los que asistiría De Gaulle: Aeroparque, Plaza Francia, Plaza de Mayo, Tribunales y Congreso.

Siendo aproximadamente las cuatro de la tarde, De Gaulle llegó a las puertas del Palacio del Congreso y su automóvil ingresó por la explanada sobre la avenida Entre Ríos. El presidente francés bajó y se paró frente a la multitud que todavía esperaba allí y saludó con los dos brazos en alto, exactamente como lo hacía Perón. El entusiasmo fue desbordante: «¡De Gaulle y Perón, un solo corazón!»

Acto del 17 de Octubre de 1964.

El segundo hecho, este sí notable y sorprendente, para propios y extraños, fue el acto que organizamos el 17 de octubre en Plaza Once. Se juntaron ahí cien mil personas. Fue el primer gran acto de masas del movimiento desde el ’55. Lo convocamos para testimoniar la adhesión al retorno del General y el carácter pacífico del mismo. Las incesantes columnas de trabajadores, el entusiasmo reinante y la disciplina de los asistentes me hicieron recordar los actos del pasado. Sin embargo, tuve que sortear algunos enfrentamientos con la «juventud»: sus amenazas e irrespetuosidad. Esgrimían una supuesta directiva de Perón de llevar al acto una «botella de gasolina» cada uno. Tuvimos líos con el permiso policial, con los iracundos de adentro y con los gorilas de afuera. En mi diario personal de esos días escribí: “Finalmente, los presagios funestos no alcanzaron a cumplirse y tuvimos un final feliz: gran acto, conformidad general, exitoso el palco y los oradores (Delia y Vandor). Buena la organización”.
Por su parte, John W. Cooke criticó el acto y le escribió a Perón que «solamente habían concurrido setenta y cinco mil personas». Cooke no hacía otra cosa que demostrar que no tenía ni la menor idea respecto de lo que era organizar un acto de masas sin apoyo oficial, sin estar en el gobierno. Era un acto de oposición, con Perón fuera del país y luego de nueve años de proscripciones y represión. Pero había otra cosa más por la cual Cooke se tiró tan ingenuamente contra nosotros. Toda la Operación Retorno se hacía, así lo quería Perón, en el marco de una convocatoria a la pacificación. Paralelamente, sin embargo, sectores juveniles aducían poseer una cinta grabada de Perón donde éste, presuntamente, promovía la realización de acciones de violencia, antes, durante y después del acto. La cinta no existió. Pero como Cooke estaba muy cerca de estos grupos juveniles, se hizo eco de eso y le escribió a Perón diciéndole que el 17 había habido «nada más» que setenta y cinco mil personas.

La consigna «Perón Vuelve».

El tercer hecho trascendente que dejaron como saldo las operaciones en el interior fue que las paredes del país se vieron inundadas con la consigna «Perón Vuelve». Yo recorrí el país y recuerdo que en la más remota localidad, en el más lejano villorrio, el «Perón Vuelve» pintado en las paredes era la consigna que expresaba el deseo y el fervor de la masa peronista. Nosotros estábamos preparados para recibir a Perón pero se multiplicaban las dificultades. Así lo expresaban las anotaciones de mi diario: “Lunes 17 de agosto de 1964. Comenzamos a barajar alternativas. Una sola posibilidad —y muy escasa— es acercarse a Montevideo y desde allí negociar pacíficamente. Todo lo demás es tragedia a corto plazo. Militares, duros. Gorilas, al acecho. Pueblo peronista, inerme. Acciones muy limitadas a nuestro alcance”.

Si Perón tocaba tierra, la orden era no crear ninguna situación de violencia. Incluso hicimos una marcha a pie a Luján con los jóvenes peronistas, como para rodear el regreso de Perón con un clima de paz y de unión de los argentinos. Teníamos orden de recibir todo con extraordinaria calma y de no provocar nada que pudiera significar el ejercicio de algún tipo de violencia.

Fuera de toda duda, el interlocutor más válido para recordar esta etapa fue Miguel Unamuno, un activo peronista de ley de todos los tiempos que sabía unir a su militancia el ejercicio de la ironía y el humorismo. En su despacho del Archivo General de la Nación evocó así aquellos episodios: “Recuerdo la famosa marcha a Luján. Este hecho estuvo inscripto en una serie de actos, movilizaciones y marchas por el retorno de Perón. Mi actuación era como miembro suplente de la Comisión del Retorno. Tuvimos un duro incidente en la Federación de Trabajadores Telefónicos, en la calle Ambrosetti, con Alberto Brito Lima que nos apuró, que nos apretó por el tema de la marcha porque él quería participar con un papel protagónico. Nos apretó duramente… Todavía estábamos en la época del apriete… De esa marcha me acuerdo muchas cosas, como que cuando regresamos nos fuimos con Antonio (¡que siempre jodía con Boca!) a ver el partido Boca- Independiente. Y, además, mucha parte de la «caminata» ¡la hicimos en autos como buenos peronistas!”.

Una operación «secreta».

Los entretelones de aquella empresa fueron muchísimos y tuvieron ribetes tragicómicos. Hicimos numerosas reuniones donde las perspectivas eran cuanto menos confusas e inciertas. Escribí en mi diario personal: “Sólo un milagro podrá lograr que la Operación Retorno termine victoriosamente. Sin embargo, me aferro a la esperanza y confío que podremos evitar un final trágico o ridículo. Veremos”.

En los primeros días de noviembre partieron a Madrid los cinco compañeros que acompañarían a Perón en su viaje de retorno (Delia Parodi, Augusto T. Vandor, Andrés Framini, Carlos Lascano y Alberto Iturbe, a los que se agregó Jorge Antonio), mientras que en el país formábamos un triunvirato ejecutivo con Cavalli por los gremialistas e Hilda Pineda por las mujeres al frente de la Operación Retorno. Escribí entonces: “Sábado 7 de noviembre de 1964: Atenaceado cada día más por la incertidumbre y el miedo al ridículo y al fracaso total, rodeado por gángsters y desequilibrados mentales titulados dirigentes de la Juventud, jaqueados por los Villalón y su JRP, Valotta, Kelly y cía., con el gobierno y los azules que nos esperan adivinando, tal vez, nuestra real impotencia, sin dinero, con acciones como los «actos relámpago» descubiertos antes por la Policía, las «62» frenadas, el Partido inoperante y sin contactos con militares, todo sigue barranca abajo. Esto termina mal. Inevitablemente”.

Sólo el espíritu combativo y militante nos permitió sortear tantas dificultades. Así lo expresé en mis diarios: “Domingo 22 de noviembre de 1964: Estoy rodeado de infidencias, calumnias, amenazas, falto de cooperación elemental, tiro del carro como un sonámbulo, sin esperanzas de victoria. De Madrid no llegan noticias, salvo la carta de Iturbe, confirmando todo pero sin precisar mayores detalles. Si Perón se acerca, los gorilas nos darán con todo. Será muy difícil que Perón entre. Y si no se acerca nos cocinarán estos energúmenos de mierda. ¡Qué situación! Paso horas, días y noches angustiosas”.

La Comisión del Retorno estaba encargada de organizar, entre otras cosas, la movilización cuando Perón iniciara su vuelo y para ello se decidió contratar una antena de radio de la que recibiríamos directamente desde España la señal de que Perón se embarcaba para volver. Todo esto se suponía que sucedería con la mayor reserva y sigilo. Anoté los pormenores en mi diario: “Domingo 29 de noviembre de 1964. Las horas de la decisión se acercan. Un nuevo mensaje de Iturbe preanuncia el viaje para el 1º, o sea, pasado mañana. No dice dónde pero presumo que a pesar de las versiones circulantes acerca de Paraguay, la «escala» será en Uruguay. Pocos días más y comenzarán a despejarse estas angustiosas incógnitas que me vienen atenaceando cada vez con mayor fuerza. Rodeado de inútiles, de energúmenos, de desviados mentales, con la provocación alrededor frente a un enemigo cuya reacción es imprevisible, sólo una gran dosis de buena suerte (iba a escribir milagro) podrá lograr que, a medida que nos alejemos del ridículo, no nos acerquemos peligrosamente a la tragedia”.

¡Nunca nos imaginamos lo que sucedería! Resulta que estábamos cenando en un restaurante de la calle Paraná, con Miguel Unamuno y César Faerman, esperando las noticias de Madrid… ¡cuando los canillitas empezaron a dar la noticia y leímos en la primera plana de todos los diarios: «Embarcó Perón para Buenos Aires»! Nosotros que creíamos que ésta era una operación «secreta», que solamente la íbamos a conocer unos pocos «elegidos» para dar la orden de la movilización… ¡tuvimos ese desenlace!

Aeropuerto del Galeão. Perón regresa a Madrid.

Teníamos previsto, como mecanismo alternativo, llevarlo a Perón a Montevideo o a Asunción del Paraguay. Pero las circunstancias obraron para que en Brasil, en el aeropuerto del Galeão, por expreso pedido de la Cancillería argentina, a cargo de Miguel Ángel Zavala Ortiz, fuera detenido el avión y que no se le permitiera seguir vuelo hacia Buenos Aires. Perón tuvo que volverse. El gobierno dictó orden de captura contra Vandor, Framini, Iturbe, Delia Parodi y Lascano, los «cinco grandes» que habían viajado con el General.

Años después en un reportaje que El Cronista Comercial le hizo a Zavala Ortiz, éste declaró que fue él personalmente quien llamó a su par brasileño para pedirle que no dejara seguir el viaje de Perón a la Argentina. Yo le llevé ese recorte a Perón para que lo leyera y desmintiera así a quienes afirmaban insidiosamente que todo había sido urdido por nosotros para que el avión aterrizara en Brasil y que no siguiera su viaje. Allí estaba dicho por boca del propio Zavala Ortiz cómo habían sido las cosas.

Sin embargo, Perón no le dio curso a nuestro enojo. Eso demuestra que no tomó como un acto agresivo el hecho de que el gobierno radical le hubiese coartado su regreso.

Actitud soberbia de los dirigentes radicales.

Decidimos encarar una fuerte protesta contra el gobierno radical. Convocamos, por iniciativa de Rosendo García, una conferencia de prensa y emitimos declaraciones condenando su actitud. “El titular de la Junta Justicialista, Antonio Cafiero, se dirigió por telegrama al Presidente de la República pidiendo audiencia. Allí señala que la solicitud está motivada por los «episodios lesivos a la soberanía y dignidad nacionales con agravio para los elementales fueros humanos de los compatriotas, en que han incurrido gobiernos extranjeros que no consultan sentimientos de sus respectivos pueblos y que configuran una intolerable intromisión en asuntos que compete resolver únicamente entre argentinos».

Unos días después, siguiendo la intuición que me marcaba el rumbo que Perón quería darle a su accionar de entendimiento con los radicales, le pedí una entrevista a Leopoldo Suárez, ministro de Defensa del presidente Illia. El encuentro fue propiciado por Bernardo Neustadt y tuvo lugar en la casa de Hernán Cortés, subsecretario de Defensa. Le dije a Suárez: «Mire, Suárez, el regreso de Perón no lo deben interpretar como un acto de agresión y desestabilización del gobierno; ésa no es la intención de Perón. Más aún, le puedo decir que la política económica que están realizando a nosotros nos resulta aceptable, no la vamos a combatir. Todo esto de la ocupación de fábricas es nada más que un medio de presión, para que busquen un entendimiento con Perón. Van a ver ustedes que Perón va a estar en esto que yo les digo». Leopoldo Suárez me contestó que era «imposible», que los militares nunca aceptarían el regreso de Perón y que, por otra parte, a ellos no les importaba la posición de Perón. Fue muy tajante y soberbio.

La unidad en la mirada de Perón.

Así las cosas, mientras luchábamos desde la oposición al gobierno radical y reorganizábamos el partido, nos enteramos de que Perón había decidido enviar a Isabel (María Estela Martínez de Perón) como una especie de mensajera para abrir el diálogo político. Perón quería el acuerdo nacional, lo cual implicaba un acuerdo con los radicales. Lo estaba buscando y no quería crearle problemas al gobierno de Illia. Esta línea no significaba que Perón estuviera en contra de su gente en la Argentina, sino que nosotros estábamos mucho más en la pelea, una pelea «parroquial», si se quiere, mientras Perón veía la Argentina desde un prisma más universalista, a más largo plazo. Y visualizaba que la Argentina no tendría solución si no había un entendimiento político, y ese acuerdo había que hacerlo con los radicales y no con los militares.

Reflexioné en mis diarios: “2 de enero de 1965. Mi estómago con sus altibajos y perspectiva de hernia diafragmática. Pero en lo sustancial, en aquello que me posesiona, retroceso y angustia. Largos meses, interminables veladas luchando por algo inaprensible como el aire: primero, las elecciones internas, después la Operación Retorno. Peripecias a granel. Aventuras. Pero desgaste y flaqueza. Cansancio. Hastío. Sensaciones todas no compatibles con quien aspira o puede ser «jefe político». Los interrogantes de hace un año subsisten: indecisión frente al temor crucial de mi vida: la acción política. Entregarse a ello, con todos sus sinsabores y riesgos o alejarse para vivir en paz. No quiero ni una ni otra cosa. Y allí nace mi infelicidad, la ausencia de paz. Y este año será decisivo. No puedo seguir dudando ni dejándome empujar por los acontecimientos. Cuanto más medito, más indeciso y confuso me encuentro. Y lo peor que este estado de ánimo trasciende y me debilita aún más delante de propios y extraños. Meditaré mi decisión, un plan y una acción concreta. Y cumpliré. No puedo fallar. No debo a esta altura”.

Las elecciones legislativas de 1965. Excluido de la lista de Diputados Nacionales.

El 14 de marzo de 1965 se realizaron las elecciones nacionales de renovación legislativa y el peronismo, que se presentó bajo el sello de la Unión Popular, obtuvo el mayor caudal de votos: 35% contra el 28% de la UCRP (Unión Cívica Radical del Pueblo), el partido del gobierno. El antiguo compañero y hombre de confianza de Vandor, el metalúrgico Paulino Niembro, fue elegido como cabeza de lista y presidiría un bloque integrado mayoritariamente por diputados «vandoristas». La concurrencia a elecciones era un hecho: así quedó resuelto en la reunión de la Junta Ejecutiva Nacional y todo se puso en marcha con el inevitable, doloroso y asqueante proceso de las candidaturas. En aquella oportunidad, quedé excluido a partir de la decisiva influencia de Jorge Antonio. En mis diarios, escribí así los episodios: “16 de enero de 1965. Cómo saldrá todo esto se sabrá la semana que viene pero las probabilidades están que yo encabece la lista de Diputados Nacionales por la Provincia. Así y todo pueden surgir dificultades. Las ambiciones de (Alberto) Armesto, alguna jugada de Vandor, imprevisión o fracaso en el trámite previo, etc. El tren se ha detenido y bajar ahora no sería difícil. Pero todo empuja a seguir. No puedo menos que ver la mano del Dios Providente señalándome un camino que será duro y afligente, a veces, nauseabundo y desolador, otras, pero en definitiva el único que parece conformar mi vocación. Peligros a la vista: la anunciada acción de Villalón, luchas internas depredadoras del prestigio, una mala elección. No queda otra alternativa: avanzar y vencer. Por de pronto —no sé si hago bien o mal— el lunes me voy a Mendoza con Armando Cabo a solucionar el problema político interno. Veremos cómo nos va”.

“Domingo 24 de enero de 1965. Totalmente eliminado de la puja interna. El impacto ha sido tremendo y desolador. Nunca pensé que esto terminaría así. Origen: Jorge Antonio, según todos los indicios. Lascano no hizo nada a mi favor. Con Iturbe cambié palabras de protesta que no le hicieron mella. Estoy desolado, confuso y encolerizado. Conclusiones: 1) Objetivamente no supe trabajar. Debí moverme con rapidez e inteligencia con los congresales de la Primera. Dejé el campo abierto a las ambiciones de Armesto. Creí todo fácil y resuelto a último momento con la intervención de «arriba»; 2) Esto último falló y así debí advertirlo en mi conversación con Vandor del viernes antes de salir a Mendoza. Iturbe ha sido el ejecutor de la sentencia. Delia tampoco se inmutó. ¿Y ahora? ¿Qué hacer? ¿Qué actitud inmediata asumir? ¿Luchar contra la «conducción» digitada por Jorge Antonio? ¡Qué humillante todo!