¿Arando en el mar? Los laberintos de Simón Bolívar

Por Alberto Lettieri
para Miradas al Sur
publicado el 23 de diciembre de 2012

El 17 de diciembre de 1830 fallecía en la ciudad colombiana de Santa Marta Simón Bolívar. Lo hacía sumido en la decepción y el convencimiento de que su fabulosa empresa libertadora había concluido en el fracaso. Fundador de la Gran Colombia y actor protagónico en la gestas de independencia de las actuales naciones de Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Perú y Venezuela, la voracidad de la política americana había acabado por destruir su convicción en la inevitable victoria de la causa de la independencia y la unidad iberoamericana. Ya no se consideraba a sí mismo como “el hombre de las dificultades”, ni sostenía que “el arte de vencer se aprende en las derrotas.” En el epílogo de su vida, su balance adquiría tono dramático: “La América es ingobernable... El que sirve a una revolución ara en el mar”.

El hombre de las dificultades. Simón Bolívar había nacido en Caracas el 24 de julio de 1783, en el seno de una familia aristocrática de origen vasco. Huérfano a temprana edad, debido a la muerte de sus padres causada por la tuberculosis, Simón Bolívar ingresó en las Milicias de Aragua en 1792, donde no tardó en destacarse y lograr el ascenso a subteniente.

En 1799 inicio su primera etapa europea, que incluyó estudios de matemáticas en la Academia de San Fernando, para trasladarse en 1802 a Francia, donde fue seducido por las nuevas ideas políticas, sociales y filosóficas del liberalismo, y en particular por la obra de Montesquieu, Rousseau, Voltaire y Locke. También lo sedujo una mujer, María Teresa Rodríguez, con quien contrajo rápido casamiento. Pero la tragedia perseguía a sus afectos: al año siguiente, su esposa falleció en Venezuela, donde habían fijado residencia. Desolado, Bolívar volvió a Europa en 1803, y en este nuevo trayecto, que se extendió hasta 1807, recorrió España, Francia e Italia, estableciendo fluidos contactos políticos con intelectuales y políticos del Viejo Continente, integrándose a la masonería.

De este modo, al retornar a Caracas, su decisión de integrarse plenamente a la vida política estaba tomada. En 1810 participó de la fallida Revolución de Independencia dirigida por Francisco de Miranda. En 1813 participó de un nuevo intento revolucionario, que tras algunos logros auspiciosos iniciales –que le valieron el otorgamiento del título honorífico de Libertador por parte de los Cabildos de Mérida y de Caracas– fue desactivado, lo cual le obligó a exiliarse temporariamente en Jamaica. Poco después, entre 1816 y 1819, Bolívar organizó la tercera revolución, que permitió proclamar la Independencia de Colombia y de una porción del actual territorio venezolano.

Para entonces, ya había alcanzado estatura continental. Sus logros no parecían detenerse. En 1820 proclamó la creación de la República de Gran Colombia (Nueva Granada, Venezuela, Ecuador), siendo designado como presidente. En 1821 tomó el control de la totalidad del territorio venezolano y en 1822 concretó la independencia de Ecuador. Su próximo objetivo consistía en completar la independencia del Perú, donde José de San Martín había hecho un aporte decisivo a través de la implementación de su Plan Continental. La célebre entrevista de Guayaquil, el 26 de julio de 1822, significó el retiro del militar argentino de la gesta independentista americana, dejándole el camino expedito al caraqueño para concluir su obra. Mucho se ha especulado sobre esta misteriosa y secreta reunión, y las razones del retiro de San Martín, debido a la inexistencia de testimonios fidedignos o de documentos que dieran cuenta de lo conversado. Sin embargo, algo parece quedar claro, y es que San Martín, aislado y desacreditado por Rivadavia y el unitarismo porteño –que incluso había hecho pesar sobre él un cargo de traición a la patria–, se encontraba por entonces francamente debilitado en su capacidad operativa y, sobre todo, había comprendido, mucho antes que Bolívar, que los enemigos de la independencia americana no sólo eran los europeos.

¿Arando en el mar? Tras el alejamiento de San Martín, Bolívar fue designado Dictador del Perú y el 9 de diciembre de 1824 el general Antonio Sucre se impuso en la batalla de Ayacucho, que significó el aniquilamiento definitivo del poder español en América. Había llegado el momento de cumplir con otra de las arengas del caraqueño: “Las armas os darán la independencia, las leyes os darán la libertad”. Sin embargo, la tarea no era sencilla.

Ya en su famosa “Carta de Jamaica”, redactada durante su exilio en 1815, Bolívar había manifestado su convicción de que no bastaba con expulsar al poder español de América para garantizar la independencia, sino que también resultaba necesario disciplinar las acciones dispersas y fragmentarias de los caudillos y las elites regionales americanas, subordinándolas a un poder único y centralizado capaz de articular una república lo suficientemente poderosa como para resistir las presiones coloniales de cualquier potencia imperial.

Una vez concretada la derrota española, Bolívar intentó abordar el proceso de institucionalización política. Sin embargo, la organización de un régimen unitario institucionalizado, con un presidente vitalicio y una gran extensión territorial, se estrelló frente a las tendencias federalistas que privilegiaban las autonomías regionales y a la vocación de poder de muchos de sus antiguos oficiales. Las elites económicas no estaban dispuestas a aceptar semejante concentración de poder, en tanto las antiguas rivalidades y localismos comenzaron a reaparecer tras la gesta independentista. En consecuencia, la autoridad política se fue escurriendo entre las manos del libertador caraqueño, que terminó siendo desplazado de todos sus cargos para 1830.

Por entonces, su salud lucía deteriorada: la tuberculosis que le había robado la vida de sus afectos más íntimos ahora se ensañaba con él, provocando su deceso el 17 de diciembre. Al año siguiente, la Gran Colombia se disolvía definitivamente. Sin embargo, el proyecto de la Patria Grande Americana acuñado por Miranda, San Martín y Bolívar se mantuvo vigente a lo largo del tiempo y constituyó una de las banderas más distintivas de los movimientos nacionales y populares latinoamericanos. En la actualidad, el Mercosur y la Unasur constituyen las pruebas más acabadas de que, pese a la profunda decepción final de Bolívar, América es efectivamente gobernable y que sus patriotas revolucionarios no araron en el mar, sino sobre un territorio fecundo.