Leyes sobre la pobreza (Parte I)

Desde las leyes inglesas sobre los pobres a la denuncia moderna de la ayudantía

Por Michel Husson
para Al Encontre(Francia)
publicado el 8 de octubre de 2019

Versión original en francés

Los economistas dominantes creen que su disciplina progresa como lo hacen otras ciencias[1]. Este no es de ninguna forma el caso: los debates contemporáneos a menudo retoman argumentos muy antiguos. Esto es lo que querría ilustrar esta contribución[2] a partir de la historia de las leyes sobre los pobres en Inglaterra. 

1. De Elisabeth a Bentham: ¿asistir o encerrar?

Esta lectura está organizada en torno a tres hilos directores. El primero es que “hacer la historia social de los pobres es también hacer la historia de un ‘compartir’, de una ‘separación’ por la sociedad”[3]. La segunda idea se resume en la fórmula de este historiador: “por extraño que pueda parecer, las leyes sobre los pobres no se referían realmente a la pobreza[4]”. Se verá en efecto que la frontera entre pobres sin empleo y trabajadores pobres siempre ha sido borrosa y móvil.

Por lo tanto, no es sorprendente que los viejos discursos sobre los pobres se encuentren hoy, pero esta vez dirigidos a los desempleados. Y así, este es el tercer tema de esta revisión: mostrar una invariancia relativa de los discursos, y en particular los mantenidos por los representantes de las clases dominantes, con respecto a los “supernumerarios”. Es teniendo en cuenta esta intuición como hay que leer la antología que servirá de conclusión.

La primera parte de esta contribución trata sobre la historia de las leyes sobre los pobres hasta 1795. Dedica una parte importante a Jeremy Bentham (1748-1832), uno de los fundadores del utilitarismo, ya que sus oscilaciones entre liberalismo y despotismo son particularmente reveladoras de las vacilaciones muy actuales en el “tratamiento” del desempleo.

Elisabeth

Las leyes sobre los pobres han existido desde hace mucho tiempo en Inglaterra, ya que William Quigley[5] las relaciona desde el Statut of Laborers de 1349[6]. Solo serán verdaderamente abolidas en 1948 con la National Assistance Act (Ley de Asistencia Nacional). Pero podemos comenzar este resumen con las leyes promulgadas por la Reina Isabel: la “Leypara la ayuda a los pobres" (Act for the Relief of dhe Poor)de 1597 y especialmente, dos años antes de su muerte, la Poor Relief Act de 1601[7].


Su primer objetivo es “poner a trabajar a todos los niños que sus padres no están en situación de educar, así como a todas las personas, casadas o no, que no tienen recursos ni medios de subsistencia”. Estos trabajos serán financiados por “un impuesto a todos los habitantes y propietarios de tierras de la parroquia, con la intención de que puedan adquirir lino, cáñamo, lana, hilo, hierro y todas las demás materias primas para que los pobres trabajen”. Otra parte de estos recursos se dedicará a ayudar a los “cojos, discapacitados, ancianos, ciegos y, en general, a todos los pobres incapaces para el trabajo”.

La asistencia a los “pobres” (indigentes, parados, mendigos, ladrones y vagabundos) se puso a cargo de las 15.000 parroquias (parish) de Inglaterra y del País de Gales. Este es un punto importante: se trata de fijar a los vagabundos y el Act of Settlement de 1662 (ley del domicilio) vendrá a endurecer esta regla. Adam Smith mostrará toda la injusticia y absurdidad de ello: “No hay un solo trabajador pobre en Inglaterra que, a la edad de cuarenta años, no haya tenido que experimentar, en un momento u otro de su vida, los efectos excesivamente severos de esta ley opresiva y absurda ley del domicilio[8]”. Más tarde, Karl Polanyi[9] hablará de “servidumbre parroquial” ( parish serfdom).

Una imagen (idealizada) de la St James Workhouse, Londres, hacia 1800 


Todas las leyes sobre los pobres fueron acompañadas de una voluntad clasificatoria. Este ya era el caso con la ley de 1601, que tuvo mucho cuidado en distinguir tres categorías de “beneficiarios”. Los impotentes incapaces de trabajar (discapacitados, cojos, ciegos y ancianos) se alojan en hospicios u orfanatos. Los vagabundos y los pobres claramente identificados como vagos (idle por) deben ser detenidos en hogares correccionales o en prisión. Quedan los pobres físicamente aptos (able-bodied) que pueden ser puestos a trabajar en un taller de trabajo (House of Industry). Pero, al menos al principio, en la medida de lo posible la ayuda se lleva al domicilio, posiblemente en forma de materias primas: “lino, cáñamo, lana, alambre, hierro y otros artículos necesarios” como se especifica en la ley de 1601.

Las leyes posteriores cambiarán la nomenclatura de los pobres. Por ejemplo, la Poor Relief Act de 1722 establece las “casas del trabajo” (workhouses) y reserva la asistencia solo a las personas pobres que aceptan ingresar en ellas. De este modo, se establece la distinción entre la asistencia prestada en el hogar (outdoor relief) y la asistencia condicionada a la presencia en la casa de trabajo (indoor relief). Se reforzará en 1782 con una nueva ley, la Gilbert’s Act, que reserva las casas de trabajo solo para ancianos e impotentes.

Pobreza e indigencia

Esta voluntad clasificatoria se sustenta en una distinción fundamental entre indigencia y pobreza. Será teorizada por Patrick Colquhoun, un discípulo de Jeremy Bentham (y también responsable de la policía del Este de Londres). Por un lado, están los pobres que reciben un salario bajo y, por otro lado, los indigentes: esta tipología muestra que las categorías de pobres y desempleados se superponen en parte.

Para Colquhoun, “la pobreza es un ingrediente necesario e indispensable en la sociedad, sin el cual las naciones y las comunidades no podrían existir en un estado de civilización. (...) Sin pobreza no habría trabajo, y sin trabajo no habría riqueza, ni refinamiento, ni confort”. Se trata pues de una “pobreza laboral” constitutiva de la condición de trabajador y benéfica. La indigencia es otra cosa: “es el estado de cualquier persona que carece de medios de vida e incapaz de trabajar para obtenerlos” y “es, por lo tanto, la indigencia y no la pobreza, lo que es el mal[10]”. Y la indigencia es moralmente condenable como “una de las mayores calamidades que pueden afectar a la sociedad civil, ya que, con pocas excepciones, causa todo lo que es perjudicial, criminal y vicioso en el cuerpo político[11]”.

Bentham y la gestión privatizada de la pobreza

Colquhoun fue discípulo de Jeremy Bentham, el teórico del utilitarismo, también conocido en el mundo francófono -gracias a Michel Foucault[12]-, por su proyecto de prisión ideal, el panóptico. Pero Bentham no se limitó a sopesar “las penas y las recompensas” y compartió el pesimismo social de su discípulo: “En el estado más alto de prosperidad social, la mayor masa de ciudadanos no tendrá otro recurso que su industria diaria, y por lo tanto siempre estará al lado de la indigencia, siempre dispuesta a caer en ese abismo[13]”. En resumen, los pobres son útiles y siempre los habrá.

Todos los escritos de Bentham están marcados por una manía clasificatoria (sin duda relacionada con su formación como abogado) que lo lleva a elaborar una lista detallada de los candidatos a la asistencia[14]. Distingue, por un lado, los factores individuales (discapacidad, edad, incapacidades provisionales -excepto la muerte- y la negativa a trabajar por parte de las “manos perezosas”) y, por otro, las “condiciones externas” (pérdida del empleo, incapacidad para acceder al empleo, pérdida de propiedad). Nada se deja al azar: así, entre los discapacitados mentales, Bentham distingue a los idiotas (idiotas “absolutos” o simples de espíritu) y los lunáticos, que a su vez se descomponen en lunáticos ligeramente afectados, traviesos, malvados, delirantes o melancólicos.

En 1796, Jeremy Bentham publicó un gran proyecto[15] para la “gestión del pauperismo”. El título Inglés (Pauper Management) ilustra la distinción entre los pobres (poor) y los indigentes (pauper). Lo más sorprendente de este programa es que tiene la intención de privatizar el sistema establecido por las leyes sobre los pobres: Bentham propone la creación de una “compañía nacional de caridad” (National Charity Company) que se encargaría de la construcción de una cadena de 250 “casas de industria” que podrían albergar a unas dos mil personas. Estarían estructuradas de la misma manera que la prisión “panóptica” (un plan sugerido por su hermano Samuel, que era arquitecto) de acuerdo con el orgulloso principio de que “cuanto más estrictamente estamos vigilados, mejor nos comportamos” (the more strictly we are watched, the better we behave)[16].

El boceto de Bentham proporciona otro ejemplo de su preocupación neurótica por los detalles. Por tomar solo un ejemplo, así es cómo describe los conductos de ventilación de la futura casa: “ventilador de forma redonda, cubierto con una lámpara y perforado de arriba a abajo, excepto en los lugares donde se encuentran la escalera y los dos pisos de la galería circundante[17]”.

Pero lo más interesante es sin duda el modelo económico de la futura empresa. Se basaría en “principios mercantiles” y se gestionaría según el modelo de la Compañía de las Indias Orientales, encabezada por un consejo de administración elegido por los accionistas. El financiamiento provendría de recursos derivados del impuesto para los pobres y del producto del trabajo realizado por los “residentes”, pero también de un capital “recaudado por suscripción”. Los administradores de las casas deberían estar interesados ​​en los resultados, porque, según Bentham, “cualquier sistema de gestión basado en el desinterés, real o fingido, está podrido (rotten) en la raíz y es susceptible de una prosperidad momentánea al principio, pero garantizado a perecer en el largo plazo”.

Un liberalismo despótico

Bentham afirma además el poder “de detener a cualquier persona, válida o no, que tenga bienes visibles o transferibles, ni medios de subsistencia honestos y suficientes, y detenerlos y emplearlos hasta que encuentre un empleador”. Parece haber una contradicción entre el liberalismo de Bentham y esta medida coercitiva. Pero la contradicción solo es aparente y Michel Foucault proporcionó la clave cuando escribió que “el ejercicio del poder consiste en ‘conducir las conductas’ y gestionar la probabilidad[18]”.

Christian Laval explica esta fórmula muy sintética de la siguiente manera: “la proximidad de Foucault y Bentham se debe al hecho de que, en ambos casos, la relación de poder no se limita a una acción directa de un individuo sobre otro sino que también es pensada como una forma más indirecta y difusa de influir en los demás mediante el establecimiento de un marco de incentivos y desincentivos dentro del cual el individuo debe calcular ‘libremente’[19]”.

Esta observación señala uno de los aspectos esenciales del neoliberalismo: a diferencia de una concepción ingenua, este último no se caracteriza por una desinversión del Estado, sino por una intervención que tiende a modelar el marco en el que se toman las decisiones individuales. Esta intervención se ejerce particularmente bajo la forma de una “guía” de los comportamientos individuales mediante el uso de las palancas disponibles por las autoridades públicas. Por lo tanto, la “pena” asociada a la reducción de las prestaciones abonadas a los desempleados o las sanciones que se les impongan van a “desincentivar” que se instalen en la “comodidad” de las “trampas de inactividad” y, por lo tanto, “incitarlos” a aceptar un empleo reduciendo sus exigencias. Pero permanecen “libres” en su elección. De la misma forma, la baja de los impuestos sobre el capital “atraerán” a los tenedores de capital para repatriarlos en base a un cálculo que compare costos y beneficios (“placer y castigo”); pero de nuevo, son libres de no hacerlo.

Muchas, si no todas, las políticas de empleo existentes se basan en estudios y prácticas que evocan las de los entomólogos. Al colocar obstáculos (dolor) o recompensas (placer), estos últimos observan cómo se modifica la “libre elección” de las hormigas frente a estos (des-)incentivos. Y el dispositivo de observación de los entomólogos es “panóptico”, como también es el caso de los económetras del empleo. El legado de Bentham, por lo tanto, está muy presente en prácticas muy contemporáneas, incluso si no llegan tan lejos como sus recomendaciones, que son similares a una forma de totalitarismo muy poco respetuoso de las libres individualidades.

Los proyectos de Bentham para los niños son bastante espantosos. Como él mismo escribió, su plan sería “incompleto si se excluyera a la generación en ascenso”. Por eso predijo que los niños nacidos en las casas de industria (la “generación en ascenso”) deberían quedarse allí, de tal forma que después de 21 años, su población (“la clase indígena”) se habría duplicado y conduciría a la construcción de 250 nuevas casas. Estas últimas acogerían así a un millón de personas para una población estimada de nueve millones. Cabe señalar de paso que este aumento deseado de la población era contrario a las tesis de Malthus.

Los niños deberían ser puestos a trabajar, porque Bentham no ve en ello ningún problema: “He entendido decir que había cierta crueldad en encerrar a los niños en una fábrica, especialmente a una edad tan temprana. Pero, a menos que haya un encerramiento innecesario, no hay crueldad en esta situación; crueldad sería no hacerlo”.

En su época, los niños podían trabajar a partir de los 14 años y Bentham probablemente pensó que podrían comenzar a hacerlo a partir de los 4 años, para evitar perder diez años: “¡diez años preciosos en los que no se hace nada! ¡Nada para la industria! Nada para el desarrollo, moral o intelectual[20]”.

Los niños solo podían hablar con su padre en presencia de “un oficial o dos o tres tutores de más edad”, a fin de “preservarlos de la corrupción”. En general, el objetivo de Bentham es inculcar en los niños los principios sólidos de una “frugalidad sistemática”. Y su educación también debía ser “frugal”.

En un manuscrito, Bentham aplica su famoso cálculo utilitario de las penas y los placeres[21] (pains and pleasures) a la educación de los niños y explica por qué debería ser mínima: “Los ejercicios del espíritu tienen una desventaja particular”, porque implican “penas y solo penas” y es necesario esperar mucho tiempo antes de que proporcionen “algo que se asemeje al placer”. La poesía es solo “engaño contado al metro”; el arte oratorio un “engaño dirigido a la exaltación”; la filosofía, “absurdidad y triquiñuelas sobre las palabras”. El estudio de los idiomas pone las palabras antes que las cosas y la historia “es inútil excepto para los políticos”.

La “colonia doméstica” de las casas de industria debería haberle dado a Bentham otro “placer”: ser el principal contratista y el dirigente. Pero su “utopía” (ese es el término que usa para su proyecto) se quedará corta, como la que acarició sobre su prisión panóptica. En su mente constituían un proyecto único, ya que hablaba de las dos ramas del Panóptico: la “rama prisión” y la “rama indigentes” (pauper branch).

Poco antes de su muerte, Bentham liquidará sus cuentas con George III, que había obstruido su proyecto de prisión. Escribió un libro (que se publicará en parte en una edición confidencial), con el sorprendente título: Historia de la guerra entre Jeremy Bentham y George III por uno de los beligerantes. Bentham expresa en el mismo todo su resentimiento: “Sin George III, todos los prisioneros del país, hace años, habrían estado bajo mi responsabilidad. Sin George III, todos los prisioneros en Inglaterra habrían estado bajo mi dirección hace años”.

Los lados progresistas de Bentham a menudo se presentan en términos de costumbres, y después de todo, el fundador del utilitarismo es una de las fuentes de la economía dominante. Cuando su principio básico -el cálculo de las penas y de los placeres- se aplica al trabajo, se descubre que las personas buscan obtener el máximo de recursos al menor coste. Por lo tanto, los sistemas de ayuda a los pobres deben ser minimalistas a fin de incitarlos al trabajo: de lo contrario, estarían incitados a la ociosidad. En el mismo razonamiento se basa hoy el discurso sobre los méritos de “la activación de las políticas de empleo”: es necesario introducir un diferencial entre las prestaciones sociales de las que se benefician los desempleados y los ingresos de un asalariado de lo bajo de la escala.

Bentham va más allá e ilustra las posibles derivas del utilitarismo, con sus abominables proyectos que consisten, ni más ni menos, en encerrar a casi una décima parte de la población en condiciones indignas. Si se le agrega su codicia (mal asumida), su neurosis clasificatoria y su soberbia, se llega a un retrato odioso, hasta tal punto que los autores liberales se preocuparon por desmarcarse de un autor descrito como “despótico, totalitario, colectivista, conductista, constructivista, panopticista [sic] y paternalista[22]”.

Para tener una idea completa del personaje, puede ser suficiente consultar su autorretrato (¿su epitafio?) recogido en una nota del 16 de febrero de 1831, un año antes de su muerte: “JB [Jeremy Bentham] el más filántropo de los filántropos: la filantropía como fin e instrumento de su ambición. Límites, no hay otros que los de la tierra[23]”.

Bentham también es, en cierto modo, un precursor del transhumanismo. A los 21 años escribió un primer testamento en el que ofrecía su cuerpo a la ciencia[24]. Unos meses antes de su muerte, sus últimos deseos van aún más lejos: esta vez pide ser completamente momificado y transformado en “auto-icono[25]”. De esta forma haría “una contribución a la felicidad humana, más o menos considerable” y desea que otros sigan su ejemplo para “despertar una curiosidad virtuosa” y crear “museos completos de auto-íconos”. Para la pequeña historia, la cabeza, un poco fallida, será reemplazada por una figura de cera, pero esta última y toda la momia debidamente vestida y sentada en una silla estarán expuestas en el University College de Londres.

En un reciente artículo del Guardian, Jeremy Seabrook, por otra parte autor de un libro fascinante sobre la pobreza [26][26], señala irónicamente que “los pobres a menudo han sido codiciados por las empresas porque representan un grupo aparentemente duradero en la sociedad, por lo que seguramente debe ser posible, de una forma u otra, obtener beneficios”. Se hace en Inglaterra, donde las empresas privadas son responsables de vigilar a los condenados bajo vigilancia electrónica, pero también de localizar a los “falsos desempleados”. Para Seabrook, este no es un enfoque “innovador” de la pobreza. Este modo de gestión solo se inspira en un “pasado punitivo” que en realidad remonta a Bentham: “menos de una de cada cien personas es incapaz de trabajar. Ni un movimiento de un dedo, ni un paso, ni un guiño, ni un murmullo que pueda ser solicitado con el objetivo de un beneficio”, escribía en Pauper Management Improved.

Y este duro precepto ha sido tomado literalmente por Atos, una de las empresas privadas de subcontratación responsables de la clasificación entre los “empleables” y los demás. Ha clasificado con éxito a personas con enfermedades terminales en empleos, algunas de las cuales murieron pocos días después de ser declaradas empleables.

La idea cruzó el Canal de la Mancha y llegó a Francia. Los centros Pradha (programa de ayuda al albergue de los solicitantes de asilo) serán gestionados por una filial de la Caisse des Dépôts [la Caja de Depósitos es un grupo financiero público creado en el año 1.816, ndt] bajo el control del Ministerio del Interior, y parcialmente financiada por el sector privado, a través de un fondo de inversión dedicado[27].

La segunda parte de esta contribución retoma la historia de las leyes sobre los pobres del sistema de Speenhamland instituido en 1795, que proporcionó un ingreso (débil) garantizado a los trabajadores pobres. Los debates y las políticas posteriores evocan, nuevamente, resonancias muy contemporáneas.

 Notas:


[1] Un economista, suizo de adopción, podía explicar que el nivel de los conocimientos económicos de Marx y Malthus eran “en relación con lo que sabemos hoy, lo que era el automóvil de Cugnot en relación con nuestros fórmula 1”. Ver Charles Wyplosz, “Inculture française”, Libération, 26 de marzo de 1998.
[2] Este texto prolonga dos anteriores contribuciones: “L’art d’ignorer les pauvres”, 13 de mayo de 2017; y “L’impossible partage du travail: histoire d’un (vieux) débat”, 23 de junio de 2017.
[3] Jean-Pierre Gutton, La société et les pauvres en Europe (XVIe-XVIIIe siècles), París, PUF, 1974.
[4] Trevor May, An Economic and Social History of Britain 1760-1970, 1987, p.120.
[5] William P. Quigley, “ Five Hundred Years of English Poor Laws, 1349-1834: Regulating the Working and Nonworking Poor ”, Akron Law Review: Vol. 30, N° 1, 1997.
[6] Edward III, King of England, The Ordinance of Labourers , 1349.
[7] Elizabeth I, An Act for the Relief of the Poor , 1601.
[8] Adam Smith, La richesse des nations , Flammarion, 1991, livre I, chapitre X, p. 218; edición en castellano de Carlos Rodríguez Braun [disponible aquí].
[9] Karl Polanyi, La Gran Transformación, Traficantes de Sueños [disponible aquí], capítulos 7 a 9.
[10] Patrick Colquhoun, A Treatise On Indigence , 1806, pp. 7-8.
[11] Patrick Colquhoun, “ A Treatise on Wealth, Power, and Resources of the British Empire ”, 1814. Es significativo – y finalmente coherente con su punto de vista- que la indiferencia de Colquhoun respecto a la necesaria pobreza no le ha impedido portarse como filántropo con los indigentes.
[12] Michel Foucault, Surveiller et punir , 1975. Traducción en castellano: Vigilar y castigar, Ed. Siglo XXI, 2012.
[13] Jeremy Bentham, Principes du code civil , en: Traités de législation civile et pénale, 3ème édition, 1830 [1802], p. 223.
[14] El cuadro de Bentham puede ser consultado ici.
[15] Jeremy Bentham, “ Outline of a work entitled pauper management improved ”, Annals of Agriculture, 1797-1798.
[16] Citado según un manuscrito de Bentham por Charles F. Bahmueller, The National Charity Company: Jeremy Bentham’s Silent Revolution , 1981.
[17] Este tipo de desarrollos, frecuentes en Bentham, desesperaba a sus traductores y editores. Ver por ejemplo Nathalie Sigot, “éditer les Oeuvres économiques (1787-1801) de Bentham”, Cahiers d’économie Politique n° 57, 2009/2.
[18] Michel Foucault, “Le sujet et le pouvoir”, Dits et écrits, tome IV, Gallimard, 1994. Traducción en castellano: El sujeto y el poder. Biblioteca Virtual Universal, 2003, parcialmente disponible en https://www.biblioteca.org.ar/libros/656280.pdf
[19] Christian Laval, “Ce que Foucault a appris de Bentham”, Revue d’études benthamiennes n° 8, 2011.
[20] Extractos de manuscritos de Bentham, citados en el artículo de referencia de Gertrude Himmelfarb: “Bentham’s Utopia: The National Charity Company”, The Journal of British Studies Vol.10, n°1, noviembre de 1970. A notar que el “liberalismo” de Bentham atrajo las críticas de esta historiadora muy conservadora.
[21] Jeremy Bentham, Théorie des peines et des récompensestome I tome II , 1811
[22] James E. Crimmins, “ Contending Interpretations of Bentham’s Utilitarianism ”, Canadian Journal of Political Science, vol.XXIX, n° 4, Diciembre de 1996.
[23] Jeremy Bentham, Memoirs and Correspondence ,1828-1832 en The Works of Jeremy Bentham (editado por John Bowring, vol.XI).
[24] Jeremy Bentham, “Will”, 24 de agosto de 1769.
[25] Jeremy Bentham, “Auto-icon”, 1832, extractos de las últimas voluntades.
[27] Anne-Sophie Simpere, “ Spéculer sur l’insertion des demandeurs d’asile en France, un nouvel investissement rentable ”, Basta!, 21 de febrero de 2018.

Fuente y traducción: vientosur.info