Juan D. Perón por Enrique Pavón Pereyra

Por Enrique Pavón Pereyra
fragmentos de su libro "Yo, Perón"

En 1993, Enrique Pavón Pereyra (1922 - 2004) que, a pedido del propio Perón fue su biógrafo, publicó su libro Yo, Perón, escrito como si se tratara de las memorias dictadas por el viejo líder en 1974. 

(...) Recuerden que la historia nunca se repite exactamente igual. Lo que primero es una tragedia, vuelve a la realidad como parodia. Si alguna vez llegase a haber otro golpe, el pueblo quedará tan derrotado que la vuelta constitucional servirá solamente para garantizar con el voto popular los intereses del imperialismo y de sus cipayos nativos.

(...) Si realmente tuviera la convicción de que la revolución se escribe con sangre, ya les hubiera dejado el camino expedito a los jóvenes, pero tengo miedo que la sangre que corra no sea exactamente la que ellos creen que debe correr, sino la de ellos mismos. Cuando digo esto, pienso en la infinidad de jóvenes que corren detrás de una consigna que creen revolucionaria, sin detenerse a pensar cuanto posee dicha consigna de carácter realmente popular.

(...) Soy consciente de que me queda poca vida. Bastante me han aguantado y bastante bien sobrellevo esta vida de tensiones que no elegí. Quisiera que antes de morir los argentinos se pongan de acuerdo en el camino a seguir.

(...) Cuando Gelli y Andreotti, vinieron a verme a Madrid para ofrecerme los servicios de la logia que comandaban, yo no sabía bien por que lo hacían, ni cuales eran sus intereses más profundos. (...) Ellos recuperaron el cuerpo de Evita como habían prometido, pero no me cobraron nada. (...) ¡Lógico, una vez en el poder me pasaron la factura! Pretendieron que la P2 manejase todo el comercio exterior del país. Les contesté: "¡Ni loco pago una deuda personal hipotecando la economía nacional!". Vicente Saadi que los conoce bien no me deja mentir. El tuvo siempre un contacto fluido con la logia y sabe cómo se manejan en todo lo referido a las deudas privadas.

(...) Asimismo, se reformó la ley de Asociaciones Profesionales. Esta ley tuvo sentido en tanto benefició a los organismos que trabajaban dentro de la ley para contribuir al mejoramiento social, como fue el caso de la CGT, perjudicando de manera expresa y taxativa las asociaciones que se reunían en forma velada para fines inconfesables y cuyas actividades no contribuían a la paz pública

(...) La juventud fue el nudo central de la discordia. No podía ser de otra manera, nueva gente motivada por nuevos avatares. Todo esto yo lo comprendí en su momento, pero como cualquier ser humano me confié. Creí primeramente que la realidad decantaría los excesos y que si la lucha era por el regreso de Perón, con el hecho consumado se aquietarían las aguas. Pero el proceso abierto fue un torrente que no cerraba sus compuertas (...) Primero comprobaron que yo no pactaría con ellos a espaldas del movimiento sindical.(..) Entonces la emprendieron con los dirigentes. Mataron a Rucci apenas había asumido en el poder. ¡Pero si parecen pagados por la oligarquía para desestabilizarnos!

(...) Hoy hablé con el pueblo, quizá por última vez. Por lo menos así, personalmente frente a frente y desde el balcón... Cada día que pasa lo siento como si fuese el último. ¡Con tantas cosas que necesita la Patria, este pobre viejo ya está pensando sólo en él y su circunstancia!

(...) Quizá tenga razón la gente que dice que por el imperio del destino, yo me he transformado en un ser colectivo, y por ello es que debo ser el único ser humano que espera la muerte con la convicción certera de saber que sobrevendrá de un momento a otro, inminente, impostergable. Por eso hoy me despedí de mi gente, de los grasitas de Evita, de los descamisados del pueblo, de los hacedores de la historia. (...) En esta última tarde, cuando regresé del balcón, advertí que no existe la muerte. No morirá jamás quien pueda sentir lo que yo sentí frente a mi gente. Yo sé que sólo Evita me entendería. Se que cuando alguien muere, desaparece del mundo de los vivos. Espero tener ese raro privilegio, del que goza Evita, de no morir, de permanecer como bandera en ese pueblo que tanto amamos, y al que yo me entrego —descarnado— acatando los designios de la Providencia.