Manifiesto de Emiliano Zapata al pueblo y a los revolucionarios mexicanos

Cuartel General en el estado de Morelos, 16 de febrero de 1919. 

Para llevar a feliz término y dejar totalmente consumida la labor unificadora, cuyas bases quedaron planteadas en los manifiestos de 15 de marzo y de 25 de abril del año próximo pasado, sólo hacía falta designar la persona que debiera asumir la jefatura suprema de todo el movimiento revolucionario.

Nosotros no quisimos entonces hacer obra artificial ni anticiparnos a los dictados de la opinión pública, sino que preferimos esperar a que ésta se manifestara.

Hoy, que la prensa independiente de la capital, con laudable valor civil, y a propósito de posibles candidaturas presidenciales, ha pasado ya revista a las personalidades de relieve político con que cuenta la República, señalando unas veces sus inconvenientes y defectos haciendo resaltar entre sus virtudes, y aquilatando siempre y poniendo en paragón los merecimientos de los hombres discutidos; hoy, que ha habido tiempo sobrado ya para que la opinión revolucionaria se fije y se defina, creemos llegado el instante de señalar a nuestros compañeros de lucha, la individualidad prestigiada en que nos hemos fijado para aquella alta investidura.

Quien se haga cargo de la jefatura de la Revolución, debe odunar a una inmaculada reputación como revolucionario y como hombre de principios condiciones indiscutibles de seriedad, inteligencia y aptitud que sean una garantía para todos.

Se trata nada menos que de orientar por adecuados rumbos los destinos de la República, y para ello no puede considerarse idónea una personalidad vulgar, sin experiencia política, sin talento comprobado, sin el tacto exquisito que requiere la solución de los arduos problemas, de las mil y mil dificultades, grandes y pequeñas; que a cada instante le saldrán al paso y pondrán a prueba su capacidad y su energía.

Será preciso, por otra parte, que el hombre a quien se llama para ponerse al frente de todo el movimiento revolucionario, sea amplia y ventajosamente conocido por toda la República, un hombre de prestigio verdaderamente nacional, una personalidad ante cuyo mérito se inclinan todos los elementos revolucionarios; desde el humilde campesino, que contribuye con su brazo y con su vida, hasta el jefe o el caudillo regional, que con su habilidad y su pericia, controla una extensa comarca.

Debe tratarse, en fin, de una personalidad que de tal manera sobresalga de la talla común, que se presente a todas las miradas como el lazo de unión y el natural y genuino director de elementos tan múltiples como son los que forman la gran masa revolucionaria.

Todas estas condiciones tan variadas como necesarias, los reúne en su persona al hombre que hoy proponemos para la jefatura suprema de la Revolución.

El señor Doctor don Francisco Vázquez Gómez, revolucionario anterior a 1910, hombre de carácter que fué de los primeros en enfrentarse a la dictadura porfiriana, caudillo de prestigio y uno de los prohombres de la primera revolución; eficaz e inteligente colaborador de Madero, cuyos yerros constantemente señaló; político sagaz que se opuso a la celebración de los funestos tratados de Ciudad Juárez, causa y origen de todos los trastornos ulteriores y de las sangrientas conmociones que, después se han sucedido; el Doctor Vázquez Gómez honrado a carta cabal, talentoso y previsor; inquebrantable en sus principios, mesurado en sus procedimientos, que siempre y en todas ocasiones se ha conservado limpio e intachable; que no se hizo cómplice de la prevaricación maderista, ni se marchó con los crímenes de Huerta, y si ha sabido mantenerse constante y sistemáticamente alejado de las vergüenzas del carrancismo; es el hombre naturalmente indicado para dar unidad e imprimir acertada dirección al movimiento Revolucionario.

La Revolución ha entrado en un periodo trascendental y definitivo, en el que cada paso debe ser medido y cada dificultad sorteada con habilidad exquisita.

El mundo europeo, libre ya de las angustias del terrible conflicto nos estudia y nos observa; nuestros vecinos del Norte, guiados por el suspicaz y talentoso Presidente Wilson, están pendientes, lo mismo de nuestros extravíos que de nuestros esfuerzos meritorios y de las posibilidades que tiene el pueblo mexicano de regenerarse y de erguirse; los momentos son críticos y no puede dejarse la nave de la Revolución a merced del ocaso, ni ponerse en manos de un piloto inexperto y alocado.

Hoy más que nunca hacen falta las capacidades y las energías bien conducidas; hoy más que nunca precisa que en la orientación general y en el arreglo de cada detalle, se vean seguridad, firmeza, exacta apreciación de los tiempos y de las circunstancias, que en todo y por todo se deje sentir la influencia de un espíritu de previsión y correcto análisis, en vez de un impulso caótico que se lanza a ciegas por encima de los obstáculos y a través de las más peligrosas crisis.

En estas condiciones, es indispensable que el hombre que se haga cargo de la situación, inspire confianza a propios y extraños, merezca la estimación y el respeto de toda la República, a la vez que sea garantía de orden y de firmeza, para los intereses nacionales y extranjeros.

No hay que olvidar en efecto, que una de las causas que motivan la bancarrota del carrancismo, es su completo desprestigio en el exterior y su absoluta falta de crédito ante los gobiernos extranjeros, por causa de las innumerables torpezas y desaciertos que aquel ha cometido en las relaciones internacionales, así como de las injustificadas agresiones y groseros atentados de que ha hecho víctima al capital extranjero.

En cambio, sin dificultad puede verse que la Revolución obtendrá el apoyo moral de esos mismos gobiernos y alcanzará su estimación y su confianza si con hechos demuestra que sabe respetar los intereses extranjeros y conducirse con honradez y cordura en sus relaciones con las potencias.

El Doctor Vázquez Gómez, perfectamente relacionado en las cancillerías extranjeras, que en él reconocen al político de altas y relevantes prendas, es entre todos los hombres de la Revolución, el más capacitado en los actuales momentos, para atraer en favor de aquélla, toda la adhesión y todas las simpatías de dichos gobiernos.

El es también, por su honradez, por su circunspección y por su tacto, no menos que por sus tendencias sinceramente encaminadas a la redención del pueblo, el llamado a honrar y servir eficazmente a la Revolución Mexicana, si ella se fija en él, como ya ha empezado a fijarse, para poner en sus manos la realización de sus ideales y la consolidación de sus conquistas.

El Doctor Vázquez Gómez se ha dado siempre a conocer como decidido partidario de la reforma agraria, y por lo tanto ofrece completas seguridades y garantías a los indígenas y campesinos, o sea a la inmensa mayoría de la población mexicana.

Se ha mostrado también simpatizador en todo tiempo, de la clase obrera, la que mucho tiene que esperar de su perfecto conocimiento de la cuestión social que agita al mundo, no menos que de su amor al pueblo trabajador, de cuyo seno ha salido, para elevarse después, mediante su personal esfuerzo.

Sus antecedentes revolucionarios lo abonan como hombre de ideas avanzadas, incapaz de transigir con los retardatorios y los obscurantistas como lo demostró sobradamente en la discusión de los célebres tratados de Ciudad Juárez, en donde las maniobras de los [científicos] tropezaron con su inquebrantable firmeza.

Ningún revolucionario de buena fé, ajeno a pasiones y prejuicios, podrá pues dudar de los propósitos verdaderamente reformistas que animan al Doctor Vázquez Gómez, ni de su sólida fé en la regeneración de la patria, mediante el abandono de los sistemas autocráticos de gobierno, el último de los cuales ha sido y será el de Carranza.

Basta asomarse al programa de reformas que ofrece a la nación el Doctor Vázquez Gómez y que va anexo al presente manifiesto, para convencerse de que aquel se dá perfecta cuenta de las necesidades del país, de sus aspiraciones y de la mejor y más práctica manera de satisfacerlas.

Por ese documento puede verse -y lo ha demostrado el Doctor en todos los actos de su vida- que él no es un jacobino ni un demagogo, y que está muy lejos de abrigar insensatos radicalismos, propensos por su propia naturaleza, a provocar formidables oposiciones y conflictos continuos.

El Doctor Vázquez Gómez, en una palabra, será un vínculo de unión para los mexicanos.

Dentro de su actuación francamente liberal y verdaderamente revolucionaria, podrán desenvolverse libremente todas las energías, todas las fuerzas productoras y todas las sanas aspiraciones hacia el progreso y hacia el mejoramiento.

De él no tendrán nada que temer los hombres de empresa, los industriales ni los capitalistas honrados, en una palabra, los caracteres batalladores que quieran consagrarse al desarrollo de sus intereses privados y al fomento de las riquezas nacionales.

El Doctor Vázquez Gómez, repetimos, será un lazo de unión entre los revolucionarios, y una figura atrayente para campesinos, obreros, intelectuales y hombres de empresa y de iniciativa.

El no es amigo de intransigencias absurdas ni de sectarismos odiosos, y por lo tanto no formará en torno suyo una camarilla o un círculo cerrado a todas las influencias de afuera.

Aceptará y llamará a su lado, a todos los revolucionarios de buena fe, cualquiera que sea su filiación política; lo mismo a los que desde un principio han comprendido la falsía de Carranza, que a los que se han separado de él o en lo sucesivo se separen por comprender que es un perfecto autócrata y un traidor, convicto y confeso, a la causa revolucionaria.

En tal concepto, y habiendo entrado de lleno a la lucha del señor Doctor Vázquez Gómez, sin más ambición que la muy sana de evitar un posible conflicto internacional, motivado por la criminal política carrancista, que siempre se ha caracterizado por su ciega adhesión al hoy derrocado kaiserismo y su hostilización sistemática a las potencias aliadas, la Revolución del Sur, que ha luchado sin descanso, desde hace ocho años, por la implantación de los principales que proclama el Doctor Vázquez Gómez; ha considerado un imperioso el reconocerlo como Jefe Supremo de la Revolución Mexicana, pues comprende que ha llegado el momento de que los servicios de este eminente luchador revolucionario postergado torpemente en anteriores ocasiones, sean aprovechados en bien de la Revolución y de la República.

El Sur, al obrar de esta suerte, no hace otra cosa que dar cima a los esfuerzos que en pro de la unificación vienen realizando desde hace tiempo, y reparar hoy, en un acto de justicia, el error cometido en 1911, cuando por el capricho de hombres obcecados, fué rota la popular fórmula: "MADERO - VAZQUEZ GOMEZ" que había servido de bandera al movimiento libertador.

El sur, libre de personalismo y ajeno a ambiciones, da hoy un ejemplo, a sus compañeros de lucha, y espera de ellos, dejándose guiar por el mismo espíritu de desprendimiento y de justicia, eleven a la suprema jefatura revolucionaria, al hombre que por todos conceptos lo merece.

Aceptar un civil de esa talla como el Jefe de la Revolución, para que ésta aparezca unida y coherente, bajo la enérgica y activa dirección de un hombre sin mancha que puede representarla ante el mundo; es una necesidad más urgente que nunca, en presencia de los grandes peligros que amenazan a nuestra nacionalidad, comprometida en sus más caros intereses por la criminal torpeza de un gobierno que se identificó en todo y por todo, con los procedimientos y las tendencias kaiserianas.

El que así no quiera verlo, será responsable ante la historia, de las consecuencias que se deriven de su obcecación, de sus ambiciones o de estrecho criterio.

Por comprenderlo así, por percibir con toda claridad las muy especiales circunstancias del actual momento histórico, en que la terminación de la guerra europea plantea sobre el tapete de la cuestión internacional, el llamado "Caso México" con todas sus complicaciones; varios jefes del Norte de la República, entre ellos los Generales Francisco Villa, Felipe Angeles, Antonio I. Villarreal, Francisco Coss y otros varios, han decidido obrar de acuerdo con el Doctor Vázquez Gómez, a quien es seguro reconocerán como jefe supremo, respondiendo a la presente invitación que el Sur se honra en hacer, a ellos lo mismo que a los demás revolucionarios.

Para la salvación de la República, para el buen nombre del pueblo mexicano, para la conservación de su decoro ante las potencias extrañas, es preciso bajo todos los conceptos, que la Revolución en la que se encarnan los anhelos de ese pueblo, sepa unificarse bajo una sola elección, inteligente y firme que dé honra a la Patria y sea augurio de prosperidad y de paz para la nación mexicana.

Ella, que tiene el derecho de hacerlo, exige a sus hijos discomimiento, denegación, sensatez y un acendrado patriotismo que los hará renunciar a toda clase de ambiciones y poner por encima de todo, el supremo interés de la nacionalidad y los fines sacrosantos de la raza.

REFORMA, LIBERTAD, JUSTICIA Y LEY

Cuartel General en el Estado de Morelos, a 1o de febrero de 1919.

El General en jefe, Emiliano Zapata 
[Rúbrica]

Fuente:

Román Iglesias González (Introducción y recopilación). Planes políticos, proclamas, manifiestos y otros documentos de la Independencia al México moderno, 1812-1940.  Universidad Nacional Autónoma de México. Instituto de Investigaciones Jurídicas. Serie C. Estudios Históricos, Núm. 74. Edición y formación en computadora al cuidado de Isidro Saucedo.  México, 1998. p. 816-820.