La segunda muerte de Roberto Pettinato

Por Fernando Esteche


Esta es la cuarta vez que estoy preso, en distintos gobiernos. Puedo ufanarme del penoso privilegio de conocer las cárceles desde adentro y advertir los sutiles cambios que cada gobierno fue ejecutando en cuanto a tratamiento de los presos.

Se fueron creando organismos cuya infructuosa función es garantizar los escasos derechos que a un preso le quedan intramuros, y otros para combatir la tortura, porque más allá del ingenuo voluntarismo de la Asamblea del Año XIII y las prohibiciones sucesivas, es una práctica que suele reaparecer.

Se crearon leyes para garantizar la asistencia médica, espiritual, la educación, e incluso se estimula la capacitación con reducciones de condenas efectivas. 

Todo, cuando uno se enfrenta al frío organigrama carcelario da cuenta de que esta siniestra práctica reclusoria se desarrolla en el siglo XXI con un paradigma de reinserción y normalización. Incluso hay un organismo para el seguimiento de los liberados.

De la letra a los hechos obviamente, hay una distancia enorme.

La reclusión del siglo XVIII estaba dirigida esencialmente a excluir a los marginales o a reforzar su marginalidad. El secuestro del siglo XIX, su prisionización, se supone que la finalidad es la inclusión y la normalización. 

Cuando el peronismo llegó a la Argentina no tardó en meterse de lleno en transformar las cárceles. Roberto Pettinato fue el encargado de combatir todo vestigio de crueldad de parte del Estado hacia sus tutelados. No tardó en cerrar el penal de Ushuaia, menos demoró en abolir el escarnioso traje a rayas; promovió las visitas familiares y prohibió los grilletes. 

Dostoyevski es quien dice que el grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos. Los funcionarios de las cárceles, los que deciden las cosas, el trato, son curiosamente los mismos a pesar de los cambios de gobierno. 

Ahora volvieron los grilletes. Para cualquier traslado te llevan encadenado al piso del vehículo y esposado (uno va rogando que no vaya a haber ningún accidente). Esto lo hacen con acusados de crímenes terribles como con presos políticos. 

Hoy debía ver a mi mamá de ochenta años y a mi hijo de seis. El encargado de coordinar la visita me advirtió que debería estar esposado todo el tiempo que dure la visita. Además de la presencia del personal de seguridad y requisa a menos de tres metros de nuestra mesa y el llamado equipo especial con sus súper fusiles custodiando el perímetro.

No pude ver en esas condiciones a mi mamá. Sería darle una paliza. No sería vejarme a mí, sino a ella. Y, quien sabe, en la conformación intelectual de mi hijo Gaspar verme esposado y saturado de inexplicable disciplina, cómo hubiera operado.

Todo lo que Pettinato construyó como derechos en cotidianidades sutiles se va desmoronando. 

Como dije, estuve presos varias veces, siempre por ser quien soy, aunque el derecho penal de autor no esté aceptado en el sistema judicial argentino.

Sé de qué se trata esto, cómo funciona el tratamiento, las provocaciones para desestabilizarte, las medidas de seguridad impostada solo para humillarte, es como domesticarlo a uno. Pero no como el zorro le proponía al Principito sino más bien como se explica en colmillo blanco.

Nadie tiene derecho a hacer el mal, aunque haya sufrido una atroz injusticia dijo Viktor Frankl sobreviviente del Holocausto, al que seguramente han leído mis acusadores inconscientes de lo que están perpetrando con sus vendettas políticas.

Hoy sentí que celebraban una segunda muerte de Roberto Pettinato; él vive en su obra y desandarla es matarlo.

Hoy me sentí, si pudiera estarlo, un poco más preso.

Hoy esta causa que me tiene preso se vuelve más y más inconsistente y a mí me meten más y más preso.

Unamuno frente al franquismo dijo “hay momentos donde callar es mentir”.

Siento vergüenza a veces cuando a los que creo compañeros naturalizan mi prisión; dolor, cuando la invisibilizan; asco, cuando se mensura el acompañamiento tras el cálculo de conveniencia.

Exhorto, callarse es mentir.

Fernando Esteche
3 de febrero de 2019