La navidad de un judío

Por Jorge Elbaum
publicado el 24 de diciembre de 2018

Voy a brindar como Ieshua (así se llamaba y ese fue el único apelativo que escuchó en su vida). Como su madre Miriam, habitante de una Galilea ocupada por los pretores del sometimiento, la mezquindad y la opresión.

Hasta su nombre le robaron para reconfigurarlo en el juego de la domesticación y la entrega a los poderosos. Los romanos del imperio lo rebautizaron en latín antiguo –lengua de los invasores– como Jesús, apelativo de un idioma desconocido para el propio Ieshua, lengua con la que se comunicaban quienes lo asesinaron.

Cuando llegó a lo que Ieshua consideraba el sagrado Tempo de Ierushalaim (Jerusalém es el nombre en latín) expulsó a los mercaderes y a los sacerdotes fariseos que se habían vendido a los romanos, esos que se volvieron socios en la opresión a su propio pueblo (algo similar a la DAIA de hoy).

De ese Templo, en el que Ieshua descargó su furia contra los empleados de los opresores, solo sobrevivió una de sus paredes, la occidental. Esa pared es la que se conoce como el Muro de Los Lamentos. Frente a la destrucción del Templo algunos lloraron junto a sus pieddas, pero otros –como los combatientes de Metzadá–, decidieron enfrentar al imperio en forma militar, y eligieron morir colectivamente antes que ser tomados como esclavos.

Hoy y mañana voy a levantar mi copa, con quienes conmemoran el renacimiento caprichoso de la esperanza humana. Su hilacha de ilusión, su compromiso de futuro creativo, su abrazo solidario y su entrono de vida pacificada. Pero no voy a olvidar a quienes fueron asesinados, como Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Ni a quienes son rehenes (Presxs Políticxs) del régimen neoliberal represivo. No voy a obviar el recuerdo vívido de los gases que enturbian el aire, las balas de goma y de plomo y las sistemáticas reducciones salariales y jubilatorias.

Esta Navidad, al igual que las cuatro últimas, se anuncian con nuevas extorsiones para los más vulnerables y automáticos beneficios para los más pudientes. Con risas sucias clavadas en los acomodaticios salones del poder. Con revanchismos mediático-judiciales dirigidos hacia quienes intentaron contribuir a una Patria más inclusiva. Con acosos perversos contra quienes se atrevieron –y se atreven– a resistir la recurrente invasión imperial.

Esta Navidad se da en un contexto de lenguajes y pátinas neoliberales, “meritocráticxs”, desplazados en versículos de un dogma fariseo que endiosa a todos los repetidos becerros de oro y que al mismo tiempo insiste en la asociación apócrifa del dinero con la belleza y la verdad.

La paradoja de la Navidad es que supone la supremacía de la vida y la autenticidad, el trabajo por sobre la malevolencia y el desprecio. La fraternidad y la sororidad por sobre quienes se perciben como seres incontaminados con los dolores de lxs otrxs, lxs actuales crucificadxs.

Eso es lo que hace que para muchxs de nosotrxs este sea un brindis presencial de millones de personas unidas por hilos invisibles de afecto tierno, que paralelamente siente el descontento con el mundo que los rodea. Eso es lo que hace que nos sintamos parte –incluso sin conocernos—de un abrazo inquebrantable enfrentado al egoísmo, la crueldad y el cinismo de los romanos / macristas.

Con la certeza de ser parte de ese entramado silencioso que se yergue desafiante ante las formas mutantes del imperio es que mañana –a pesar de encarnar un agnosticismos limítrofe con el ateísmo– levantaré mi copa desde el mismo balcón en el que Agustín Tosco exigió Navidad sin Presos Políticos hace 45 años.

Salú


Jorge Elbaum