Sarmiento entre su civilización y su barbarie
Por Felipe Pigna
Felipe Pigna, adaptación
para El Historiador del libro Los mitos de la historia
argentina 2, Buenos Aires, Planeta, 2005.
Domingo Faustino Sarmiento fue
ante todo un hombre de su tiempo, marcado por profundas contradicciones y una
enorme sinceridad que lo llevaba a ser siempre políticamente incorrecto.
Insultó a la oligarquía de su tiempo y pidió no ahorrar sangre de los mismos
gauchos a los que llamaba “el soberano” y se obsesionaba en educar. Todo eso,
no parte de ello, fue Sarmiento.
Nació el 15 de febrero de 1811 en
el Carrascal, San Juan. Allí el joven Domingo conoció al que sería el
protagonista de su libro más importante: Facundo (Quiroga),
quien tomó San Juan y gran parte de Cuyo. (…) Sarmiento subtituló esta obra con
la frase que sintetizaba su pensamiento: “Civilización y Barbarie”. Así
describía el autor su obra: “Remito a su excelencia un ejemplar del Facundo que
he escrito con el objeto de preparar la revolución y preparar los espíritus.
Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces, no
tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos medios tocados para
ayudar a destruir a un gobierno absurdo y preparar el camino de otro nuevo”. La
obra literaria de Sarmiento estuvo marcada por su actuación política desde que
escribió: “…Facundo no ha muerto ¡Vive aún!; está vivo en las tradiciones populares,
en la política y las revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su
complemento…”
Sarmiento pensaba que el gran
problema de la Argentina era el dilema entre la civilización y la barbarie.
Como muchos pensadores de su época, entendía que la civilización se
identificaba con la ciudad, con lo urbano, lo que estaba en contacto con lo
europeo, o sea lo que para ellos era el progreso. La barbarie, por el
contrario, era el campo, lo rural, el atraso, el indio y el gaucho. Este
dilema, según él, sólo podía resolverse con el triunfo de la “civilización”
sobre la “barbarie”. Decía en un lenguaje ciertamente bárbaro: “Quisiéramos
apartar de toda cuestión social americana a los salvajes por quienes sentimos
sin poderlo remediar, una invencible repugnancia”. En una carta le
aconsejaba a Mitre: “…no trate de economizar sangre de gaucho. Éste es un
abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de
seres humanos esos salvajes”.
Entre 1845 y 1847, por encargo
del gobierno chileno, visitó Uruguay, Brasil, Francia, España, Argelia, Italia,
Alemania, Suiza, Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y Cuba. En cada uno de
estos países se interesó por sus sistemas educativos, el nivel de enseñanza y
las comunicaciones. (…)
Cuando Sarmiento asumió la
gobernación de San Juan dictó una Ley Orgánica de Educación Pública que imponía
la enseñanza primaria obligatoria y creaba escuelas para los diferentes niveles
de educación, entre ellas una con capacidad para mil alumnos, el Colegio
Preparatorio y una escuela destinada a la formación de maestras. Desde la
presidencia siguió impulsando la educación fundando unas 800 escuelas…
Sarmiento aprendió en Estados
Unidos la importancia de las comunicaciones en un país extenso como el nuestro.
Durante su gobierno se tendieron 5.000 kilómetros de cables telegráficos y en
1874, poco antes de dejar la presidencia, pudo inaugurar la primera línea
telegráfica con Europa. Modernizó el correo y se preocupó particularmente por
la extensión de las líneas férreas.
Desde el gobierno, Sarmiento
intentó concretar proyectos renovadores como la fundación de colonias de
pequeños agricultores de Chivilcoy y Mercedes. La experiencia funcionó bien,
pero cuando intentó extenderla se encontró con la cerrada oposición de los
terratenientes nucleados en la recientemente fundada Sociedad Rural Argentina,
que en la persona de su presidente Enrique Olivera, le hizo saber a Sarmiento
que el sindicato de los terratenientes consideraba “inconveniente implantar
colonias como la de Chivilcoy donde ya estaba arraigada la industria ganadera”.
Sarmiento se enojó y declaró: “Nuestros hacendados no entienden jota del
asunto, y prefieren hacerse un palacio en la Avenida Alvear que meterse en
negocios que los llenarían de aflicciones. Quieren que el gobierno, quieren que
nosotros que no tenemos una vaca, contribuyamos a duplicarles o triplicarles su
fortuna a los Anchorena, a los Unzué, a los Pereyra, a los Luros, a los
Duggans, a los Cano y los Leloir y a todos los millonarios que pasan su vida
mirando cómo paren las vacas. En este estado está la cuestión, y como
las cámaras (del Congreso) están también formadas por ganaderos, veremos mañana
la canción de siempre, el payar de la guitarra a la sobra del ombú de la Pampa
y a la puerta del rancho de paja”.
En 1875, Sarmiento asumió como
Director General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires. Si bien estaba
obsesionado por la educación primaria, limitaba a ese nivel de enseñanza la
conveniencia de la educación popular: “La educación más arriba de la instrucción
primaria la desprecio como medio de civilización. Es la educación primaria la
que civiliza y desenvuelve la moral de los pueblos. Todos los pueblos han
tenido siempre doctores y sabios, sin ser civilizados por eso”.
Durante la presidencia de Roca
ejerció el cargo de Superintendente General de Escuelas del Consejo Nacional de
Educación y logró la sanción de la Ley 1420, que establecía la enseñanza
primaria, gratuita, obligatoria, gradual y laica.
Sarmiento murió el 11 de
septiembre de 1888. De acuerdo con su voluntad, su cuerpo fue cubierto con las
banderas de Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, y trasladado a Buenos Aires.
Pocos años antes, había dejado escrito una especie de testamento político:
“…sin fortuna que nunca codicié, porque era bagaje pesado para la incesante
pugna, espero una buena muerte corporal, pues la que me vendrá en política es
la que yo esperé y no deseé mejor que dejar por herencia millones en
mejores condiciones intelectuales, tranquilizado nuestro país, aseguradas las
instituciones y surcado de vías férreas el territorio, como cubierto de vapores
los ríos, para que todos participen del festín de la vida, del que yo gocé sólo
a hurtadillas”.
Fuente: elhistoriador.com.ar