Genocidio nuclear por ambición imperialista

Manuel E. Yepe 
Publicado el 4 de agosto de 2015
En junio de ese año, el régimen de Japón había comunicado a los gobiernos de Suecia, Suiza y la Unión Soviética su intención de rendirse, poniendo como una única condición a negociar que el Emperador Hiroito se mantuviera como jefe nominal del Estado.
Las hostilidades de la Segunda Guerra Mundial, en el teatro de operaciones de Asia y el Pacífico, concluyeron el seis de agosto de 1945 con la explosión de una bomba atómica aerotransportada que Estados Unidos lanzó sobre la ciudad japonesa de Hiroshima asesinando a 80.000 seres humanos. La cifra llegó a ser en 1950 de 200.000 difuntos a causa de los efectos ulteriores de la radiación nuclear. Pocos días más tarde, una segunda bomba atómica, también lanzada por Washington, cayó sobre otra ciudad japonesa aún más poblada. En Nagasaki, fueron asesinadas unas 300.000 personas más.

 En diciembre de 1941, el imperio japonés había ocupado una parte considerable de las costas de China, Corea y las colonias francesas de Indochina (Vietnam, Laos y Camboya) cometiendo atrocidades en gran parte de las Indias Orientales Holandesas (Indonesia). En 1944 atacó a Hawái, una posesión de Estados Unidos.

El gobierno del Japón era entonces una dictadura militar que nominalmente encabezaba un Emperador que había aplastado toda disidencia democrática, proscrito al partido comunista y practicado una política exterior muy agresiva contra sus vecinos. Pero en 1945 Japón era ya un imperio derrotado. Había perdido sus reservas de petróleo y su flota naval había sido  destruida. Alemania nazi, su mayor aliado, se había rendido en mayo.

 En junio de ese año, el régimen de Japón había comunicado a los gobiernos de Suecia, Suiza y la Unión Soviética su intención de rendirse, poniendo como una única condición a negociar que el Emperador Hiroito se mantuviera como jefe nominal del Estado. No obstante, a fines de 1945, ya el gobierno estadounidense había tomado la decisión de hacer una demostración de su poderío y de su voluntad de asumir el liderazgo mundial partiendo de saberse único poseedor de un arma nueva y terrible.

El mensaje sería evidente y claro: Estados Unidos posee un arma terrible y está dispuesto a usarla contra cualquier nación que se oponga a su dominación global.

 El entonces presidente estadounidense, Harry Truman, justificó la utilización del arma atómica tras el genocidio. "Hemos utilizado (la bomba atómica) para acortar la agonía de la guerra, con el fin de salvar las vidas de miles y miles de jóvenes norteamericanos". Al ser informado de la destrucción total de Hiroshima por aquel bárbaro crimen, el presidente se limitó a calificarlo textualmente como “lo más grande que ha ocurrido en la historia”.

Desde 1945 hasta hoy, Estados Unidos ha venido manipulando la cuestión nuclear como amenaza estratégica para su dominación.

 Durante gran parte de la posguerra, Washington logró imponer a la Unión Soviética una onerosa carrera armamentista a la que fueron incorporadas otras novedades de la técnica militar como los misiles intercontinentales.

 Washington, que había concluido la segunda guerra mundial (IIGM) con menos daños materiales que las demás potencias y, por tal motivo, relativamente enriquecida respecto a éstas tenía todas las de ganar en esa carrera.

 El presupuesto militar estadounidense, que sobrepasa la suma de los presupuestos militares combinados de todos los demás países del mundo, ha hecho que la deuda total del gobierno estadounidense también supere la deuda externa total del resto de los países del globo.

Washington ha sido capaz, hasta ahora, de evadir las pavorosas consecuencias de tan desastroso manejo de su economía gracias a que goza del privilegio único de poder imprimir su moneda, ventaja que le permite dilatar indefinidamente la liquidación de su enorme  deuda y transferir los nocivos efectos de ello al conjunto de la economía global.

 El mundo vive hace algunas décadas pendiente de probables desenlaces nucleares de los “conflictos” que desata o suscita Washington en cualquier lugar del mundo ya sea para provocar un cambio de régimen, imponer algún Tratado de libre comercio por medios violentos; aplastar los llamados gobiernos "fallidos" y los movimientos populares que resisten el imperio corporativo mundial; promover el despojo del petróleo y otros recursos en los países más débiles, u otros fines incalificables.

 Aunque la Guerra Fría concluyó hace un cuarto de siglo, las armas nucleares siguen estando en el núcleo de la estrategia imperialista. La doctrina militar de Estados Unidos, aunque evidencia una política de constantes guerras, agresiones y ocupaciones contra diversos países, según todo parece indicar, apunta a preparativos para una guerra contra Rusia y China que a todas luces sería a escala mundial, sería nuclear y la última de la vida en la Tierra.