Trump en la “Presidencia imperial”

Por John Saxe-Fernández
para Revista Memoria 264

 1. Preámbulo

La especificación de los referentes empíricos de las configuraciones de clase y Estado resulta condición sine que non para delinear parámetros clave de un acontecimiento político e histórico como el ascenso de Donald Trump a la “presidencia imperial”[1] estadounidense. Magnate de la industria inmobiliaria y personaje televisivo, pertenece a esa pléyade de celebridades empresariales con gente como Ted Turner quienes, a decir del economista Jeff Faux, “llenan las páginas de los diarios y las revistas, e inundan el tiempo de la televisión y los espacios de la prensa amarillista. Son iconos que hay que venerar o envidiar como individuos”[2] mas, para muchos analistas críticos, no como clase digna de pleitesía.

La vulgaridad, la abismal ignorancia histórica y la ausencia de empatía y tacto con las otras y los otros hacen difícil el trato con Trump en asuntos tan sensibles como los derechos humanos, la guerra y la paz, y el entorno del estado de derecho, doméstico e internacional. Por sus decires y “haceres”, y colocado Trump en las cumbres de un poder en manos de una oficina presidencial con tendencia histórica hacia la usurpación de funciones legislativas y judiciales, ahora a cargo de los resortes de decisión, además de la sustancia de la personalidad hasta ahora revelada, ha demostrado alta potencia para la catástrofe en estos once meses en la Oficina Oval.

Con referencia al cargo, la “presidencia imperial” se mueve bajo dos fuerzas de difícil manejo: por un lado, la desestabilización y el caos desatados doméstica e internacionalmente por la centrifugación capitalista en su etapa monopólica, de financiarización y especulación, que se traduce en la búsqueda de oportunidad, de ganancia, haciendo trizas de paso el tejido social; y por otro, la centripetación del poder policial-militar y de los instrumentos de criminalidad de Estado, conocidos como “comunidad de inteligencia”.

La referida centralización y concentración de proyección coercitiva se orienta a restablecer el orden en ultramar, apenas logrando lo suficiente para garantizar otro ciclo de inversión, explotación y extracción de riqueza de la periferia al centro[3]. Esta dinámica imperialista puede, fácilmente, salirse de control[4]. Es un proceso visible en cualquier revisión de las imprudentes e insensatas guerras de agresión en pos de recursos naturales vitales -petróleo, gas, minerales, agua, granos-, y posiciones estratégicas en la periferia capitalista, bajo cubierta de una ofensiva antiterrorista (que esconde crecientes contradicciones intercapitalistas) luego de los ataques del 11 de septiembre de 2001 (11/S).

Se trata de una vasta campaña desplegada al amparo del 11/S por el régimen de Bush II desde la intervención y ocupación de Afganistán y la catastrófica guerra de agresión contra Irak, que fue continuada durante los ocho años de Barack Obama quien, por cierto, como premio Nobel de la Paz y conferencista en derecho constitucional en la Universidad de Chicago, presidió la destrucción de Libia, todo un país con su población e infraestructura hechas añicos, pero con los yacimientos de un petróleo de alta calidad, codiciado por las refinerías de integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, financiada y encabezada (mangoneada) por EEUU.

Obama avaló la continuidad y el aumento de las matanzas semanales de “sospechosos de terrorismo” desde aviones no tripulados (drones), otra expresión de la nazificación de esa política exterior. Los resultados en Afganistán, Irak y Libia han sido trágicos para millones de familias, civiles inocentes y la paz mundial. Como documenta James A. Lucas, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, EEUU ha causado la muerte de 20 millones de personas en 37 “naciones víctimas”[5].

En esta materia tanática, ya en marzo el gobierno de Trump superó el promedio mensual de muertes registrado por Obama. El primero dijo en campaña, como recuerda la emérita Marjorie Cohn (véase más adelante), que “una vez muertos esos terroristas, hay que ir contra su familia”, en abierta violación de los más elementales derechos humanos. Lo grave con esta tendencia es la intención de Trump de dar curso a un “aislacionismo hemisférico” ampliamente militarizado a través del Comando Sur del Pentágono, bajando su frontera y sus grandes corporaciones extractivistas del río Bravo al Amazonas[6] y colocando fichas militares cerca de Venezuela, como advierte Ana Ester Ceceña[7], al tiempo que, gracias a la colaboración del régimen de usurpación electoral de Temer, introduce el paradigma de la catástrofe civilizatoria hasta lo profundo de esa vital región[8].

2. La pluma invisible y la catástrofe trumpiana en curso

A casi un año de su presidencia, Trump da continuidad a la brutal guerra sin fin del “antiterrorismo” iniciada por Bush/Cheney hace 16 años. Si se revisan las observaciones y advertencias, diagnóstico y prognosis de Tony Schwartz, la pluma invisible (el escritor fantasma) de The art of the deal, un gran éxito editorial trumpista de un millón de copias, la perspectiva puede empeorar.

Las advertencias de Schwartz de mediados de 2016, en plena campaña electoral, se dieron a conocer por The New Yorker en entrevista con Jane Mayer[9]. Desde ahí se otea algo de lo que sigue, con base en los eventos y las decisiones ya registrados por la presidencia de Trump, los cuales van configurando una condición de deterioro en la estabilidad mundial y doméstica de EUA y puede empeorar en dirección a una pulsión de muerte (tánatos) planetaria.

Aunque las amistades de Tony Schwartz le recomendaron no meterse en política, la sola perspectiva de una presidencia de Trump le horrorizó, según narró a Mayer. Tras meses y largas horas de interacción con el magnate, mañana, tarde y noche, y de llegar a conocerlo a fondo, aclaró que esa consternación suya “no se debió a la ideología”. El problema no era su postura ultraderechizante “sino su personalidad”. Trump es calificado por Schwartz como “patológicamente impulsivo y egocéntrico”[10].

Schwartz, el coautor que luego se hizo visible, ofrece datos relevantes y, más que eso, estremecedores si se tienen en mente los acontecimientos y procesos durante lo que lleva de gestión Trump como mandatario. Tras su discurso de presentación social en la escena mundial, ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), donde amenazó a Corea del Norte con “lanzarle un ataque con un fuego jamás imaginado en la historia”, las advertencias de Schwartz no pueden desestimarse. Desde su notorio egocentrismo, con abismal ausencia de empatía, las grandes calamidades humanas que siembra Trump no son buenos augurios. Esas catástrofes y la devastación y dolor que producen le tienen sin cuidado.

Preocupa que los mensajes y lineamientos emanados de la Casa Blanca hacia el público y la enorme burocracia federal, estatal y de condados, civil, militar y policial (incluidas sus posturas de supremacismo blanco y de tolerancia hacia grupos neonazis) se extiendan y expresen en las mencionadas gravísimas amenazas de aniquilación de otras naciones.
Aquel discurso suyo en la ONU nos dejó atónitos. Fue una bofetada a la humanidad y al derecho internacional, empezando por la Carta de Naciones Unidas, como sólo Adolfo Hitler, un criminal de guerra, pudo haber escenificado ante el mundo[11]. ¿Acaso las opiniones de Schwartz, formuladas desde su proximidad con Trump durante muchas horas diarias durante meses, y los bien elaborados análisis de Richard Friedman, pero hechos a sólo 28 días de que el magnate asumiera el cargo, o las evaluaciones de la comunidad de especialistas en salud mental, quienes diagnosticaron al mandatario desde lejos, en abril, no deben evaluarse en el contexto de la actuación sustantiva de Trump en calidad de presidente de EEUU y no sólo desde la proximidad del couch psicoanalítico o psiquiátrico? ¿No es sorprendente, y al menos una gravísima “insensatez”, que quien tiene acceso a los códigos nucleares de una de las mayores potencias con armamento en disposición de “alta alerta” (hair trigger) amenace desde la Asamblea General de la ONU con incinerar a todo el pueblo norcoreano y, de paso, a millones más en Corea del Sur y otros países de la región? ¿No fue casi profética la advertencia de Schwartz? Y no sólo en materia nuclear. También en lo de “mentiroso” a escala multidimensional. Si lo es consigo mismo, como apunta Schwartz, también lo es en asuntos de amplia explosividad internacional y doméstica.

De Irán dijo que es una nación “siniestra”, un “régimen fanático” que “encabeza la promoción del terrorismo” y está “en contubernio con Al Qaeda”. Son acusaciones sin fundamento, tantrums (berrinches) calculados. Quiere guerra por el gas natural de Irán y Qatar. Con negocios en mente y alto riesgo para la paz, reniega de un convenio nuclear solemne con Irán, que incluye entre los firmantes a Rusia, China Francia, Inglaterra y Alemania.

A Trump no le gustan los contratos de Irán con grandes bancos, petroleras, gaseras, automotrices, farmacéuticas, de la aeronáutica y espacial europeas, rusas y chinas. Y en los ataques a ese país demuestra ser un mentiroso compulsivo, tal como lo retrató Schwartz. Formuló acusaciones que alientan conflictividad y violencia en una zona ya atacada con drones, incendiada y bombardeada con saña bárbara por sus antecesores Bush y Obama.

El gran peligro es que este manejo nazi de los instrumentos de un Estado tan poderoso prevea exclusivamente perspectivas, estímulos, instrumentos y personal de muy alto rango castrense ante los riesgos existenciales del siglo XXI. Son riesgos cuyo manejo no terminal requiere percepciones de amplia gama de analistas y consejeros con mentalidad civil pero nunca de civiles con mente militar y genocida como Kissinger.

La abrumadora presencia militar en su gabinete puede llevar tanto a consejos realistas sobre las consecuencias del uso de armamento de destrucción masiva, que en todo caso no alcanzaron a Trump antes de su atroz discurso en la ONU, como también (según la facción prevaleciente en el Pentágono) pueden inducir la toma de decisiones basadas en la asunción de una “victoria” tras una guerra nuclear.

Esa diplomacia de fuerza genera eventos con peligrosa tendencia a gestar un ímpetu propio en la dirección de una tercera guerra mundial. “En una guerra nuclear, la extinción masiva de especies en curso, entre otros factores por el calentamiento global antropogénico, sería instantánea”[12]. Según se publicó en el Bulletin of Atomic Scientists[13]  el plan de modernización nuclear de EEUU, presentado al público como medio para asegurar la confiabilidad y seguridad de las ojivas en lugar de mejorar su capacidad militar, “en realidad usa nuevas y revolucionarias técnicas que elevan al máximo la capacidad del arsenal balístico de dar en el blanco”: “Este aumento es tan vasto que mejora la capacidad de infligir daños en un factor cercano a tres, creando exactamente lo que uno esperaría si un Estado nuclear considerase tener la capacidad de realizar -y ganar- una guerra nuclear, desarmando a los enemigos al lanzar un primer ataque sorpresivo”[14]. Los análisis y las advertencias de Michel Chossudovsky en esta esfera son igualmente valiosos por su sustento en procesos y hechos relevantes[15].

Hoy, la impetuosa agresividad de Trump incluye la interacción con muchas naciones, todas de relevancia estratégica -entre otras Rusia, China, Cuba, Irán, Corea del Norte y del Sur y Venezuela- en medio de una dinámica muy peligrosa para la estabilidad mundial como recipiente de la herencia de sus también irresponsables antecesores, en la toma de riesgos autodestructivos de una tercera guerra mundial. Trump heredó el despliegue de bases alrededor de lo que la clase gobernante de EEUU percibe como sus principales rivales militares y económicos y de la alocada colocación de su sistema nacional antibalístico en las cercanías fronterizas de Rusia y China, todo al calor de lucrativas ventas armamentistas a las naciones de Asia-Pacífico y del oriente europeo.

Por ello, mejor no desestimar la advertencia de Schwartz reportada por Mayer: “Puse lápiz labial a un cerdo. Siento un profundo remordimiento por haber contribuido a presentar a Trump en esa forma que concitó la atención pública. Lo presenté con una imagen amable y favorable, que no es real”. Luego advirtió desde The New Yorker: “Genuinamente, creo que si Trump gana (la Presidencia) y tiene acceso a los códigos nucleares, hay una significativa posibilidad de que eso conduzca al fin de la civilización”[16].

Desde abril de este año, coincide con esa advertencia un amplio grupo de expertos de la comunidad médica reunidos en una conferencia sobre salud mental en la Universidad de Yale, quienes expresaron su “responsabilidad ética” de alertar al público de EUA sobre “los riesgos” que el estado psicológico del señor Trump representa para el país[17].

3. Trump, enredado en la complejidad de la “presidencia imperial”

La dinámica de la oficina presidencial es de alta explosividad. Me refiero a asuntos tan sensibles como las violaciones de los derechos humanos; el ataque contra la legalidad heredada de los Juicios de Núremberg como en tiempos de Bush II; el desacato o la absoluta ausencia de conocimiento del presidente de las Convenciones de Ginebra y de los riesgos existenciales que enfrenta la humanidad en el siglo XXI: 1. La acrecentada probabilidad de un proceso de intensificación bélica hacia una confrontación nuclear entre potencias centrales como EUA y Rusia, en plena y cada vez más intensa Guerra Fría. Son potencias que manejan 94% de un arsenal nuclear mundial de 16.400 ojivas nucleares a ser lanzadas desde sistemas balísticos intercontinentales en riesgosos y provocativos despliegues de EEUU en las inmediaciones de Rusia y China; y 2. Al papel de Trump y de la mayoría republicana en el Legislativo como negadores del calentamiento global, con el uso de los instrumentos de Estado para el suicida -y genocida- fortalecimiento institucional de la posposición[18] de toda medida regulatoria en pro del urgente abatimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).

Trump preside además un gran asalto contra la ciencia climática y el método científico. Lo hace en momentos en que se acelera el calentamiento global. La regresión climática trumpista se ajusta a los grandes intereses del big oil. En este compromiso, además de nombrar al ex gerente de ExxonMobil Rex Tillerson en la Secretaría de Estado, colocó a Scott Pruitt, líder de los negadores del cambio climático, como jefe de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA, por sus siglas en inglés), quien ya a mediados de 2017 lanzó una ofensiva contra el método científico, la ciencia y la investigación climáticas y despidió a asesores científicos de esa agencia[19]. Trump llega al extremo de sacar a EEUU del Acuerdo de París negociado en la Cop-21, un acuerdo flojo, sin cláusula vinculante para la reducción de GEI; y además tomó medidas desde la EPA contra el Clean Power Plan, diseñado durante el gobierno de Obama para reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) en la generación de electricidad (para sorpresa de la comunidad científica mundial, Pruitt anunció que no cree que el CO2 sea el principal componente del calentamiento atmosférico).

Por el no reconocimiento de las transformaciones imprescindibles y urgentes ante los límites planetarios a la acumulación capitalista[20], empezando de manera urgente con el sector energético y la formalización vinculante de la reducción de los GEI, y mucho peor, por la regresión ante medidas tibias alcanzadas por su antecesor, Trump nos conduce a velocidad creciente hacia el abismo climático. No le importa el consenso de la comunidad científica doméstica e internacional sobre las catastróficas consecuencias del calentamiento atmosférico (94% del cual es absorbido por los océanos). Tampoco que los volúmenes actuales de GEI conduzcan a un punto de inflexión de irreversibilidad del colapso climático antropogénico en curso[21]. En momentos en que políticos de EEUU tan bien informados como el senador Bernie Sanders urgen sobre la necesidad de movilización a gran escala contra el “cambio climático”, de la magnitud observada durante la Segunda Guerra Mundial, Donald Trump y los legisladores republicanos aceleran una ruta terminal. Con muy buenas razones Noam Chomsky calificó al Partido Republicano de EEUU de “peligro mundial”.

Trump gobierna sólo para su base electoral. Le importa más, y en esto no se diferencia de sus antecesores en el cargo, cumplirle un 0.01%, a los grandes inversionistas de la industria de los combustibles fósiles, del complejo bélico industrial y de otros fat cats en todo el negocio en torno a la máquina de combustión interna y de ramas como la farmacéutica y la alimentación de los pobladores.

Joyas recientes de Trump contra el interés público: en la Comisión para la Seguridad de los Consumidores seleccionó a Diana Baiocco, quien se hizo famosa por ayudar a empresas a esquivar responsabilidad ante productos dañinos. Fue abogada defensora de las grandes tabacaleras y peleó contra los trabajadores de la industria de los asbestos enfermos de mesotelioma, un cáncer debido a la exposición prolongada a los asbestos.

4. Migrantes y gabinete (junta) de militares y petroleros

Con una impronta antiinmigrante, donde muestra amplia gama de prejuicios racistas, xenófobos y sexistas, su agenda es, además demagógica, repleta de explosividad, instigación a la violencia y persistente en berrinches, algunos de ellos centrados en procesos y acontecimientos cuyas consecuencias en el área de las relaciones de poder internacional y del “cambio climático” pueden desatar procesos bélicos y un colapso climático hacia la irreversibilidad, lo cual afectaría el contexto que permite la vida en la Tierra y el ejercicio de la historia y la conciencia sobre la superficie del planeta. La supervivencia de millones de hoy y mañana, por generaciones y generaciones, se encuentra en riesgo inmediato. El recuerdo de Trump (de haber sobrevivientes) sería mucho más despreciable que el de Calígula o Nerón por la vigencia de los azotes climáticos y de radiación que pueden desencadenar las decisiones del presidente de EEUU en momentos en que las ventanas de oportunidad para abatir ambos riesgos parecen cerrarse.

Tampoco pueden tomarse a la ligera eventos relacionados con la narrativa antiinmigrante que desde la Casa Blanca se irradia hacia las fuerzas federales, estatales y de los condados. Son sintomáticos de algo peor por venir, por el desprecio racista difundido desde la Casa Blanca hacia los más de 120 millones de mexicanos y otras minorías hispanas, por no mencionar su trato cruel, racista y despectivo contra la población puertorriqueña en desgracia climática o contra los mil millones de musulmanes. Hay actos en que se inflige dolor psíquico y físico en la separación de familias. Es una agresividad nada nueva, pero ahora tiene capacidad para abrir las puertas del infierno. En fechas recientes, oficiales federales de inmigración detuvieron ilegalmente a una mexicana indocumentada de 10 años, con parálisis cerebral: la paciente fue sacada de la cama de hospital tras una cirugía, separada de la familia y colocada bajo custodia federal.

Recuérdese que esta incalificable saña hacia civiles inocentes fue anunciada por Trump durante la campaña, cuando se pronunció a favor de eliminar las familias de sospechosos de terrorismo. En cierta oportunidad declaró: “Cuando se detiene a uno de esos terroristas, debe irse tras su familia”[22], a lo que la analista Marjorie Cohn agregó: “Además de la inmoralidad de matar a inocentes, atacar a civiles viola las Convenciones de Ginebra”. Como Trump aumentó la autorización a la CIA y al Pentágono para atacar a presuntos terroristas desde drones (aviones no tripulados) y además flexibilizó los protocolos para proceder con esos ataques en áreas de Yemen y Somalia, designándolas “áreas de hostilidades activas”, la tasa de civiles así ejecutados aumentó en comparación con las de por sí numerosas muertes acumuladas durante los gobiernos de Bush y Obama. “Sólo en marzo, el gobierno de Trump mató a mil civiles en Irak y Siria”, según informes de Airwars, una organización que vigila desde drones las muertes de civiles[23].

En su agenda electoral, Trump se comprometió, en medio de las carcajadas de sus cuates, a defender los vapuleados empleos y salarios de trabajadores blancos de clase media y baja de EEUU, removidos de sus puestos por la estrategia corporativa de relocalizar fábricas fuera del país, en busca de gran ganancia basada en fuerza laboral barata y superexplotada, como la mexicana, una clase obrera cuya productividad va en aumento pero -algo que le gusta ignorar a Paul Krugman- que es históricamente limitada y neutralizada por el sindicalismo oficial (charro), cuyos líderes reprimen y han estado bajo sueldo patronal y coludidos con el poder político por décadas.

En México se agudiza la superexplotación del trabajo, según estudios de enorme significación humana del Centro de Análisis Multidisciplinario de la Universidad Nacional Autónoma de México[24]. De ahí también las otras banderas de Trump, antimexicanas y de crítica a un Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) cuyas inadmisibles concesiones y sometimientos a las empresas extranjeras -especialmente en los sectores energético y de los agronegocios- el magnate, en su hostilidad hacia el país, todavía no capta.

De todas maneras, el trumpismo se esfuerza en congraciarse con los Jack Welch de General Electric, los Sandy Weil de Citigroup y los Rex Tillerson de ExxonMobil, quienes ingresan en los corredores del poder por su enorme riqueza y capacidad corporativa e institucional para usar capitales mucho más grandes, en varios órdenes de magnitud, que sus considerables fortunas.

Por estos días, Donald Trump y el vicepresidente Mike Pence lograron que los banqueros de Wall Street saliesen bien librados y beneficiados, pues gracias a su gestión ahora Wall Street y sus grandes bancos, los emisores de tarjetas de crédito y otras firmas financieras tienen la capacidad legal de evitar que sus clientes se coliguen en disputas judiciales (las llamadas class action) por medio de las que se podrían haber aliado para abatir los altos costos por asesoría y gestión legal en juicios contra esas corporaciones.

En información del 25 de octubre de 2017, Reuters indicó que el Senado de EEUU derrotó por un sufragio (51 a 50) una ley que prohíbe a las firmas usar cláusulas de “arbitraje forzado”. Durante la votación de pronto apareció en el senado Pence para dar el voto crucial a favor de Wall Street. Con esto se abroga una de las leyes más significativas en materia de política financiera firmadas por Obama para proteger al público ante abusos bancarios de alta condicionalidad para la apertura de cuentas y créditos. Desde que asumió la presidencia, Trump ha estado librando una batalla por la desregulación de “ataduras innecesarias y paralizantes” impuestas a bancos/magnates de Wall Street. Tras la votación, el director del Buró de Protección del Consumidor en Finanza comentó: “Este día ganó Wall Street, y el ciudadano común perdió”[25]. Pocos días después, Trump firmó para dar curso a la iniciativa de ley[26].

Con base en esa aceptación de 1%, Donald se esfuerza por transferir, vía reducción de impuestos, dice él “antes que finalice 2017”, lo que la senadora Elizabeth Warren estima que serán unos 2 billones de dólares (trillions en inglés, millones de millones) a favor de las grandes corporaciones de EEUU y sus dirigentes, inversionistas mayores, el 1 o 0.001%, tratándose del sector más privilegiado de la sociedad de EEUU, una nación en ascendente desigualdad socioeconómica. Además de un fenómeno de clase de corte fascistoide, el “trumpismo” es “síntoma” del deterioro hegemónico de EEUU y de la intensificación de este descenso detectado desde las primeras manifestaciones de una crisis estructural capitalista de mediados del decenio de 1960, que se prolonga hasta nuestros días, pasando por fuertes descalabros en Asia, México, Argentina, Brasil y, en fechas recientes, en el mismo Estados Unidos, y de ahí al mundo bajo la gran recesión de 2007[27], con persistente estancamiento secular.

En materia de nacionalismo económico y de negación climática, el trumpismo no se aleja mucho de corrientes derechistas y ultraderechistas bien detectadas en la historia económica de EEUU y en el atroz conservadurismo republicano y demócrata. Esta potencia después de la Segunda Guerra Mundial vivió un “momento unipolar” multidimensional, con Europa, Japón y la Unión Soviética devastadas y EEUU sin mayores heridas. Ese “momento” se registró desde los ataques atómicos a Hiroshima y Nagasaki en 1945 hasta el fin de la Guerra de Corea en 1953. Luego de la II Guerra Mundial, la acumulación de poder militar y económico en la oficina presidencial fue extraordinaria. El trumpismo arriba a la Casa Blanca con nostalgia de aquél momento unipolar y como sus antecesores, Bush/Cheney y Obama, ante las debilidades en una esfera económica afectada por la financiarización, la recesión y el estancamiento secular, procede con mayor intensidad a reforzar la militarización, del ámbito doméstico al internacional, para compensar esa debilidad.

No es nuevo eso de equilibrar debilidades en la esfera civil con refuerzos militares: eso, junto a la geopolitización de las relaciones económicas internacionales, ha sido característica central en la etiología de las dos guerras mundiales del siglo XX.

Si bien hay estilos propios a la personalidad impresentable del personaje, resalta la continuidad observada, por ejemplo, en la militarización del gabinete de Trump en relación con el de Bush/Cheney, que el escritor y ensayista Gore Vidal calificó de “la junta petrolera”. El gabinete de Trump incluye al general James Mattis en el Departamento de Defensa. Por ley y costumbre, es un puesto asignado a civiles. A dos días de haber asumido el cargo, Mattis envió un memorando a Trump para sugerir un ataque militar contra Yemen como parte de la “guerra antiterrorista”, mostrando una vez más su fama de “muy agresivo” lo que, dada la admiración de Trump al histórico general George S. Patton, famoso por grosero e implacable, influyó en su selección[28].

Como consejero de Seguridad Nacional, Trump nombró al general (de tres estrellas) H. R. McMaster, quien a su vez colocó al coronel Michael Bell en calidad de consejero principal sobre Oriente Medio en el Consejo de Seguridad Nacional. La “junta militar” también incluye a los generales Joe Dunford, jefe del Estado Mayor Conjunto, y John Kelly, ex jefe del Comando Sur (con “jurisdicción desde la frontera de Guatemala con México hasta el Cabo de Hornos), primero asignado a la cartera del Departamento de Homeland Security, cuya traducción sería “Departamento de Seguridad del Suelo Patrio”[29] y cuyo “perímetro de seguridad” incluye a México y Canadá.

A principios de 2017, el general Kelly asumió el poderoso cargo de jefe del staff de la Casa Blanca. El gabinete vinculado a la seguridad interna e internacional también incluye a Rex Tillerson, quien asumió desde el inicio del régimen de Trump la Secretaría de Estado.

El general Kelly, ex jefe del Comando Sur, también fue coautor de la Operación Venezuela Freedom 2, diseñada para un regimen change en esa nación hermana con jurisdicción sobre la principal reserva de gas natural y petróleo del mundo.


* Realiza sus investigaciones en el programa El Mundo en el Siglo XXI, del CEIICH. Docente en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Sus libros recientes incluyen La energía en México, México, CEIICH/UNAM, 2006; Terror e imperio, Debate, México, 2006; Crisis e imperialismo, UNAM, CEIICH/UNAM; 2012; La compraventa de México, edición electrónica, CEIICH/UNAM, 2016. Es articulista de La Jornada, premio UNAM en Docencia e investigador nacional.

Este texto es un avance de investigación del proyecto dgapa in-301415 “Crisis, geopolítica y geoeconomía del capital. Hacia una sociología política del cambio climático y de la explotación de fósiles no convencionales en Estados Unidos. Lecciones para América Latina”. El autor agradece el apoyo de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y de la doctora Guadalupe Valencia, directora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH), así como los valiosos comentarios y sugerencias de Teresa Castro Escudero, del Centro de Estudios Latinoamericanos, y de Eduardo Saxe-Fernández.

Notas:

[1] Sobre la “presidencia imperial”, véase Arthur Schlesinger, Imperial presidency, Nueva York, Houghton Mifflin, 1973. Respecto al desarrollo histórico de la presidencia imperial, consúltese Walter LaFeber, “In search of opportunities, 1865-1913”, The Cambridge history of American foreign relations, Nueva York, Cambridge University Press, 2008. Para un análisis de los procesos hacia la Primera Guerra Mundial, Margaret MacMillan, The war that ended peace, (the road to 1914), Nueva York, 2013.
[2] Jeff Faux, La guerra global de clases: cómo nos robaron el futuro las elites de Estados Unidos, Canadá y México y qué hacer para recuperarlo, México, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2008, página 152.
[3] Los estudios de LaFeber, op. cit., y en general de la Escuela de Wisconsin, son fundamentales para delinear la trayectoria histórica y el efecto de esa presidencia imperial en la amalgama de la política exterior de EEUU con la dinámica y los intereses de los grandes monopolios.
[4] Véase James Gannon, The reckless presidency of George W. Bush, aeon Academic Books, Poulsbo, Washington, 2012.
[5] James A. Lucas, “US has killed more than 20 million people in 37 ‘victim nations’ since World War I”, en Global Research, 9 de noviembre de 2017, https://www.globalresearch.ca/us-has-killed-more-than-20-million-people-in-37-victim-nations-since-world-war-ii/5492051
[6] Véase Santiago Navarro F. y Renata Bessi “The us Southern Command’s silent occupation of the Amazon”, en Thruth-out Report, 9 de noviembre de 2017, http://www.truth-out.org/news/item/42542-the-us-southern-command-s-silent-occupation-of-the-amazon
[7] Ana Esther Ceceña es investigadora titular del Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, citada en Navarro y Bessi, op. cit.
[8] Para antecedentes y análisis sólidos, véanse Daniel Inclán, “Asedios a la Amazonia Ecuatoriana”; Sandy E. Ramírez Gutiérrez, “La disputa legal por la Amazonia Ecuatoriana”; y David Barrios Rodríguez, “La catástrofe de la sociedad de los hidrocarburos: las actividades de Chevron y otras empresas energéticas”, en Ana Esther Ceceña y Raúl Ornelas, coordinadores, Chevron: paradigma de la catástrofe civilizatoria, México, Siglo XXI, 2017, páginas 159-257.
[9] Jane Mayer, “Trump’s ghostwriter tells all”, en The New Yorker, julio de 2016, https://www.newyorker.com/magazine/2016/07/25/donald-trumps-ghostwriter-tells-all
[10] Mayer, op. cit.
[11] En este contexto de eventos protagonizados por Trump, cabe evaluar las observaciones de Richard W. Friedman “Is it time to call Trump mentally ill?”, en New York Times, 17 de febrero de 2017, https://www.nytimes.com/2017/02/17/opinion/is-it-time-to-call-trump-mentally-ill.html
[12] John Saxe-Fernández “Riesgo de guerra nuclear”, en La Jornada, 13 de abril de 2017, http://www.jornada.unam.mx/2017/04/13/opinion/019a1eco
[13] Véase Han Christensen, Mathew Mckinzei y Theodore A. Postol, “How us nuclear force modernization is undermining strategic stability: the burst-height compensating super-fuze”, en Bulletin of Atomic Scientists, 1 de marzo de 2017, https://thebulletin.org/how-us-nuclear-force-modernization-undermining-strategic-stability-burst-height-compensating-super10578
[14] Christensen, Mckinzei y Postol, op. cit.
[15] Véase Michel Chossudovsly, La guerra global, México, Club de Periodistas de México, 2015.
[16] Ibídem.
[17] Consúltese May Bulman, “Donald Trump has ‘dangerous mental illness’, say psychiatric experts at Yale conference”, en The Independent, Londres, 21 de abril de 2017, http://www.independent.co.uk/news/world-0/donald-trump-dangerous-mental-... Sobre la controversia generada, http://www.lancedodes.com/new-york-times-letter
[18] Robert Brulle, “Institutionalizing delay: foundation funding and the creation of us climate change counter-movement organizations”, en Climatic Change, DOI 10.1007/s10584-013-1018-
[19] Curtis Johnson, “Scott Pruitt’s ‘debates’ are another assault on climate research and the scientific methods”, en Truthout, 24 de julio de 2017, http://www.truth-out.org/buzzflash/commentary/scott-pruitt-s-climate-debates-are-another-assault-on-climate-research-and-the-scientific-method
[20] Véase Elmar Altvater, El fin del capitalismo tal y como lo conocemos, Viejo Topo, Barcelona. 2012.
[21] John Saxe-Fernández, “¿Hacia un colapso climático antropogénico?”, en La Jornada, 3 de septiembre de 2015, http://www.jornada.unam.mx/2015/09/03/opinion/028a1eco; 9 de septiembre de 2015, http://www.jornada.unam.mx/2015/09/17/opinion/026a1eco; 1 de octubre de 2015, http://www.jornada.unam.mx/2015/10/01/opinion/022a1eco
[22] Trump citado por Marjorie Cohn, “Trump is killing record numbers of civilians”, en Truthout, 31 de octubre de 2017. Textual: “When you get these terrorists, you have to take out their families”, linkhttp://www.truth-out.org/news/item/42426-trump-is-killing-record-numbers-of-civilians
[23] Cohn, ibídem.
[24] Centro de Análisis Multidisciplinario, Facultad de Economía, UNAM, http://cam.economia.unam.mx/category/li/canastas-basicas/
[25] Reuters: http://fortune.com/2017/10/25/senate-vote-bank-class-action-lawsuit-arbitration/
[26] Lisa Lambert, “Trump kills class-action rule against banks, lightening Wall Street regulation”, en Reuter Business News, 1 de noviembre de 2017.
[27] Véase John Bellamy Fostger y Fred Magdoff, La gran recesión, México, FCE, 2009, https://www.reuters.com/article/us-usa-consumers-trump/trump-kills-class-action-rule-against-banks-lightening-wall-street-regulation-idUSKBN1D15WX
[28] Dexter Filkis, “James Mattis, a warrior in Washington”, en The New Yorker, 29 de mayo de 2017, https://www.newyorker.com/magazine/2017/05/29/james-mattis-a-warrior-in-washington
[29] La traducción “oficial” al español es “Departamento de Seguridad Interior”, posiblemente para evitar reminiscencias de la narrativa prevaleciente en la Alemania del decenio de 1930.