Las dudas sobre el ataque químico en Siria

 La hipocresía del alto a la guerra química

Por Robert Fisk
The Independient (Gran Bretaña)/La jornada (México)
Publicado el 13 de abril de 2018

Oh, la hipocresía de todo. Los innobles objetivos. La distracción. Las escandalosas mentiras y excusas.
No hablo del presidente estadunidense, dado a tuitear como si disparara un revólver, y su deseo de escapar a la incursión de la policía en la oficina de su abogado; claro que hay una conexión rusa. Y tampoco hablo de su desaseo más reciente. Tal vez la vida con Melania no sea estupenda en este momento. Es más distractor sentarse con los generales y ex generales y hablar de Rusia y Siria.

No hablo de Theresa May, que quiere salir de la zanja del Brexit con cualquier distracción propia: los ataques en Salisbury, Duma… incluso Trump. ¿Así que Trump telefoneó a Macron cuando la pobre dama creía que había ganado su mano? ¿Qué tonterías son esas?

Macron ha atado ahora su propia carreta a los sauditas contra el expansionismo israelí, y sin duda las ventas de armas al reino tienen algo que ver con eso. Pero qué triste que el deseo de los jóvenes presidentes franceses de actuar como Napoleón (puedo pensar en algunos otros) signifique unirse a una guerra en vez de negociar contra ella.

Ahora tenemos a nuestros voceros y ministros despotricando sobre la necesidad de prevenir la normalización de la guerra química, evitar que se convierta en parte de la guerra normal, en un retorno a los terribles días de la Primera Guerra Mundial.

Esto no significa ninguna excusa para el gobierno sirio, aunque sospecho, luego de ver con mis propios ojos el involucramiento ruso en Siria, que tal vez Putin se impacientó con terminar la guerra y quiso erradicar a los que quedan en los últimos túneles de Duma para no esperar que pasaran más semanas de combates. Recuérdese la crueldad de Grozny.

Pero todos conocemos los problemas de obtener pruebas cuando se trata de armas químicas y gas. Al igual que el uranio empobrecido –que solíamos usar en nuestras municiones–, no dejan un revelador trozo de metal con una dirección grabada, como un fragmento de proyectil o un recubrimiento de bomba. Cuando empezó todo esto con el primer ataque con gas en Damasco, los rusos lo identificaron como municiones de gas manufacturadas en la Unión Soviética, pero enviadas a Libia, no a Siria.

Pero hoy recuerdo una guerra diferente: la de Irán-Irak entre 1980 y 1988, cuando Saddam Hussein invadió Irán. Cuando los iraníes volvieron a cruzar su frontera e irrumpieron en Irak, años después, Saddam usó gas contra miles de soldados iraníes… todos civiles, porque había enfermeros y médicos en el frente de guerra. Curioso que hoy olvidemos eso. No hablamos del tema. Hemos olvidado todo lo referente a él. Hablando de normalización de la guerra química… ¡aquello lo fue!

Pero en nuestro deseo de concentrar las mentes en Siria, no mencionamos los gaseos en Irán –ese país es otro de nuestros enemigos actuales, claro–, y tal vez sea por nuestra falta de memoria oficial.

Más probablemente es por lo que ocurrió: la institucionalización de la guerra química, el uso de químicos por Saddam, que entonces era aliado de Occidente y de todos los estados sunitas del Golfo, nuestro héroe sunita en el frente. La radio iraquí se refirió a los millares de soldados iraníes que iban a morir después de cruzar la frontera. Anunció que los insectos persas habían cruzado la frontera. Y así los trataron.

Los precursores del gas iraquí provinieron en gran parte de Estados Unidos –uno de Nueva Jersey– y más tarde personal militar estadunidense visitó el frente sin hacer comentario alguno sobre los químicos que fueron vendidos al régimen iraquí, desde luego, para fines agrícolas. Así es como se trata a los insectos, ¿o no?

Nadie menciona ahora aquella guerra terrible, librada con nuestro total consentimiento. Es casi una exclusiva mencionar ese conflicto, así de religiosamente lo hemos olvidado. Esa fue la verdadera normalización, y nosotros permitimos que ocurriera. Religiosa, sin duda, porque fue la primera gran batalla de la guerra sunita-chiíta de nuestros tiempos. Pero fue real.

De los miles de iraníes que fueron asfixiados, unos cuantos sobrevivientes fueron enviados a hospitales británicos para recibir tratamiento. Yo viajé con otros en un tren militar a través del desierto a Teherán; los vagones estaban atestados de jóvenes sin sonrisa, que tosían moco y sangre en vendajes blancos mientras leían Coranes en miniatura.

Tenían ampollas en la piel y algo horrible: más ampollas sobre las ampollas. Escribí una serie de artículos sobre esa obscenidad para el Times, en el que trabajaba entonces. Más tarde la Oficina del Exterior dijo a mis editores que mis artículos no ayudaban.

No hay tal discreción hoy día. No había temor entonces de que salieran a capturar a Saddam porque en esos días, por supuesto, los chicos buenos usaban los químicos. ¿No recordamos a los kurdos de Halabja, que fueron gaseados por Saddam con gas que la CIA ordenó a sus oficiales afirmar que fue usado por los iraníes?

Saddam debió ser juzgado por ese crimen de guerra. De hecho fue un animal que mata con gas. Pero fue colgado por una masacre mucho menor con armas convencionales… porque, como siempre sospeché, no queríamos que expusiera a sus socios en la guerra química en un tribunal abierto.

En eso estamos, pues. May realiza un gabinete de guerra, por todos los santos, como si nuestras bajas crecieran en el Somme en 1916, o estuvieran despegando Dorniers de la Francia ocupada para arrasar Londres en 1940.

¿Qué hace esta pueril primera ministra? Conservadores más viejos y sabios han identificado la calidad juvenil de esta tontería, y quieren un debate en el Parlamento. ¿Cómo podría May seguir a un presidente estadunidense a quien el mundo tiene por un demente, crónicamente inestable, pero cuyos mensajes infantiloides –sobre misiles “nuevos, bonitos e ‘inteligentes’”– son tomados en serio por muchos de mis colegas en Estados Unidos? Tal vez debería preocuparnos más lo que ocurriría si se aparta del tratado nuclear con Irán.

Este es un momento muy malo de la historia de Medio Oriente. Y, como de costumbre, serán los palestinos quienes sufrirán, con su tragedia totalmente olvidada en medio de esta locura. Entonces, ¿iremos a la guerra? ¿Y cómo saldremos de esa guerra una vez iniciada? ¿Alguien tiene planes? ¿Qué tal si ocurre un caos gigantesco, como el que las guerras por lo regular producen? ¿Qué ocurrirá entonces?

Bueno, supongo que Rusia vendrá al rescate, como lo hizo con Obama cuando por primera vez se usó gas en la guerra en Siria.

Traducción: Jorge Anaya

Fuente: jornada.unam.mx

***************

Las dudas de un médico sobre el ataque químico. Buscando la verdad entre las ruinas de Duma

Por Robert Fisk
The Independent (Gran Bretaña)


Esta es la historia de una ciudad llamada Duma, un lugar devastado y apestoso de bloques de apartamentos destrozados, y también es la historia de una clínica subterránea cuyas imágenes de sufrimiento permitieron que tres de las naciones más poderosas del mundo occidental bombardeasen Siria la semana pasada. Hay incluso hay un amistoso médico vestido de bata verde que, cuando me lo encuentro en la misma clínica, me dice alegremente que el video del “gas” que horrorizó al mundo –a pesar de todas las dudas– es completamente genuino.

Las historias de guerra, sin embargo, tienen la costumbre de oscurecerse. Este mismo médico sirio, de 58 años de edad, agrega a continuación algo profundamente incómodo: los pacientes, dice, no fueron víctimas del gas sino de la ausencia de oxígeno en los túneles y sótanos llenos de basura, en una noche de viento y fuertes bombardeos que provocaron una tormenta de polvo.

Cuando el Dr. Assim Rahaibani anuncia esta extraordinaria conclusión, vale la pena observar que él mismo admite que no fue un testigo ocular de los hechos y, como habla bien inglés, se refiere por dos veces a los yihadistas de Jaish el-Islam [Ejército del Islam] de Duma como “terroristas”, la palabra que utiliza el régimen para sus enemigos y un término utilizado por muchas personas en toda Siria. ¿Estoy escuchando bien? ¿Qué versión de los hechos debemos creer?

Con la misma mala suerte, los médicos que estaban de servicio esa noche del 7 de abril están todos en Damasco dando testimonio de una investigación sobre armas químicas que intentará dar una respuesta definitiva a esa pregunta en las próximas semanas.

Mientras tanto, Francia dijo que tiene “pruebas” de que se usaron armas químicas, y los medios de comunicación estadounidenses han citado fuentes que afirman que las pruebas de orina y sangre también lo demuestran. La OMS ha dicho que sus socios en el terreno trataron a 500 pacientes “que mostraban señales y síntomas que indicaban la exposición a sustancias químicas tóxicas”.

Al mismo tiempo, los inspectores de la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPCW) siguen sin poder llegar aquí al sitio del supuesto ataque con gas, aparentemente porque carecían de los necesarios permisos de la ONU.

Antes de continuar, los lectores deben tener en cuenta que esta no es la única historia respecto a Duma. Hay muchas personas con las que hablé en medio de las ruinas de la ciudad que afirman que “nunca creyeron en estas historias de gases”, historias que los grupos armados islamistas diseminaban regularmente. Estos yihadistas en particular sobrevivieron bajo una tormenta de fuego al vivir en las casas de la población y en largos y anchos túneles con caminos subterráneos tallados con herramientas manuales por los presos en la roca viva, en tres niveles por debajo de la ciudad. Atravesé tres de ellos ayer: vastos corredores de roca viva que aún contenían cohetes rusos –sí, rusos– y coches quemados.

Así pues, la historia de Duma no es solo una historia de gas o no gas, según cada uno. Se trata de miles de personas que optaron no marcharse de Duma en los autobuses que partieron la semana pasada, junto con los hombres armados con los que tuvieron que convivir como trogloditas durante meses para poder sobrevivir. Ayer, atravesé la ciudad con bastante libertad, sin soldados, policías o guardianes que siguieran mis pasos, solo dos amigos sirios, una cámara y un cuaderno. A veces tuve que trepar a través de murallas de 20 pies de altura, arriba y abajo de paredes de tierra casi transparentes. Felices de ver extranjeros entre ellos, y aún más felices de que el sitio finalmente haya terminado, en su mayoría sonríen; aquellos cuyas caras puedes ver, por supuesto, porque una sorprendente cantidad de mujeres de Duma usan un hiyab negro completo.

Mi primera entrada en Duma fue como parte de un convoy escoltado de periodistas. Pero una vez que un aburrido general anunció, a las puertas de un municipio destartalado, que no tenía información, el más útil lema basura de los funcionarios árabes, me alejé. Otros reporteros, principalmente sirios, hicieron lo mismo. Incluso un grupo de periodistas rusos, todos con vestimenta militar, se fue a su aire.

Fue un corto paseo que me llevó al Dr. Rahaibani. Desde la puerta de su clínica subterránea - “Punto 200”, se llama, en la extraña geología de esta ciudad parcialmente subterránea - hay un corredor cuesta abajo donde me mostró su humilde hospital y las pocas camas donde una pequeña niña lloraba mientras las enfermeras trataban un corte sobre su ojo.

“Estaba con mi familia en el sótano de mi casa a trescientos metros de aquí esa noche, pero todos los médicos saben lo que pasó. Hubo muchos bombardeos [por parte de las fuerzas gubernamentales] y los aviones siempre sobrevolaban Duma por la noche, pero esa noche hubo viento y enormes nubes de polvo comenzaron a entrar en los sótanos y bodegas donde vivía la gente. La gente comenzó a llegar aquí sufriendo de hipoxia, pérdida de oxígeno. Entonces alguien en la puerta, un “Casco Blanco”, gritó “¡Gas!”, Y comenzó el pánico. La gente comenzó a arrojarse agua unos sobre otros. Sí, el video fue filmado aquí, es genuino, pero lo que se ve en él son personas que sufren de hipoxia, no de envenenamiento por gas.”

Curiosamente, después de conversar con más de 20 personas, no pude encontrar ninguna que mostrara el más mínimo interés en el papel de Duma como provocación de los ataques aéreos occidentales. Dos me dijeron textualmente que no tenían idea de que hubiera ninguna conexión.

Pero fue un mundo extraño en el que entré. Dos hombres, Hussam y Nazir Abu Aishe, dijeron que desconocían cuántas personas habían sido asesinadas en Duma, aunque este último admitió que tenía un primo “ejecutado por Jaish el-Islam [Ejército del Islam] por supuestamente ser “cercano al régimen”. Se encogieron de hombros cuando pregunté sobre las 43 personas que se dice que murieron en el infame ataque de Duma.

Los Cascos Blancos, los asistentes médicos de respuesta rápida, ya legendarios en Occidente pero con algunos aspectos llamativos en su historial, desempeñaron un papel familiar durante las batallas. Este grupo está en parte financiado por el Ministerio de Asuntos Exteriores británico y la mayoría de las oficinas locales estaban integradas por hombres de Duma. Encontré sus oficinas destruidas no muy lejos de la clínica del Dr. Rahaibani. Habían abandonado una máscara de gas fuera de un contenedor de alimentos con un ojo perforado y había una pila de sucios uniformes militares de camuflaje dentro de una habitación. ¿Un montaje? me pregunté a mí mismo. Lo dudo. El lugar estaba lleno de cápsulas, equipos médicos rotos y archivos, ropa de cama y colchones.

Por supuesto, debemos escuchar su versión de la historia, pero eso no sucederá aquí: una mujer nos dijo que todos los miembros de los Cascos Blancos de Duma abandonaron su cuartel general principal y optaron por tomar los autobuses organizados por el gobierno y protegidos por los rusos con destino a la provincia rebelde de Idlib junto con los grupos armados, cuando se acordó la tregua final.

Había puestos de comida abiertos y una patrulla de policías militares rusos, un extra optativo para cada alto el fuego sirio, y nadie se había molestado siquiera en asaltar la intimidante prisión islamista cercana a la Plaza de los Mártires, donde supuestamente decapitaban a sus víctimas en los sótanos. El personal complementario de la ciudad a la policía civil del Ministerio sirio del Interior –que llevan una extraña vestimenta militar– es vigilado por los rusos, que a su vez parecen o no observados por los civiles. Una vez más, mis serias preguntas sobre el gas se encontraron ante lo que parecía una genuina perplejidad.

¿Cómo podría ser que los refugiados de Duma que habían llegado a los campos en Turquía ya estuvieran describiendo un ataque con gas que nadie en Duma hoy parecía recordar? Se me ocurrió, una vez que hube caminado más de una milla a través de estos miserables túneles excavados por prisioneros, que los ciudadanos de Duma vivieron tan aislados unos de otros por tanto tiempo que las “noticias” en nuestro sentido de la palabra simplemente no tenían significado para ellos. Siria no llega a ser una democracia jeffersoniana -como me gusta cínicamente decirles a mis colegas árabes- y de hecho es una dictadura despiadada, pero eso no pudo evitar que esta gente, feliz de ver a los extranjeros entre ellos, no reaccionara con unas pocas palabras de verdad. Entonces, ¿qué me estaban diciendo?

Me hablaron de los islamistas bajo los cuales vivieron. Hablaron de cómo los grupos armados se habían robado viviendas civiles para evitar los bombardeos del gobierno sirio y los rusos. Jaish el Islam había incendiado sus oficinas antes de marcharse, pero los enormes edificios dentro de las zonas de seguridad que ellos mismos habían creado habían sido derribados por ataques aéreos. Un coronel sirio que encontré detrás de uno de estos edificios me preguntó si quería ver qué tan profundos eran los túneles. Me detuve después de caminar más de una milla, y él me hizo la críptica observación de que “este túnel podría llegar hasta Gran Bretaña”. Ah sí; me acordé de la señora May, cuyos ataques aéreos habían estado tan íntimamente conectados a este lugar de túneles y polvo. ¿Y el gas?

Traducción: Juan Antonio Julián
Fuente: rebelion.org