Abusos sexuales, malos tratos y explotación: Los internados de la dictadura y el posfranquismo

Imagen recogida en 'Los internados del miedo'
Imagen recogida en 'Los internados del miedo'
Alejandro Torrús
Público.es [x]
Los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis publican la obra 'Los internados del miedo', una investigación aterradora que destapa el calvario que sufrieron miles de niños en los internados religiosos y del Estado durante el franquismo y parte de la democracia.

MADRID.- La dictadura de Franco comenzó trabajar en el adoctrinamiento de los más pequeños desde el minuto uno. Incluso durante la Guerra Civil. En plena campaña bélica, el gobierno franquista de Burgos restituyó a Ramón Albó como responsable de la Obra de Protección de Menores y, a partir de este momento, la beneficencia sería entendida como una ocasión inmejorable para adoctrinar y reeducar a los niños, sobre todo, si eran hijos de rojos e inculcarles los nuevos valores patrióticos, religiosos y familiares. 


La dictadura dispuso de una amplia red de centros destinados a los más pequeños que se prolongó durante todo el franquismo y parte de la democracia. En su interior se adoctrinaba a hijos de madres solteras, de mujeres separadas a las que se les quitaba la custodia de sus hijos, niños que tenían a sus padres en la cárcel, hijos de chicas embarazadas... La dictadura, con sus imposiciones nacionalcatólicas había creado sus propias víctimas y luego les ofrecía beneficencia a cambio de adoctrinamiento, caridad a cambio de propaganda. 



Los periodistas Montse Armengou y Ricard Belis, trabajadores de TV3, recuperan en la obra Los internados del miedo, basada en el documental del mismo que se emitió en la televisión catalana y que se ha presentado esta semana, escalofriantes testimonios de las víctimas de estos centros que cuentan con pelos y señales las torturas que les hicieron pasar.

La vida de estas personas ha sido borrada de la historia del país. Nadie les ha pedido perdón
La vida de estas personas ha sido borrada de la historia del país. Desaparecieron sus historiales clínicos, se manipularon expedientes académicos, sufrieron experimentos médicos... y nadie les ha pedido perdón. Ni el Estado, ni la Iglesia católica, que, en cualquier caso, no hizo lo suficiente para evitar los casos de pederastia que se iban sucediendo. Tampoco por las palizas. Este es un resumen de una de las tragedias más desconocidas y desagradables de la dictadura franquista. Un relato de horror, miedo y dolor. 


Los hogares Mundet

El 14 de octubre de 1957 el dictador Francisco Franco inaugura oficialmente los hogares Mundet, en Barcelona, junto a las principales autoridades eclesiásticas y civiles. La nueva obra constaba de siete edificios, uno para los niños, otro para las niñas y un tercero dedicado a una residencia de ancianos. Había un teatro con capacidad para 1.200 personas, una iglesia con capacidad para 1.700  y varios pabellones industriales para formar profesionalmente a los alumnos. La educación fue cedida a las monjas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y la de los niños a los Padres Salesianos. 
Muchos exalumnos tienen un buen recuerdo de su paso por los Hogar, pero también hay un gran número de exalumnos que relatan castigos y crueldades escalofriantes
Los Hogares Mundet funcionaron durante casi 30 años y por sus instalaciones pasaron miles de niños y niñas. Muchos exalumnos tienen un buen recuerdo de su paso por los Hogares, pero también hay un gran número de exalumnos que relatan castigos y crueldades escalofriantes que causaron traumas que los niños arrastraron hasta la edad adulta. Los casos más graves se registraron en el centro psicopedagógico que acogía a los niños con enfermedades mentales y que también terminaron acogiendo a niños que eran 'demasiado conflictivos'. 


Un ejemplo de las barbaridades que sucedieron en los Hogares Mundet lo proporciona el testimonio de Joan Sisa, que nació en 1957 e internó diez años después, tras pasar por dos internados, después de que su padre abandonara a su madre con cuatro hijos y las autoridades franquistas decidieran que como madre soltera no era apta para educar a los pequeños. 

Dormitorio de Los hogares Mundet
Dormitorio de Los hogares Mundet
Joan Sisa recuerda en la obra las intensas clases de Formación del Espíritu Nacional donde le inculcaban "el espíritu fascista del régimen". "Había represalias fuertes si se te escapaba una palabra en catalán: te lavaban la boca con jabón, te pegaban, te dejaban sin merienda, o lo que aún dolía más, te impedían ver a tu madre en la siguiente visita", recuerda Joan, que dice que la violencia de los curas era "arbitraria e inapelable". 
Un día vio como un cura abusó sexualmente de un menor y tiempo después le toco a él
No obstante, el peor recuerdo de este hombre va más allá de la violencia física. Un día vio como un cura abusó sexualmente de un menor y tiempo después le toco a él: "Mientras estaba de pie en el pasillo [castigado sin poder dormir] el cura vino y empezó a decirme, con una voz sospechosamente dulce, que no lo tenía que hacer más, y al mismo tiempo me iba acariciando. Se metía la mano en la sotana, acariciándose las partes, y con la otra me tocaba, y mientras me decía que no tenía que decir nada. (...) Al día siguiente, este mismo señor, me acordaré toda la vida, a las ocho de la mañana estaba dando misa". 

Los preventorios antituberculosos

A partir del 1940 el Servicio de Colonias Preventoriales, dependiente del Patronato Antituberculoso, comienza a organizar estancias de tres meses para niños y niñas de 7 a 12 años en algunos centros de toda la geografía estatal. Formaba parte del plan de lucha contra la tuberculosis, pero la realidad es que los preventorios terminaron siendo un contenedor de situaciones muy diversas, especialmente para las familias sin recursos que, a pesar de no tener ningún enfermo de tuberculosis, veían en aquellos centros la única manera de garantizar un plato en la mesa para sus hijos o unas vacaciones. Los testimonios relatan que en estos centros los maltratos físicos, psíquicos y los abusos sexuales eran habituales. 
Hay denuncias de cientos de personas de centros diferentes, que no se conocen entre sí, y que hablan de un régimen de terror
Hay denuncias de cientos de personas de centros diferentes, que no se conocen entre sí, y que hablan de un régimen de terror. Algunos de estos relatos son recogidos en la obra Los internados del miedo. Es el caso de Maribel Lázaro, que denunció que la ataron a un árbol y le obligaban a dar vueltas como si fuera un perro. Las gemelas Pilar y María Ascensión Vargas y los diez segundos contados que tenían para hacer sus necesidades. María José Contreras, que recuerda el horror de las duchas frías y cómo a una niña que no se lavaba bien la pusieron en una bañera con agua helada hasta que la sacaron azul. 
Preventorio de Guadarrama
Preventorio de Guadarrama
O el testimonio de Celia Toro y la violencia con que la tiraban al suelo para que se comiera lo que había vomitado. El de Charo González, que recuerda el día en el que las cuidadoras clavaron el tacón de un zapato en la cabeza de una niña. O el de Francisca Quel, que literalmente se cagaba de miedo cuando veía a la señorita Adriana, que le decía que un día le arrancaría los ojos y los estamparía contra la pared de un tortazo o el de Maribel Paz, que perdió el habla durante tiempo después de haber sufrido la humillación de que la pusieran en un corro y todas las demás niñas fueran obligadas a pegarle y gritarle:"¡Meona, meona!".
Dolores relata como el cura que le preparaba para su primera comunión, tras decirle que él tenía línea directa con Dios, le puso el pene en la boca
El relato más terrible, si es que se puede elegir uno, es el que aporta Dolores Zamorano, que fue víctima de pederastia en el preventorio de Guadarrama. Su abuela pagó ocho mil pesetas de 1965 para que ella y su hermana pudieran pasar una temporada en la montaña. Sufrió vejaciones, malos tratos, le pusieron vacunas desconocidas hasta el día de hoy, pero lo peor estaba por llegar. Dolores relata como el cura que le preparaba para su primera comunión, tras decirle que él tenía línea directa con Dios, le puso el pene en la boca hasta que sintió que se le empezaba "a escurrir una cosa asquerosa". Entre tanto, la "toqueteó" y le obligó a "dar la espalda" al sacerdote para que por detrás "hiciera todo lo que quisiera". 

La ciudad internado de San Fernando y la venta de José Sobrino

El colegio madrileño de San Fernando tiene muchas similitudes con los Hogares Mundet de Barcelona: ambas instituciones son de la Diputación Provincial y su gestión estuvo cedida a la orden de los Salesianos y a las monjas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Los salesianos entraron en 1947, mientras que las monjas se encargaban de los más pequeños desde poco después del final de la Guerra Civil. 


Las opiniones de los exalumnos sobre la bondad o no del internado son diversas, pero en el caso de este internado hay dos épocas diferenciadas: antes y después de 1968. En marzo de ese año, el diario Pueblo publicó un reportaje en el que se denunciaban los maltratos que sufrían algunos niños. Se consiguió cambiar al director y a muchos de los sacerdotes responsables de los abusos, algo inédito durante la dictadura. 

Escuchó como el director del centro, don Fernando Bello, acordaba su venta del menor por 100.000 pesetas más 11.000 pesetas de propina. "'¡Fui vendido como esclavo!"
La obra de Montse Armengou y Ricard Belis recupera el testimonio de José Sobrino, un niño de una sirvienta que quedó embarazada por el señorito de la casa y que fue abandonado para no "manchar el honor de la familia". Sobrino fue enviado con ocho años al internado de San Fernando. Allí estuvo cinco años. Hasta los 13. José relata malos tratos, golpes, días sin comer... y abusos sexuales: "Lo intentaban principalmente con los que no teníamos padres, porque estábamos indefensos. Recuerdo que los domingos nos ponían una película y algunos sacerdotes se sentaban junto a los alumnos que les hacían más gracia y les tocaban durante toda la proyección. Esto lo he visto con mis propios ojos". 


Cuando José cumplió los trece años fue llamado por la dirección. Le dijeron que un hombre le había adoptado y que se iba a vivir a León. Desde la puerta del despacho escuchó como el director del centro, don Fernando Bello, acordaba su venta del menor por 100.000 pesetas más 11.000 pesetas de propina. "'¡Fui vendido como esclavo!", exclama José, que recuerda que le dejaron cuatro meses solo en una choza de pastor en lo alto de una montaña, donde le subían comida cada cuatro o cinco días. 



José se pasó de los 13 a los 16 años repitiendo cada año la misma rutina: de junio a octubre en las montañas, solo con las vacas, y de noviembre a mayo en el pueblo, en casa de un matrimonio de trabajadores de su dueño. Era un esclavo. En la España de los 60 había niños vendidos por sacerdotes trabajando como esclavos. José consiguió salir de la esclavitud tras encontrar que su dueño tenía un amante y amenazarle con contar todo a su mujer. Tenía 17 años. En su expediente académico de la Comunidad de Madrid aparece reflejado que estuvo estudiando en San Fernando hasta los 18 años. Según su versión, es mentira. 

El Auxilio Social y la historia de Anna Huelves

Los internados del miedo
El Auxilio Social nació en 1936, en plena Guerra Civil, inspirado en el Winterhilfe de la Alemania nazi. Comenzó como una red de comedores de invierno de emergencia y terminará siendo uno de los instrumentos de adoctrinamiento más poderosos que tuvo el franquismo. Sobre todo, para los hijos de los republicanos. En 1940, con 233.000 presos políticos pendientes de ejecución o con largas condenas, la niñez más desvalida era la que habían creado el mismo Estado fascista y su represión. Las cárceles estaban llenas de adultos y los internados, de niños. La única salida para muchos era la caridad a cambio de adoctrinamiento que ofrecía la beneficencia del Estado. El último eslabón de la represión. 
En 1940, con 233.000 presos políticos pendientes de ejecución o con largas condenas. Las cárceles estaban llenas de adultos y los internados, de niños
Armengou y Belis recuperan el caso de Anna Huelves, que nació llamándose Antonio y que fue internada en un centro de Auxilio Social en 1954. Cuando cumplió nueve años fue trasladado al Hogar Juvenil San Jaime, en la avenida de Vallvidrera de Barcelona. Allí conoció al padre Vilarasa. El testimonio es aterrador: "Nosotros llevábamos unos pantalocitos cortos y mientras nos hablaba nos iba metiendo la mano por debajo de la pernera. A fuerza de irnos tocando hizo su elección particular. A un chico que se llamaba Gálvez y a mí siempre nos dejaba para el final de todo y decía que es que teníamos muchos pecados. (...) Cuando me tocaba me decía: 'Tú esto no tienes que hacerlo porque Dios no quiere que lo hagas. Yo te lo hago para que entiendas que ni tú ni nadie te lo tiene que hacer'. Pero él tocaba y tocaba cada vez más". 


"También le tuve que hacer felaciones -prosigue-. Se levantaba la sotana, se bajaba los pantalones y me cogía la cabeza. Yo al final tenía que abrir la boca de tanto como me aplastaba contra su miembro y entonces me guiaba la cabeza (...) Un día decidió ir a más. Me puso de espaldas a él, me puso saliva e intentó penetrarme, pero no podía, probablemente por la edad y el alcohol. Su miembro chocaba contra mí, él lo seguía intentando, no paraba de ponerme saliva. Yo empecé a sentir algo caliente que me caía entre las piernas. De repente me separa, enciende la luz y veo que estoy sangrando", relata Anna en la obra. 



Los traumas provocados a Antonio aún permanecen. Intentó quitarse la vida varias veces. Ahora, tras una vida de infortunios, ha encontrado su verdadera identidad bajo el nombre de Anna. Vive con su exmujer y madre de su hijo, con quien mantiene una buena amistad. Reclama que el Estado le pida perdón por la vida de miseria y atrocidades que le hicieron pasar. 

Los psiquiatricos: un paso más en la represión

La crueldad a la que fueron sometidos miles de niños en estos supuestos centros de protección al menor tiene un paso más: los psiquiátricos. A estos centros se enviaba a los niños que no se sometían a la disciplina y a la moral que desde la dictadura se quería imponer. Poco después del final de la Guerra Civil, el Grupo Benéfico, un centro dependiente de Protección de Menores, ya empieza a realizar dos fichas para cada menor: la de antecedentes, en la que se estudia el entorno familiar de la criatura, y la médico-antropométrica, que elaboraba un médico después de realizar unos exámenes mentales dedudoso rigor científico. Según los resultados de estos exámenes, las autoridades franquistas decidían a qué centro enviar a cada pequeño. 
Las dos mujeres relatan las descargas eléctricas que sufrían como castigo; los días en celdas de aislamiento con camisas de fuerza y las inyecciones de trementina
Una actitud prolongada de rebeldía podía significar el ingreso en un hospital psiquiátrico durante años. Cuando las instituciones no podían doblegar a una de las criaturas, la solución era hacer desaparecer el problema y esconder al menor en estas instituciones, donde si no se estaba loco, había muchas posibilidades de perder el juicio. Allí se utilizaban técnicas psiquiátricas del momento como herramienta de represión: electrochoques, camisas de fuerza, aislamiento, calmantes...


Armengou y Belis recuperan la historia de Júlia y Quimeta, dos niñas que sobrevivieron a nueve y quince años de internamiento en el psiquiátrico de Sant Boi, respectivamente. Otras muchas no lograron salir nunca. Las dos mujeres relatan con pelos y señales las descargas eléctricas que sufrían como castigo por desobedecer órdenes de las monjas o por contestar de manera incorrecta; los castigos en celdas de aislamiento con camisas de fuerza; inyecciones de trementina, o como se conocían popularmente, "las inyecciones de la borrachera": un narcótico fortísimo que se utilizaba para tranquilizar a los caballos. 

El Patronato de Protección de la Mujer y El Corte Inglés

los internados del miedo
En 1941 se creó el Patronato de Protección de la Mujer, presidido por Carmen polo de Franco. El decreto fundacional hacía referencia a las "ruinas morales y materiales producidas por el laicismo republicano, primero, y el desenfreno y la destrucción marxista" y anunciaba una serie de medidas encaminadas a la dignificación moral de la mujer, especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica". Se trataba de un verdadero plan de choque que privaría de libertad a miles de mujeres durante años. De hecho, se extendió hasta 1983 como un brazo controlador de la moral que se pretendía para las mujeres. 


Muchas chicas acabaron en el Patronato tras haber pasado ya años de su vida encerradas en centros dependientes del Tutelar de Menores. A partir de los 15, pasaban al Patronato, que podía tener la tutela de las chicas hasta los 21, extensibles a 25. El objetivo era velar "por la mujer caída" o en "riesgo de caer". Los motivos por los que una chica podía caer en el Patronato iban desde haber vivido una sexualidad más libre, tener ideas políticas, ser víctima de una violación, ser madre soltera, ejercer la prostitución por necesidad, vender tabaco de contrabando....

El Patronato de la Mujer se extendió hasta 1983 como un brazo controlador de la moral que se pretendía para las mujeres.
La llegada de la democracia no supondrá ningún cambio para estas chicas presas en vida, al menos durante la primera década del nuevo período político. La obra Los internados del miedo recopila varios casos que muestran a la perfección los abusos de una institución estatal que nunca tuvo que dar explicaciones, ni ayer, ni hoy, ni en dictadura ni en democracia. Es el caso de Itziar, que de niña pasó por el preventorio de Guadarrama, y de mayor fue enviada a Peñagrande, el nombre coloquial con que las internas conocían la Maternidad de la Almudena, ubicada en este barrio de Madrid, y que era regentado por las Cruzadas Evangélicas. Itziar se había quedado embarazada del que había sido su novio durante dos años y que tras conocer la noticia del embarazo no volvió a dar noticias. 


"Yo estaba tan acostumbrada a pasar desapercibida que hacía todo lo que me ordenaban: fregar el suelo de rodillas, cocinar... El trato era muy vejatorio, a la mínima te trataban de puta. Allí eras un cero, una persona que había caído en la desgracia de ser soltera y haberse quedado embarazada", relata Itziar. Los periodistas Armengou y Belis escriben que el hecho de que las mujeres estuvieran embarazadas y que el centro cobrara una cantidad del Estado para su manutención no impedía que las Cruzadas Evangélicas hicieran trabajar a las chicas hasta el mismo día del parto. 



En el centro de Peñagrande había talleres de confección donde los residentes cosían horas para El Corte Inglés: "Unas hacían trabajos manuales, otras cosían para El Corte Inglés", dice Itziar, que cuando le preguntan que cómo sabía que era para el Corte Inglés replica: "¡Por las etiquetas! La ropa llevaba una etiqueta, al igual que hoy en día, y ponía El Corte Inglés. De hecho de una de las empresas que más trabajo nos pedían".

Una fotografía de Savinosa © Savinosa

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Voces desde el palacio del horror franquista

Alejandro Torrús
La sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid albergó la Dirección General de Seguridad, que fue utilizado por la dictadura como un centro de detención y tortura. Podemos presenta una Proposición No de Ley para que una placa honre a las víctimas que allí fueron torturadas por defender "las libertades y la democracia". 
MADRID.- La sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid, en plena Puerta del Sol, fue durante años el palacio del terror franquista. Un lugar donde el torturador Antonio González Pacheco, alias 'Billy el Niño', campó a sus anchas. Como si el lugar fuese suyo. Como si España fuese suya. Como si tuviera la seguridad de que disfrutaría de impunidadel resto de sus días. Pero no fue el único. Antes de que él llegara al lugar hubo otros hombres. Otros torturadores. El franquismo no fue aquel remanso de paz del que presumía un exministro del PP. La actual sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid, ese edificio que muestra a través de su reloj la llegada del nuevo año, fue durante la dictadura franquista un centro de detención y tortura. En concreto, la Dirección General de Seguridad. 

"Estas manos son armas y con ellas voy a destruirte", espetó Billy el Niño, dentro de esos muros de la Real Casa de Correos, a Chato Galante, militante de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) en 1969. La frase fue pronunciada en medio de un terrorífico interrogatorio plagado de torturas y malos tratos. A Lidia Falcón, por su parte, le dedicó un un "ya no parirás más puta", mientras golpeaba su abdomen. A Luis Miguel Urbán, en su novena detención por pertenecer a la LCR, Billy el Niño le decía a carcajadas que no iba a salir nunca de allí con vida. 



Son tres de las víctimas de González Pacheco. Pero la lista es casi infinita. Inabarcable.Billy el Niño, por su juventud, su dureza, su crueldad y también por la orden deextradición de la Justicia de Argentina, se ha convertido en el símbolo del terror y de la impunidad del franquismo. Era un funcionario que acataba las órdenes de arriba. Que aplicaba los métodos sistemáticos de destrucción personal y tortura al sospechoso de serdisidente político. 
Víctimas del franquismo colocan una placa en la Casa de Correos de Madrid
Víctimas del franquismo colocan una placa en la Casa de Correos de Madrid
Antes de él hubo otros. Y también otros jefes, otros ministros. No era un problema de nombres. Era un problema de naturaleza. De violencia institucionalizada. El activista del PCE Julián Grimau, posteriormente ejecutado, fue lanzado por la ventana de la sala donde estaba siendo brutalmente torturado. El Ministerio de Información y Turismo, que entonces dirigía Manuel Fraga Iribarne, también conocido indistintamente como uno de los padres de la Constitución o de la democracia, sostuvo que el preso se había tirado al vacío de forma"inexplicable", tras encaramarse a una silla.


Posteriormente, Grimau sería ejecutado por presuntos delitos cometidos durante la Guerra Civil. Fue una víctima más de la larga noche franquista. Felisa Echerroyen fue otra, aunque afortunadamente, vive para contarlo: "Las palizas de Billy el Niño se reproducían en cada interrogatorio durante día y noche. Durante los tres días que estuve allí me sentí como un guiñapo al que balanceaban de izquierda a derecha. Creo que sólo me mantenían en pie los impactos que iba recibiendo de un lado y otro.  Como si entre ellos compitieran para evitar que me cayera. No era consciente de que mis pies tocaran el suelo. Deseaba morir con tanto empeño".

El 'carnicerito' de Málaga y formas de colaborar con la Gestapo

Cuando Julián Grimau fue lanzado por aquella diminuta ventana del actual Palacio de Gobierno de la Comunidad, el director de la Dirección General de Seguridad era Carlos Arias Navarro, quién después ocuparía la Presidencia del Gobierno y sería el encargado de anunciar frente a las cámaras de televisión la muerte del dictador. Arias Navarro dirigió el organismo entre junio de 1957 y febrero de 1965, cuando fue nombrado alcalde de Madrid. 


Antes, tras la conquista de Málaga por parte del ejército rebelde, había actuado como fiscal participando en la represión de la ciudad, que debía servir de ejemplo para el resto del Estado. Sólo del 8 al 14 de febrero de 1937 los franquistas ejecutaron sin juicio previo a 3.500 personas y hasta 1944 otras 16.952 fueron condenadas a muerte y fusiladas en Málagasegún un informe del cónsul británico documentado por el historiador Anthony Beevor. La actuación de Arias Navarro en Málaga le valió el sobrenombre de 'el carnicerito'.

Julián Grimau
Julián Grimau
Durante el tiempo en el que Arias Navarro fue el director de la DGS, además de la caída de Grimau por una angosta ventana, se produjo también la ejecución de los anarquistas Francisco Granado y Joaquín Delgado, acusados sin pruebas de haber puesto explosivos en el Sección de Pasaportes de la Dirección General de Seguridad y en la Delegación Nacional de Sindicatos.


Pero antes de la llegada de Arias Navarro, y de Billy el Niño, ya se efectuaban las torturas en el emblemático edificio del centro de Madrid. Durante el mandato delmilitar Rafael Hierro Martínez en la DGS (1951-1957) se asesinó al miembro del PSOE Tomás Centeno. Este hombre era nada más y nada menos que el presidente del sindicato Unión General de Trabajadores (UGT) y formaba parte de la ejecutiva del Partido Socialista Obrero Español en la clandestinidad. Fue detenido por la policía franquista en 1953. 



Lo último que se supo de él es que apareció muerto en la propia Dirección General de Seguridad, víctima de las torturas. El régimen señaló que "Centeno puso fin a su vida en el propio calabozo con el borde de uno de los flejes del somier de acero". El militar Rafael Hierro Martínez había sustituido al frente de la DGS al también militar Francisco Rodríguez Martínez. De hecho, los dos únicos directores del organismo que no fueron militares hasta el año 1979 fueron el propio Arias Navarro, que pertenecía a Falange, y el también falangista José Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde. 



El conde de Mayalde dirigió el centro de detención y tortura entre 1939 y 1941, fue nombrado después embajador de España en la Alemania nazi (1941-1942), gobernador civil de la provincia de Madrid y alcalde de Madrid (1952-1965). Una carrera de vértigo. El historiador Josep Fontana escribió sobre él lo siguiente: "Era el conde de Mayalde un hombre con las manos manchadas de sangre que, como director general de Seguridad, había invitado en 1940 a Heinrich Himmler para que visitara Madrid, con el fin de establecer formas de colaboración con la Gestapo...". Sus buenas relaciones con la Alemania Nazi, de hecho, le valdrían el puesto de embajador franquista en Berlín. 

Una placa en honor de las víctimas

La DGS fue elevada a la categoría de Secretaría de Estado, convirtiéndose así en la actual Secretaría de Estado de Seguridad en 1986. Antes, durante la Transición, estuvo dirigida por dos falangistas hasta que en 1980 ocuparon el cargo Luis Alberto Salazar y Francisco Laína, de UCD, y los socialistas Rafael Vera y Julián Sancristóbal. 
Billy el Niño Era un funcionario que acataba las órdenes de arriba. Que aplicaba los métodos sistemáticos de destrucción personal y tortura al sospechoso de ser disidente político.
Desde entonces y hasta la actualidad no hay ningún símbolo ni nada que permita conocer el pasado terrorífico del edificio. La falta de localizaciones de los lugares de memoria es una prueba más de la enfermedad que afecta al Estado español: la desmemoria institucionalizada. El jueves pasado, sin embargo, Podemos de la Comunidad de Madrid, en concreto el diputado Hugo Martínez Abarca, presentó una Proposición No de Ley (PNL) para que "en el plazo de un mes" se establezca "una placa conmemorativa(...) en memoria de las personas que sufrieron violencia, vejación, persecución o privación de libertad por ejercer sus derechos, por defender las libertades y la democracia". 


La PNL presentada por Podemos pide también que se habilite, "en el plazo de seis meses", un "espacio que antaño fuera utilizado como calabozo, con el fin de promocionar la memoria y que sea accesible a la ciudadanía con los correspondientes elementos informativos y pedagógicos". 



De esta manera, Podemos pide honrar la lucha de personas como Fernando Navarro, de 69 años, que fue detenido en el Instituto Simancas por participar en una asamblea de estudiantes. Era el 21 de enero del 73 y los estudiantes protestaban por la suspensión de una convocatoria de exámenes: "Me entregaron a 'Billy el Niño'. Era un hombre con cara desagradable, greñas en el pelo y pinta de estudiante 'progre'. Me preguntó si estuve en la asamblea, yo lo negué y entonces me dio un puñetazo en la puerta del estómago y me cogió de los testículos. Después puso mi cabeza encima de un radiador y comenzó a golpearme por todo el cuerpo", relató Navarro a Público



Finalmente este hombre fue absuelto porque su presencia en el instituto estaba justificada por estar en horario lectivo. Sin embargo, de los golpes y de la humillación ya no le libraba nadie. Tampoco la democracia española le pediría disculpas. Nadie honró su lucha y condenó a su agresor. Y 40 años después, el Gobierno sigue protegiendo a los ministros y altos mandos de la dictadura que estaban en la jerarquía represora.