Provocaciones atlánticas

Serge Halimi*
Le Monde diplomatique

¿Quisieron los dirigentes de los Estados europeos miembros de la Alianza Atlántica seguir el ejemplo de José Manuel Barroso, convertido en lobista de Goldamn Sachs luego de haber presidido la Unión Europea? ¿Aprovecharon, por consiguiente, la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para preparar su reconversión en consejeros de una empresa estadounidense de armamentos? Sin duda absurda –en fin… esperemos–, la hipótesis es apenas más aterradora que la decisión que se anunció al finalizar la reunión de Varsovia, en julio pasado: el despliegue de una nueva unidad móvil de 4.000 hombres en Polonia o en uno de los Estados bálticos. Con la flota rusa en el mar Báltico y San Petersburgo dentro del rango de fuego.


No resulta difícil imaginar el resentimiento de los dirigentes rusos cuando la OTAN, estructura heredada de la Guerra Fría y que debería haber desaparecido con el fin de la URSS (1), se reúne en la misma ciudad en la que, bajo la égida de la Unión Soviética, se firmó en mayo de 1955 el Pacto de Varsovia. Como si esto fuera poco, el general Curtis Scaparrotti, nuevo comandante de las fuerzas de la OTAN en Europa, declaró que la “estructura de comando” debería ser “lo bastante ágil como para que la transición se haga naturalmente entre la paz, la provocación y el conflicto” (2). ¿Dijo “provocación”? El presidente ucraniano Petro Porochenko, en guerra larvada con Rusia, fue invitado a la capital polaca, cuando su país no pertenece a la OTAN.

Allí pudo escuchar cómo el Presidente de Estados Unidos recordaba su “firme apoyo a los esfuerzos de Ucrania por defender su soberanía y su integridad territorial frente a la agresión rusa”. Traducción: las sanciones occidentales contra Moscú se van a mantener “mientras tanto Rusia no cumpla en su totalidad las obligaciones que se desprenden de los acuerdos de Minsk” (3). Washington y sus aliados insisten por lo tanto en ocultar el papel que desempeñaron las maniobras ucranianas tanto en la anexión ilegal de Crimea por parte de Moscú como en el no cumplimiento de los acuerdos de Minsk.

¿Por qué mantener así la tensión entre Rusia y los países de Europa? Eso le permite a Washington prevenir cualquier acercamiento entre ellos. Y asegurarse, tras el “Brexit”, que su aliado más dócil, el Reino Unido, siga estrechamente asociado al destino militar del Viejo Continente. Berlín, que acaba de aumentar su presupuesto militar, estima por su parte que “sin un cambio de rumbo, Rusia representará en un futuro previsible un desafío para la seguridad de nuestro continente” (4). Uno se siente casi tentado de aplicarle esas palabras a la OTAN…

El redoble de tambores en la frontera de Rusia quedó tapado por otros ruidos. Obama tuvo que acortar su estadía en Europa luego del asesinato de los policías estadounidenses en Dallas. Y en su discurso del 14 de julio, algunas horas antes de la matanza de Niza, François Hollande habló del salario de su peluquero, pero no hizo ninguna referencia a la Cumbre de Varsovia en la cual Francia acababa de comprometerse a contribuir con el despliegue de tropas en los Estados bálticos.

1. Véase Régis Debray, “La France doit quitter l’OTAN”, Le Monde diplomatique, París, marzo de 2013. 2. Citado por The Wall Street Journal, Nueva York, 11-7-16. 3. Acuerdos firmados en 2014 entre Ucrania y Rusia para ponerle fin al conflicto en Ucrania oriental. Véase Igor Delanoë, “Ucrania entre la guerra y la paz”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2015. 4. Informe oficial alemán sobre defensa, citado por Le Figaro, París, 14-7-16.

*Director de Le Monde Diplomatique. 
Traducción: Aldo Giacometti