Grecia. El golpe de Estado silencioso

 Stelios Kouloglou*
Le Monde diplomatique
Tan pronto se produjo el triunfo de la formación política de izquierda Syriza en las elecciones griegas, los bancos acreedores de la impagable deuda helena y las autoridades de la Unión Europea, con Alemania al frente, desataron un implacable acoso contra Atenas. El gobierno griego se encuentra hoy acorralado.
En Atenas, “todo cambia y todo sigue igual”, como dice una canción tradicional griega. Cuatro meses después de la victoria electoral de Syriza, los dos partidos que gobernaron el país desde la caída de la dictadura, el Movimiento Socialista Panhelénico (Pasok) y la Nueva Democracia (derecha), están totalmente desacreditados. El primer gobierno de izquierda radical en la historia del país desde el “gobierno de las montañas” (1), en los tiempos de la ocupación alemana, goza de una gran popularidad (2).

Pero aunque ya nadie menciona el nombre de la “troika”, detestada por ser responsable del desastre económico actual, las tres “instituciones” –Comisión Europea, Banco Central Europeo (BCE) y Fondo Monetario Internacional (FMI)– continúan con su política. Amenazas, chantajes, ultimátums: una nueva “troika” le impone al gobierno del nuevo primer ministro Alexis Tsipras la austeridad que aplicaban dócilmente sus predecesores.

Con una producción de riqueza que se redujo un cuarto desde 2010 y una tasa de desempleo del 27% (más del 50% entre los menores de 25 años), Grecia vive una crisis social y humanitaria sin precedentes. Pero a pesar del resultado de las elecciones de enero de 2015, que le dieron a Tsipras un mandato claro para terminar con la austeridad, la Unión Europea sigue endosándole al país el rol de mal alumno castigado por los severos maestros de Bruselas. ¿El objetivo? Desalentar a los votantes “soñadores” de España u otras partes que todavía creen en la posibilidad de gobiernos opuestos al dogma germánico.

La situación recuerda el Chile de comienzos de la década de 1970, cuando el presidente estadounidense Richard Nixon trabajó para derrocar a Salvador Allende para impedir desbordes similares en otras partes del patio trasero de Estados Unidos. “¡Hagan que la economía grite!”, había ordenado el presidente estadounidense. Una vez que eso se hizo, los tanques del general Augusto Pinochet tomaron el relevo...

El golpe de Estado silencioso que se desarrolla en Grecia se vale de una caja de herramientas más moderna –desde agencias de calificación de riesgos hasta los medios de comunicación, pasando por el BCE–. Ya con la tenaza activada, al gobierno de Tsipras sólo le quedan dos opciones: dejarse estrangular financieramente si persiste en querer aplicar su programa o renunciar a sus promesas y caer, abandonado por sus votantes.

Aislar a Syriza

Fue justamente para evitar la transmisión del virus Syriza –la enfermedad de la esperanza– al resto del cuerpo europeo que el presidente del BCE, Mario Draghi, anunció el 22 de enero de 2015, o sea tres días antes de las elecciones griegas, que el programa de intervención de su institución (en base al cual el Banco Central compra 60.000 millones de euros por mes en títulos de deuda a los Estados de la zona euro) sólo sería concedido a Grecia bajo ciertas condiciones. El eslabón débil de la zona euro, el que más ayuda necesita, sólo recibiría ayuda si se somete a la tutela bruselense.

Los griegos son cabezas duras. Votaron a Syriza, obligando al presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, a llamarlos al orden: “Los griegos deben comprender que los principales problemas de su economía no desaparecieron por el sólo hecho de que se llevó a cabo una elección” (Reuters, 27 de enero de 2015). “No podemos hacer excepciones con tal o cual país”, confirmó Christine Lagarde, directora general del FMI (The New York Times, 27 de enero de 2015). Al tiempo que Benoît Cœuré, miembro del directorio del BCE, iba más allá: “Grecia tiene que pagar, son las reglas del juego europeo” (The New York Times, 31 de enero y 1 de febrero de 2015).

Una semana más tarde, Draghi demostraba que también sabemos “hacer que la economía grite” en el seno de la zona euro: sin la menor justificación, cerraba la principal fuente de financiamiento de los bancos griegos, reemplazada por la Emergency Liquidity Assistance (ELA), un dispositivo más costoso que debe ser renovado cada semana. En síntesis, colocaba una espada de Damocles sobre la cabeza del gobierno. En la misma línea, la agencia de calificación de riesgo Moody’s anunciaba que la victoria de Syriza “influía negativamente sobre las perspectivas de crecimiento” de la economía griega (Reuters, 27 de enero de 2015).

El libreto del Grexit (la salida de Grecia de la zona euro) y del default de pago volvía a estar a la orden del día. Apenas dos días después de las elecciones de enero, el presidente del Instituto Alemán de Investigación Económica, Marcel Fratzscher, ex economista del BCE, explicaba que Tsipras estaba jugando “un juego muy peligroso”: “Si la gente comienza a creer que es realmente serio, se podría asistir a una fuga masiva de los capitales y una avalancha hacia los bancos. Hemos llegado al punto en el que se vuelve posible salir del euro” (Reuters, 27 de enero de 2015). Ejemplo perfecto de profecía autorrealizada que llevaba a agravar más la situación económica de Atenas.

Syriza disponía de un margen de maniobra limitado. Tsipras había sido elegido para renegociar las condiciones relacionadas con la “ayuda” de la que se benefició su país, pero en el marco de la zona euro, ya que la idea de una salida no cuenta con un apoyo mayoritario entre la población. A esta última los medios de comunicación griegos e internacionales la convencieron de que un Grexit constituiría una catástrofe de dimensiones bíblicas. Pero formar parte de la moneda única toca otras cuerdas, ultrasensibles en el caso de Grecia.

Desde su independencia, en 1821, Grecia osciló entre su pasado dentro del Imperio Otomano y la “europeización”, un objetivo que, tanto para los ojos de las elites como para los de la población, siempre significó la modernización del país y su salida del subdesarrollo. Se suponía que formar parte del “núcleo duro” de Europa iba a materializar ese ideal nacional. Así, durante la campaña electoral, los candidatos de Syriza se sintieron obligados a sostener que la salida del euro constituía un “tabú”.

En el centro de la negociación entre el gobierno de Tsipras y las “instituciones” está la cuestión de las condiciones fijadas por los prestamistas: los famosos memorándums que, desde 2010, obligan a Atenas a aplicar devastadoras políticas de austeridad y aumento de los impuestos. Sin embargo, más del 90% de los depósitos de los acreedores les vuelven directamente –¡a veces ya al día siguiente!–, dado que están afectados al pago de la deuda. Como resumió el ministro de Economía, Yanis Varufakis, quien reclamaba un nuevo acuerdo con los acreedores, “Grecia pasó estos últimos cinco años esperando el préstamo siguiente como el drogadicto que espera su próxima dosis” (1 de febrero de 2015).

Pero como el no pago de la deuda equivale a un “acontecimiento de crédito”, es decir, a una especie de bancarrota, el desbloqueo de la dosis es un arma de chantaje muy poderosa en manos de los acreedores. En teoría, dado que los acreedores necesitan que se les pague, se habría podido imaginar que Atenas disponía de un incentivo de negociación importante. A menos que la activación de ese incentivo hubiera llevado al BCE a interrumpir el financiamiento de los bancos griegos, provocando la vuelta al dracma.

Así, no sorprende que, apenas tres semanas después de las elecciones, los dieciocho ministros de Economía de la zona euro hayan enviado un ultimátum al miembro número diecinueve de la familia europea: el gobierno griego tenía que aplicar el programa que heredó de sus predecesores o cumplir con sus compromisos consiguiendo el dinero en otro lado. En este caso, concluía el diario The New York Times, “muchos actores del mercado financiero piensan que Grecia no tiene muchas más opciones que dejar el euro” (16 de febrero de 2015).

Para escapar a los ultimátums asfixiantes, el gobierno griego solicitó una tregua de cuatro meses. No reclamó el depósito de 7.200 millones de euros, pero esperaba que, mientras duraba el alto el fuego, las dos partes llegaran a un acuerdo que incluyera medidas para desarrollar la economía y luego resolver el problema de la deuda. Hubiera sido torpe hacer caer de inmediato al gobierno griego; por lo tanto, los acreedores aceptaron.

Los grandes medios en campaña

Atenas pensaba que podría contar –provisoriamente, al menos– con las sumas que iban a volver a sus cajas. El gobierno esperaba disponer, en las reservas del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera, de 1.200 millones de euros no utilizados en el proceso de recapitalización de los bancos griegos, así como 1.900 millones que el BCE había ganado sobre las obligaciones griegas y había prometido restituir a Atenas. Pero, a mediados de marzo, el BCE anunciaba que no iba a restituir esas ganancias, mientras que los ministros del Eurogrupo decidían no solamente no depositar la suma, sino transferirla a Luxemburgo, ¡como si temieran que los griegos se fueran a convertir en ladrones de bancos! El inexperto equipo de Tsipras, que no contaba con semejantes maniobras, había dado su acuerdo sin exigir garantías. “Cometimos un error al no pedir un acuerdo escrito”, reconoció el primer ministro en una entrevista a la cadena de televisión Star, el 27 de abril de 2015.

El gobierno seguía gozando de una gran popularidad, a pesar de las concesiones que consintió: no reconsiderar las privatizaciones decididas por el gobierno anterior, aplazar el aumento del salario mínimo, aumentar más el impuesto al valor agregado (IVA). Por esto, Berlín lanzó una operación que apuntaba a desacreditarlo. A fines de febrero, la revista Der Spiegel publicaba un artículo sobre las “relaciones tortuosas entre Varufakis y Schäuble” (27 de febrero de 2015). Uno de los tres autores era Nikolaus Blome, recientemente transferido del Bild al Spiegel, y protagonista de la campaña llevada a cabo en 2010 por el periódico contra los “griegos vagos” (3). El ministro de Economía alemán, Wolfgang Schäuble, quien –hecho raro en la historia de la Unión Europea, pero también de la diplomacia internacional– ironizaba públicamente sobre su homólogo griego, al que calificaba de “estúpidamente ingenuo” (10 de marzo de 2015), era presentado por la revista alemana como un Sísifo condescendiente, desconsolado por el hecho de que Grecia estuviera condenada a fracasar y abandonar la zona euro. A menos que, insinuaba el artículo, Varufakis fuera destituido de sus funciones.

Mientras se multiplicaban fugas, predicciones sombrías y amenazas, Dijsselbloem realizaba un nuevo movimiento estratégico, al declarar a The New York Times que el Eurogrupo examinaba la eventualidad de aplicar a Grecia el modelo chipriota, o sea una limitación de los movimientos de capitales y una reducción de los depósitos (19 de marzo de 2015)… Un anuncio que cuesta interpretar de otra manera que no sea como una tentativa –infructuosa– de provocar un pánico bancario. Mientras que el BCE y Draghi apretaban aun más el nudo corredizo, limitando más las posibilidades de los bancos griegos de financiarse, Bild publicaba una pseudo crónica sobre una escena de pánico en Atenas, no dudando en alterar una foto banal de unos jubilados que hacían cola ante un banco para cobrar su jubilación (31 de marzo de 2015).

A fines de abril, la operación de Berlín dio sus primeros frutos. Varufakis fue reemplazado por su adjunto Euclid Tsakalotos para las negociaciones con los acreedores. En ese entonces este declaró: “El gobierno debe hacer frente a un golpe de Estado de una nueva clase. Nuestros agresores ya no son, como en 1967, los tanques, sino los bancos” (21 de abril de 2015).

Por el momento, el golpe de Estado silencioso sólo alcanzó a un ministro. Pero el tiempo trabaja a favor de los acreedores, que exigen la aplicación de la receta neoliberal. Cada uno con su obsesión. Los ideólogos del FMI piden la desregulación del mercado de trabajo así como la legalización de los despidos en masa, que les prometieron a los oligarcas griegos, propietarios de los bancos. La Comisión Europea, es decir Berlín, reclama que se continúe con las privatizaciones susceptibles de interesar a las empresas alemanas, y que se las haga al menor costo. En la interminable lista de ventas escandalosas se destaca la que efectuó el Estado griego en 2013 de veintiocho edificios que sigue utilizando. Durante los próximos veinte años, Atenas deberá pagar 600 millones de euros de alquiler a los nuevos propietarios, o sea casi el triple de la suma que percibió gracias a la venta –y que volvió en forma directa a los acreedores–.

En posición de debilidad, abandonado por aquellos de los que esperaba apoyo (como Francia), el gobierno griego no puede resolver el principal problema al que se enfrenta el país: una deuda insostenible. La propuesta de organizar una conferencia internacional similar a la de 1953, que eximió a Alemania de la mayor parte de las reparaciones de guerra y abrió el camino al milagro económico (4), se ahogó en un mar de amenazas y ultimátums. Tsipras se esfuerza por obtener un acuerdo mejor que los anteriores, pero seguramente éste estará alejado de sus anuncios y del programa votado por los ciudadanos griegos. Jyrki Katainen, vicepresidente de la Comisión Europea, fue muy claro al respecto ya al día siguiente de las elecciones legislativas: “No vamos a cambiar de política en función de elecciones” (28 de enero de 2015).

Entonces, ¿tienen sentido las elecciones, si un país que respeta lo principal de sus compromisos no tiene derecho a modificar su política? Los neonazis de Amanecer Dorado disponen de una respuesta ya lista. ¿Se puede descartar que éstos se beneficien más con un fracaso del gobierno de Tsipras que los partidarios de Schäuble en Atenas? 

Notas:

1. Véase Joëlle Fontaine, “Antes nazis que comunistas”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2012.
2. Según una encuesta del 9 de mayo publicada por el periódico Efimerida ton Syntakton, el 53,2% de la población consideraría “positiva” o “más bien positiva” la política del gobierno.
3. Olivier Cyran, “‘¡Que los griegos vendan sus islas!”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, mayo de 2015.
4. Véase Renaud Lambert, “Syriza y la deuda alemana”, 
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo de 2015.

* Periodista y documentalista. Diputado europeo independiente, elegido por la lista de Syriza.

Traducción: Bárbara Poey Sowerby