Argentina. ¿De qué hablamos cuando hablamos de industrialización?

Daniel Schteingart *
Diario BAE [x]

Luego de una década de los ’90 en los que el término “industrializar” había quedado en el quinto plano de la agenda pública en Argentina, durante la última década hemos visto que en el discurso público el término fue reintroducido con una connotación innegablemente positiva. “Industrializar es desarrollo con justicia social” sería el lema subyacente de esta visión, encarnada en el kirchnerismo, pero también en algunos círculos heterodoxos no del todo alineados con el gobierno. ¿Pero de qué se trata la “industrialización”?

“Industrialización” tiene una acepción restringida y una más amplia, que es necesario distinguir. La definición restringida refiere a la expansión de un sector específico de la estructura productiva: la industria manufacturera. Típicamente, el indicador que más se utiliza es el peso de la industria en el PBI, el cual, como veremos luego, tiene sus problemas. Luego, la acepción amplia de “industrialización” implica la posesión de capacidades tecnológicas, entendidas éstas como la posibilidad de que el grueso de la estructura productiva de un país se encuentre en la frontera tecnológica mundial. Disponer de capacidades tecnológicas supone dos cosas: que los distintos sectores económicos de un país tienen habilidades para hacer un uso eficaz de la tecnología existente, a la vez que varios de ellos pueden además generar nuevas tecnologías pasibles de ser comercializadas (esto es: innovar). De este modo, un agro tecnificado e innovador sería “industrial”, en tanto que un sector textil (típicamente considerado dentro de la “industria”) artesanal no. Los países desarrollados son industriales en este sentido amplio (altas capacidades tecnológicas), más allá de que el peso de la industria en el PBI en muchos casos es bajo. Al respecto es válido señalar que en Noruega y Australia, dos de los países de mayor bienestar del mundo, es inferior al 10%, cuando en Argentina es del 16%, en El Salvador del 20% y en Puerto Rico del 47 por ciento.

Hoy en día hay indicadores mejores para aproximarnos a las capacidades tecnológicas de un país. Uno de ellos es el gasto en investigación y desarrollo (I+D), tanto como porcentaje del PBI o en términos per cápita. Aquí veremos que los países desarrollados pican en punta: países como Israel, Japón, Estados Unidos, Taiwán, Alemania, Suecia, Australia, Noruega, Finlandia, Austria o Corea del Sur, entre otros, poseen gastos en I+D que superan largamente el 1,5% del PBI. En contraste, en los países en desarrollo este indicador rara vez supera el 0,5%. En Argentina este indicador pasó del 0,4% al 0,6% entre 2002 y 2013, en tanto que en Brasil hoy ronda el 1%. Otro indicador interesante para aproximarnos a las capacidades tecnológicas de un país puede ser la cantidad de patentes por millón de habitantes: aquí veremos que los países líderes son, en general, los mismos que lideran los gastos en I+D.

Ahora bien, ¿qué tienen que ver el gasto en I+D y en las patentes con la industria? Que, en general, es en algunos sectores de la industria manufacturera donde se generan la I+D y las patentes, esto es esa masa crítica de conocimientos a partir del cual se puede desplazar la frontera tecnológica internacional. ¿Cuáles suelen ser esos sectores? Los bienes de capital, el sector automotor, la industria químico-farmacéutica, la electrónica, la biotecnología y el software, mayormente.

En esta clave, ¿cuál es la historia argentina? Con sus limitaciones, nuestro país supo desarrollar hasta mediados de los ’70 un entramado productivo en donde la mayor parte de estos sectores estaba presente y, en varios casos, no lejos de la frontera internacional. El quiebre que produjo la política económica de la última dictadura militar hizo desaparecer a muchas de estas ramas estratégicas (el ocaso de la industria de bienes de capital es paradigmático al respecto), proceso que se redobló en los ’90. El abandono de la convertibilidad fue un nuevo punto de inflexión: muchos de estos sectores renacieron a partir de 2002, aunque ya hacia 2007/8 tal dinamismo comenzó a perder impulso. Sin embargo, sería recién a partir de fines de 2011 cuando tales sectores dejaron de crecer, o incluso decrecieron levemente. Vale apuntar que, aun en el pico de 2011, nuestra producción per cápita en los mencionados sectores industriales estratégicos no llegó a recuperar los niveles de mediados de los ’70, lo cual a todas luces muestra que la destrucción productiva experimentada en el último cuarto del siglo XX fue enorme.

Si para ser desarrollados requerimos industrializarnos “en sentido amplio”, y para ello es estratégico disponer de algunos sectores manufactureros como los mencionados, podemos concluir que el período 2002-2007 fue sumamente positivo, el de 2008-2011 también positivo, aunque con algunas luces de alerta, mientras que el de fines de 2011 hasta el presente más bien pobre. En nuestra opinión, fueron las falencias de política económica experimentadas, sobre todo a partir de 2011, las que explican tal estancamiento. Los grandes aciertos en ministerios como el de Ciencia y Tecnología no pudieron compensar el deterioro de variables macroeconómicas clave, entre las que destacan principalmente las reservas del BCRA, indispensables como combustible para poder crecer sostenidamente. Aprender de los errores cometidos en los últimos años, manteniendo la vocación industrialista y de fuerte impulso a la ciencia y la tecnología recuperada con el kirchnerismo será una necesidad ineludible para que la Argentina vuelva a encarrilarse en el tren del desarrollo con justicia social.

  *Magister en Sociología Económica (IDAES-UNSAM), becario Conicet, miembro de SidBaires