¿Palanca para el desarrollo o imperialismo disimulado? La opción china

Claudio Scaletta*
Le Monde Diplomatique
En un contexto económico de necesidad, marcado por la disminución del ritmo de crecimiento y la escasez de dólares, el gobierno apuesta a la relación estratégica con China como vía para obtener financiamiento e inversiones. El acuerdo es resultado del fracaso de otras opciones financieras así como de los cambios en el escenario global.
n el análisis económico, la voluntad de los buenos y los malos es tan irrelevante como la construcción de mundos ideales. Lo que importa son siempre las necesidades y las relaciones de poder. La nueva “alianza estratégica” entre Argentina y China se explica en función de dos variables: la demanda local de financiamiento y la oferta de recursos disponibles en el mundo. Antes de vincularse con la nación asiática, el país recorrió todo el espectro de opciones posibles: profundizar sus vínculos con Brasil, luego Rusia y, finalmente, la fallida vía de regresar a los mercados financieros tradicionales. Los acuerdos cerrados en la reciente visita presidencial a China fueron, antes que nada, hijos de las circunstancias y de los cambios en la geopolítica global.

Dólares, dólares

Partiendo desde las necesidades, alguien podría creer que los problemas de la economía local se deben a un gobierno dispendioso que emite mucho papel moneda para cubrir sus gastos, lo que genera inflación y con ella todos los desequilibrios imaginables. Adicionalmente, si la perspectiva es la del desarrollo dependiente, puede sumar al análisis los costos internacionales de no alinearse con la potencia hemisférica. Con ambos componentes se obtendrá una visión rápida y autosatisfactoria del estado de las cosas, pero también se confundirán efectos con causas.

El ciclo de expansión de la última década sucedió porque, tras el fracaso de un cuarto de siglo de neoliberalismo, los hacedores de política regresaron a la concepción del crecimiento conducido por la demanda. La idea base es que las empresas invierten cuando tienen la certeza de que venderán su producción. Es lo opuesto a los “ajustes expansivos” y el “clima de mercado” que llevaron a la ruina a la periferia europea.

Los ciclos económicos locales son estructurales. Con un aparato industrial altamente dependiente de insumos importados, las compras al exterior aumentan más que proporcionalmente al crecimiento del PIB. Mientras alcanzan las divisas de las exportaciones, mayoritariamente agroindustriales, todo marcha sobre ruedas. Pero con el tiempo, el saldo de la balanza comercial se reduce de manera progresiva. Históricamente, la escasez de divisas se resolvió con devaluaciones bruscas, inflación, caída del ingreso y freno del producto. En otras palabras, con crisis cíclicas. Sin embargo, existen alternativas para adelantarse a la escasez. Las vías principales son tres: reducción de la demanda de insumos importados vía sustitución, expansión de las exportaciones y financiamiento externo, sea a través de créditos o inversión extranjera directa. Dicho de otra manera: o se transforma la estructura productiva y la inserción internacional o se consigue financiamiento. La primera vía es una tarea de largo plazo; la segunda es instantánea.

Existe también una cuarta vía, bastante más radical, que se supone evitaría la restricción externa: eliminar al sector que demanda divisas y concentrar todos los recursos en el complejo agroindustrial, que las genera. Fue la fórmula ensayada entre 1976 y 2001. Al margen de los costos sociales del experimento, su resultado fue abortar la incipiente industrialización sustitutiva sin eliminar la restricción externa.

Regresando a las tres opciones en el marco del desarrollo integral, y sin detenerse en causas y detalles, los cambios estructurales de la última década no alcanzaron la profundidad necesaria para evitar la llegada de la restricción externa. El sector energético, a partir de la pérdida del autoabastecimiento, brindó el golpe de gracia. Y una vez que la restricción se hace presente ya no hay magia: o se consigue financiamiento o el PIB se frena.

Aunque no es un lugar común de la discusión pública, vale insistir en que todo el debate sobre la restricción externa y sus opciones de resolución fue moneda corriente durante los últimos años. Algunos heterodoxos lo ignoraron porque se encontraba allá lejos, en el lago plazo, mientras que para el mainstream la estructura debía ser directamente otra. Desde la perspectiva del desarrollo la realidad es distinta, toda la economía gira hoy en torno de la necesidad de conseguir divisas para sostener el crecimiento y desarrollarse para, a su vez, requerir menos divisas.

Llegado este momento, si lo que se quiere es sostener el crecimiento, la única opción de política es la búsqueda de financiamiento. La necesidad excluyente del presente, entonces, es de divisas bajo sus distintas formas. Pero antes de ingresar en el set de opciones financieras es necesario detenerse en la interferencia de los mundos ideales.

Utopías

Vivir con lo nuestro es un libro de Aldo Ferrer cuyo título ha logrado más trascendencia que la obra misma (1). La visión simplificada remite a la posibilidad de impulsar un proceso de desarrollo reduciendo al mínimo indispensable el financiamiento del exterior. De hecho, el crecimiento de la primera década de 2000 fue autofinanciado. ¿Por qué, entonces, no podría seguirse este camino? La respuesta fue parcialmente adelantada. No fue sólo porque tras la salida de la convertibilidad, luego de más de tres años de recesión, existía capacidad instalada ociosa y buenos precios internacionales de los commodities que garantizaron un abundante flujo de divisas. La explicación radica en que, tras la crisis, la restricción externa aparecía como un escenario lejano, lo que brindó el margen necesario para el sostenimiento en el tiempo de una política económica expansiva.

La autonomía funciona mejor como utopía, como guía para la acción. Es fácil describir mundos ideales, hablar de sustitución de importaciones, de integración de cadenas de valor con proveedores locales, de financiamiento con recursos propios, de reinversión de utilidades y del regreso de los capitales argentinos en el exterior. Pero el ideal enfrenta en el terreno algunas limitaciones. La primera es el cambio de la escala en la producción. Un ejemplo: sólo unos pocos países producen, ya que hablamos de China, locomotoras, mientras que son apenas unos pocos más los que fabrican automóviles. Algunas ideas de Karl Marx pueden haber sido más políticas que técnicas, pero desde los orígenes del capitalismo la concentración orgánica del capital nunca se detuvo. Esta mayor necesidad de capital por unidad de producto en el marco del desarrollo tecnológico demanda para su amortización mercados mucho más grandes. Argentina podría fabricar locomotoras en lugar de importarlas, pero para sostener esa producción necesitaría venderlas en mercados globales y competir allí con quienes las producen desde hace décadas y cuentan con ingentes recursos para hacerlo. Por eso el camino de “crecer con lo nuestro” demanda hoy una integración productiva a escala regional. El desarrollo del transporte permite que dicha integración no se limite necesariamente a regiones por proximidad geográfica. Un ejemplo concreto es la expansión global de algunas grandes empresas argentinas, desde las que producen tubos sin costura para la industria petrolera a las que proveen turbinas para centrales hidráulicas o las que exportan satélites.

Sin dudas el camino del desarrollo autónomo, con la máxima integración local y en el marco de mercados extendidos, debe ser un objetivo, pero hay una segunda cuestión: la utopía tiene sus tiempos. La restricción externa no se limita hoy a una posibilidad teórica futura; llegó y debe resolverse. La necesidad de alianzas internacionales no remite sólo al ideal de la integración en el largo plazo, sino que es un imperativo del presente.

Tren a China

Cuando el gobierno advirtió la proximidad de la escasez de dólares comenzó a recorrer todo el set de ofertas financieras disponibles. Luego de reconocer que los recursos previsionales eran algo demasiado importante para dejarlos en manos de las AFJP, el entonces ministro Amado Boudou, para horror de la tropa propia, planteó la necesidad de volver a los mercados financieros tradicionales. Puso sobre el escenario mucho de lo que después impulsaría Axel Kicillof, a quien le tocó concretar la renegociación con el Club de París, comenzar a pagar algunos juicios en el Ciadi y trabajar para bajar las tensiones con los organismos financieros. Cuando estas tareas se completaron, los viejos maestros en correr el arco contraatacaron de la mano del Poder Judicial estadounidense, que en sus tres instancias convalidó el intento de voltear la totalidad de la reestructuración de la deuda pública local. Mediante el bloqueo judicial, Argentina fue obligada a abandonar la estrategia “pro mercado” y debió relegar el objetivo de continuar sus alianzas históricas con Occidente. Cancelada la vía financiera, lo único que quedó en pie fue la inversión extranjera directa. Fue lo que llevó a Kicillof, impulsor del Informe Mosconi, a arreglar con Repsol el pago por las acciones expropiadas. El argumento fue la necesidad de limpiar de ruidos judiciales al sector energético con miras a alianzas como la realizada con Chevron, un capítulo cuya efectividad aún se desconoce.

Una historia menos pública en la búsqueda de dólares ocurrió en tiempos de auge del ex secretario Guillermo Moreno, quien propuso a Brasil que otorgara un préstamo al país para reforzar las reservas del Banco Central. Aquí el problema fue la cerrada ortodoxia de la dirigencia económica brasileña, que se escudó en la falta de contrapartida argentina y con ello evitó disgustar a Estados Unidos. La alianza con China no fue, por lo tanto, la primera decisión. Fue la que quedó del set de opciones disponibles. Las primeras señales llegaron tan temprano como en 2004, cuando el propio Néstor Kirchner anunció inversiones multimillonarias. También fue un resultado aleatorio del cambio de escenario global.


Para furia de “la embajada”

Tras el fin de la Guerra Fría, Estados Unidos reemplazó a comunistas por terroristas, descuidó al que hasta entonces consideraba su patio trasero en el marco de la Doctrina Monroe y se concentró en los nuevos enemigos de Medio Oriente, ahora en el escenario de las guerras por el petróleo. El proceso coincidió con la profundización de la revolución industrial china y el peso de la nueva potencia en la economía global. Al igual que todos los países que experimentaron procesos de industrialización más o menos acelerados, China sacó a millones de habitantes de la pobreza, experimentó un éxodo campo-ciudad con sofisticación de la demanda de alimentos y comenzó a buscar oferentes de materias primas y destinatarios de sus manufacturas.

A diferencia de lo que sucede con Estados Unidos, también productor de materias primas y alimentos, las economías latinoamericanas son complementarias con la china. Al comienzo, la vinculación se generó naturalmente, pero luego la nueva potencia se lanzó a un agresivo proceso de inversiones y expansión del intercambio comercial. Lo hizo especialmente en aquellos países en los que Washington dejó más espacio, como Ecuador, Venezuela y Argentina, a la vez los más castigados por la vieja lógica demonizadora de los organismos financieros internacionales.

El caso argentino resultó paradigmático. Mientras Estados Unidos acosó al país por intentar una salida distinta a la del perimido Consenso de Washington, hasta el extremo de intentar voltear la reestructuración de la deuda a través del bloqueo judicial de los pagos, China inició un proceso de inversiones y hasta ayudó a aliviar la caída de las reservas internacionales y la restricción externa. Fue mediante un acuerdo equivalente a 11.000 millones de dólares, del que ya se usaron más de 3.000, el famoso swap de monedas que ayudó a mitigar presiones devaluatorias. Frente a los típicos paquetes de ayuda estilo FMI basados en rollovers financieros de la deuda, paquetes que garantizan relaciones de vasallaje vía extracción del excedente y condicionalidades de política económica, China ofreció financiamiento por más de 30.000 millones de dólares destinados a infraestructura: inversiones en obras hidroeléctricas, centrales nucleares y medios de transporte que, dicho sea de paso, permitirán avanzar en la independencia energética y aliviar la restricción externa. ¿No son estas las razones más legítimas para buscar financiamiento del exterior? A lo cual hay que agregar una segunda línea de análisis: a China le interesa exclusivamente el intercambio comercial y no pretende interferir en la política interna de los Estados, tal como viene demostrando en los países en los que actúa.


Neoimperialismo

La íntima relación entre algunos medios de prensa y la embajada estadounidense es conocida. Y aunque resulta más consistente para el análisis económico prescindir de las intencionalidades de los actores, no deja de llamar la atención la súbita conciencia de la problemática del “desarrollo dependiente” exhibida por muchos medios que siempre defendieron tácitamente la hegemonía estadounidense. Tradicionales enemigos de la industrialización y defensores de todas las demandas del llamado “campo”, súbitamente se escandalizan por los riesgos de la reprimarización y el extractivismo ocultos en la relación con la nación asiática.

No obstante, en materia de comercio internacional y financiamiento conviene no ser cándidos, sobre todo frente a potencias mundiales. Así como en un marco de restricción externa existe un set de inversiones, también existe un set de condicionalidades asociadas. Nadie regala nada y China no invierte en la región por altruismo, sino como parte de una estrategia global que direccionará a América Latina unos 250.000 millones de dólares en la próxima década. Las condicionalidades existen pero dependen de cada proyecto. Se objeta, por ejemplo, la adquisición del 30 por ciento de insumos chinos en una central nuclear o la participación de ingenieros chinos en una presa hidroeléctrica. El escenario que se describe se acerca al de regiones enteras del país que se volverán amarillas, con centenares de miles de trabajadores argentinos bajo condiciones de superexplotación. Si Miguel Cané reviviera seguramente escribiría que las vírgenes locales están en peligro. Amablemente se olvida, por ejemplo, que hasta los créditos del BNDES, el banco de desarrollo de Brasil, siempre estuvieron atados a la compra de insumos brasileños prácticamente en su totalidad. Otra vez: el set de opciones de inversión conlleva un set de condicionalidades. La elección de cada set corresponde al país en función de sus necesidades y prioridades. Finalmente, el financiamiento de obras de infraestructura es un dato separado de las decisiones de comercio exterior. A diferencia de las condicionalidades de los organismos financieros, los acuerdos con China no determinan la elección de un tipo de desarrollo, elección que seguirá subordinada a las decisiones de los gobiernos que consagren las urnas. En todo caso, la maldición de las materias primas sólo llega a quienes no hacen los deberes necesarios para evitar que caiga sobre ellos.

Nota:

1. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1983.

* Economista.