El Informe del Senado sobre drones de 2019 El Sistema de Seguridad Nacional “funciona”, aunque nada más funcione

Tom Engelhardt
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Una mirada retrospectiva sobre la guerra contra el terror de Washington
Era el 6 de diciembre de 2019, iban tres años de una decaída presidencia de Clinton y un Congreso amargamente dividido. Ese día, el resumen ejecutivo de 500 páginas de la Comisión de Inteligencia del Senado, el –tan largamente discutido como demorado y de densa redacción– informe sobre las operaciones secretas de la CIA realizadas con drones o por la fuerza aérea convencional durante los 18 años de guerra de EEUU contra el terror cobró por fin estado público. Ese día, el presidente de la Comisión Ron Wyden (D-OR), se presentó ante el Senado, en medio de la preocupación de sus colegas republicanos de que la publicación del informe pudiera “enardecer” a los enemigos de Estados Unidos y provocar violencia en todo Oriente Medio, y dijo:

“En las dos últimas semanas, estuve reflexionando mucho acerca de la posibilidad de dejar la publicación de este informe para otro momento. Está claro que vivimos tiempos de agitación e inestabilidad en muchos sitios del mundo. Desgraciadamente, esta situación va a continuar en el futuro previsible, más allá de que este informe se publique o no. Es posible que nunca llegue el momento ‘apropiado’ para su publicación. La inestabilidad que vemos hoy no se resolverá ni en meses ni en años. Sin embargo, este informe es demasiado importante como para dejarlo indefinidamente en un cajón. El hecho es que las campañas aéreas y de drones que se lanzaron y se mantuvieron durante los últimos 18 años han demostrado que son un estigma para nuestros valores y nuestra historia.”
A pesar de que esto sucedía un viernes por la tarde, que normalmente es un tiempo muerto en la atención de los medios, la respuesta fue instantánea y clamorosa. Tal como había pasado cinco años antes con el igualmente controvertido informe de la Comisión sobre la tortura, se convirtió en un acontecimiento mediático absoluto. Las “revelaciones” del informe se derramaron sobre una población estupefacta. Ahí estaban las propias cifras de la CIA que daban cuenta de los centenares de niños de zonas rurales de Pakistán y Yemen muertos como consecuencia de ataques con drones a “terroristas” y “militantes”. Ahí estaban los ataques de “ida y vuelta”, en los que los aviones no tripulados regresan después de haber atacado para lanzar un par de proyectiles más contra los que está rescatando a las víctimas de entre los escombros o contra los asistentes al funeral de los asesinados antes. Ahí estaban las propias estadísticas de la CIA de la sorprendente cantidad de aldeanos desconocidos por cada blanco significativo y conocido finalmente eliminado (en Pakistán, 1.147 muertos por 41 hombres a quienes realmente se quería matar). Ahí estaban las inesperadas discusiones internas en la Agencia sobre lo impreciso de las armas robóticas, siempre saludadas como de “precisión quirúrgica” (e incluso sobre la debilidad de gran parte del trabajo de inteligencia que les había llevado hasta los blancos). Ahí estaban las bromas y el uso de un lenguaje deshumanizado y banal (“cucaracha aplastada”, para un asesinado) por los equipos que dirigen los drones. Ahí estaban los “ataques firmados”, o la selección como objetivo de grupos de jóvenes en edad militar de quienes nada se sabía. Y, por supuesto, ahí estaban los frenéticos artículos en los medios acerca de la “eficacia” de todo aquello (incluyendo varios correos electrónicos de funcionarios de la CIA que admitían que las campañas de drones en Pakistán, Afganistán y Yemen habían demostrado ser una herramienta que creaba más nuevos terroristas que los que eliminaba).
Ahí estaban los nuevos chismes que hablaban de las “listas de asesinatos” del presidente y de las órdenes de los “martes del terror” en relación con la muerte de personas específicas en cualquier lugar del mundo. Ahí estaban las discusiones internas de decisiones en curso para el asesinato de ciudadanos estadounidenses en el extranjero mediante drones sin el debido proceso legal y la revelación de correos electrónicos con los que participantes hasta el nivel de asesor presidencial discutían cómo fabricar documentos “legales” para exculpar ante el Departamento de Justicia a los implicados en esas acciones.
Por encima de todo –para una nación que no sospechaba nada de nada–, ahí estaba la horrible revelación de que durante esos años la fuerza aérea de Estados Unidos había destruido, total o parcialmente, por lo menos nueve fiestas de casamiento, incluyendo novia, novio, familiares y amigos de la juerga; esto implicaba la muerte de cientos de asistentes a bodas en al menos tres países del Gran Oriente Medio. Esta revelación sacudió a todo el país y dio lugar a titulares de prensa que iban desde “Reveladas las cuentas de la boda”, del sobrio Washington Post, hasta “La novia y ¡Boom!”, del New York Post.
Pero al mismo tiempo que todo esto producía titulares, el principal tema en debate era la “eficacia” de las campañas de drones de Washington y la CIA. El senador Wyden insistió así ese día:
“Si leéis los muchos casos analizados en el resumen ejecutivo de nuestro informe, saltará a la vista no solo la falta de eficacia de la fuerza aérea estadounidense en estos años sino también que por cada “mal tipo” eliminado las incursiones con drones han sido, en última instancia, el mecanismo más eficiente de creación de terroristas y la herramienta de reclutamiento más potente y continua para los yihadistas y las organizaciones vinculadas con al-Qaeda en todo el Gran Oriente Medio y África. Si dudáis de mí, no tenéis más que contar los yihadistas que había en el mundo el 10 de septiembre de 2001 y los que hay hoy en esas zonas de Pakistán, Yemen, Libia y Somalia donde hemos realizado el mayor número de ataques con drones, por supuesto, también en Iraq y Afganistán. Después me diréis seriamente si esas campañas han ‘funcionado’.”
Tal como pasó con el Informe sobre la Tortura de 2014 , las respuesta de quienes estaban profundamente involucrados en los asesinatos con drones y el empleo de la fuerza aérea de EEUU generalmente en zonas rurales del mundo pusieron el acento en la fortaleza total de la seguridad nacional de Estados Unidos. Esto no fue nada sorprendente, por supuesto, cuando el director de la CIA David Petraeus (en su segundo servicio al frente de la agencia) mantuvo la acostumbrada conferencia de prensa en Langley, Virginia, un acontecimiento desconocido hasta que el entonces director John Brennan lo hizo por vez primera en diciembre de 2014 para discutir el informe senatorial sobre la tortura. Aquí, tal como lo describió el New York Times, Petraeus criticó el informe por considerar que está “‘viciado’, es ‘parcial’ y ‘frustrante’, y señaló numerosos puntos con los que discrepaba en sus condenadas conclusiones sobre el programa de drones de la CIA”.
Sin embargo, los reproches más intensos fueron los provenientes de antiguos funcionarios del más alto nivel de la CIA, incluyendo ex directores como George Tenet (“Vosotros lo sabéis, la imagen que surge de ahí es la de que estamos sentados alrededor de la hoguera y decimos, ‘Oye, chico, ahora tenemos que asesinar a unas personas’. Nosotros no asesinamos. Dejadme que os lo diga otra vez: nosotros no asesinamos, ¿vale?”.); o como Mike Hayden (“Si el mundo hubiera actuado como lo ha hecho la fuerza aérea estadounidense, muchas personas que no debían haberse casado no se habrían casado y el mundo sería un lugar más cuerdo para casarse.”); y el mismo Brennan (“Sea cual sea vuestro punto de vista sobre nuestro programa de drones, nuestro país y en particular esta agencia hacen un montón de cosas bien hechas en unos tiempos difíciles para mantener la fortaleza y la seguridad de esta nación; vosotros deberíais estarles agradecidos en lugar de debilitar su trabajo.”). Hayden, Brennan, la seguridad nacional, la inteligencia y los funcionarios del Pentágono también cubrieron los informativos y las tertulias del domingo por la mañana en la TV. El ex director de Relaciones Públicas de la CIA Bill Harlow, que había puesto en marcha el sitio web ciasavedlives.com para defender el honor patriótico de la Agencia en el momento de la publicación del informe del Senado sobre la tortura, volvió a hacer lo mismo cinco años más tarde con el sitio web dontdronethecia.com.
El ex director de la CIA Leon Panetta repitió sus clásicas declaraciones de 2009, insistiendo ante unos cuantos entrevistadores de medios que la campaña de drones no había sido del todo “eficaz”, pero aun así había sido “la única acción posible para enfrentar o perturbar el liderazgo de al-Qaeda”. El ex presidente Barack Obama fue entrevistado por NBC News en su nueva biblioteca presidencial, que continúa construyéndose en Chicago. Esto es una parte de lo que dijo: “Asesinamos a alguna gente, pero quienes lo hicieron eran unos patriotas estadounidenses que trabajaban en tiempos de mucha tensión y mucho miedo. El asesinato puede haber sido necesario y comprensible en ese momento, pero nosotros no somos asesinos”. El ex vicepresidente Dick Cheney, de 78 años, que apareció en la pantalla de Fox News desde su rancho en el estado de Wioming, insistió en que el nuevo informe del Senado, al igual que el anterior, era un “montón de insensateces antipatríóticas”. La presidente Hillary Clinton, entrevistada por BozzFed, dijo del informe: “Una de las cosas que nos diferencian de los demás países es que cuando cometemos errores, nosotros lo admitimos”. Sin embargo, no fue más allá como para admitir que el programa de drones todavía vigente o incluso los ataques aéreos a bodas fueran “errores”.
El 11 de diciembre, como todo el mundo sabe, fue el gran tiroteo en el instituto para jóvenes de Wisconsin; es bastante comprensible que la atención de los medios se desplazara allí masivamente. El 13 de diciembre, Reuters informó de que una operación con un avión no tripulado en una zona fronteriza de Pakistán, en la que “se sospechaba” que habían muerto siete militantes, entre ellos posiblemente un subcomandante de al-Qaeda –residentes locales informaron de que dos niños y un anciano de 70 años estaban entre los muertos–, había sido el ataque con drones número 1.000 en las guerras secretas de la CIA contra Pakistán, Yemen y Somalia.
Una iniciativa criminal con dirección en Washington
Por supuesto, no estamos en 2019. No sabemos si Hillary Clinton será elegida presidente ni si Ron Wyden será reelegido en el Senado, menos aún si él llegará a ser el presidente de la Comisión de Inteligencia de un Senado controlado otra vez por los demócratas, ni siquiera si alguna vez habrá un informe –al estilo del de la tortura– de las campañas “secretas” de asesinato con drones que la Casa Blanca, la CIA y el poder militar de Estados Unidos está llevando a cabo en innumerables zonas rurales del planeta.
Aun así, podéis estar seguros de que yo sería uno de los sorprendidos si, en 2019, una o varias partes del estado de seguridad nacional y la Casa Blanca no estuvieran todavía realizando ataques fuera de las fronteras nacionales con total impunidad, matando a aquellos elegidos en Washington en sus reuniones de los “martes del terror”, eliminando a ciudadanos estadounidenses si eso satisface a la Casa Blanca y, en general, continuando en una carrera que no es otra cosa que la guerra mundial del terror, no contra el terror.
Tratándose de todo ese comportamiento tan “secreto” y al mismo tiempo tan bien publicitado, al igual que con la tortura de la CIA, Estados Unidos ha estado dando forma a las futuras reglas del juego para el resto del mundo. Ha creado una regla de oro para el asesinato y la tortura dando luz verde, por ejemplo, a la “rehidratación rectal” (una forma eufemística de nombrar la violación anal), y a otros actos horrendos. En esa sentido, también ha fabricado explicaciones y justificaciones para actos que habrían indignado al Washington oficial y al público en general si los hubiese cometido cualquier otro país.
En realidad, este trabajo –por supuesto– no se ocupa del futuro sino del pasado y de lo que ya deberíamos saber sobre él. Lo más sorprendente del informe del Senado sobre la tortura es que –aparte del penoso y siniestro detalle de la “rehidratación rectal– nunca lo hemos necesitado. Los lugares clandestinos, las técnicas de tortura, el maltrato de inocentes; la información esencial sobre la injusticia de ese Triángulo de las Bermudas de pesadilla que la administración Bush puso en pie después del 11-S ha estado disponible para el público, en muchos casos durante años.
Esas “revelaciones de 2019” acerca de los asesinatos con drones y otros nefastos aspectos del relajamiento moral de la Fuerza Aérea de EEUU en el Gran Oriente Medio también han sido de dominio público durante años. La verdad es que no deberíamos tener ninguna duda en relación con la mayor parte de lo que se clasifica como “secreto” en nuestro mundo estadounidense. La lección que debemos sacar de tanto secretismo debería ser bastante obvia sin necesidad de gastar otros 40 millones de dólares y estudiar otros millones de documentos clasificados durante años.
Aquí van tres conclusiones que hoy deberían ser suficientemente obvias cuando el tema es la interminable guerra de Washington contra el terror y el crecimiento del estado de seguridad nacional.
1. Cualesquiera sean las nefastas acciones que hoy están en el centro del debate, dad por descontado que no “funcionan” porque nada de lo vinculado con la guerra contra el terror ha funcionado: La cobertura mediática del informe del Senado sobre la tortura se ha centrado en si esas “técnicas reforzadas de interrogación” (EIT, por sus siglas en inglés) habían “funcionado” en los años posteriores al 11-S (como en 2019, la cobertura sin duda se centraría en si las campañas de asesinatos con drones había funcionado). El resumen ejecutivo del informe del Senado ya había traído a colación numerosos casos en los que la información obtenida mediante la tortura no había producido datos útiles ni detenido actos terroristas ni salvado vidas, aunque es posible que la información errónea obtenida envalentonara a la administración Bush en su invasión de Iraq.
Los funcionarios de la administración Bush, los ex directores de la CIA y en general la “comunidad” de la inteligencia insistieron a viva voz en lo contrario. Seis antiguos funcionarios de primera línea de la CIA, entre los cuales había tres ex directores, reivindicaron públicamente esas técnicas de tortura por haber “salvado miles de vidas”. Sin embargo, la verdad es que no deberíamos haber tenido una discusión seria sobre esta cuestión. Nosotros sabemos la respuesta. La sabíamos mucho antes de que el resumen ejecutivo del Senado fuera publicado. La tortura no funciona; 13 años de guerra contra el terror ya nos habían dejado una lección bastante sencilla: nada funcionó.
Nombrad cualquier cosa: fue un fracaso. Da lo mismo que hablemos de invasiones, ocupaciones, intervenciones, conflictos localizados, incursiones, bombardeos, operaciones secretas, prisiones “clandestinas” o vaya dios a saber qué otra cosa; ninguna de ellas se acercó mínimamente al éxito, ni siquiera con los estándares mínimos establecidos por Washington. En este periodo se han hecho muchas cosas desastrosas, y la mayor parte de ellas fueron contraproducentes: crearon más enemigos, más movimientos islámicos extremistas, e incluso un miniestado yihadista en el corazón de Oriente Medio, como corresponde, fundado esencialmente en Camp Bucca, una prisión militar estadounidense en Iraq. Permitidme que lo diga una vez más: si Washington lo hizo en cualquier momento de los últimos 13 años, fuera lo que fuera, no funcionó. Punto.
2. En términos de seguridad nacional y guerra, solo una cosa ha funcionado en estos años: el estado de seguridad nacional en sí mismo.Cada error garrafal, cada desastre, cada acto extremado tenido por un horror en el mundo, reforzaba el estado de seguridad nacional. En otras palabras, el equipo que no fue capaz de hacer nada bien tampoco podía hacer nada bien cuando se trataba de sus propias agencias y carreras profesionales.
No importa lo que los agentes, operativos, combatientes, contratistas y altos oficiales hicieron u ordenaron hacer ni lo mezquino, malo, estúpido o canalla que cada uno de ellos puede haber sido; cada desastre acaecido durante este periodo fue como una dosis de refuerzo en la carrera de cada uno, maná caído del cielo, para una estructura que devoraba los dólares del contribuyente y crecía en una forma que no tenía precedentes, a pesar de la ostensible falta de enemigos importantes. En estos años, el estado de seguridad nacional de Washington y sus métodos se consolidaron para un largo recorrido. El Departamento de Seguridad Interior se expandió; se disparó el crecimiento de las 17 agencias de seguridad –íntimamente entrelazadas– que conforman la comunidad de inteligencia; el Pentágono creció exponencialmente; los “complejos” corporativos que les rodean y se engranan en un crecientemente privatizado aparato de seguridad nacional tuvieron su día más glorioso. Y los muchos funcionarios que supervisaban cada operación y misión chapucera en todo el mundo, incluyendo el régimen de tortura instituido por Bush, se convirtieron casi en modelos, y fueron honrados de distintas maneras; y una vez retirados, se vieron aún más honrados y beneficiados. La única lección que un funcionario podía extraer de este estado de cosas fue: hagas lo que hagas; por más imprudente, extremado o tonto que seas; por más incumplidor que seas; por más daño que hayas hecho a quienquiera que sea, tú estás engordando el estado de seguridad nacional, y eso es algo bueno.
3. Nada de lo que haga Washington podrá nunca ser calificado como “crimen de guerra” –ni crimen a secas– porque, en términos de la seguridad nacional, nuestra capital en tiempos de guerra se ha convertido en una zona libre de crimen. Una vez más, este es un hecho incuestionable de nuestra época. No puede haber responsabilidad (de ahí las promociones) y sobre todo responsabilidad criminal en el seno del estado de seguridad nacional. Mientras el resto de los estadounidenses estamos todavía en el EEUU legal, sus funcionarios están en lo que yo vengo llamando desde hace mucho tiempo el EEUU post-legal; en ese estado, ni la tortura (incluso hasta la muerte), ni el secuestro, ni el asesinato, ni la destrucción de pruebas de actividades criminales, ni el perjurio, ni la construcción de un sistema carcelario extralegal, son delitos. El único crimen posible en la seguridad nacional de Washington es la denuncia. En esto, también, la evidencia y los resultados hablan por sí mismos. La era posterior al 11-S ha demostrado ser un “salvoconducto” eterno del que gozan los funcionarios de dos administraciones y el estado de seguridad nacional.
Desgraciadamente, los puntos más innegables, la conclusiones más sencillas que se pueden extraer de los últimos 13 años han pasado desapercibidos en un Washington en el que, según parece, nada se puede aprender. Como consecuencia de ello, con todo el ruido y la furia que provoca este momento de la tortura, el estado de la seguridad nacional saldrá reforzado, más organizado y más preparado para defenderse con agresividad, y liberarse de los últimos vestigios de supervisión y control democráticos.
En la guerra contra el terror no hay más que un ganador, y es el mismísimo estado de la seguridad nacional. Entonces, seamos claros: a pesar de los seguidores que saludan regularmente el “patriotismo” de semejantes funcionarios y a pesar de un mundo cada día más deprimente por la proliferación de “tipos malos”, esos funcionarios no son los “buenos muchachos” que están llevando eso que, según criterios normales, debería considerarse una empresa criminal.
Nos vemos en 2019.
[Nota sobre las bodas. Acerca de las fiestas de casamiento arrasadas por la fuerza aérea estadounidense, una cuestión que TomDispatch viene cubriendo desde hace años, leyendo nuevos informes sobre siete de ellas me enteré de un octavo, una fiesta de boda en Yemen que fue bombardeada en diciembre de 2013. Después, un corresponsal me informó de un noveno caso, una boda –la segunda en Iraq– podría haber sido alcanzada por la fuerza aérea el 8 de octubre de 2004, en al ciudad de Falluyah, con el resultado del novio muerto y la novia herida.]
Tom Engelhardt es cofundador del American Empire Project y autor de The United States of Fear así como de una historia de la Guerra Fría, The End of Victory Culture. Dirige TomDispatch.com del Nation Institute. Su nuevo libro es Shadow Government: Surveillance, Secret Wars, and a Global Security State in a Single-Superpower World (Haymarket Books).

Traducción: Carlos Riba García (Rebelión)