El futuro de Ucrania está ligada a la de Siria - y Vladimir Putin es crucial para ambos

Robert Fisk
The Independient [x]

    Nadie en Medio Oriente estudiará la violenta tragedia de Ucrania con más satisfacción –y profunda preocupación– que el presidente de Siria, Bashar Assad. No le importarán un comino las críticos de Obama, quienes ya están regañando al presidente por darle a Vladimir Putin luz verde para respaldar al presidente ucraniano cuando, el año pasado, el estadunidense amenazó con bombardear Damasco. A Assad tampoco le importa mucho el futuro de la carrera política del ahora destituido líder ucraniano, a quien conoce muy bien.

En vez de eso, se preocupará por las notables similitudes entre el asediado gobierno de Yanukovich y su propio régimen, que aún lucha contra opositores armados. Los paralelismos no son, por mucho, exactos. Aunque los enemigos del mandatario sirio aseguran que sí lo son, sobre todo cuando afirman que el ucraniano y el sirio son hermanos de sangre. Sin embargo, ambas historias son lo suficientemente similares como para convencer al presidente sirio y a su fiel escudero –el ministro del Exterior Walid Moallem– del grado de apoyo que Putin da a su aliado en Kiev.
Sin el apoyo de Rusia e Irán, Assad a duras penas hubiera sobrevivido los tres últimos años de guerra en Siria. De la misma forma, Yanukovich, sin la amistadfraternal de Rusia, aguantó a las fuerzas de oposición y el coqueteo de Estados Unidos con Ucrania durante mucho tiempo. El canciller ruso, Segei Lavrov, ha usado casi las mismas palabras de irritación y enojo contra la postura de Estados Unidos sobre Ucrania, como cuando Washington amenazaba con bombardear Siria.
Si Ucrania constituye el muro defensivo de Rusia contra Europa en el este, Siria, que combate contra rebeldes islamitas tan fieros como los que Putin ha enfrentado en Chechenia, es parte del flanco sureño de Moscú.
Existen otras interesantes comparaciones. La inicial oposición a Assad, que siguió a revoluciones en Túnez y Egipto, fue pacífica, aunque ocasionalmente aparecieran hombres armados en los primeros días de la revuelta. Luego, desertores del ejército formaron una oposición armada que rápidamente fue tomada por radicales que estaban más interesados en derrocar a Assad e instaurar un califato que en la Siria libre que los opositores demandaban originalmente.
De forma semejante, en Kiev, los detractores de Yanukovich se vieron incómodamente vinculados con pequeños grupos de extrema derecha neonazi que, a ojos de sus enemigos, tenían más en común con los fascistas ucranianos que ayudaron a los alemanes en la Segunda Guerra Mundial que con la resistencia soviética contra la ocupación nazi.
De la misma forma en que los primeros opositores de Assad eran idolatrados por Occidente –y sus medios de comunicación– como luchadores por la libertad, la oposición ucraniana era considerada antirégimen, más que anticonstitucional, por los mismos poderes y los mismos periódicos.
Una vez que el conflicto en Siria se volvió armado en ambos lados, Occidente y sus aliados árabes enviaron armamento a los enemigos de Assad. No existe evidencia de que Occidente haya hecho lo mismo con los opositores a Yanukovich, algunos de los cuales también están armados, pero es lo que asegurará; es sólo cuestión de tiempo.
Hay diferencias, por supuesto; Yanukovich llegó al poder electo en en comicios más convincentes que Assad. Ucrania no está oficialmente dividida: el catolicismo y el cristianismo ortodoxo reflejan fronteras internas, si bien la guerra civil entre católicos, serbio croatas y ortodoxos en la ex Yugoslavia no sugiere un final feliz para el sufrimiento de Ucrania. Siria ha creado áreas de conflicto en las que los sunitas, en su mayoría, combaten a chiítas, alauitas, cristianos, drusos y otros, junto con sunitas de clase media y militares sunitas que apoyan al gobierno.
Desde hace mucho hay contactos entre Siria y Ucrania. Justo antes de la revolución en Siria, Assad visitó Kiev y firmó un tratado de libre comercio y escuchó a Yanukovich elogiar al país árabe y decir que era la puerta de Ucrania hacia Medio Oriente.
Hay nexos aún más estrechos: el gran número de estudiantes sirios que asisten a universidades ucranianas y la gran población de ciudadanos de Ucrania nacidos de padres sirios y soviéticos antes del colapso del comunismo en Europa del este. Los generales sirios de mayor edad conocen Kiev gracias a que ahí hicieron sus primeros entrenamientos militares.
Pero la pregunta es: ¿podrá Putin seguir apoyando a Yanukovich si la presión de Estados Unidos y Europa siguen en aumento? ¿Vale la sobrevivencia de Yanukovich una nueva guerra fría? De ser así, Assad está a salvo: los rusos no abandonarán a Siria, dado que esto sólo demostrará lo fácilmente que ellos pueden darle la espalda a la Ucrania rusa.
Pero ¿qué pasará si Estados Unidos ofrece a Putin carta blanca en Ucrania a cambio de que abandone a Assad? Entonces Obama podrá hacer una vez más su proclama fraudulenta de que fueron las amenazas estadounidenses, y no la mediación rusa, lo que obligó a Assad a entregar a la ONU sus armas químicas.
Obama también insistirá en que el presidente sirio debe dejar el poder y abrir el camino para un gobierno de transición que Estados Unids, los británicos y otras naciones europeas han promovido desde Ginebra.
Assad, sin embargo, es un sobreviviente. Su partido Baaz basa sus enseñanzas en la autopreservación que le impartieron los antecesores de Putin. Assad puede entender a Yanukovich, pero conoce a Putin mucho mejor. No por nada los egipcios apodan al líder ruso, con gran admiración, El Zorro.
Por eso, Putin ha enviado a su mediador personal a Kiev, para lavarse las manos de Damasco le haría un daño incalculable a la imagen de Moscú como defensor delnuevo Medio Oriente.
Los sirios saben que Rusia es lo suficientemente grande como para cubrir ambos frentes, y por lo tanto, Putin seguriá batallando por sus aliados, antes de que Ucrania se convierta en otra sangrienta Siria, con la esperanza de que Obama se muestre tan santurrón y debil en Kiev, como lo fue en Damasco.
Traducción: Gabriela Fonseca (La Jornada)