EUA, América del Sur y Brasil: seis tópicos para una

> Por José Luís Fiori *

Septiembre 2009

1. En este inicio del siglo XXI, está cada vez más claro que la disputa entre las grandes potencias no acabó en 1991. Solamente se desaceleró – temporalmente – como es de costumbre tras una gran guerra o una victoria contundente, como fue el caso de la victoria norteamericana en la Guerra Fría. En esta ocasión, no hubo una rendición explícita de los derrotados, ni un “acuerdo de paz” entre los victoriosos, que consagrase un nuevo orden mundial, como ocurrió luego después de la Segunda Guerra Mundial. No había, en aquel momento, otra potencia con el poder y la capacidad de negociar o limitar el arbitrio unilateral de Estados Unidos (EUA) y los norteamericanos tampoco tenían disposición de negociar o limitar su nueva posición de poder en el mundo.

La proyección internacional del poder americano comenzó inmediatamente después de su independencia y se prolongó, de forma continua, a través de los siglos XIX y XX. Mas fue sólo en la segunda mitad del siglo XX, después de la “crisis de los 70´”, que los Estados Unidos adoptaron una estrategia imperial explícita (1), que obtuvo una sólida victoria en 1991, alimentando el sueño de un poder global absoluto o de un imperio mundial. Después de 2001, esta estrategia victoriosa asumió una postura bélica y después de 2004, enfrentó sucesivos reveses, que se sumaron a la expansión de China y de India y al renacimiento de Alemania y Rusia, para traer de vuelta al centro del sistema mundial, la competencia y los conflictos entre las grandes potencias. Esta inflexión está asociada, en general, a las dificultades estadounidenses en el Medio Oriente, y al fracaso de su “guerra global” contra el terrorismo. Con todo, detrás de esta situación coyuntural, es posible identificar también, un cambio estructural, a largo plazo, que también fue provocado – en gran medida – por la proyección global del poder americano. En este sentido, se puede decir que la política externa reciente de EUA, fue responsable por dos guerras indefinidas, y por el fracaso de su proyecto para el “Gran Oriente Medio”. Pero, al mismo tiempo, se puede decir que el expansionismo americano también fue responsable – paradójicamente – por el éxito económico de China y de India y de toda la economía mundial después de 2001, el mismo éxito que está fortaleciendo los competidores de EUA, dentro del sistema interestatal. O sea, como ya vimos, la política expansiva de la potencia hegemónica termina activando y profundizando las contradicciones del sistema mundial, y fortaleciendo la resistencia de los Estados desafiados por el avance de los EUA, pero al mismo tiempo, éstos se fortalecen con el éxito de la economía americana. Es obvio, que estos cambios internacionales no son obra exclusiva de EUA e implican decisiones y políticas de otros países y procesos que están fuera del control norteamericano. Con todo, no hay duda de que el expansionismo de largo aliento y los recientes reveses de los EUA tienen una gran importancia para comprender la coyuntura internacional de este inicio del siglo XXI. Es el aumento exponencial de la presión competitiva que está alcanzando todas las regiones del mundo, alimentando disputas hegemónicas y anunciando una nueva carrera imperialista entre las grandes potencias. En este sentido, resumiendo: la expansión del poder americano después de la crisis de los años 70 (XX) y en particular después de la Guerra Fría, junto con su proyecto/proceso de globalización económica, encendió de nuevo la lucha hegemónica entre los Estados y las economías nacionales en casi todas las regiones del sistema interestatal capitalista. Por otro lado, los gobiernos reafirman su papel en la vida económica, suben barreras proteccionistas y asumen el mando de sus estrategias nacionales de desarrollo, con sus empresas y sus “fondos soberanos”. Casi todos los países vuelven a regular sus mercados, de una forma u otra, incluyendo el mercado financiero norteamericano. (2). Ya no se habla de “regímenes” y “gobernabilidad mundial”, y no existe más consenso sobre la “ética internacional”. (3).

2. En el caso de América del Sur, el impacto de esta presión competitiva sistémica y global tiene características particulares porque se trata de un Continente donde nunca hubo una verdadera disputa hegemónica entre sus propios Estados nacionales. Primero, fue colonia, y después de su independencia estuvo bajo la tutela anglo-sajona: de Gran Bretaña hasta el final del siglo XIX, y de Estados Unidos hasta el inicio del siglo XXI. (4).

Es estos dos siglos de vida independiente, las luchas políticas y territoriales de Sudamérica nunca alcanzaron la intensidad, ni tuvieron los mismos efectos que en Europa. Tampoco se formó, en el continente, un sistema integrado y competitivo, de Estados y economías nacionales, como ocurriría en Asia después de su descolonización. Como consecuencia, los Estados latinoamericanos nunca ocuparon una posición importante en las grandes disputas geopolíticas del sistema mundial y funcionaron durante todo el siglo XIX, como una especie de laboratorio de experimentos del “imperialismo del libre comercio”. Tras la Segunda Guerra Mundial y durante la Guerra Fría, los gobiernos sudamericanos se alinearon con Estados Unidos a excepción de Cuba después de 1959 (5). Al terminar la Guerra Fría, durante la década de 1990, de nuevo, la mayoría de los gobiernos de la región adhirieron a las políticas y reformas neoliberales preconizadas por Estados Unidos. A partir de 2001, sin embargo, la situación política del continente cambió con la victoria, en casi todos los países de América del Sur, de fuerzas políticas nacionalistas, desarrollistas (6) y socialistas. Con la gran novedad que esta inflexión hacia la izquierda ocurre conjuntamente a un nuevo ciclo de crecimiento de la economía mundial. Después de 2001, hubo una retomada del crecimiento económico, en todos los países del continente suramericano, acompañando el ciclo expansivo de la economía mundial. La novedad, en este nuevo ciclo de crecimiento suramericano es el peso decisivo de la presión asiática sobre la economía continental. En particular, China, que ha sido la gran compradora de las exportaciones sudamericanas, sobre todo, minerales, energía y granos, y ha aumentado de forma continuada sus exportaciones a la Región. A su vez los nuevos precios internacionales de las commodities, fortalecieron la capacidad fiscal de los Estados y están financiando políticas de integración de infraestructura energética y de transportes del continente.

Además los nuevos precios de la energía y de los minerales permitieron la formación de reservas en monedas fuertes, disminuyendo la fragilidad externa de la Región y aumentando su poder de resistencia y negociación internacional. Así, las abundantes reservas en moneda fuerte de Venezuela, ya le permitieron actuar, en dos oportunidades, como ‘prestamista’ in extremis de Argentina y de Paraguay. De todo punto de vista, China está cumpliendo un papel nuevo y fundamental en la economía suramericana, aunque no es probable que se involucre en la geopolítica Regional. Lo que sí es importante es que este ciclo de expansión de la economía mundial ha presionado a las economías suramericanas y ha fortalecido sus Estados nacionales. Ya no se puede escapar de la concurrencia y al mismo tiempo, el éxito económico coyuntural está potenciando el poder interno y externo de estos Estados. Llega al final, la larga ‘adolescencia asistida’ de América del Sur, pero el precio de este cambio, a mediano plazo, debe ser el aumento de conflictos dentro de la propia Región y el incremento de la competencia hegemónica entre Brasil y Estados Unidos, por la supremacía en América del Sur. A no ser que Brasil opte y luche para mantenerse en la condición de “socio menor” dentro del espacio hegemónico, y dentro del “territorio económico supranacional” de los Estados Unidos, siguiendo el camino de Canadá y México en Norteamérica.

3. En el caso de Brasil, su pasado pesa fuertemente sobre su posición futura, porque se trata de un país que nunca tuvo características expansivas, nunca disputó la hegemonía de América del Sur con Gran Bretaña o Estados Unidos. Después de 1850, Brasil no enfrentó más guerras civiles ni amenazas de división interna, y tras la Guerra de Paraguay, en la década de 1860, Brasil tuvo apenas una participación puntual, en Italia, durante la Segunda Guerra Mundial y algunas participaciones posteriores en fuerzas de paz de las Naciones Unidas y la OEA. Su relación con sus vecinos de América del Sur, después de 1870, fue siempre pacífica e de baja competitividad o integración política y económica, y durante todo el siglo XX, su posición dentro del continente fue de socio auxiliar de la hegemonía continental de Estados Unidos.

Después de la Segunda Guerra Mundial, Brasil no tuvo mayor participación en la Guerra Fría, pero a pesar de su alineamiento con Estados Unidos, comenzó la práctica de una política externa un poco más autónoma, a partir de la década de 60. En la década de 70, en particular durante el gobierno del general Ernesto Geisel, Brasil se propuso un proyecto de “potencia intermedia”, profundizando su estrategia económica desarrollista, rompiendo su acuerdo militar con Estados Unidos, ampliando sus relaciones afro-asiáticas y firmando un acuerdo atómico con Alemania. Sin embargo, su crisis económica de los años 80 y el fin del régimen militar desactivaron este proyecto que fue completamente olvidado en los años 90, cuando Brasil volvió a alinearse con Estados Unidos y su proyecto de creación del ALCA. No obstante, recientemente, después de 2002, la política externa brasileña mudó de rumbo y asumió una posición más agresiva de afirmación suramericana e internacional, de los intereses y del liderazgo brasileño. Así ocurre con la prioridad que se le está dando a la integración suramericana y al estrechamiento de las relaciones con algunos países de África y Asia, en particular, China, India y África del Sur. Sin embargo, Brasil todavía enfrenta limitaciones importantes para expandir su poder internacional: primero, debido a su no reconocimiento estratégico de la existencia de un competidor o adversario en la lucha por la hegemonía suramericana, por el simple hecho de que este competidor responde por el nombre de Estados Unidos de América; en segundo lugar, debido a la falta de organización estratégica de su crecimiento económico, que por esta razón, fue muy bajo en las dos últimas décadas; debido a la baja capacidad de coordinación de sus inversiones públicas y privadas fuera de Brasil, en particular, en América del Sur; y por fin, debido a la fuerza política, dentro de las elites brasileñas, y del mismo establishment de su política externa, de la posición favorable al mantenimiento de Brasil como socio menor dentro del espacio hegemónico norteamericano y dentro del “territorio económico supranacional” de Estados Unidos.

4. Con relación a la posición norteamericana dentro del hemisferio, hay que prestar atención en sus elecciones presidenciales de 2008, porque éstas forman parte de un proceso de re-alineamiento de la estrategia internacional de Estados Unidos. Este proceso deberá tomar algunos años, pero es poco probable que Estados Unidos abdique de los tres “derechos de intervención” – auto-atribuidos – que orientaron su política hemisférica durante el siglo
XX: i. En caso de “amenaza externa”; ii. En caso de “desorden económica”; y iii. En caso de “amenaza a la buena democracia”. En el periodo de la Guerra Fría, los Estados Unidos patrocinaron en todo el continente, guerras civiles, intervenciones militares y regímenes dictatoriales contra un supuesto “enemigo externo”. Después del fin de la Guerra Fría, patrocinaron en los mismos países, intervenciones financieras y reformas económicas neoliberales para combatir un supuesto “desorden económico interno” y garantizar el cumplimiento de los compromisos financieros internacionales de América Latina. Finalmente, a partir de 2001, Estados Unidos han incentivado claramente a las fuerzas políticas conservadoras y a la opinión pública contra los gobiernos que ellos llaman “populistas autoritarios” y que serían una amenaza para la democracia.

5. En esta encrucijada norteamericana, es interesante recordar y reflexionar sobre los grandes principios que orientaron la política externa de Estados Unidos con relación a América Latina en la segunda mitad del siglo XX. Estos principios fueron formulados por el principal geo-estratega estadounidense del siglo XX, nacido en Ámsterdam en 1893, y muerto en Estados Unidos, en 1943, Nicholas Spykman. Murió todavía joven, a los 49 años y dejó sólo dos libros sobre política externa norteamericana: el primero, America’s Strategy in World Politics, publicado en 1942 y el segundo, The Geography of the Peace, publicado un año después de su muerte, en 1944. Dos libros que se transformaron en la piedra angular del pensamiento estratégico estadounidense de toda la segunda mitad del siglo XX y del inicio del siglo XXI. Llama la atención el gran espacio dedicado a la discusión de América Latina y en particular, a la “lucha por América del Sur”. Spykman parte de una separación radical entre la América anglosajona y la América de los latinos. En sus palabras, “las tierras situadas al sur del Río Grande constituyen un mundo diferente a Canadá y Estados Unidos. Y es desafortunado que las partes de habla inglesa y latina del continente se llamen ambas América, evocando una similitud entre ellas que de hecho no existe” (p. 46) (7). En seguida, propone dividir el “mundo latino” en dos Regiones, del punto de vista de la estrategia americana, en el subcontinente: una primera, “mediterránea”, que incluiría a México, América Central y el Caribe además de Colombia y Venezuela; y una segunda, que incluiría a toda América del Sur al sur de Colombia y Venezuela. Hecha esta separación geopolítica, Spykman define a “América Mediterránea como una zona en la que la supremacía de Estados Unidos no puede ser cuestionada. En cualquier circunstancia se trata de un mar cerrado cuyas llaves pertenecen a Estados Unidos, lo que significa que México, Colombia y Venezuela (por ser incapaces de transformarse en grandes potencias), estarán siempre en una posición de absoluta dependencia de Estados Unidos” (p. 60). En consecuencia, cualquier amenaza a la hegemonía americana en América Latina vendrá del sur, en particular de Argentina, Brasil y Chile, la “Región del ABC”. En palabras del propio Spykman: “para nuestros vecinos al sur del Río Grande, los norteamericanos seremos siempre el “Coloso del Norte”, lo que significa un peligro, en el mundo del poder político. Por esto, los países situados fuera de nuestra zona inmediata de supremacía, o sea, los grandes Estados de América del Sur (Argentina, Brasil y Chile) pueden tentar contra-balancear nuestro poder a través de una acción común o a través del uso de influencias externas al hemisferio” (p. 64). En este caso, concluye: “una amenaza a la hegemonía americana en esta Región del hemisferio (la Región del ABC) tendrá que ser contestada a través de la guerra” (p. 62). Lo más interesante es que si estos análisis, previsiones y advertencias no hubiesen sido hechos por Nicholas Spykman, parecerían fanfarronadas de alguno de estos populistas latinoamericanos que inventan enemigos externos y que se multiplican como hongos, según la idiotez conservadora.

6. Después de Nicholas Spykman, Henry Kissinger fue el intelectual que ocupó la posición más importante en la formulación e implementación de la política externa norteamericana en las décadas de 1960 a 1970. Tuvo una participación decisiva en la vida política interna de América del Sur. Basta leer los documentos oficiales americanos que ya están disponibles, y las distintas investigaciones periodísticas y académicas que apuntan para el envolvimiento directo del ex Secretario de Estado estadounidense, con la preparación y ejecución de los violentos golpes militares que derrocaron los gobiernos elegidos de Uruguay y Chile en 1973 y de Argentina en 1976. Además, existen innumerables procesos judiciales – en varios países –(8) involucrando Henry Kissinger con la operación Cóndor, (9) que integró los servicios de inteligencia de las Fuerzas Armadas de Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay, para secuestrar, torturar y asesinar personalidades políticas de oposición. Siempre causó perplejidad entre los analistas, el apoyo de Kissinger y de la diplomacia americana a estas “intervenciones militares” que se caracterizaron por su extraordinaria truculencia. Aunque no es difícil entender lo que ocurrió, cuando se examinan los intereses estratégicos de Estados Unidos y su defensa en América del Sur desde la perspectiva de largo plazo trazada por Spkyman, en 1942. Spykman definió el continente americano, del punto de vista geopolítico, como primera y última línea de defensa de la hegemonía mundial de Estados Unidos. Dentro de este hemisferio, consideraba improbable que surgiera un desafío directo a la supremacía de Estados Unidos, en la “América Mediterránea”, en la que incluía México, América Central y el Caribe, pero también a Colombia y Venezuela. No obstante, consideraba que podría surgir un desafío de esta naturaleza, en la Región del ABC, en el Cono Sur de América. En este caso, consideraba inevitable el recurso a la guerra. La sigla ABC se refiere a Argentina, Brasil y Chile, pero la Región del ABC incluye también el territorio de Uruguay y Paraguay, incluyendo exactamente los mismos cinco países que estuvieron involucrados en la operación Cóndor. En este sentido, se puede decir que Henry Kissinger siguió rigurosamente las recomendaciones de Nicholas Spykman con relación al control de esta Región geopolítica. Su única contribución personal, fue la substitución de la “guerra externa”, propuesta por Spykman, por la “guerra interna” de las Fuerzas Armadas locales contra sectores de sus propias poblaciones nacionales. Incluso en este punto, Kissinger no fue original: recurrió al método que había sido utilizado por los británicos, en la India, durante 200 años, y en todos los lugares en los que Gran Bretaña dominó Estados débiles, utilizando sus clases dominantes (elites) divididas y subalternas, para controlar a sus propias poblaciones locales. En las décadas de 80 y 90, Henry Kissinger se alejó de la diplomacia directa pero mantuvo su influencia personal e intelectual sobre el establishment americano y las elites conservadoras suramericanas. En 2001, publicó un libro sobre el futuro geopolítico y sobre la defensa de intereses americanos alrededor del mundo. (10).

Con relación a América del Sur, el autor atenuó la forma pero mantuvo el “espíritu” de Spykman: según Kissinger, América del Sur sigue siendo esencial para los intereses americanos, y debe ser mantenida bajo la hegemonía de Estados Unidos. Sólo que hoy, la amenaza a esta hegemonía, ya no viene de Alemania, ni de la Unión Soviética, viene de dentro del propio continente. En el plano económico, la amenaza viene de los proyectos de integración
Regional que excluyan o se opongan al ALCA. En el plano político, viene de los populismos y nacionalismos que están renaciendo en el continente. DEP

Traducción: Soledad Rojas

* Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).

(1) El gobierno Reagan combinó el mesianismo anticomunista de Carter con el liberalismo económico de Nixon, proponiéndose eliminar a la Unión Soviética y construir un nuevo orden político y económico mundial, bajo el mando incuestionable de Estados Unidos. Hoy está claro que esta estrategia adoptada en la década de 1980 bajo el liderazgo de Estados Unidos y Gran Bretaña, aceleró la brusca transformación en la organización y funcionamiento del sistema mundial que estaba en pie en las dos décadas precedentes. Poco a poco, el sistema mundial fue dejando para atrás un modelo “regulado” de “gobernanza global” liderado por la hegemonía benevolente de Estados Unidos y fue desplazándose hacia un nuevo orden mundial con características más imperiales que hegemónicas”, en J. L. Fiori (2004). “O poder global dos Estados Unidos: formação, expansão e límites”. In: J. L. Fiori (org.). O poder americano. Petrópolis: Editora Vozes. p. 93 y 94.
(2). “Se levantan barreras nacionales hasta en la Internet, el símbolo del mundo sin fronteras. Fue proyectada para permanecer fuera del alcance de los gobiernos, transfiriendo poder para individuos u organizaciones privadas. Ahora, bajo presión de Rusia, China y Arabia Saudita, la empresa americana que distribuye domicilios en la Internet está buscando la manera de poder usar los alfabetos de sus lenguas maternas. Estamos asistiendo, paso a paso, a la balcanización de la Internet global. Está transformándose en una serie de redes nacionales”, dice Tim Wu, profesor de Derecho de la Universidad de Columbia, en Nueva Cork, Bob Davis, “Neo-nacionalismo amenaza la globalización”, The Wall Street Journal, reproducido en Valor Económico, 29 de Abril de 2008.
(3). Carr, E. H. The twenty years’ crisis, 1919/1939. N.Y.: Perennial. p. 150.
(4). En Agosto de 1823, el ministro de relaciones exteriores británico, George Canning, le propuso al embajador americano en Londres, Richard Rush, una Declaración conjunta, contra cualquier “intervención externa” en América Latina. El Presidente James Monroe, apoyado por su secretario de estado, John Quincy Adams, declinó la oferta inglesa. Sin embargo, tres meses después, el propio Monroe le propuso al Congreso Americano, una doctrina estratégica nacional casi idéntica a la de la propuesta británica. Fue así que nació la “Doctrina Monroe”, el 2 de Diciembre de 1823. Como era de esperarse, los europeos consideraron la Declaración de
Monroe impertinente y sin importancia, partiendo de un Estado que todavía era irrelevante en el contexto internacional. Tenían razón: basta registrar que Estados Unidos sólo reconoció las primeras independencias latinoamericanas después de recibir el aval de Gran Bretaña, Francia y Rusia. Incluso después del discurso de Monroe, se rehusaron a considerar el pedido de intervención de los gobiernos independientes de Argentina, Brasil, Chile, Colombia y México. Por eso, desde temprano, los europeos y los propios latinoamericanos comprendieron que la Doctrina Monroe había sido concebida y seria sustentada durante casi todo el siglo XIX por la fuerza de la Marina y de los capitales británicos.
(5). Después de 1991 y del fin de la Guerra Fría, los Estados Unidos mantuvieron y ampliaron su ofensiva contra Cuba, a pesar de mantener relaciones amistosas con Vietnam y China. En el auge de la crisis económica, provocada por el fin de sus relaciones preferenciales con la economía soviética, entre 1989 y 1993, los gobiernos de George Bush y Bill Clinton trataron de hacer jaque mate a Cuba, prohibiendo a empresas transnacionales norteamericanas, instaladas en el exterior, negociar con los cubanos, y después imponiendo multas a empresas extranjeras que tuviesen negocios con la isla, a través de la ley Helms- Burton 1996.
(6). La elección de Fernando Lugo para Presidente de Paraguay en 2008, fue una más de la serie de victorias de las fuerzas políticas de izquierda, siguiendo las elecciones de Hugo Chávez, Luiz Ignacio da Silva, Michelle Bachelet, Néstor y Cristina Kirchner, Tabaré Vázquez y Rafael Correa. Este cambio político-electoral trajo de vuelta algunas fuerzas descartadas durante la década neoliberal de 1990. Son ideas y políticas que se remontan, de cierta manera, a la revolución mexicana y en particular al programa del Presidente Lázaro Cárdenas adoptado en la década de 1930. Cárdenas fue un nacionalista y su gobierno hizo una reforma radical, estatizó la producción de petróleo, creó los primeros bancos estatales de desarrollo industrial y de comercio exterior de América Latina, invirtió en la creación de infraestructura, practicó políticas de industrialización y de protección al mercado interno, implantó legislación laboral y adoptó una política externa independiente y antiimperialista. Después de Cárdenas, este programa se transformó en el denominador común de varios gobiernos latinoamericanos que en general, no fueron socialistas ni siquiera de izquierda. Aún así, sus ideas, políticas y posiciones internacionales se transformaron en una referencia importante del pensamiento y de las fuerzas de izquierda latinoamericanas. Basta recordar la revolución campesina boliviana de 1952, o el gobierno democrático de izquierda de Jacobo Árbenz en Guatemala, entre 1951 y 1954, la primera fase de la revolución cubana entre 1959 y 1962, y el gobierno militar reformista del General Velasco Alvarado en Perú, entre 1968 y 1975. En 1970, estas ideas reaparecieron también en el programa de gobierno de la unidad popular de Salvador Allende, que proponía una radicalización del “modelo mexicano” con la aceleración de la reforma agraria y la nacionalización de las empresas extranjeras productoras de cobre, al mismo tiempo que defendía un “núcleo industrial estratégico”, de propiedad estatal, que debería transformarse en el embrión de una futura economía socialista.
(7). Spykman, N. America’s strategy in world politics. New York: Harcourt, Brace and Company, 1942.
(8). En Francia, Henry Kissinger fue llamado a deponer por el juez Roger Noire, en el juicio sobre la muerte de ciudadanos franceses en el Operación Cóndor y bajo la dictadura militar chilena. Lo mismo ocurrió en España, con la investigación del juez Juan Guzmán, sobre la muerte del periodista americano Charles Horman bajo la dictadura chilena. También en Argentina, donde Kissinger está bajo investigación por el juez Rodolfo Canicoba, por estar involucrado en la Operación Cóndor, así como en Washington, donde existe un proceso en la corte federal con acusación contra Kissinger por haber dado la orden de asesinar el General Schneider, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas chilenas en 1970.
(9). El interés sobre el asunto se reavivó recientemente, con el libro del periodista Christopher Hitchens, The Trial of Henry Kissinger (2002), y por la reseña de Kenneth Maxwell del libro de Meter Kornbluh, “The Pinochet file: a declassified dossier on atrocity and accountability”, publicado en la revista Foreign Affairs, Diciembre 2003, sobre las relaciones de Kissinger con el régimen de Augusto Pinochet, en particular, con el asesinato de Orlando Letelier, en Washington, 1976.
(10). Kissinger, H. ¿Does America need a foreign policy? Toward a diplomacy for the 21st century. New York: Simon&Schuster, 2001.